La isla de la libertad sin ley

Después de leer las declaraciones de mons John Stowe, publicadas hoy en Infocatólica, y como descripción simbólica de la situación a la que nos está llevando el Magisterio líquido de algunos obispos, quiero compartir un texto que escribí hace unos meses y fuera publicado en el sitio Denzinger-Bergoglio.

Describe la sensación que me embarga ante muchas declaraciones episcopales confusas y, sobre todo, mortales.

Isla

Érase una vez un hombre que habitaba en una lejana y apacible isla. La amaba como a sí mismo, o aún más. Conocía al detalle cada uno de sus rincones, cada centímetro cuadrado de su variada y esplendorosa geografía. Amaba viajar y disfrutar del paisaje. Conocía las llanuras, y también los caminos de cornisa. Sabía reconocer y conducirse por los lugares más bajos, donde la niebla es espesa, y los más altos, donde el frío se hacía sentir.

Como experto viajero, sabía muy bien qué caminos estaban en buenas condiciones y cuáles eran inconvenientes. Sabía muy bien, porque le habían enseñado con total claridad, cuándo podía acelerar, y cuando debía ir a paso de hombre. Reconocía muy bien los callejones sin salida, en los cuales no había que ingresar, porque era prácticamente imposible salir.

 

El sabía todo esto, entre otras cosas, porque la isla había tenido gobernantes muy responsables. En su vida privada, algunos habían sido imperfectos y hasta escandalosos. Pero en el ejercicio de su misión, serios y rectos, hasta el punto de volverse impopulares. Habían tenido la valentía de, incluso, penalizar las conductas imprudentes, siendo este medio –entre otros- muy eficaz para disuadir a algunos audaces.

Conociendo la natural tendencia del hombre a conducir a altas velocidades, e incluso distraídos, o en estado de ebriedad, los distintos gobernantes habían señalizado cada sendero, con precisión y prudencia.

A través de esos carteles indicadores, y de los mensajes que, en letra más pequeña, los acompañaban, nuestro hombre entendió que ninguno de esos carteles era arbitrario. Que todos respondían a una lógica. Que partían de la contemplación de la realidad misma, y en base a ella –a esa realidad inmutable de llanuras, montañas, acantilados, mar, quebradas- ellos habían ido aclarando y explicitando lo que cualquier observador inteligente y de corazón recto podía reconocer.

Supo, además, que la ciudad en la isla tuvo un fundador, que fue el primero en colocar los carteles más importantes, con envidiable exactitud. El fundador fue alguien de una sabiduría superior e infalible, que con notable eficacia marcó las rutas y diseñó los grandes carteles, que aún se conservan, casi con veneración.

cartel

Este fundador solía decir, a modo de broma, cuando alguien lo felicitaba: “es que la isla la hice yo… yo soy su dueño”. En verdad, la conocía tan perfectamente que hasta hacía dudar a quienes lo escuchaban si no sería cierto.

Y por eso, a lo largo de las generaciones, ninguno de los posteriores gobernadores quiso ni pudo quitar esos carteles. A algunos visitantes, procedentes de otras regiones, les parecían demasiado antiguos, y aconsejaban enviarlos al museo. A otros, les chocaba su lenguaje directo, su austera claridad. Y decían “estarían bien como ornamentación, pero creo que ya no deben seguir rigiéndose por ellos”. Pero allí permanecieron, incólumes y solemnes, y a la vez eficaces.

 

Años de cambios

Lo cierto es que este hombre tuvo una extraña enfermedad, por la cual permaneció en coma durante unos años. Nadie supo lo que le sucedió, ni tampoco cómo recobró la conciencia y la vida. A los pocos días de abrir los ojos por primera vez, se sintió tan fuerte como para recorrer su amada isla. Pidió que le trajeran las llaves de su vehículo, y comenzó, rebosante de placer, a viajar.

Pero percibió enseguida un cambio. En primer lugar, las líneas sobre el asfalto. En un largo ascenso hasta la cumbre más elevada, en lugar de una doble línea amarilla, ¡había una blanca, intermitente! Y un cartel, al costado, con una imagen de varios adolescentes sonriendo, enseñaba: “adelantarse en subida puede ser una forma válida de conducir”.

La ruta estaba llena de carteles, llenísima, a tal punto de casi impedir ver el paisaje. Todos tenían brillantes colores, y decían frases tan largas como ambiguas. Con un lenguaje tan extraño que no recordaba haber leído cosas así antes de su enfermedad.

Al llegar junto al acantilado, le sorprendió sobremanera no encontrar el gran cartel –antiguo y majestuoso- que decía “¡PARE! ¡Peligro!”. ¡No estaba más!.

En su lugar, encontró otro –luminoso y atractivo- que decía: “ampliemos la consciencia: también volar por el acantilado puede ser emocionante”. Se detuvo horrorizado, se bajó de su vehículo, y divisó, sobre las rocas, los restos de decenas de vehículos, totalmente destruidos.

No fue capaz de continuar, y enseguida decidió volver a su casa. Por todas partes veía autos, motos, camionetas, camiones, destrozados. Junto a ellos, carteles que decían, una y otra vez: “siga su conciencia, no somos nadie para juzgarlo ni para sustituírsela”.

Autos rotosOtros, que les parecieron tan imbéciles como cínicos, decían: “Viva la libertad. Ya no es posible dictar normas para todos”. Lo más impactante era que estos carteles se habían montado sobre los antiguos, colocados por el fundador.

Llamó a su hijo mayor. Le contó con espanto lo que acababa de ver. El hijo tenía un brazo quebrado, y un cuello ortopédico. Se había accidentado también, conduciendo. Pero sonreía, sonreía siempre.

