"¡Acá están las bombas!"

Esta crónica, lo adelanto, no será ni graciosa ni de hazañas misioneras o pintoresca. Será más bien un descargo; un medio para exteriorizar mi anonadamiento y frustración y lograr así, luego, algo de tranquilidad.

Siendo la tarde, me decidí a asistir a la misa vespertina de la parroquia católica de Gaoua. Fue una misa muy linda y concurrida, en la que participaron no menos de cuatro sacerdotes y varios sacristanes.  Concluida ésta, me dirigí a la oficina del Padre Herve, a quien había conocido por la mañana de ese mismo día y había prometido llevar una imagen de la Virgende Schoanstatt.

Esperando a que me atendiera (estaba en una  reunión), ya notaba un clima enrarecido en el ambiente y algo de desconfianza en las personas a las que me dirigía (incluidos dos sacerdotes de los cuales no recuerdo el nombre). Concluido su mitin, el padre me hizo señas para que ingresase en su oficina. Pude notar inmediatamente que su comportamiento no era el mismo que hace unas horas (quiero decir, su actitud hacia mí). Pretendiendo que no notara yo su intención última, y como “al pasar”, comenzó a hacerme algunas preguntas indirectas (luego más directas, cuando se anotició que vi hacia donde iba) sobre mi identidad, la congregación a la que pertenecía, el proyecto del que formaba parte, etc.

La pregunta me sorprendió en demasía, pues sin que me lo pidiera, ya le había escrito todos los datos sobre mi persona, misión, acerca del Padre Federico y su comunidad himaláyica, etc. Incluso le había mostrado algunos videos disponibles en youtube, a fuer de que pudiera corroborar todo lo escrito y dicho por mi. A ver: ¿Para que tanto pedido de información si no le pedía la clave de la cuenta bancaria de la Diócesis ni llevaba puesta una remera con una imagen de Bin Laden y un fusil? Soy un simple misionero católico que se apersonó allí para ofrecer ayuda en la prédica hacia las tribus animistas…

Esto mismo, en otras palabras, fue lo que entonces expresé con gran descontento al padre Herver. Me respondió que él creía cuanto yo aseguraba pero que había “gente de seguridad” de la parroquia que andaba haciendo muchas preguntas sobre mí. En seguida ingresaron a la oficina cuatro hombres que vestían ropa informal y que el sacerdote presentó como “la gente de seguridad” (aunque no conocía a esos hombres, me dirá luego). Me preguntó si tenía algún problema en que ellos corroboraran mi identidad “en el puesto que tenían afuera” (sic), y, aunque a regañadientes (pues me parecía algo completamente inusual y fuera de cualquier protocolo), acepté. Cuando voy caminando, saliendo del complejo, esperando encontrar una suerte de puesto de seguridad, me piden mi teléfono, a lo que naturalmente me rehusé. “¿Por qué motivo?”, les pregunté.

Eran aproximadamente las 8pm y estaba totalmente oscuro; no había un alma en la calle. La única luz provenía de los faroles encendidos de una camioneta en pésimo estado, sin ningún tipo de leyenda o identificación, estacionado cerca de la entrada a la parroquia. Apenas me doy vuelta, como preguntando que estaba sucediendo, los hombres me hacen señas de que debía subirme a ella (a lo cual me negué rotundamente). No sabía quienes eran estos personajes de “seguridad” (pues no me habían mostrado ningún tipo de identificación ni se habían presentado como miembros de alguna fuerza policial) ni cuales sus intenciones. Allí fue cuando uno de ellos (el más grandote) intenta sujetarme de los brazos para obligarme a entrar en el vehículo, y casi sin pensarlo comencé a forcejear con él al punto de que hubiéramos llegado a los golpes si no hubiera intervenido un segundo. Entre los dos me fueron llevando a la fuerza a la camioneta. Uno se sentó al volante y otro junto a la ventanilla del acompañante, dejándome en el medio. Mientras, otros dos hombres observaban a la distancia.

La verdad es que estaba bastante asustado, ¿para que negarlo? Tenía en un vehículo a dos de estos hombres, y a éste lo seguían dos motos con más gente. No sabía a donde me llevaban realmente. Llegué a pensar y fantasear cualquier cosa en esos 10 minutos de viaje que se hicieron realmente eternos: podrían ser fanáticos musulmanes (pues desde que llegué a la ciudad me he paseado por todo el pueblo con mi rosario a cuestas y mis tatuajes de cruces y cruzados en mis brazos) o tal vez incluso supremacistas negros anti occidentales.

