El día que se perdió España (III)

Frente a frente

Los cristianos avanzaron pasando Sevilla y Asidona (Medina Sidonia). Tarik se puso en marcha con sus berberiscos, y ambos ejércitos acamparon uno en frente del otro el día 19 de julio del año 711.

¿En qué lugar exacto tuvo lugar el encuentro? La Crónica mozárabe le llama la batalla de Transductine Promontorios, en unos ilocalizables “promontorios trasductinos”. Los relatos árabes posteriores le llamaron Waddi Lakka, la “Batalla del Lago”. Los cronistas latinos medievales tradujeron “Waddi Lakka” por “Guadalete”, nombre de un río que nace en Grazalema, pasa por Arcos de la Frontera y desembarca junto al Puerto de Santa María, en la provincia andaluza de Cádiz. No obstante, los terrenos cercanos a ese río no son propicios a un combate multitudinario, ni están cerca de ningunos promontorios, ni se han hallado restos arqueológicos de una batalla. Los expertos contemporáneos han buscado un lago, y tienden a situar esta batalla en la laguna de la Janda (no lejos de Vejer de la Frontera y Barbate, a unos 70 kilómetros al sur del río Guadalete), junto a la cual existen tanto llanos propicios a la lucha como colinas.

La batalla no comenzó de inmediato, antes aún, durante varios días ambos contendientes se limitaron a mirarse frente a frente. Durante el día se sucederían las embajadas, en las que Rodrigo trataría de convencer a los norteafricanos para que se retirasen voluntariamente. Tarik tenía buenos motivos para atender a estas embajadas, aunque no tuviese ninguna intención de llegar a un trato, ya que le interesaba mucho más lo que sucedía por la noche.

En efecto, cuando caía el sol el campo cristiano se animaba enormemente. Los agentes de los viticianos recorrían las tiendas de los soldados y de las levas, sembrando el desánimo. Contaban a los hombres que los bereberes habían venido tan solo a por botín y que una vez obtenido se retirarían, que era absurdo poner en riesgo sus vidas por defender al usurpador, y que era mejor dejar que los musulmanes le matasen en combate y así los godos se librarían de él para recuperar a su rey legítimo. Tales desánimos no solo los sembraban por las tiendas de los de Tarraconense y Septimania, sino también en las de los guerreros de otros nobles no chindasvintianos.

Pero aparte de esta traicionera labor de zapa en retaguardia, Oppas enviaba emisarios al campamento norteafricano para entrevistarse con Tarik, mientras el conde Urbano Juliano ejercía de intermediario. Estos le prometían poner en sus manos al ejército cristiano, pasarse a su bando en pleno combate y entregarle la victoria, a cambio de que favorecieran sus intereses y le ayudaran a coronar de nuevo al joven Agila. Tarik negociaba sin ninguna prisa, sabiendo que la discordia reinaba en el campo de sus enemigos, y que el tiempo corría a su favor.

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Los ejércitos

Llegados a este punto, vale la pena recordar cómo combatían godos y bereberes, para hacernos una idea acerca del aspecto que tendría la batalla desde un punto estrictamente militar.

Desde sus orígenes en la orilla meridional del mar Báltico, los godos, como casi todos los germanos, basaron su modo de combatir en la llamada “línea de escudos”: una fila continua de lanceros, en la que cada miembro era protegido por el escudo del compañero derecho, mientras con su escudo protegía a su compañero izquierdo. Era una estructura de defensa frontal muy fuerte, apta para rechazar tanto proyectiles como cargas de caballería, y tenía ventaja defensiva frente al ataque de otra línea de escudos. Existían guerreros germanos especializados en tratar de romper la línea enemiga, con espadas o hachas. Eran la élite de la tribu, hombres gigantes, con buenas armaduras, fama de bravura, terribles tatuajes y habitual consumo de sustancias alcohólicas antes de entrar en combate; pese a su especialización en “romper escudos”, era tarea muy difícil, y con frecuencia infundir terror en la línea enemiga era la clave del éxito para ellos. El papel de este tipo de guerreros, con la cristianización y el contacto con la civilización latina, fue asumido por los nobles y sus paladines, cuyo prestigio social descansaba en buena parte en su valor y habilidad guerrera.

