25.09.09

Historia de la Reforma Litúrgica (III): Concilio y desbarajuste postconciliar

LA PRUDENTE REFORMA DEL CONCILIO Y LO QUE VINO DESPUÉS…

La inauguración oficial del concilio Vatica­no II tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. El primer esquema que sería discutido en el aula conciliar sería el de liturgia. Era mejor que lo hicieran sobre el esquema más viable de los que se encontraban totalmente elaborados. Los otros esquemas doctrinales se prestaban a fuerte bombardeo y sus efectos serían mas graves para la misma marcha del concilio. Los cuatro esquemas doc­trinales que se creía serían los primeros en ser examinados se referían a las fuentes de la revela­ción, al deposito de la fe, que se ha de guardar en toda su pureza; al orden moral cristiano y a la castidad, matrimonio, familia y virginidad.

El 16 de octubre de 1962 se comunicó a la congregación general del concilio -la segunda que se tenía- que el concilio comenzaría por el examen del esquema de liturgia. El 20 de octubre los Padres eligieron a los miembros de la comisión litúrgica: 16 en total, a los que el Papa añadió ocho mas. El 21 de octubre el cardenal Larraona, presidente de la comisión, nombró vicepresidente de la mis­ma a los cardenales Giobbe y Julien, y secretario al padre Fernando Antonelli, franciscano. Bugnini quedaba descartado. En el fondo de esto hay que ver la sombra de la famosa reunión en la Domus Mariae, ya indicada en otro capítulo. Esa sombra se proyectará a lo largo de toda la reforma litúrgica en un sentido o en otro. Todos los secretarios de las comisiones preparatorias del concilio fueron, como se esperaba, confirmados en sus cargos como secretarios de las comisiones conciliares menos el padre Bugnini. Al padre Bugnini se le quitó también el cargo de profesor de liturgia en el Instituto de Pastoral de la Universidad lateranense.

Los Padres conciliares discutieron el esquema de liturgia desde el 22 de octubre al 13 de noviembre de 1962. El ambiente general del concilio fue en general de gran altura intelectual y espiritual. Pero al margen del concilio se preparó un “miniconcilio” con algunas reuniones y conferencias de personas más o menos relevantes, que aparecían como especialistas de diversas materias determinadas. Algunas fueron interesantes, pero otras resultaron muy desacertadas, como la del benedictino Marsili el 3 de noviembre de 1962, que recibió una respuesta adecuada. Este bene­dictino, profesor y presidente del Pontificio Instituto litúrgico de San Anselmo de Roma, dejaba mucho que desear en sus publicaciones sobre liturgia y su intervención en el “miniconcilio” sembró más discordia que paz. Hay una diferencia de años luz entre él y el benemérito padre Cipriano Vagaggini, benedictino también, autentico teólogo de la liturgia.

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23.09.09

Padre Pío, testigo excepcional de la pasión de Cristo. El visitador del Vaticano comprobó y dictaminó en 1921 la autenticidad de los estigmas

El visitador del Vaticano comprobó y dictaminó en 1921 la autenticidad de los estigmas del Padre Pío

Al igual que su santo Patrón, Francisco de Asís, San Pío de Pietrelcina (1887-1968) recibió en 1918 los estigmas de Jesús Crucificado, quien en una aparición lo invitó a unirse en su Pasión para participar en la salvación de los hermanos, en especial de los consagrados. Este particular se conoce gracias a la reciente apertura de los archivos del antiguo Santo Oficio de 1939 (actual Congregación para la Doctrina de la Fe), que custodian las revelaciones secretas del fraile sobre hechos y fenómenos nunca contados a nadie.

Recientemente han salido a la luz en el libro “padre Pio sotto inchiesta. L’autobiografia segreta” (padre Pío indagado. La autobiografía secreta), con prólogo de Vittorio Messori, y escrito por el sacerdote italiano Francesco Castelli, historiador para la causa de beatificación de Karol Wojtyla y profesor de Historia de la Iglesia moderna y contemporánea en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas “R. Guardini” de Taranto (Italia). Hasta hoy parecía, de hecho, que Pare Pío, por pudor o quizás por considerarse indigno de los extraordinarios carismas recibidos, no habría revelado nunca a nadie qué sucedió el día de su estigmatización. Sólo un dato al respecto se encuentra en una carta enviada a su director espiritual, el padre Benedetto da San Marco in Lamis, cuando habla de la aparición de un “misterioso personaje", pero sin dejar traslucir otros detalles.

