El elemento voluntario del acto humano

En el artículo anterior se explicaba que el acto humano es aquel que procede de la voluntad deliberada del hombre. Se caracteriza por ser racional, libre, moral, voluntario e imputable. Contiene tres elementos: el conocimiento, la voluntad y la ejecución.

El componente principal del conocimiento es el advertimiento (percepción del acto presente o futuro), que posee diversos grados. La advertencia es indispensable, relaciona el acto concreto con su moralidad y debe ser antecedente. Por último, el imperio de la razón relaciona el conocimiento con la voluntad.

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Elemento volitivo o Voluntario

Corresponde al influjo que la voluntad ejerce en el acto y es, por tanto, el elemento decisivo para la moralidad de dicho acto. Por ello amerita un estudio detallado.

El influjo de la voluntad procede del propio sujeto agente sin violencia extrínseca y con conocimiento e intención en el fin.

Esta definición clásica de Santo Tomás de Aquino nos permite descartar diversas nociones con las que podría existir confusión: la de los impulsos animales, la del desconocimiento del fin, la procedente de una coacción física externa, la de lo deseado sin que la voluntad pueda influir en ello, la de lo permitido aunque no querido, y la de lo realizado por ignorancia.

Condicionantes de la voluntad:

El acto de la voluntad, o Voluntario, se puede clasificar según diversos condicionantes:

Puede ser elícito (si es un acto de la propia voluntad, como elegir) o imperado (si es de otra potencia bajo el mandato de la voluntad, como mirar).

Puede ser perfecto (si se realiza con advertencia y consentimiento plenos) o imperfecto (si alguna de las condiciones no es plena).

También según la voluntad pueda (libre) o no (necesario) abstenerse del acto. Por ejemplo, la voluntad no puede abstenerse de las funciones fisiológicas, aunque sean dirigidas por ella.

Puede ser puro (si la voluntad desea todos sus aspectos, como amar a Dios), o mixto de involuntario (si la voluntad desea uno de ellos, pero no todos, como por ejemplo tomar una medicina amarga para sanar).

Puede ser directo, o voluntario en sí mismo (si se busca el efecto que provoca el acto, como hidratarse al beber agua), o indirecto, o voluntario en su causa (si simplemente se permite aunque no se busque, como en el caso anterior que se vacíe una botella).

Puede ser positivo, si se trata de acto realizado (hacer un regalo), o negativo, si se trata de un acto omitido (no devolver un saludo).

Puede ser explícito, si el objeto es concreto (mostrar desagrado por una pintura), o implícito, si se incluye en un acto indeterminado (que a uno le gusten los niños).

Puede ser expreso, si se manifiesta la voluntad externamente (con una palabra o un gesto), o presunto, si esta se supone razonablemente (por ejemplo un niño que compra golosinas sin que su madre lo sepa, pero en ocasiones anteriores se lo ha permitido).

Tipos según el momento de la voluntad:

La voluntad puede ser actual si la intención está presente en el momento del acto. Puede ser virtual, si sigue influyendo en el acto por su presencia previa (pongamos por caso la intención inicial de viajar a un destino, aunque durante el trayecto tal voluntad no se halle presente en cada momento). Puede ser habitual si la voluntad se tuvo antes, aunque ya no influya en el acto, y no se retractó (por ejemplo, una persona manifestó una vez querer ser enterrada en sagrado, pero en su agonía no manifiesta ese deseo ni otro sobre el mismo tema). La de más difícil valoración es la voluntad interpretativa, por la cual la voluntad no se tuvo en ningún momento, pero se puede suponer que, de haber tenido la oportunidad de reflexionar sobre ello, la hubiese tenido. Un ejemplo es el de una persona inconsciente que precisa amputar un miembro tras un accidente para salvar su vida. Los galenos que le atienden presupondrán que preferirá salvar su vida a perder el miembro, pero no pueden tener constancia de ello. Otro ejemplo clásico es el de los misioneros que bautizaban paganos inconscientes en sus últimos momentos de vida, suponiendo que de haber conocido el cristianismo, habrían deseado serlo.

