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28.02.17

¿Qué puede hacer un cura en una escuela católica?

Continuando con la publicación de algunos escritos sobre la temática “Educación Católica", comparto hoy una ponencia que di en el año 2012 en el Congreso Provincial de Educación Católica, en Entre Ríos, Argentina. Intenté reflexionar sobre el lugar del sacerdote -especialmente el sacerdote diocesano- en la Escuela Católica hoy.


“Jesús está en el patio”

El Capellán en la Escuela Católica y la nueva evangelización

 


El pequeño de sala de cuatro años pidió permiso a su señorita para ir al baño. Atravesó el patio, mientras la docente lo miraba llegar. Al regresar a la salita, el pequeño, con su “media lengua”, le dijo a la maestra: “Se… se… señorita. Je… Je… Jesús está en el patio 


don bosco

Evidentemente, no se trataba de una aparición. Tampoco hacía referencia a la imagen de la Cruz que preside el patio de la escuela. El niño vio llegar al sacerdote capellán, de quien sus maestras le enseñaron: “el padre, el sacerdote, es Jesús”.

La frase asusta y conmueve a la vez. Asusta por la infinita desproporción entre quien recibe a veces ese apelativo y lo que implica; y conmueve por el enorme realismo con que la tradición de la Iglesia afirma que el sacerdote actúa “in persona Christi”.

Esta identificación con Cristo se vive de forma plena en la administración de los sacramentos. Pero está llamada a impregnar cada acción del sacerdote. Siempre debe intentar actuar “in persona Christi”. Siempre debe procurar ser Jesús.

 

¿Cuál es mi lugar?

Muchas veces en los años del Seminario, y en los que llevo de ministerio, me he preguntado cuál es el lugar específico del sacerdote en la escuela católica.

A veces los sacerdotes ejercemos en la escuela funciones que no son específicamente sacerdotales: apoderado legal, director o rector, docentes de disciplinas teológicas y no teológicas. Evidentemente, muchos lo hacen con una enorme competencia y eficacia, por sus talentos personales y por la gracia que la Providencia no deja faltar a quien asume una tarea desde la fe y por amor a Dios. Y ni hablemos de las situaciones extraordinarias, sobre todo en los inicios de las escuelas, cuando los sacerdotes han actuado como “arquitectos”, albañiles, plomeros, cocineros, sonidistas, animador de fiestas infantiles, profesores de educación física y muchos otros oficios más… con diversos resultados.

Pero teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes, y la valoración de los laicos pedida –y no siempre realizada- por el Concilio, es bueno identificar la misión específica del sacerdote en la escuela católica en el rol del capellán.

 

¿Qué es, qué hace un capellán?

¿Cuál es el rol específico del capellán en la escuela católica? Considero que el capellán tiene como misión hacer presente a Jesucristo en el ámbito de la escuela, ser “Jesús en la escuela”, como una “imagen viva y transparente del Buen pastor”.

Se deduce, entonces, que el capellán realiza su función más por lo que es que por lo que hace. Si quiere vivir bien su misión, no debe tanto pensar estrategias o técnicas –que también necesita- sino más bien trabajar su propia identidad sacerdotal.  Estoy convencido que el sacerdote que vive en la fe, que es consciente de esta presencia real de Cristo en su misma persona y que intenta vivirla con alegría, deja una huella en el corazón de cada hombre con que se encuentra, aún sin darse cuenta.

Por eso la primera misión que tiene el capellán es buscar decididamente su propia santidad. Parafraseando a Juan Pablo II, podríamos decir que “el verdadero capellán es el santo”. Y también es importante descubrir que el capellán “se santifica santificando”. Es  en el seno de este intercambio multidireccional que le ofrece la vida escolar cómo la gracia del Orden y el dinamismo de la vida espiritual puede desplegarse. Había preparado la ponencia en octubre del año pasado, pero no puedo dejar de citar aquí la homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal. Allí dice en este mismo sentido: “el poder de la gracia (del Orden) se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás (…) El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco (…) se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral”. Tengo la experiencia de algunos días “difíciles” en el ministerio, en los que Jesús activó “lo más hondo de mi corazón sacerdotal”… a través de un jardinerito que me pidió la bendición.