El libro, que ofrece por primera vez el informe íntegro redactado por el Carmelita Descalzo monseñor Raffaello Carlo Rossi, entoces obispo de Volterra (después llegó a Cardenal) y Visitador Apostólico enviado por el Santo Oficio para “inquirir” en secreto al padre Pío, aclara finalmente que el santo de Gargano tuvo un coloquio con Jesús crucificado. Monseñor Rossi, que hoy en día está también en proceso de Canonización por la fama de santidad que produjeron sus virtudes entre la gente, fue el único representante de una congregación vaticana encargado de estudiar los estigmas del padre Pío. Se pronunció favorablemente, considerando que su origen era divino, desmintiendo punto por punto las hipótesis presentadas por el padre Agostino Gemelli, que sin haber examinado al Padre Pío, definió injustamente los estigmas como “fruto de la sugestión".

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22.09.09

Memoria histórica: Martirizado por hacer el bien

EL P. TEOFILO FERNÁNDEZ LEGARIA, UN CASO PARTICULAR DE MARTIRIO

El 5 de diciembre del año pasado, un grupo de Consultores Teólogos designados para este caso y reunidos en la Congregación de las Causas de los Santos, en el Vaticano, discutieron y aprobaron por uanimidad el carácter martirial de la muerte del P. Teófilo Fernández de Legaria Goñi y de sus 4 compañeros, todos ellos miembros de la Congregación de los Sagrados Corazones y -ahora lo podemos decir con propiedad teológica- verdaderos mártires de la persecución relgiosa desatada en España en los años 30. Todos ellos murieron en el mes de agosto del 1936 en la provincia de Madrid, aunque en lugares y días distintos, todos ellos únicamente por ser religiosos. Pero de este grupo me interesa especialmente el mismo P. Teófilo, por las especiales características de su martirio.

Natural de Torralba del Río (Navarra), nació el 5 de julio de 1898. Profesó el 1 de septiembre de 1916 y fue ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1923, en Santander. Por sus excelentes cualidades fue enviado a estudiar en Roma, donde alcanzó el grado de doctor en Sagrada Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana, en julio de 1925. A los 28 años era vice-rector del Colegio en Madrid y dos años después era ya el Superior del mismo, alternando sus múltiples ocupaciones con la dirección espiritual de las Asociaciones de Licenciados y Doctores y la de San Cosme y San Damián. Al mismo tiempo lograba la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca.

Se distinguió de modo especial en la defensa de los derechos de la Iglesia Católica en los difíciles años de la República española (que comenzó desde el principio persiguiendo a la Iglesia en su legislación en su permisividad hacia los atentados contra todo lo que fuera católico), promoviendo la Hermandad de San Isidoro de Sevilla. En agosto de 1935 fue nombrado Superior y Director del Escolasticado de la Congregación en El Escorial, el Seminario de San José. Durante su breve Superiorato dejó un recuerdo imborrable entre sus alumnos, como se ha mostrado en su proceso de Canonización. Su paso por el escolasticado fue una gracia especial. Su actividad fue increíble; su celo, extraordinario, inculcando en los alumnos una veneración y amor grandes hacia el sacerdocio.

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20.09.09

Una mujer al frente del poder papal: Lucrecia Borgia

LA LEYENDA NEGRA HA OCULTADO DURANTE SIGLOS LA VERDADERA IMAGEN DE LA ÚNICA MUJER QUE FUE GOBERNADORA DE LOS ESTADOS PONTIFICIOS

Víctor Hugo (1802-1885) reavivó con su existosa obra Lucrèce Borgia (1833) la leyenda negra acerca de esta importante dama de la historia de la Iglesia. No fue el primero en verter acusaciones sobre ella, pues Franceso Guicciardini en su célebre Historia de Italia datada en el siglo XVI fue quien sentó los odiosos infundios contra Lucrecia que hicieron escuela. Pero Victor Hugo aprovechó el personaje, ya muy discutido, para elaborar toda una nueva imagen, más siniestra si cabe: Sobre una Lucrecia Borgia debilitada por algunos comentarios maliciosos e infundados lanzados por los enemigos políticos del papa Alejandro VI (su padre), Victor Hugo construye toda una leyenda negra venenosa y calumniosa hasta lo irreal y absurdo. Gracias a su obra de teatro el bajo pueblo sacia sus oídos ávidos de morbosidad. Desalentado por sus infructuosas investigaciones deseosas de encontrar nombres y datos de los asesinatos ordenados o perpetrados por Lucrecia Borgia, el novelista cita a varios… ¡escogidos al tuntún!