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Algunos casos particulares del acto voluntario

  1. El acto voluntario tiene mayor razón por el fin último que por el mediato. Si obramos un acto de generosidad por amor a Dios, el amor a Dios (fin último) da cuenta del acto en mayor medida que el mediato (dar generosamente). Del mismo modo, quien golpea a otro para dejarlo indefenso y robarle, es antes ladrón que agresor.

  1. Los actos voluntarios imperfectos nunca constituyen pecado grave. Cuando un acto pecaminoso se hace sin plena advertencia, o pleno consentimiento (o ambos), en ningún caso se comete pecado mortal, por no ser plenamente humano.

  2. Todos los actos voluntarios son libres, excepto la tendencia a la felicidad natural y sobrenatural. Al juicio humano, todos los objetos se aparecen con su parte virtuosa y su parte defectuosa, por lo que la tendencia hacia ellos es voluntaria y su elección libre. Únicamente la búsqueda de la felicidad, impresa por Dios en el corazón del hombre, es involuntaria e inevitable.

  3. El acto voluntario bajo coacción sigue siendo voluntario. Todo acto no impedido físicamente es voluntario, aunque la amenaza externa puede suponer un atenuante para su valoración, pero no elimina la responsabilidad moral. Mientras exista opción, existe responsabilidad.

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El voluntario indirecto

Uno de los casos más comunes y difíciles de valorar en teología moral es el llamado voluntario indirecto, en el cual el acto escogido tiene dos efectos, uno bueno y otro malo.

Las condiciones de valoración son las siguientes:

A) El acto debe ser lícito en sí mismo, o al menos indiferente. Ningún acto malo justifica un efecto bueno, puesto que el fin no justifica los medios. No se puede hacer un mal para conseguir un bien, puesto que el mal es, en sí mismo, negación de Dios, y por tanto, negación radical del Bien. Recuérdese el cinismo de Caifás (“conviene que muera un inocente antes de que perezca una nación”).

Algunas acciones son en sí mismo malas, y por tanto no ofrecen dudas en cuanto a su ilicitud (levantar falso testimonio, blasfemar, cometer adulterio, matar a un inocente, etc.). En otras, en cambio, puede existir la duda (por ejemplo, ocultar información a quién tiene derecho a ella, si se tiene la certeza de que se empleará para un mal fin). Se hace preciso atender al objeto de la acción (mediato y remoto) y a las circunstancias. Aunque amerita un examen caso por caso, en general los moralistas tienden a examinar preferentemente el derecho del agente a la acción y la no lesión del derecho de un tercero.

B) El efecto primordial o inmediato debe ser el bueno, y no el malo. Un ejemplo contemporáneo clásico es el uso de hormonas estrogénicas. Si se emplean para el tratamiento de enfermedades de los ovarios, es lícito su uso, aunque provoque un efecto anticonceptivo no deseado, porque no es ese el fin primario buscado. Por contra, en una mujer sana, en la que el primer uso del fármaco es precisamente el de evitar la concepción, es ilícito su uso.

La discusión se centra habitualmente sobre la primacía del efecto bueno. Es un tópico frecuente en los debates sobre la licitud del uso de la fuerza en defensa propia, con riesgo de dañar gravemente a otros. No sólo en caso de agresión personal, sino también en la pena de muerte o en la guerra justa. Hay que estudiar el motivo princeps del acto. Con frecuencia hay diversas posiciones en cada caso particular entre los moralistas.

C) El fin del agente debe ser honesto, es decir, buscar únicamente el efecto bueno, y permitir el malo. Es decir, no es lícito siquiera buscar ambos, sino exclusivamente el bueno. Esto supone hacer un juicio de conciencia, que únicamente el agente y Dios pueden realizar con pleno conocimiento. Por tanto, desde fuera se debe evitar realizar juicios arriesgados sobre el fin buscado, salvo que este haya sido expresado de forma clara, y tengamos seguridad de que dicha opinión es sincera y expresada conscientemente. Como dice san Ignacio de Loyola, se ha de tratar siempre de salvar la intención.

