Athanasius Kircher

Athanasius o Atanasio Kircher nació el dos de mayo, y nunca supo con certeza si del año 1601 o del 1602, en el pueblo de Geisa, apenas 20 kilómetros al norte de la célebre abadía de Fulda, enclavado en la comarca de Buchonia, en la frontera entre los estados alemanes de Turingia y Hesse. Por su lugar de nacimiento, fue llamado en ocasiones Fuldensis o Buchonius.

Fue el menor de seis hermanos del filósofo Johannes Kircher, doctor en teología en la universidad de Maguncia; su inteligencia despierta motivó que fuese enviado a estudiar filosofía, filología y teología a Paderborn, en Renania septentrional. Como la familia no tenía recursos para costeárselos, ingresó en la orden jesuita, donde becaban a las mentes más brillantes. Así, estudió humanidades en el colegio jesuita de Fulda y el 2 de octubre de 1618 entró en el seminario de Paderborn. Criado en una época de turbulencias religiosas, huyó de la ciudad en dirección a Colonia en 1622, ante el avance de las tropas protestantes. Por cierto que su accidentada vida corrió su primer peligro al resbalar y caer al agua mientras cruzaba a pie el Rin helado, evento del que logró salir ileso. Hasta 1624 permaneció en Coblenza, donde enseñó hebreo y sirio, pero también matemáticas, pues su curiosidad intelectual no conocía límites, y tenía una gran pasión por la investigación de los dispositivos mecánicos; así destacó por primera vez, al preparar un innovador espectáculo de fuegos artificiales en un escenario móvil con motivo de la visita a la ciudad del arzobispo elector de Maguncia.

En 1628 fue consagrado sacerdote y doctor en teología, siendo nombrado profesor de ética y matemáticas en la universidad de Würzburg (Franconia), donde siguió cultivando sus estudios de lenguas antiguas. Allí, tras quedar intrigado por una colección de jeroglíficos en la biblioteca de Speyer, comenzó su pasión por la antigua escritura egipcia, que le acompañaría toda la vida. También sintió atracción por el lejano Oriente, y en 1629 solicitó a su superior ser enviado como misionero a China. No obstante, destacó inicialmente por sus conocimientos matemáticos, y sus investigaciones en el campo del magnetismo fueron el motivo de su primer libro, Ars Magnesia, publicado en 1631. Este tratado adelanta ya una característica fundamental del autor: su acercamiento sincrético a las ciencias, entre las que no establecía las fronteras formales que son tan comunes hoy en día. En este tratado, por ejemplo, estudiaba muchas formas de magnetismo, entre las que incluía desde la atracción gravitacional de los cuerpos celestes hasta el amor. Aunque la obra le granjeó merecida fama, nuevamente las guerras religiosas de Alemania forzaron un cambio en su vida, ya que un nuevo avance de los ejércitos protestantes en Franconia le forzó a exiliarse en la ciudad de Aviñón, en cuya universidad papal continuó enseñando.

En 1633 su fama era tal que fue llamado a Viena por el emperador para sustituir como matemático de la corte nada menos que al fallecido Johannes Kepler. El físico Nicolas Fabri, a quién había conocido en la universidad aviñonesa, le persuadió para que continuara sus estudios en Roma, y logró que la orden imperial fuese revocada.

Kircher se estableció en la Ciudad Eterna de por vida, y dio clases de matemáticas, física y lenguas orientales en el Collegio Romano hasta que unos años después fue relevado de esa función para poder dedicarse en exclusiva a la investigación. Ese mismo año de 1633 comenzó a estudiar copto, publicando en 1636 Prodromus coptus sive aegyptiacus, la primera gramática en esa lengua.