Finalmente, dentro de una suerte de baldío completamente abandonado, asomaba a lo lejos una tenue luz desde una indescifrable construcción a medio terminar: resultó ser nada menos que la sede de Gendarmería de Gaoua. Ahora entendía menos que antes… ¿Qué había hecho? ¿Para qué semejante operativo propio hollywoodense? Dentro había no menos de 7 personas, todas con una actitud claramente hostil, rodeándome con la clara intención de intimidarme (lo cual lograron, ciertamente). El que hacía de principal allí, el único con uniforme e identificable con la fuerza a la que pertenecía, se mostraba razonablemente amable (“policía bueno, policía malo”), y comenzó formalmente a interrogarme, preguntando a veces datos insólitos. Le dije lo mismo que ya sabían: que era un misionero católico y que toda la información que necesitasen acerca de mi persona y del objeto de mi visita se la había pasado ya al padre Herve.

“Chequeos de rutina”, me dijo de forma muy poco convincente el principal cuando le pregunté el motivo de mi detención temporal. “Una vez que verifiquemos tu identidad y que eres quien dices ser, podrás irte sin problema”. Como el pasaporte no lo llevaba encima, y luego del interrogatorio preliminar, envió cinco hombres a escoltarme (¡por si pretendía escaparme!) a la habitación del hotel donde estaba. Sinceramente no sé si en su vida habían visto alguna vez un pasaporte extranjero y los detuvo la curiosidad o si esperaban encontrar en sus hojas algún mensaje oculto en clave Morse que develara el paradero de Bin Laden o de la mona Lucy… No lo sé, pero lo cierto es que los cincos hombres observaron el documento por 15 minutos y sacaron fotos a cada una de sus 32 hojas. Cuando finalmente cayeron en cuenta que no caía pólvora ni AK47 de mi pasaporte (¡y eso que lo estrujaron a morir!) ingresaron sin ningún tipo de autorización a mi habitación, revolviendo absolutamente todas mis cosas y preguntándome ¡si tenía un arma escondida!. Yo estaba que trinaba de la furia.

Todo lo que encontraron fueron imágenes de la Virgen y de Jesucristo. ¡Acá tienen las bombas!, les grité indignado. Para colmo, algunos de los gendarmes, lejos de mantener un porte o actitud medianamente profesional, ante mi enorme indignación (que exterioricé de un modo mas vehemente de lo que hubiera sido conveniente, tal vez), se reían en mi cara, a modo claramente provocativo. Lo cierto es que me sentí completamente humillado e indefenso frente al atropello de estos estúpidos con armas y placas. En un  momento no pude contener mi furia y terminé lanzándome algunos golpes con el más provocador de ellos (hasta ese momento todavía seguía creyendo que dos de ellos pertenecían a alguna seguridad privada contratada por la parroquia). Sólo me constaba que uno de ellos era gendarme, y fue éste quien me amenazó con enviarme al calabozo si seguía insultando y resistiendo físicamente al provocador. Recién allí todos se presentaron como miembros de Gendarmería (ninguno con uniforme, por cierto. Solo pude observar que uno llevaba calzado un arma de corto calibre). Pero estos incurables maleducados seguían burlándose, aprovechándose de mi estado emocional, de mi condición de extranjero y de su superioridad numérica.

Lo cierto es que aquí tuve una enorme ayuda divina. En este rincón del mundo muchas veces la policía es más peligrosa que el Islam. Aquí te desaparecen y nadie se entera; aquí no hay reglas ni protocolo alguno (y si lo hay, nadie lo cumple). Sin motivo alguno que lo amerite, tres tipos pueden venir de la nada y llevarte a la fuerza a alguna sección policial (si tienes suerte) y encima humillarte. La sensación que tuve en aquel momento es que el motivo real de su actitud (que cada uno piense lo que quiera) no respondía a razones de seguridad de Estado o prevención (por los recientes atentados ala Embajada de Francia o a otros ataques terroristas). Yo aquí percibí un odio visible de estos hombres hacia mi persona y hacia todo lo que para ellos yo representaba: catolicismo, occidente y raza blanca. (Entérense aquellos eternos bien pensantes: existe el supremacismo negro anti blanco y anti occidental, profundamente anticristiano). Justamente: no es casualidad que el atentado contra la embajada de Francia haya sido en Burkina Fasa, como tampoco pareciera ser casualidad lo que el padre Herve me había comentado esa mañana acerca del gran odio que existe hacia Occidente (y que yo mismo había ido percibiendo desde los primerísimos momentos en este país).