D) El efecto malo debe tener una causa proporcionada al daño que producirá. Todo efecto malo, aunque sea secundario y honestamente no buscado, siempre es moralmente reprobable, por tanto, su consecuencia debe estar justificada por un beneficio proporcional, perceptible a la recta razón. Nuevamente, la defensa propia suele ser el ejemplo más traído: hasta qué punto podemos emplear- para defender legítimamente a un inocente- un grado de fuerza que pueda dañar gravemente a otros.

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Imputabilidad de la causa indirecta de un efecto malo

  1. Que el efecto sea previsible, aunque sea confusamente. Un efecto indirecto completamente inesperado, es de suyo involuntario, y por ende, el acto es inculpado al agente. Quien conduce a alta velocidad debe prever la posibilidad de salirse de la vía, pero no puede prever que un neumático reviente.

  2. Que se pueda impedir. Es decir, que exista libertad para no poner en marcha la causa, o para quitarla una vez puesta. Una mujer que viste decentemente no puede impedir que haya hombres que tengan malos pensamientos con ella.

  3. Que exista obligación de impedirlo. Un agente de la ley tiene obligación de perseguir al malhechor, pero no así un particular; por tanto, la abstención del primero es imputable moralmente, y la del segundo, no.

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Resumen

El acto de la voluntad procede del propio sujeto, debe suponer el conocimiento e intención del fin y carecer de coacción externa. Es el elemento decisivo para calificar la moralidad del acto.

La voluntad puede ser actual (si opera en el momento del acto), virtual (si ha puesto en marcha el acto, aunque no opere en todos los momentos del mismo), habitual (cuando la voluntad se halló presente en actos previos similares) e interpretativa (cuando se supone que de haber tenido voluntad, hubiese sido esa).

La razón del Voluntario la da el fin último, más que el intermedio. Todos los actos voluntarios son libres, excepto la tendencia a la felicidad. Los actos sometidos a coacción no física, siguen siendo voluntarios, aunque pueda atenuarse su responsabilidad.

El voluntario indirecto es un caso clásico de controversia moral. Es un acto que tiene dos efectos, uno bueno y otro malo. Para ser lícito el acto debe ser bueno en sí mismo (el fin no justifica los medios), el efecto bueno debe ser primario al malo, el fin debe ser honesto (es decir, el agente debe buscar el efecto bueno y únicamente permitir el malo), y el efecto malo permitido debe tener justificación proporcionada al daño que provoca.

Para valorar la imputabilidad de la voluntad de un acto con un efecto indirecto malo, este debe ser previsible, poderse impedir y que exista obligación de impedirlo.

4 comentarios

  
rastri
Ningún acto malo justifica un efecto bueno, puesto que el fin no justifica los medios.
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El fin se justifica en sus medios en tanto y cuanto el fin está justificado.

COMO FIN BUENO: Para la salvación de lo hombres de la muerte eterna que el Hombre se auto-provocó por causa de su Pecado Origina;l Dios se sirvió de la humillación de su Hijo, COMO MEDIO MALO.

O viceversa:

POR MEDIO MALO como fuere la humillación del Dios Hijo; Y para la salvación eterna de los hombres de su eterna muerte; Dios se sirvió, sacrificó a su Hijo PARA UN FIN BUENO

Recuérdese el cinismo de Caifás (“conviene que muera un inocente antes de que perezca una nación”).

Y por tanto Caifás, cínico o no, dijo verdad. ¿En sí misma, la verdad, es cosa mala?

Caifás, como ser malo; coincidió con Dios como Ser bueno.




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LA:

Es un clásico que Caifás, con su famosa frase, no dijo una verdad en sentido moral, sino que profetizó, que es distinto.

Toda la misión redentora de Cristo tiene un sentido salvífico y escatológico que trasciende la mera teología moral aplicable a los hombres (que es de lo que trata esta sección).
Dios podía haber salvado al hombre sin necesidad del sacrificio de Cristo. Por tanto, no provoca la injusticia (es una gran blasfemia acusar de ello a Dios), sino que la permite, lo cual es diferente (amén de algo que vemos continuamente en nuestra vida). Dios utiliza el pecado del hombre (en este caso, del sanedrín) como instrumento de salvación, porque Dios saca bienes de los males. En este caso del mal provocado por la libertad de los judíos para rechazar al Mesías.