En 1638 realizó un importante viaje científico (poco comunes en aquella época) por el sur de Italia, Sicilia y Malta. Quedó fascinado por diversos fenómenos naturales, como el cráter del Vesubio (que había erupcionado en 1630) por el que se descolgó con una cuerda para poder investigarlo más cercanamente, al igual que había hecho Plinio el Viejo en la gran erupción del año 79 dC. También anotó el ruido sordo de los estrechos de Mesina, las erupciones de los volcanes Etna y Stromboli y los fósiles de “elefantes antediluvianos” (mamuts) de Trapani. Sus estudios geológicos culminaron con la publicación en 1664 de Mundus Subterraneus, en el que propuso que las mareas estaban causadas por el movimiento de un océano subterráneo.

La fama de erudición alfabética de Kircher hizo que fuera requerido por carta en 1639 por Georgius Barsichius, un alquimista de Praga, bibliotecario del emperador Rodolfo II, que conocía sus estudios sobre copto; ponía en su conocimiento que había llegado a sus manos un misterioso manuscrito, atribuido a Roger Bacon, cuya escritura no podía comprender, pidiéndole su ayuda. Kircher quiso comprárselo, pero aquel se negó. Tras su muerte, el manuscrito pasó a manos de Johannes Marcus Marci, amigo de Kircher, que accedió a enviárselo en 1665. Tras fracasar en sus intentos de descifrarlo, lo donó a su muerte al Collegio Romano. El libro, conocido hoy en día como “manuscrito voynich”, todavía es incomprensible, y uno de los más grandes misterios de la lingüística. La historia de este documento es en sí una apasionante aventura. Del impacto que causó en el propio Kircher habla su propuesta publicada en 1663 de crear un lenguaje artificial universal, en lo que fue también pionero.

En 1641 publicó un segundo tratado de magnética, Magnes sive de Arte Magnetica, en el que explicó el funcionamiento real del reloj magnético, inventado por otro jesuita, Linus de Lieja. Peiresac había explicado en 1631 el funcionamiento del reloj como demostración del modelo cosmogónico propuesto por Copérnico, en el que la esfera del reloj rotaba por la fuerza magnética del sol. Kircher desaprobaba entonces la teoría copernicana, apoyando en su lugar la de Tycho Brahe, y demostró en el Magnes que el reloj de Linus podía rotar también si se le colocaba un reloj de agua en su base. Por cierto que su postura frente a la teoría copernicana se modificó con el tiempo, y en su obra Itinerarium extaticum, revisada en 1671, la incluía en pie de igualdad con otras teorías cosmogónicas.

En 1646 publicó Ars Magna lucis et Umbrae en el que describió una “lámpara catotrófica” que usaba el reflejo de la imagen proyectada en la pared de una habitación oscurecida. Se trataba de un modelo mejorado de la “linterna mágica” inventada por Christian Huygens basándose en trabajos anteriores. Ocasionalmente se le ha atribuido erróneamente a Kircher este invento, del cual solo es perfeccionador. Lo que sí realizó fue una aproximación racional al fenómeno, hasta entonces tenido por mágico (como su nombre indica) e incluso atribuido al rey Salomón. Kircher enfatiza en su obra que los que exhibieran tales imágenes debían informar a los espectadores que estaban basadas en fenómenos puramente naturales, evitando el engaño y la estafa.

También en 1646 fue de los primeros investigadores en emplear un microscopio para investigar la sangre de víctimas de plagas, en especial la malaria. En 1658 publicó Scrutinium Pestis, donde describía unos “pequeños gusanos” o “animalículos” en la sangre, deduciendo la etiología microorgánica de las enfermedades. Aunque modernamente se cree que lo que vio (dada la resolución óptica de la época) eran las propias células hemáticas, lo cierto es que su conclusión fue correcta, y las medidas de aislamiento que recomendaba para evitar las plagas, desde aislamiento a uso de mascarillas, eficaces y aún empleadas actualmente.