Quisiera desarrollar un poco más detalladamente algunas tareas específicas. Pero antes quiero decir que todo lo que planteo yo no lo logro vivir. Algunas cosas sí, otras medianamente, y muchas casi nunca. Sí soy testigo y beneficiario de la tarea de otros capellanes, en quienes me he inspirado para escribir estas reflexiones.

 

a.    “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” El capellán como intercesor.

Como en toda misión pastoral, el primer deber es la oración. San Juan de Ávila, recientemente nombrado Doctor de la Iglesia Universal, decía: “Las almas se ganan con las rodillas”. La vida de oración del capellán es el alma de su servicio. Es la fuente en la cual puede renovar su fidelidad, sobre todo en momentos en que la siembra no parezca producir fruto. En la intimidad con el divino Maestro, podrá discernir el modo de vivir su misión.

En esa vida de oración, la intercesión ocupa un lugar importante. El sacerdote diocesano puede plasmarla sobre todo en tres momentos de su vida de oración: la celebración de la Liturgia de las Horas, el rezo del Santo Rosario y sobre todo la celebración de la Eucaristía. Mons. Tortolo escribió alguna vez que en la Misa “todo lo ofrecido es transustanciado”. En la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede entregar al Señor cada una de las personas que le son confiadas. Cito de nuevo al Papa Francisco: “…el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel…”

 

b.    “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20) La importancia de la presencia del capellán en la escuela

Bien se podría hacer aquí un “elogio de la presencia”. Pero también podría ilustrar este apartado trayendo a colación uno de los reclamos que más escucho como sacerdote, al que no pocas veces no sé cómo responder: “padre, usted no está nunca”

Estar es, entonces, muy importante. Don Bosco supo esto y su método preventivo está basado en gran medida en la presencia. Estando se generan y fortalecen los vínculos; estando se propicia el diálogo profundo, el paso de las conversaciones puramente ocasionales al ámbito de la intimidad personal. Mi experiencia de patios y salas de maestros es que, cuando el capellán anda apurado o acelerado –y no lo logra disimular- obstaculiza en gran medida la apertura de los demás. En cambio, la presencia serena, distendida, no solo de “cuerpo presente” sino con todas sus potencias y facultades, invita a confiar y da autoridad.

Esto puede parecer un planteo un poco utópico. El sacerdote diocesano ¡tiene que estar en todos lados! ¿Cómo hace para encontrar tiempo para estar en la escuela?

Evidentemente, se trata de hacer prioridades. De elegir estar, dejando de lado otras tareas, si fuera preciso. Pero también es importante saber elegir cuándo estar. Porque hay momentos clave en la vida de la escuela, donde la presencia del capellán puede ser muy significativa. ¿Ejemplos? Algunos actos escolares importantes, como el día del maestro. Reuniones  difíciles que pudieran plantearse. La primera reunión con los padres de la salita de cuatro, la colación de sexto, etc.

 

c.    “Me envió a evangelizar” (Lc 4, 18) El capellán como Maestro de la Fe.

El sacerdote ha recibido, el día de su ordenación diaconal, el libro de la Palabra de Dios. El Obispo le dijo entonces: “Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas”. Enseñar la Palabra es por eso una tarea eminentemente sacerdotal, sin dejar de ser misión de cada bautizado. El capellán encontrará varios lugares y situaciones donde hacerlo:

La homilía en las celebraciones eucarísticas, intentando hacer actual y accesible a sus oyentes –niños o jóvenes- la Palabra eterna. En ambos casos, requiere un esfuerzo especial el poder empatizar con sus destinatarios, para que esa Palabra fecunde realmente sus vidas.