Apenas se retiraron los gendarmes me quedé un buen momento meditando, nervioso. Esto que me pasó a mi no es nada, lo sé (al menos en comparación con casos realmente graves, donde misioneros han sido asesinados y/o torturados o fuertemente golpeados). Pero les aseguro que para mi lo fue todo en algún momento (especialmente en el momento en que me subieron a la camioneta sin saber hacia donde me dirigía). Digo que lo fue todo y que me asustó, porque desde que llegué aquí he sentido una escalada de rechazo y hostilidad cada vez mayor, y sé que aún no he visto nada y que aquí pueden ser capaces de todo. Aquí el control lo tiene y siempre lo ha tenido el Ejército y las fuerzas de seguridad (En África son todo un símbolo de corrupción: con tal de hacerse del poder, cualquier coronel de pacotilla se rebela y extermina a sus propios camaradas de armas y a poblaciones enteras). Mientras las facciones del Ejército se encuentran en pugna (motivos políticos, pecuniarios y/o tribales) y las elecciones “democráticas” deben repetirse una y otra vez (por sospecha fundada de fraude electoral), el Islam crece a pasos agigantados en cada ciudad y los ataques terroristas se multiplican. Entre la población general (aquí nos referimos al sur: mayoritariamente animista) se siembra el odio al cristianismo, al hombre blanco y a la cultura occidental. ¿Los cristianos? Cada día más replegados, al punto de que caminando por alguno de estos pueblos no existe UNA SOLA señal de su existencia.

Aquí, los pueblos son enteramente controlados por los musulmanes; los bosques y regiones remotas, por los animistas. Yo creo que lo que me sucedió fue una suerte de advertencia leve de las “incomodidades” que sufrirán los occidentales si se aventuran a pisar estas tierras.

Al día siguiente le expresé al padre Herve mi profundo descontento por lo sucedido y me explicó que debido al estado de alarma que vive el país (en razón de los atentados) distintas fuerzas de seguridad y el Ejercito suelen infiltrarse en todo lugar donde se congregan números importantes de personas, como las misas cristianas (católicas y protestantes; especialmente los días de más concurrencia, como los domingos) y las celebraciones mahometanas. Generalmente van vestidos de civil y observan los movimientos de todas las personas. Me decía el padre que uno de los motivos de su ensañamiento conmigo es que saqué algunas fotos a la celebración. “Aquí, en Burkina Faso”, proseguía, “muchos turistas han tenido problemas por sacar fotografías. No sólo resulta sospechoso sino que a nadie le gusta ser fotografiado. Muchos extranjeros experimentaron grandes problemas por esto, especialmente con tribus animistas”. Como consejo final, me dijo el padre que aun cuando mi objeto sea predicar, no conviene sacar fotos a nadie ni tampoco hacer filmaciones, incluso de las predicas a los paganos.

Sin tener que hacerlo (pues no fue su culpa) el padre se disculpó por la actitud de esos hombres. Aconsejándome nuevamente, me dijo que por mi bien y seguridad, y aun cuando el trato sea injusto y hasta vejatorio, no debo confrontar al Ejercito o policía de Burkina Faso. Me dijo que tuve suerte; que por mucho menos aquí se envía a la gente a mazmorras realmente espeluznantes.

Lección asimilada, sin dudas.

Terminado este asunto, nos quedamos hablando largamente de otras cuestiones ligadas a la situación general del país, tanto política como social y religiosa. Pero parte de esta provechosa conversación vendrá en la próxima crónica.

 

Abrazo grande

Cristián

Dios, Patria y Hogar

OGP-MCD Western Africa Raid VII

 

3 comentarios

  
Ambrosio Stabrzynski
Gracias a Dios y a la Virgen Santisima que le tuvieron de su mano!!! Ya me imagino lo que debio pasar!! Pero el tal P. Herve ya podia haber empezado advirtiendole de que ojito con las fotos....
26/03/18 7:31 AM
  
maru
Realmente, ha tenido mucha suerte. Tenga mucho cuidado Padre! Que el Señor y su Madre lo guarden y lo acompañen.
27/03/18 9:45 AM
  
Jorge Frech
Padre, lo encomiendo a mis pobres oraciones. Doy gracias a Dios que salio bien de tan horrorosa situacion. Que el manto de Maria Santisima lo cubra y proteja de todo mal.
27/03/18 8:45 PM

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