Probablemente, sus estudios sobre lenguas antiguas fueron los que mayor fama le granjearon en su día. En esa época, el estudio de la escritura jeroglífica, cuyo significado se había perdido en los primeros siglos de la era cristiana, estaba basado en la defectuosa obra Hyeroglyphica, escrita en 1566 por el humanista Bolzani. Kircher se interesó vivamente por el misterio de aquella caligrafía que había reflejado las pasiones y pensamientos de un pueblo tan grande como el egipcio. Afirmaba que era un lenguaje con “tantos dibujos como letras, tantos enigmas como sonidos”, y consagró buena parte de sus estudios a descifrarlo. Aunque hoy en día muchas de sus conclusiones han sido superadas, otras se reivindican como pioneras (por ejemplo el establecimiento de la relación entre la escritura jeroglífica y la hierática, o la vinculación entre el antiguo egipcio y el moderno copto), y nadie le regatea el mérito de poner las bases de la egiptología moderna. Hasta el descubrimiento de la piedra Rosetta y el desciframiento del idioma jeroglífico por Champollion y Young a principios del siglo XIX, Kircher fue la mayor autoridad en el tema.

Su primera obra sobre el tema, Lingua aegyptiaca restituta (1643), rompió con la tradicional interpretación del griego Horapolon (que consideraba que cada dibujo representaba un símbolo). En 1654 vio la luz el Oedipus Aegyptiacus, un vasto tratado sobre egiptología y religiones orientales comparadas, en el que recogía cuatro años de traducciones de jeroglíficos en el contexto de sus estudios coptos. Realmente la mayoría de ellas son erróneas, pero persisten como primer estudio serio. Kircher, de hecho, intuyó acertadamente que los jeroglíficos podían ser en realidad un sistema alfabético, que relacionó con el griego. También fue el primero en descubrir el valor fonético de la lectura jeroglífica.

De su insaciable y amplísima curiosidad da buena cuenta Musurgia universalis, escrita en 1650, en la que creía que la armonía de la música reflejaba las proporciones del universo, e incluía planos para construir un órgano musical automático movido por agua, transcripciones en solfeo del canto de los pájaros y diagramas de instrumentos musicales, como un “arpa eólica” que sonaba únicamente al ser rozadas sus cuerdas por las corrientes de aire (inspirado en el relato del arpa del rey David), autómatas que hablaban por un tubo parlante y una máquina de movimiento perpetuo basada en imanes (que, obviamente, nunca funcionó). En Ars Magna Sciendi sive Combinatoria (1669) describía sistemas para generar y contar cualquier combinación de objetos finitos.

Otra de sus pasiones de juventud que cultivó en su adultez fue la sinología. En 1667 publicó un voluminoso tratado conocido popularmente como China Ilustrata, en el que hace un repaso enciclopédico a la cultura china, desde la cartografía a la historia, pasando por los mitos. Para ello empleó el material que sus hermanos jesuitas allí establecidos habían ido recopilando, contribuyendo de ese modo al conocimiento de China en Europa. Resaltó los elementos de los cristianos nestorianos en la historia del gran imperio, creía que los chinos descendían del bíblico Cam (hijo de Noé), y pensaba que la escritura ideogramática (como la china) era inferior a la jeroglífica, porque representaba ideas concretas, en vez de simbólicas. En gran medida, la idea que sobre China se forjó Europa, y que en buena medida ha permanecido hasta nuestros días, se debe a los trabajos de Kircher.

En 1675 publicó Arca Noë, un curioso (y minucioso) estudio acerca de las medidas y funcionamiento del Arca de Noé para llevar a cabo su función preservadora del hombre y las especies durante el diluvio, muy en la línea del pensamiento teológico contrarreformista de la época. Por cierto que su conclusión fue que, tras analizar las especies preservadas por el patriarca y el tamaño de la nave, no habían existido problemas de atestamiento ni avituallamiento por falta de espacio. En este tratado propuso que las especies podían transformarse en diferentes ambientes (por ejemplo, un ciervo en un clima frío se convertiría en un reno). Creía que algunas especies se formaban por hibridación entre seres de dos especies distintas, y en la generación espontánea de los animales más pequeños. Por ello, algunos autores le consideran un proto-evolucionista. También se interesó por los fósiles, a los que consideraba restos de animales ya muertos, producto de la generación espontánea de la tierra o incluso falsificaciones humanas (sospecha confirmada en varias ocasiones en el siglo XIX).