"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado; para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3: 14-16)

Lo explica el propio Cristo en esta reflexión, y otras, de los Evangelios. Es por el pecado del Hombre por lo que Cristo ha de ser sacrificado, para que creyendo el Hombre, se salve. Eso no es justificar los medios por el fin, pues no es Dios- el Bueno- quien tortura, humilla y crucifica al inocente, sino el Hombre.

Caifás no sabe el fin auténtico que su acto malo (matar a un inocente) desencadenará. Salvará a una nación, pero no la que él cree, sino otra mucho mayor, la Iglesia, y de un modo completamente diferente y sobrenatural.

Cuando Cristo en la cruz reza el salmo 21 (la oración del justo agonizante), está expresando esa confianza en el Bien que el Señor sacará de su mal: la exaltación más gloriosa de Cristo pasa previamente por su mayor postración. Con su Resurrección, todos resucitaremos.
12/09/16 9:39 AM
  
Renzo
Hola Luis, si me permites una pregunta, a raíz de la intervención de rastri y tu respuesta.

Dice rastri:

" Para la salvación de lo hombres de la muerte eterna que el Hombre se auto-provocó por causa de su Pecado Origina;l Dios se sirvió de la humillación de su Hijo"

dices tú en tu respuesta:

"Dios podía haber salvado al hombre sin necesidad del sacrificio de Cristo. Por tanto, no provoca la injusticia (es una gran blasfemia acusar de ello a Dios), sino que la permite,..."

En primer lugar, antes del sacrificio de Jesús, ¿todos los hombres estaban condenados y después están todos salvados?. Quien no creía antes se condenaba y quien no cree después también, ¿no?, luego, ¿qué cambió?. Guerras, injusticias, crímenes, enfermedades, desastres naturales..., tanto antes como después de Cristo, ¿para qué sirvió el sacrificio?
Dices que Dios no provoca la injusticia sino que la permite y que podría haber salvado al hombre sin el sacrificio de Cristo (salvación que, como he dicho, no veo en qué se traduce, no veo diferencia entre el "antes" y el "después"). Entonces, según eso y desde mi punto de vista, la venida y muerte de Cristo viene a ser como lanzar un salvavidas a 50 metros de alguien que se está ahogando, pudiendo lanzarlo justo donde está o, mejor aún, sacarlo directamente del agua teniendo medios para hacerlo. No me parece una actitud demasiado misericordiosa ni creo que nadie la aplaudiera, la verdad.

Saludos.



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LA

Naturalmente, hay literalmente cientos de miles libros de teología que tratan las cuestiones tan profundas que planteas. Yo voy a tratar de hacerte un "ultrarresumen", y al no ser un experto, puedo también dejarme cosas o incurrir en error, por cuanto cualquier cosa que aquí diga queda sometido a la enseñanza de la Iglesia.

De forma, ya digo, muy muy sintética, lo que la teología católica enseña es que Dios crea el Universo, cuyas criaturas están sujetas a leyes fatales (no pueden hacer sino aquello para lo que han sido creados). Únicamente las criaturas espirituales, ángeles (que son mero espíritu) y hombres (que son espíritu y materia), son libres para hacer elecciones. Y de esa libertad nace la moral.

Con respecto a lo que comentas del Hombre, se enseña que todo ser humano (con alma y razón) ha sido dotado por Dios de un conocimiento intuitivo sobre lo que es Bueno y es Malo (básicamente, no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a tí). Es lo que se llama en filosofía ley o moral natural (posteriormente, se ha considerado que el decálogo sería un resumen de esa ley natural). Cuantos ajusten sus elecciones a esa ley básica obran rectamente, y por tanto son salvos. Se trata de un conocimiento enormemente rudimentario, pero abierto a todos los hombres de todas las épocas.
Dios se revela a los hombres en el transcurso de la historia, de forma cada vez más perfeccionada. Lo que las alegorías bíblicas nos cuentan sobre la historia de Adán y Eva, o la Torre de Babel, o la de Noé, son revelaciones genéricas que nos enseñan formas más perfeccionadas para obrar rectamente.