En la introducción a Thèatre, de Víctor Hugo (Garnier-Flammarion, parís, 1979) el profesor de la Universidad de Lovaina Raymond Pouilliar afirma: “Tomasi había escrito un libro, tres veces editado en francés, las Memorias para servir a la historia de César Borgia, duque de valentinois; muy tarde, casi en el momento de su redacción, Víctor Hugo encontró uno de estos ejemplares en la biblioteca real. Los nombres italianos estaban afrancesados por el traductor de Tomasi; la Biografía Universal de Michaud los da en su forma original…” Esto es, toma los nombres de una Biografía universal que por muy grande que fuera no podía mencionar a todas las víctimas que le carga a Lucrecia. Más delante señala: “Hugo inventa parientes próximos para asegurar la existencia de vengadores". Toma algunos de entre los enemigos de Alejandro VI. En el colmo del peor dramón de su carrera literaria y el colmo de la ficción antihistórica, Victor Hugo hace que Lucrecia, en el último acto, envenene a su hijo Juan y a cinco amigos suyos… ¡y su hijo moribundo, en un acto de estremecedora justicia, la apuñala, matándola!

Lo malo de esto es que pese al relativo poco éxito que tuvo la obra en Francia (estrenada el 2 de febrero de 1833), en el extranjero tuvo tal acogida que para diciembre ya la habían convertido en ópera. Hugo demanda a Felice Romani -libretista- por plagiar de forma literal su obra. Donizzeti compuso la música y la estrenó en la misma Scala de Milán. Hugo impide que se estrene en París. La ópera es reconstruida y retitulada La Rinnegata (La Repudiada) y se estrena en 1845. Otro colega de Victor Hugo, Alejandro Dumas, padre, también las emprende contra Lucrecia y le agrega todo el mito del veneno, extendiéndolo a ser un uso común en la familia. Un excéntrico Manuel Fernández y González (1821-1888) publica un folletón titulado Lucrecia Borgia, Memorias de Satanás. Y así por delante. Lucrecia era, a ojos de todos, el mismo demonio en persona. Pasada la moda de desprestigiarla, aparece en 1941 un panfleto con forma de libro titulado Lucrecia Borgia, la princesa de los venenos…

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18.09.09

El Papa canonizará a Juana Jugan, modelo de caridad y mártir de la envidia clerical

LA HISTORIA HACE POR FIN JUSTICIA A UNA DE LAS MUJERES MÁS IMPRESIONANTES DE LA FRANCIA DEL SIGLO XIX

El próximo día 11 de octubre, entre otros Beatos que serán incluidos en el catálogo de los Sanots -de alguno más tendremos que hablar todavía- se incluye una mujer de las más admirables de la Francia de los tiempos modernos: Juan Jugan, que sin duda merece un artículo dedicado a su atribulada vida.

Juana Jugan nació en Cancale (Ille-et-Vilaine), un puerto pesquero en la costa norte de Bretaña (Francia). Su padre estuvo ausente en el momento del nacimiento de la futura santa, pues estaba navegando desde hacía seis meses por Terranova. Menos de cuatro años más tarde, el padre de Juana se perdió en el mar, como tantos otros navegantes. A partir de entonces, en casa las cosas se pusieron muy difíciles, Juana, su hermano y dos hermanas de su madre aprendieron cómo vivir la pobreza con honestidad y valentía, con fe y amor a Dios. Apenas tuvo edad para poder trabajar, Juana se contrató para en una casa en la cercana Cancale, para trabajar en la limpieza y la cocina.

Tenía 18 años cuando por primera vez un joven le propuso matrimonio, a lo cual ella se negó. El joven sin embargo no se olvidó de ella y seis años más tarde le volvió a renovar la petición, a lo que ella contestó que el Señor la quería para Él y que creía que tenía la misión de hacer algo que todavía no se había hecho. ¿Sabía claramente que era lo que Dios quería de ella? Para aquel entonces tenía barruntos de vocación, pero no sabía cómo, lo que si sabía era que quería servir a los pobres.