Insaciable coleccionista, atesoró una enorme cantidad de antigüedades, con las cuales montó las primeras exposiciones de la era moderna en su propio museo (Museum Kircherianum). En 1661 descubrió las ruinas de una iglesia que se creía mandada construir por el emperador Constantino en el lugar en el que la tradición afirmaba que san Eustacio había tenido la visión de Jesucristo entre las astas de un ciervo. Consiguió dinero para restaurar la iglesia, que consagró como Santuario della Mentorella. En él fue enterrado su corazón a su muerte, que se produjo el 28 de noviembre de 1680, en su residencia de Roma.

Athanasius Kircher fue el más eminente escolástico y sabio de su tiempo, y gozó de merecida fama en toda la Cristiandad. Su curiosidad intelectual fue insaciable, y prácticamente exploró todos los campos del conocimiento humano de su época: teología, lingüística, antropología, matemáticas, geología, física. Sus trabajos sirvieron de base para cientos de investigaciones e inventos posteriores. Sus 35 obras mayores se imprimieron y difundieron por todo Occidente, alcanzando gran popularidad entre los estudiosos. Tenía una personalidad infatigable, inquisitiva y pagada de sí misma (por ejemplo, un tal Andreas Mueller le vendió una falsificación en un idioma ininteligible supuestamente oriental que Kircher tomó y defendió por auténtica, llegando a publicar una traducción coherente del falso fárrago). Descrito en ocasiones como “estrella sabelotodo”, Kircher combinaba su genuino interés en la ciencia con una seguridad excesiva en su intelecto y sus conclusiones. Fue un producto típico, el más brillante en su época, de la formidable intelectualidad jesuita, que creó durante la Contrarreforma una vasta legión de sabios en todas las disciplinas, auténtico nervio científico del Orbe católico. Como buen católico, jamás halló contradicción, no solo entre la fe y la razón, sino tampoco entre las ciencias humanísticas y las naturales, estudiando apasionadamente ambas. Buscaba genuinamente en las Escrituras la explicación para todos los fenómenos de la naturaleza, que siendo obra de Dios, no podían sino formar parte del plan revelado. Hijo de su tiempo, con cierta frecuencia lo hacía en la literalidad de los textos sagrados, incluso cuando eran claramente alegóricos.

Hacia el final de su época el racionalismo cartesiano se impuso sobre su escolasticismo desbordado e intuitivo. Descartes (adversario personal) dijo de él que era “más charlatán que sabio”, repudiando su celebridad, su obsesión por la técnica y su eclecticismo. Kircher estudió y propuso explicaciones en docenas de disciplinas. Algunas se demostraron posteriormente erróneas, pero otras no solo han sido confirmadas con el tiempo, sino que han supuesto importantes avances científicos. El nombre de este sacerdote jesuita merece figurar con letras de oro en la historia de la Ciencia.

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8 comentarios

  
Luis Fernando
Espectacular. Gracias por traernos a este fuera de serie a InfoCatólica.

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LA

Gracias a tí por tu trabajo y por darme la oportunidad de escribir en Infocatólica. Todavía quedan muchos científicos católicos fuera de serie (jesuitas y no jesuitas) por presentar.
09/10/11 11:56 AM
  
Ano-nimo
Luis:

Muchas gracias por traer la biografía y obras de este magnífico personaje; la verdad es que me ha encantado, me encanta. Es un magnífico ejemplo que fe y ciencia para nada están reñidas; y qué decir de los jesuítas (hablando en general)...hasta en la disidencia, son magníficos.

Un cordial saludo.
09/10/11 12:06 PM
  
Álvaro Menéndez Bartolomé
Gracias por el artículo. Dos apuntes:

-Sé que esto no es una Tesis, pero los párrafos que pone usted en sangría y en cuerpo de letra más pequeño entiendo que son citas: ¿de quién? ¿de dónde? Sería de agradecer la fuente.