La catequesis: sea en el aula como espacio curricular, sea en celebraciones de la palabra o en visitas informales, el capellán debe intentar catequizar permanentementeEnseñar a rezar será una de las tareas primordiales del sacerdote, dando así a sus educandos la clave para la felicidad. Creo importante poder desarrollar cada vez más el “arte” de captar y responder preguntas: estas suelen expresar los anhelos profundos de los alumnos.

La formación de los docentes: otro tanto podríamos decir de los docentes. Algunos de ellos suelen tener una débil formación doctrinal, e incluso entre los más preparados, pueden subsistir muchas dudas y ambigüedades. La presencia y la palabra clarificadora del capellán será siempre importante, ya sea para responder a requerimientos personales, como para acompañar la misión docente, la síntesis fe-cultura  de cada uno y la educación en la fe de los alumnos. Sería ideal que cada institución prevea también momentos de formación explícita para los docentes; en este ámbito el capellán puede colaborar competentemente.

Por último, el sacerdote debe anunciar la Palabra a los padres de los niños. ¿Cómo y cuando? Sobre todo, buscando hacerse presente cuando los padres visiten la escuela. Muchas veces bastará un pensamiento espiritual antes de la entrega de los boletines, o una palabrita al comenzar o finalizar los actos escolares. En un esquema ideal, las escuelas deberían crear espacios sistemáticos de formación de los padres: propuesta difícil pero realizable.

 

d.    “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24) El capellán, ministro de la liturgia

No hace falta recordar que esto es lo específico del capellán, aquello que nadie puede hacer en su lugar. Si los tiempos fueran mínimos, si hubiera que optar, el capellán indudablemente debería elegir cumplir bien con la misión de santificar. Señalo simplemente algunas ideas que pueden contribuir a ampliar el sentido de esta tarea

La celebración de la Eucaristía es el centro y el momento fundamental de la santificación de la comunidad educativa. El capellán cuidará que cada celebración eucarística sea debidamente preparada y vivida por todos, sabiendo respetar y acompañar los procesos de maduración en la fe. Procurará educar también en la Adoración al Santísimo Sacramento. Casi todas las escuelas tienen su oratorio, el cual muchas veces permanece vacío y, por ende, el Sagrario abandonado. Una visión equilibrada de la pastoral nos lleva a darle siempre la primacía al obrar de Dios, y por tanto a confiar en que Él, el Viviente, presente en el Sacramento, puede y quiere influir directamente en el corazón de los educandos.

La Confesión es otro momento esencial, en que el sacerdote actúa –esta vez infaliblemente- in persona Christi. Sería de desear que el capellán se mostrara disponible, no solo para confesar a los alumnos, sino también para el personal docente y no docente, que tanto o más lo necesita.

La Unción de los enfermos y las exequias: puede parecer extraña la mención de estas celebraciones; y sin embargo, son momentos privilegiados para que las personas, especialmente alejadas, puedan tener un encuentro con Jesús. Por eso las familias de los alumnos deberían tener la certeza de que el capellán está disponible para asistir a sus enfermos y para acompañarlos en el momento de duelo. La experiencia indica que una familia no olvida nunca la cercanía y la preocupación mostrada por la escuela, y en especial por los sacerdotes, en los momentos de dolor. Allí, en esas “periferias existenciales”, el capellán encontrará ocasiones valiosas para realizar en concreto la nueva evangelización.

Por último, el sacerdote tiene sus manos consagradas también para bendecir. Los niños tienen una “afición” especial por recibir la bendición y por bendecir los objetos piadosos y otros elementos que ellos consideran importantes. La bendición de los hogares de las familias es otra acción litúrgica que puede dar muchos y perdurables frutos. Nos brinda además la oportunidad de rezar por ellos y con ellos y de conocer mejor su cotidianidad.

 

e.    “El Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11)  El capellán como pastor de la comunidad educativa.