Cuando tenía 25 años, habiendo dejado el trabajo de Cancale, se hizo miembro de la Tercera Orden fundada en el siglo XVII por san Juan Eudes. Se encontraba en Saint Servan, donde trabajaba como enfermera y en el servicio. Con dos amigas había alquilado una casa, donde llevaban una vida fuerte de oración, además del trabajo que cada una tenía por su cuenta. Una noche, encontró por la calle a una anciana ciega y medio paralítica, a la cual recogió en la casa que compartía con las amigas y cedió su cama para que se acostara. Ella misma la cargó en brazos hasta el segundo piso, donde se encontraba su dormitorio Este acto la comprometió para siempre: después de aquella anciana vendría una segunda y una tercera, y con el apoyo de Juana y sus amigas todas eran cuidadas, se les lavaban las ropas y recibían un trato de cariño.

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16.09.09

Recordando a Juan Pablo II: La difícil visita a la Nicaragua sandinista

LAS BURDAS MAQUINACIONES DEL RÉGIMEN SANDINISTA PARA BOICOTEAR LA VISITA DE UN PAPA INCÓMODO

Uno de los momentos más difíciles del pontificado de Juan Pablo II -por supuesto, no el único, de otros más tendremos que hablar- fue la visita apostólica a la Nicaragua Sandinista, en 1983. Cuenta George Weigel que la Nicaragua gobernada por el régimen sandinista era, más que ningún otro lugar de América Latina, un laboratorio para las teorías de las diversas teologías de la liberación y la situación de la Iglesia era todavía más conflictiva que en otros países cercanos como El Salvador. Había dos sacerdotes con participación activa en el gobierno: Miguel D’Escoto, ministro de Exteriores, y Ernesto Cardenal, ministro de Cultura. Otro sacerdote, Fernando Cardenal, jesuita y hermano del anterior, dirigía el programa sandinista de alfabetización. El arzobispo de Managua, Miguel Obando Bravo, hombre robusto de procedencia campesina que inicialmente había prestado apoyo a la revolución contra la dictadura de la familia Somoza, se había convertido en el crítico más conspicuo y eficaz de los sandinistas, después de que los nuevos gobernantes no hicieran honor a sus garantías sobre los derechos civiles y las libertades políticas. Los sandinistas, a su vez, se oponían al arzobispo mediante el fomento activo de la «Iglesia popular».

El nuncio apostólico en Managua, el arzobispo Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, noble italiano de cabello gris cuyo padre, dirigente antifascista en la Italia de Mussolini, había sido asesinado por los nazis, era uno de los personajes más respetados del servicio diplomático de la Santa Sede. El hecho de que fuera destinado a Nicaragua da fe de la gravedad que se atribuía a la situación. Los primeros encuentros de Montezemolo con a jefatura sandinista, que solía llamarle «camarada nuncio», rayaron en lo cómico, pero la comedia tenía su lado feo. En cierta ocasión, Daniel Ortega, cabeza del frente sandinista y jefe del gobierno, acudió a la nunciatura al volante de un deportivo rojo, seguido por varios jeeps llenos de tropas sandinistas armadas hasta los dientes. El arzobispo Montezemolo salió al encuentro de la extraña delegación, y dijo al comandante Ortega desde la puerta de entrada que él era bienvenido, pero que los soldados y sus armas debían quedarse fuera: “Esto es una embajada.”

Era tarea del nuncio negociar la visita de Juan Pablo a Nicaragua, que formaba parte de la peregrinación papal a América Central de marzo de 1983. El arzobispo Obando y los obispos nicaragüenses habían invitado al Papa porque, como diría más tarde Obando, “estábamos convencidos de que la presencia del Santo Padre redundaría en beneficio de la Iglesia, de nuestro pueblo”. Los sandinistas mostraron escaso ánimo de colaboración, como recordaría posteriormente el arzobispo Montezemolo. Su táctica inicial guardaba relación con el arzobispo de Managua. El comandante Ortega dijo a Montezemolo: “No queremos que el Papa sea visto a solas con el arzobispo Obando.” Montezemolo contestó que era imposible: “Es el arzobispo de nuestra capital, y el presidente de la conferencia episcopal.” A1 final se acordó que el Papa siempre apareciera públicamente en compañía de todos los obispos de Nicaragua, pero la solución creó un nuevo problema: no cabían todos en el papamóvil. El nuncio se puso a buscar un autobús, pero no se encontraba ninguno en toda Nicaragua. Entonces Montezemolo oyó hablar de un candidato político mejicano que había hecho campaña en un autobús con el techo cortado. Montezemolo hizo averiguaciones, y el gobierno mejicano lo envió a Managua por vía aérea.

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14.09.09

Santa Elena: de posadera pagana a emperatriz enamorada de la Cruz

Santa Helena y la “Inventio Sanctae Crucis”

Aprovechando la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, nos acercamos a la vida de Santa Helena, muy interesante desde el punto de vista histórico y, por supuesto, eclesial y espiritual.