-La afirmación: «Athanasius Kircher fue el primer escolástico y sabio de su tiempo [...]»; es un poco confusa. Me refiero al empleo de la categoría 'escolástico' en pleno siglo XVII. Ya sabemos que en ese mismo siglo el escolasticismo de origen medieval -anquilosado en muchos aspectos- fue el sistema educativo que recibiera un Descartes de mano de los jesuitas de La Flèche, pero precisamente por eso, porque la escolástica, pese a permanecer en el XVII, es de origen medieval, el epíteto "primer" aplicado a ese otro, "escolástico", suena un poco extraño.

Muchas gracias por el trabajo desarrollado para la elaboración de este artículo.

Un cordial saludo.

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LA

Gracias por sus amables palabras, Álvaro.

1) Los párrafos en sangría distinta no son citas, pobre de mí. Se trata de intentos de hacer la lectura algo más amena, dada la inmensa cantidad de palabras que suelo poner en cada artículo. El coordinador técnico de la página me recomendó que cuando aportara datos algo más marginales al cuerpo principal del artículo lo hiciera con letra más pequeña, por si alguien quería saltárselos. Es obvio que no lo he hecho muy bien, dado que le he inducido a confusión.

2) Creo que el empleo de la categoría escolástico no es incorrecto, pese a que se trate del siglo XVII, pues existía aún, aunque no fuera el escolasticismo de Tomás de Aquino. Sí he modificado, siguiendo su amable sugerencia, la expresión "primer escolástico" por "escolástico más eminente", que define su sentido con más precisión.

Un cordial saludo.
09/10/11 2:03 PM
  
Catholicus
Jesús, si tenemos aquí la Espasa!

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LA

Es que el conocimiento enciclopédico no nació con Diderot y D´Alambert.
09/10/11 6:54 PM
  
Yolanda
Esta serie, que sabes qué colecciono, merece darse a la imprenta. Lo esperamos.

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LA

Querida Yolanda, esta serie es recopilación de datos que están en muchas otras fuentes. No hay ni un triste átomo original mío. Sería bastante impúdico acercarla a ninguna imprenta. Eres libre de coleccionarla, copiarla, distribuirla, hacerla circular o ciclostilarla. Un abrazo.
10/10/11 12:07 AM
  
Ano-nimo
Perdona Luis, pero sí existe ese átomo original tuyo; la idea de dedicar un apartado dentro de tu bitácora a los científicos católicos. Es original, una gran idea y muy necesaria además, en vista de la amnesia que parece sufrir la sociedad laicista en la que vivimos, en donde se pretende negar que ciencia y fe sean compatibles cuando resulta que está más que demostrado que no es así y ahí está la historia como prueba, para desgracia de los anteriores (cada artículo que publicas en este apartado es una patada a uno de sus dogmas principales; la supuesta incompatibilidad, que ellos dicen existir, entre fe y ciencia -y que todo sea dicho, es una idea absolutamente absurda y ridícula, de una irracionalidad sin límites; una estupidez completa).

Un cordial saludo.

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LA

Gracias, Ana.
Un cordial saludo.
11/10/11 12:38 AM
  
Yolanda
Hombre, LI, en principio, el hecho de que los datos estén disponibles en muchas fuentes no resta originalidad a un proyecto. ¿Vas a ser original para decir que Athanasius o Atanasio Kircher nació el dos de mayo, y nunca supo con certeza si del año 1601 o del 1602, en el pueblo de Geisa, apenas 20 kilómetros al norte de la célebre abadía de Fulda?

Una compilación de capítulos breves que recojan las biografías y aportaciones a la ciencia y a la fe de de estos científicos sería un buen libro de divulgación. Necesario y dignísimo, por cierto.
12/10/11 12:22 AM
  
Gregory
Interesante personaje, me imagino que no son muchos los que han oido de él por lo que agradezco la información es un claro ejemplo de como la fe y la razón pueden ir de la mano.
13/10/11 1:31 AM

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