La Iglesia enseña que hay un pueblo elegido por Dios para transmitir la Revelación directa (ley Revelada antigua), que es el pueblo hebreo (luego judío). A él , Dios se manifiesta más directamente por medio de la Ley mosaica y los profetas, que buscan un actuar moral más exigente, y entregado a Dios y a los demás. A aquellos que la cumplen, Dios les promete la tierra prometida (en los escritos más antiguos) y la salvación del alma (en los más posteriores) en una vida ultraterrena. El pueblo, por medio de los sacerdotes, acepta la promesa y se produce la Antigua Alianza, cuyo símbolo externo es la circuncisión. A aquellos que cumplen la ley y los profetas, se les denomina Justos.

La culminación de la Revelación viene con Jesucristo, que no es un profeta, sino Dios hecho hombre. Cristo enseña que la alianza se renueva, ahora para todos los hombres, y su propia muerte y resurrección es el signo visible de la salvación del alma a los que crean en Él, para vivir por siempre tras la muerte en comunión con Dios, que de ese modo cierra el círculo de la Creación: aquellas criaturas libres que optan por amar a Dios se "divinizan" en cierto modo, compartiendo su presencia eternamente.
La Ley Revelada Nueva de esta Nueva Alianza es el amor, el cual a su vez genera toda una moral mucho más elevada y exigente que las anteriores. Más difícil de cumplir para el hombre libre (por cuanto supone una renuncia fuerte a sus instintos para acercarse más a Dios), pero que llevaa de modo mucho más directo y seguro a la salvación. El signo visible de esta nueva alianza es el bautismo, y la Gracia de Dios, que opera a través del Espíritu Santo, es la fuerza que Cristo envía a quienes creen en Él (si no la resisten) para que puedan obrar a ese nivel de exigencia.

¿Los hombres que vivieron antes de Cristo? La tradición cristiana desde tiempos apostólicos afirma que cuando Cristo yació muerto, descendió al Hades a rescatar a todos los Rectos y Justos de tiempos pretéritos (que no estaban en el infierno sino "durmiendo") y los llevó al Cielo. El episodio de los difuntos que se aparecieron a muchos en el momento de la muerte de Jesús sería una epifanía de ese fenómeno.
¿Los que han vivido después de Cristo? Si han conocido a Cristo, depende de si le han aceptado o rechazado. El amor a Cristo es suficiente para salvarse, siempre que se haya hecho una contricción perfecta (el nombre quiere decir completa, no da grado de beatitud) de todos los pecados cometidos en el momento de la muerte. Los que no han conocido a Cristo o lo han hecho de forma muy imperfecta, pueden convertirse en Rectos o Justos según el grado de conocimiento de Dios.

En este punto hay que recordar que todo pecado es una ruptura de la justicia (se altera un orden divino y humano en beneficio propio, ofendiendo a Dios o perjudicando al prójimo). Como Creador, Dios repone la justicia, en este mundo o en el otro, pero desde la venida de Jesucristo, Él es el dispuesto a "pagar" la multa o reposición de esa justicia a quienes con corazón sincero se arrepientan de haberla violado (véase la iluminadora parábola del hijo pródigo). Este pago por otro de nuestras faltas es lo que se conoce por misericordia divina. Y se restituye con la misma moneda: el amor. A Dios nuestro salvador misericordioso, y al prójimo. Al que rechaza a Dios se le aplica entonces la Justicia.
El misterio de todo esto es que Dios, en su manifestación carnal, nos dice que- aunque no necesita ser amado- quiere ser amado por el hombre.

Naturalmente, la Iglesia predica un camino de perfección espiritual durante toda la vida, y no meramente una confianza animal en la misericordia de Dios que, aunque opera continuamente, no debe ser motivo para abandonar nuestra alma, sino para con más acicate purificarla.

Por último, en cuanto a porqué Dios permite el mal, es pregunta recurrente en toda la historia de la teología, desde antes de Cristo (véase el libro de Job). La existencia del mal es pregunta, no de los cristianos, sino de cualquier persona con mínimo sentido moral (o sea, cualquier persona sin taras psicológicas graves).