La madre de Constantino el Grande, nació a mediados del siglo III posiblemente en la localidad romana de Drepanum (conocida más tarde como Helenópolis) en el Golfo de Nicomedia, y murió alrededor del año 330. Fue de familia humilde; San Ambrosio en su “Oratio de obitu Theodosii", se refiere a ella como stabularia, o posadera (término suave para reflejar una realidad más fuerte). No obstante, se convirtió en la esposa legítima de Constancio Cloro. Su primer y único hijo, Constantino, nació en Naissus, en la Alta Moesia, en el 274. La afirmación hecha por cronistas ingleses de la Edad Media, en el sentido de que supuestamente habría sido hijo de un príncipe británico carece totalmente de fundamento histórico. Esta idea pudo surgir por la errónea interpretación de un término utilizado en el panegírico del matrimonio de Constantino con Fausta, que Constantino, oriendo ("por sus orígenes", “desde el principio"), había honrado a Bretaña, lo cual fue tomado como una alusión a su nacimiento, cuando en realidad hacía referencia al comienzo de su reinado.

En el 292 Constancio se convirtió en el César de Occidente, dándose a sí mismo prerrogativas de tipo político y renunció a Helena para casarse con Teodora, la hijastra del Emperador Maximiano Herculius, su benefactor y admirador. Pero su hijo permaneció fiel y leal a ella. A la muerte de Constancio Cloro, en el 308, Constantino, quien le sucedió, convocó a su madre a la corte imperial, confiriéndole el título de Augusta, ordenando que se le tributaran honores como la madre del soberano y acuñó monedas con su efigie. Por influencia de su hijo, abrazó el Cristianismo después de la victoria de este sobre Majencio. Esto es atestiguado directamente por Eusebio (Vita Constantini, III, xlviii): “Ella (su madre) se convirtió bajo su influencia (de Constantino) en una sierva de Dios tan devota, que uno podía creer que había sido discípula del Redentor de la humanidad desde su más tierna niñez". También es claro el consenso entre los historiadores contemporáneos de la Iglesia que Helena, desde el momento de su conversión, tuvo una vida seriamente cristiana y que su influencia y liberalidad favoreció una amplia expansión del Cristianismo.

La tradición vincula su nombre con la construcción de iglesias cristianas en las ciudades de Occidente, donde residía la corte imperial, principalmente en Roma y Trier, y no hay razón para rechazar esta tradición; además, por lo que sabemos con certeza a través de Eusebio, Helena erigió iglesias en los lugares santos de Palestina. A pesar de su edad avanzada emprendió un viaje a Palestina luego de que Constantino, gracias a su victoria sobre Licinio, se convirtió en el único Emperador del Imperio Romano en el 324. Fue en Palestina, como lo sabemos por Eusebio (op. cit., xlii), donde ella tomó la resolución de dar a Dios, el Rey de Reyes, el homenaje y el tributo de su devoción. Fue pródiga en su generosidad y buenas obras en esta tierra, “la exploró con un notable discernimiento", y “la visitó con la atención y solicitud del emperador mismo". Entonces, “luego de haber mostrado la veneración debida a las huellas del Salvador", mandó erigir dos iglesias para la adoración a Dios: una se levantó en Belén, cerca de la Gruta de la Natividad, y la otra sobre el Monte de la Ascensión, en las cercanías de Jerusalén. También embelleció la gruta sagrada con ricos ornamentos.

Su generosidad fue tal que, de acuerdo a Eusebio, no solo ayudaba a personas sino a comunidades enteras. Los pobres y desposeídos fueron especialmente objeto de su caridad. Con piadoso celo visitó las iglesias por todas partes haciéndoles ricas donaciones. Fue así que, en cumplimiento de los preceptos del Salvador, en adelante dio fruto abundante en obras y palabras. Si Helena se comportó de esta manera mientras vivió en Tierra Santa, no deberíamos dudar que mostrara la misma piedad y benevolencia en aquellas otras ciudades del imperio en las que residió después de su conversión.