La dimensión específicamente pastoral asume en el capellán dimensiones específicas. En la escuela, el capellán no ejerce estrictamente hablando una autoridad jurídica. No “manda” ni toma las ciertas decisiones. Y sin embargo, no por eso deja de ser pastor, ya que desde su rol, señala rumbos, amplía horizontes, y sobre todo acompaña los procesos personales de crecimiento. “Apacienta”. Ejerce, entonces, una autoridad muy importante.

Lo hace con los alumnos, constituyéndose en referente moral para ellos, y también incidiendo muchas veces de manera directa en su vida. El acompañamiento personal del alumno es una tarea valiosísima en el nivel secundario y superior, donde los jóvenes, más allá de su rebeldía, muestran continuamente la necesidad de ser acompañados y orientados. Muchos capellanes han invertido e invierten horas a escuchar, aconsejar, consolar a estos jóvenes, transformándose para ellos en verdaderos padres espirituales.

Este acompañamiento lo necesita también el personal docente y no docente. El capellán no debería olvidar nunca que ellos no son simplemente compañeros de trabajo, ni mucho menos empleados, sino que ante todos son para él ovejas, que necesitan ser alimentadas, guiadas, curadas y a veces “llevadas en hombros”. Con algunos docentes esta relación pastor-oveja se da de manera espontánea. Pero sería ideal que el capellán se propusiera tener, al menos una vez al año, una conversación personal con los docentes y con el personal no docente, no sobre temas pedagógicos, disciplinares ni laborales, sino sobre ellos mismos. Esta preocupación por su bien espiritual es para muchos un aliciente a retomar su vida de gracia olvidada, no pocas veces, por heridas y desilusiones sufridas en el seno de la Iglesia…

Además, el capellán debe conducir de manera especial a los directivos, que tienen también una función “pastoral” con respecto a los otros actores de la comunidad educativa. Prestar el oído, ayudar a discernir, estimular, animar, corregir con amor y prudencia si es necesario, son ayudas inestimables para quienes tiene hoy la titánica tarea de conducir una escuela. La presencia del capellán en las reuniones del equipo directivo puede ser también un modo concreto de asegurar la identidad católica de la institución, y de insuflar una y otra vez el espíritu evangélico a las decisiones y criterios que se asuman.

Un punto importante es el servicio a la unidad. La vida de la instituciones está atravesada por tensiones en múltiples sentidos y direcciones: entre los alumnos, entre los docentes, entre los docentes y los directivos, entre los docentes y los padres, etc. El capellán, intentando presencializar al Buen Pastor, hace lo posible para que las ovejas formen “un solo rebaño, con un único Pastor”. Por eso ayuda a la comprensión y a la paciencia mutua, aporta objetividad en los conflictos, ayuda al diálogo, etc. De esta forma, contribuirá a que la escuela no sea solo ni tanto una institución cuanto una comunidad cristiana. Pequeña comunidad que ayudará en lo posible a permanecer abierta a la comunidad parroquial y diocesana.

 

Conclusión

El Papa Francisco nos pide a los sacerdotes que seamos pastores con “olor a oveja”. Con esta metáfora expresa el “efecto” de la cercanía: el pastor conduce estando cerquita, casi mimetizándose con sus ovejas. Si me permiten la metáfora, deseo que los capellanes seamos pastores con la sotana manchada de tiza, con los pies llenos de la arena del patio de juegos, o nuestra estola humedecida por las lágrimas de alegría o dolor de los que nos son confiados.

Como imágenes de Jesús, los capellanes estamos llamados a transmitir siempre un amor filial a María. El diálogo continuo con Ella, la consagración de todos nuestros anhelos y preocupaciones, el deseo de imitar el estilo pedagógico de la Madre de Dios, harán de nosotros un instrumento eficaz en sus manos.

A Ella, Madre y educadora del Hijo de Dios, confío este pequeño aporte, y la Nueva Evangelización de nuestras escuelas en este tiempo de gracia.