Recomendando de antemano consultar a teólogos expertos, yo haría una simplificación no exacta, pero sí válida para entender el concepto (exponiéndome a que lectores con más conocimientos que yo me den de capones). El mal podemos dividirlo en dos tipos:

1) El mal natural: se trata de todos los efectos perjudiciales para el hombre de la expresión de las leyes naturales. Terremotos, indundaciones, huracanes, enfermedades, etc, etc, forman parte del orden de la Creación querida por Dios. Su sentido se nos puede escapar, pero si Dios así lo ha dispuesto, sin duda lo tienen.
Tienen razón de mal únicamente en tanto en cuanto nos afectan. Por ejemplo, si un incendio destruye nuestra casa, sin duda lo catalogaremos como un mal. Pero puede que el mismo incendio, al vecino de al lado le destruya las malas hierbas y sea causa remota de una magnífica cosecha el siguiente año, lo cual sin duda catalogará como un bien (como dice el refrán, nunca llueve a gusto de todos).
La teología nos enseña a aceptar que dichos males naturales forman parte de la vida, que por ellos probablemente seremos heridos en algún momento, y muertos. Buscarles un sentido en nuestra vida es probablemente la mejor manera de afrontarlos.

2) El mal moral: se trata de todos los males que proceden de una elección deliberada del hombre. Aquí englobamos probablemente a los más lacerantes y dolorosos: injusticias, robos, calumnias, violaciones, guerras, asesinatos y un largo etcétera que cualquiera puede rellenar. Provienen del mal uso de la libertad regalada por Dios a los hombres. Se puede afirmar que todos en algún momento de nuestra vida hemos hecho un mal a alguien (o a Dios, o a nosotros mismos). Ni el más santo se ha librado de ello. Únicamente Jesucristo. Naturalmente, quienes viven más años han cometido más. Y quienes más alejados están de Dios y su ley del amor, mayor cantidad y profundidad de males están expuestos a cometer. El mal moral es intrínseco a la libertad del hombre. Únicamente quien tiene libertad para elegir, puede equivocarse (de forma populachera, únicamente quien tira los penalties puede fallarlos).
Aquí es donde entra la teología moral como la que se comenta en esta sección de la bitácora.

Pese a la larga extensión de la contestación, en realidad he resumido enormemente la cuestión que, efectivamente, es compleja.

Confío en que al menos haya podido servir de ayuda.

Saludos.
13/09/16 10:27 AM
  
Renzo
Gracias por la respuesta Luis.

A pesar de tu enlogiable esfuerzo por explicarlo, sigo viendo cosas que no me terminan de cuadrar.
Como no quiero que se pierda el hilo de tu artículo, sólo comentaré las que más me "chirrián".

"La tradición cristiana desde tiempos apostólicos afirma que cuando Cristo yació muerto, descendió al Hades a rescatar a todos los Rectos y Justos de tiempos pretéritos (que no estaban en el infierno sino "durmiendo") y los llevó al Cielo."

La pregunta obvia es ¿y qué hacián allí?, si finalmente tenían que acabar en el Cielo, ¿para qué ese trámite?, ya estaban muertos y nadie iba a ser testigo directo del rescate, no había un efecto ejemplificador para los que seguían vivos, no le veo lógica, la verdad.
Cuesta imaginar que sentido tiene que cientos de miles, millones, de humanos, muriesen habiendo sido Rectos y Justos para acabar "dormidos" durante milenios y que todos sus allegados sufrieran sin saber cuál era el "destino" de sus seres queridos una vez fallecidos.

"Su sentido se nos puede escapar, pero si Dios así lo ha dispuesto, sin duda lo tienen."

No se me ocurre qué sentido puede tener un niño con leucemia, ni la existencia de parásitos como, por poner un sólo ejemplo, el gusano de la thelaziosis.

Te agradezco nuevamente la respuesta, que con seguridad resultará más útil a los creyentes que a los que no lo somos, ya que en aquellos se da la aceptación previa e imprescindible de la existencia de Dios y, desde ahí, cualquier cosa puede ser creida y aceptada. Supongo que es una cuestión de actitud ante la vida, preguntarse por todo y buscar respuestas sin conformarse con "Dios es inescrutable" o bien conformarse con respuestas que no lo son o, directamente, no hacer determinadas preguntas.

Saludos.