La línea de escudos tenía, no obstante, las desventajas propias de una estructura defensiva poco flexible. Por supuesto, era vulnerable a un ataque por retaguardia, pero esto era infrecuente. Su principal debilidad era la posibilidad de romperla por algún punto: en el momento en que el lancero perdía el apoyo de su compañero de escudo, corría un riesgo cierto de verse superado. Era preciso un alto grado de entrenamiento y valor (que solo se adquiría con la veteranía), para sostener la posición en esas circunstancias. Por ello, la clave de la estrategia goda era lograr romper la línea enemiga en un punto. Teóricamente, los flancos eran los lugares más propicios, pero para lograr envolver a un ejército por el flanco era precisa una coordinación y capacidad táctica de la cual los ejércitos germánicos de la alta edad media estaban muy lejos.

Asociados a la línea de escudos se hallaban unidades tenidas por menos importantes. La infantería ligera había existido desde los primeros tiempos, y estaba formada normalmente por los miembros más jóvenes y más pobres de la tribu. El contacto con hunos y romanos había alentado a los godos a desarrollar y especializar algo más estas unidades, aunque seguían siendo secundarias: los lanzadores de venablos o dardos (que en España eran particularmente hábiles por heredar la rica tradición celtíbera en este formato de combate) eran interesantes, pues podían llegar a atravesar los escudos de la infantería pesada si se acercaban lo suficiente. Para evitarlo existían otras unidades, como los arqueros y los honderos (esta última, típicamente hispana), que les hostigaban antes de llegar a una distancia peligrosa. Todos ellos, por supuesto, combatían con poca o ninguna armadura; en todo caso, de cuero u otros materiales que no limitaran su velocidad y agilidad, su principal arma defensiva.

La caballería nunca tuvo un gran desarrollo entre los visigodos, que jamás aprendieron a combatir a caballo con la maestría de los hunos. Asimismo, España era en aquella época una tierra con escasas cabañas de sementales. Con todo, existían unidades de caballería ligera, aptas para la exploración, para hostigar a la infantería ligera o para perseguir a los enemigos en fuga. Los nobles acudían al combate a caballo, pero desmontaban para luchar, y los equinos quedaban a retaguardia, por si era necesario emplearlos, bien para la huida, bien para la persecución.

Entre los godos, tanto el armamento como la organización era un asunto de índole social. El ejército estaba formado por la unión de las huestes privadas de los nobles, entre los cuales la del rey era solo una más (aunque fuera muy numerosa). Salvo la compañía de los spatharii cubiculum- la guardia real (un cuerpo eminentemente honorario, aunque con una cierta meritocracia)- el resto de combatientes dependían exclusivamente de su señor natural.

Cada noble se rodeaba de una compañía de hombres armados llamados bucelarii o fideles, profesionales de la guerra, bien armados y entrenados, que seguían las órdenes de su señor. En tiempos de paz mantenían el orden y ejecutaban las sentencias de la justicia. En tiempos de guerra, cada noble debía, por ley, añadir a su comitiva un porcentaje determinado de siervos armados a sus expensas, lo que se conocía como la leva (en la época que tratamos, la ley obligaba a llevar una doceava parte de todos los esclavos o clientes). Como es lógico, los aristócratas procuraban levar al menor numero posible de vasallos- solían ser campesinos, y la cosecha se resentía de su ausencia-, y por lo común los armaban insuficientemente. Obviamente, tanto su capacidad combativa como su moral eran muy bajas, y solamente su elevado número (formaban el grueso del ejército) les daba alguna utilidad. La línea solía estar formada por bucelarios y los siervos a los que había alcanzado para lanza y escudo. La infantería ligera estaba formada íntegramente por siervos.

Los bereberes tenían una disposición similar, pero con importantes variaciones. Ante todo, su línea de escudos era menos importante y más débil. Los bereberes solían ir peor armados que los bucelarios godos, aunque su armamento y entrenamiento era más homogéneo. Asimismo, eran todos guerreros curtidos y experimentados, superando en ello a la masa de siervos bisoños reclutados a la fuerza que constituía el grueso del ejército cristiano. Por otra parte, daban más importancia a la infantería ligera (arqueros y jabalineros, y también algunos honderos), y sobre todo, tenían una gran tradición militar en el empleo de la caballería ligera, tanto lanceros como sobre todo lanzadores de venablos montados, arte en que eran los maestros de su época. No hay duda de que en la jornada de Guadalete los berberiscos contaron con más jinetes que los godos. Asimismo, frente a la doctrina de la ruptura de línea germánica, los berberiscos estaban acostumbrados a las tácticas ágiles como la emboscada, la escaramuza, la huida fingida y tantos otros recursos de la guerrilla empleada contra los invasores árabes en las montañas del Atlas unos años antes. Estas características dotaron al ejército de Tarik de una flexibilidad muy superior a la rígida táctica de las tropas de Rodrigo.