“Es nuestro nuevo gobierno, papá. Tenemos, al fin, alguien que entiende lo que hay en el corazón del hombre. Alguien que nos comprende, que no nos condena para siempre, que no nos juzga. Afortunadamente, a pesar de las resistencias, han logrado cambiar la isla, la han modernizado. Ya no hay prohibiciones, ya no hay multas ni sanciones. Hasta hemos perdido el miedo a la muerte, y sobre todo, nos hemos liberado del insoportable peso de los antiguos carteles. Cada vez somos menos, pero eso no importa. La isla es nuestra, por primera vez. Ah, y tiene nuevo nombre. Ya no se llama Aletinia eleuteristica sino Eleuterinia anomistica

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7 comentarios

  
Denisovic
Buenísimo en todo el sentido de la palabra; y notablemente revelador ante las nuevas señales de "tráfico" que nos llegan desde Roma.
26/12/16 10:38 PM
  
Daniel M.
Trataré de aprenderme este cuento de memoria para contárselo a mis hijos cuando crezcan y me pregunten por qué las cosas están como están.

Por cierto, perdonen mi ignorancia pero ¿qué significa el cambio del nombre? Me temo que no capté la referencia.

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Daniel:
El nombre original de la isla (que es la Iglesia y la fe católica, la Revelación) está formado por las palabras "Aleteia" (verdad) y "Eleutería" (libertad). "La verdad los hace libres".
"Eleutirinia anomística" significa, justamente, libertad (eleutería) sin ley (a/nomos=Ley) Es una adaptación, no fiel al griego, del cual no soy experto, claro. Esa es la falsa libertad hacia la que se nos quiere llevar.
26/12/16 11:38 PM
  
Cipriano. Venezuela
En "El Pontificado Romano en la Historia", José Orlandis señala que en el difícil periodo que algunos denominan como "el pontificado de los tiempos oscuros", que comprende básicamente, según su propia descripción, el siglo X, pero cuyos comienzos deben situarse en la última década de la centuria precedente, y que se prolongó hasta bien avanzado el siglo XI.
"El hecho mismo de que el Pontificado perdurase y siguiera cumpliendo su misión, conservando en toda su integridad la doctrina católica sobre fe y moral, es una realidad histórica difícil de explicar por razones meramente humanas.
Ninguno de aquellos papas, personalmente deleznables e indignos, intentó rebajar el listón de las exigencias de la ley cristiana, ni aun siquiera en busca de una auto-justificación para sus personales miserias" (pag 110)
Y me pregunto: ¿aquello es difícil de explicar por razones humanas, según Orlandis? ¿Y lo de ahora?
27/12/16 12:46 AM
  
Ricardo de Argentina
¿Libertad sin ley? Me parece Padre que eso no puede ser, y además es imposible :-)
Es la ley moral la que da la libertad que le es propia al hombre, y que es su nota distintiva y el fundamento de su señorío del mundo.
Posiblemente se refiera usted a la Ley Positiva, esto es, a las dictadas por el concenso entre los hombres, las que pueden estar documentadas formalmente o bien ser consetudinarias. Estas leyes han estado en toda comunidad humana, no obstante quizás podrían faltar en casos muy puntuales que me cuesta imaginar.
Pero las leyes que jamás pueden faltar en ninguna comunidad ni en ningún alma son las impresas por Dios: los Mandamientos, conocidas también como Derecho Natural u Orden Natural. Son leyes grabadas “en el corazón”. Se las puede negar solamente haciéndose violencia y posiblemente, pecando contra el Espíritu Santo. Sólo así alguien podría llegar a sostener, por ejemplo, que está bien mentir, fornicar o negar a Dios. Pero eso no significa que le ley no esté; la ley está pero se la niega. Y porque está la ley, está la libertad y está el pecado. Aún el horrible pecado de negar la existencia misma de la ley de Dios.


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Ricardo
Me temo que no ha comprendido la parábola. El tema está tratado extensamente en Veritatis Splendor, por lo cual no voy a extenderme. El cambio que señalo es que hoy muchos obispos caen en el error señalado por Veritatis Splendor, de considerar la Ley como "enemiga" o "contrapuesta" a la libertad. Lo que expresa la parábola es que justamente la ley custodia la verdadera libertad. La ausencia de normas está conduciendo a la muerte espiritual de miles y miles de hermanos. Algunos quieren que la Iglesia sea como esta "isla de la libertad sin ley", eliminando las normas como si fueran un peso, cuando en realidad son liberadoras.
27/12/16 12:58 AM
  
Miriam
Excelente padre!
27/12/16 1:31 AM
  
Ricardo de Argentina
Padre, no es que no lo haya comprendido, sino que me fui por las ramas con mi razonamiento. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice y cómo lo dice.

Las falacias anómicas vienen enrareciendo el ambiente eclesial desde hace ya mucho tiempo. La más conocida de esas falacias es la "reinterpretación": la ley no diría lo que dice y lo que siempre se ha entendido, sino lo que se le ocurre al supuesto iluminado. Y lo que se le ocurre es una herejía.
El segundo paso lo aporta la autoridad apostólica por pasiva, al no condenar la herejía y al hereje de manera eficaz. Fue Paulo VI quien institucionalizó este desistimiento, que su predecesor, llamado "el bueno", había aplicado con grandísimo entusiasmo.
El tercer paso es la formación de una "escuela teológica" herética, anómica. Porque la ley así manoseada y prostituida, termina siendo finalmente negada o presentada como obstáculo para la libertad y la salvación.
Ponga usted algunos textos de esa "escuela" en los seminarios, y al tiempo se encontrará con sacerdotes y obispos defendiendo la anomia.
28/12/16 1:00 PM
  
miriv
Ls libertad sin normas es como UN TREN SIN VÍAS.
No puede ir a ninguna parte.
29/12/16 1:11 PM

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