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LA

En cuanto al primer caso, es obvio que para los cristianos la venida de Jesucristo es el parteaguas de la historia, muy especialmente su Pasión, muerte y Resurrección. Su milagrosa historia y sus enseñanzas son la base de todo, tanto para lo por venir como para explicar lo anterior.
Los justos o rectos que esperaran la venida de Cristo para ser conducidos al Cielo, simplemente obraron en vida lo mejor posible con aquella información que poseían (como, a fin de cuentas, estamos todos llamados a obrar), y simplemente, esperaban la voluntad de un Dios que, por lo menos, sería justo. En el caso de los creyentes en el único Dios, su manifestación final.
En su caso, la ejemplaridad para los vivos dependía de su conformidad a un obrar recto en vida, no tanto a si iban a ir al Paraíso de forma inmediata o retardada.

El propio Cristo así lo afirma en Juan 8:56: "Abraham, vuestro padre, se estremeció de gozo, esperando ver mi día: lo vio y se llenó de alegría".
Y lo mismo con respecto a los santos previos a Él y posteriores, una vez revelada la Ley del Amor, como afirma con respecto a Juan el Bautista en Lucas 7:28:"Os aseguro que no hay ningún hombre mayor que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él".

En cuanto a la segunda objeción, todos nos la hacemos. También los cristianos. También nosotros sufrimos enfermedades y dolores que no parecen tener sentido, aunque formen parte del orden natural. ¿Por qué existen los gérmenes, o los defectos de ADN, que no parecen tener utilidad a las criaturas? Y, sin embargo, quienes estudian en profundidad la naturaleza, descubren que todo forma parte de un algo superior. Los virus o las bacterias están en la base de una cadena que sustenta la vida. Las mutaciones se cree que sirven como instrumento para que las especies se adapten mejor a un medio cambiante. En definitiva, la existencia de todo en el orden natural parece tener un propósito, aunque muchas veces nos cueste comprenderlo. La existencia del mal moral, producto del hombre, sin embargo siempre parece más vacío, más inútil, más horrible de aceptar.

No obstante, créeme si te digo que comprendo tu punto de vista. La razón humana siempre pide más explicaciones, forma parte de su esencia, y llegar a un punto donde se pide meramente confiar en la palabra de un hombre que vivió hace 20 siglos se hace difícil.
Muchas veces los ateos afirman que la fe es algo así como un consuelo de lo que no se comprende, una herramienta para evitar la desesperanza. Pero yo la veo como lanzarse de cabeza a una piscina oscura simplemente porque alguien muy querido te asegura que hay agua. No es sencillo, al menos para personas con una fe madura. Hasta que no te tiras no comprendes todo el bien que te hace.

Hacerse estas preguntas es humano. Confiar es humano. Dudar es humano. Eso es precisamente lo que demuestra que somos humanos.

Saludos.
13/09/16 2:55 PM
  
raul
En el caso de aquellos que murieron antes de Cristo, no olvidemos que como seres humanos estamos sujetos a una limitación temporal, a una línea de tiempo entendida como una sucesión de momentos y de actos pero que fuera de nuestro entorno ya no es así y que entre los atributos de Dios como el creador del universo está precisamente estar por encima de cualquier limitación como esta, la temporalidad. Por tanto Dios "está" en un eterno presente y de ahi el hombre como ser espiritual también lo estaría por lo que a ese nivel no habría un antes y un después, al menos como sucesión de momentos que es la concepción que tenemos. Muy dificil de comprender este concepto al cual la ciencia actual también se está acercando.

Respecto a fenómenos naturales y enfermedades no olvidemos que el origen de muchas de ellas es el abuso del hombre sobre su medio ambiente o el abuso en la experimentación científica no siempre con fines lícitos.

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LA

Entiendo que Renzo lo pregunta principalmente desde el punto de vista del actuar moral de aquellos hombres que vivieron antes o en desconocimiento de Cristo, y no tanto con respecto a la Verdad absoluta sobre la salvación, que naturalmente únicamente Dios conoce en su plenitud.

En cuanto a los males naturales, se exponen como ejemplo ideal. En el momento que en un mal natural interviene el hombre con su libertad, aparece el acto moral, y ya no es un mal meramente natural.

Saludos.
29/09/16 4:37 AM

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