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La polémica sobre la disposición del ejército de Rodrigo

Entre los godos la disposición del ejército se hacía por grupos nobiliarios por pura economía de medios. Cada hombre estaba acostumbrado a seguir las órdenes de su superior inmediato, el cual obedecía a su señor nobiliario. Tanto la línea como las unidades ligeras se colocaban en función del noble al que sirvieran, y no por ningún plan táctico preconcebido en función del tipo de combate que efectuaran o del armamento o coraza de que dispusieran. Asimismo, dependiendo del peso y amistades del noble, y no del tipo de tropas que aportase, se colocaría más cerca del centro, donde estaba el comandante. Este era otro motivo para que las tácticas complejas estuviesen proscritas: la organización no daba para mucho más que ponerse en fila y trabar combate con el enemigo.

De ahí que la iniciativa táctica favorita de los godos fuese la “ruptura por el centro”, es decir, cargar el peso del combate en el centro de la línea enemiga y tratar de romperla por ahí, dividiéndola en dos. Es por eso que el rey y los principales nobles (sobre todo los familiares y clientes suyos) se situaban en ese punto, acompañados de sus comitivas personales. Cuando combatían entre sí o con los francos, que empleaban una disposición similar, era frecuente que los comandantes se enfrentaran cara a cara en el mismo centro, provocando combates cuasi homéricos entre héroes, que en la edad media fueron tema preferente de los cantares de gesta. El capitán que derrotaba o mataba a su oponente, normalmente lograba romper la línea enemiga y se llevaba la batalla.

Aquí hemos de comentar una crítica que se efectuó posteriormente a Rodrigo. En efecto, cuentan las crónicas cristianas que el rey puso al obispo Oppas y a Sisberto (los hermanos menores del difunto rey Vitiza) al mando de ambas alas de la línea, y critican esta decisión como un exceso de confianza, al darles a sus enemigos políticos el mando de los importantes flancos. Los cronistas juegan con la ventaja de saber de antemano el desenlace. En realidad, y conociendo la forma de combatir de los godos, esta decisión era perfectamente comprensible. Rodrigo no podía prescindir de las levas viticianas por su número, y en aquella época sencillamente era impensable adjudicar su mando a otros nobles de su confianza (recordemos que los ejércitos nobiliarios eran, de facto, privados). El combate se iba a decidir en el centro de la línea, y los flancos eran la parte menos importante del dispositivo, por lo que la eventual falta de combatividad de los viticianos tendría allí menos impacto. Al dividirlos y alejarlos lo máximo posible entre ambos extremos, el monarca creyó así reducir al mínimo los inconvenientes del uso de esas tropas dudosas.

Lo que no esperaba el rey es que los viticianos fueran a hacer algo peor que mostrar escasa combatividad.

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1 comentario

  
Ano-nimo
Luis:

Esa técnica de combate, la de los escudos, ¿no era también la de los antiguos griegos, los llamados hoplitas?. (Existe toda una teoría acerca de la importacia que esto tuvo en la antigua Grecia).

El tema es interesantísmo; muchas gracias por desarrollarlo.

Un cordial saludo.

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LA

En efecto, una de las líneas de combate más célebre es la de la falange hoplítica. Filipo de Macedonia la acabó transformando en la falange macedónica, con escudos más pequeños y largas picas (sarissas) en vez de lanzas. La línea germánica estaba emparentada con la de los celtas. En sus orígenes tener un escudo y una lanza era signo de mayoría de edad y de condición de pertenencia a un clan con todos los derechos. Solo los guerreros eran ciudadanos en el pleno sentido de la palabra. Todos los miembros de una linea de escudos eran iguales a la hora de combatir, y se necesitaban unos a otros, de modo que esa forma de lucha también tenía una función social: hermanaba a los hombres y reforzaba los lazos de la tribu.
En el momento de la batalla de Guadalete, la línea de escudos había evolucionado, pero seguía siendo la base de la forma de combate de los godos.
23/07/11 12:35 PM

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