Helena aún vivía en el año 326, cuando Constantino mandó ejecutar a su hijo Crispo. Cuando, según la relación de Sócrates (Hist. Eccl., I, xvii), en el 327 el emperador realizó mejoras en Drepanum, la ciudad natal de su madre, y decretó que se llamaría Helenópolis, es probable que ella haya regresado de Palestina con su hijo, quien para entonces residía en Oriente. Aunque se aproxima ya a los setenta años alienta en su espíritu un deseo altamente repensado y nunca confesado, pero que cada día crece y toma fuerza en su alma; anhela ver, tocar, palpar y venerar el sagrado leño donde Cristo entregó su vida por todos los hombres. Organiza un viaje a los Santos Lugares en cuyo relato se mezclan todos los elementos imaginables pertenecientes al mundo de la fábula por tratarse del desplazamiento de la primera dama del Imperio a los humildes a lejanos lugares donde nació, vivió, sufrió y resucitó el Redentor. Pero aparte de todo lo que de fantástico pueda haber en los relatos, fuentes suficientemente atendibles como Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo refieren que se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz con resultados negativos entre los cristianos que no saben dar respuesta satisfactoria a sus pesquisas. Sintiéndose frustrada, pasa a indagar entre los judíos hasta encontrar a un tal Judas que le revela el secreto rigurosamente guardado entre una facción de ellos que, para privar a los cristianos de su símbolo, decidieron arrojar a un pozo las tres cruces del Calvario y lo cegaron luego con tierra.

Las excavaciones resultaron con éxito. Aparecieron las tres cruces con gran júbilo de Helena. Sacadas a la luz, sólo resta ahora la grave dificultad de llegar a determinar aquella en la que estuvo clavado Jesús. Relatan que el obispo Demetrio tuvo la idea de organizar una procesión solemne, con toda la veneración que el asunto requería, rezando plegarias y cantando salmodias, para poner sobre las cruces descubiertas el cuerpo de una cristiana moribunda por si Dios quisiera mostrar la Vera Cruz. El milagro se produjo al ser colocada en sus parihuelas sobre la tercera de las cruces la pobre enferma que recuperó milagrosamente la salud. Tres partes mandó hacer Helena de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén.

No han faltado autores que atribuyan a la fábula el hecho de la invención por Helena basándose principalmente en que no hay noticia expresa de tamaño acontecimiento hasta un siglo después. Ciertamente es así, pero lo resuelven otros estudiosos afirmando que la fuente histórica que relata los acontecimientos es el historiador contemporáneo Eusebio de Cesarea al que en su Vita Constantini sólo le interesan los acontecimientos realizados por Constantino, bien porque sigue los cánones de la historia contemporánea, o quizá porque sólo le interesa adular a su anfitrión.

Constantino estuvo con ella cuando murió a la avanzada edad de ochenta años aproximadamente (Eusebius, “Vita Const.", III, xlvi). Esto debió suceder alrededor del año 330, puesto que las últimas monedas que se sabe fueron acuñadas con su nombre llevan esta fecha. Su cuerpo fue llevado a Constantinopla y colocado para su descanso en la cripta imperial de la iglesia de los Apóstoles. Se cree que sus restos fueron transferidos en 849 a la Abadía de Hautvillers, en la Arquidiócesis Francesa de Reims, como consta en el registro del monje Altmann en su “Translatio". Fue reverenciada como una santa, y su veneración se extendió al Occidente a principios del siglo IX.

En Roma su memoria es asociada principalmente con la iglesia de La Santa Cruz de Jerusalén. En el lugar donde actualmente se levanta esta iglesia antiguamente se asentó el Palatium Sessorianum, y cerca se encontraban las Termas Helenianas, cuyos baños tomaron su nombre de la emperatriz. Aquí se encontraron dos inscripciones compuestas en honor de Helena. El Sessorium, que se encontraba cerca del Laterano, sirvió posiblemente como residencia de Helena cuando permaneció en Roma; por eso es bastante probable que en este lugar Constantino haya erigido una basílica cristiana, a sugerencia de su madre y en honor de la Cruz verdadera. Existen numerosos documentos de los siglos IV y V que describen cómo a partir de la visita de Santa Helena los cristianos veneraban las reliquias de la Pasión que habían quedado en Jesuralén. Así lo atestiguan Eusebio, Rufino, Teodoreto y San Cirilo de Jerusalén. Egeria, una mujer que peregrinó a los Santos Lugares en el siglo IV, habla de multitudes de fieles que ya por entonces acudían de todo el Oriente cristiano para tomar parte en las solemnidades en honor de la Cruz.

Otro historiador, Sócrates el Escolástico, recogió a mediados del siglo V una piadosa tradición según la cual, durante la travesía marítima que realizó la emperatriz para volver a Roma desde Jerusalén, habría sobrevenido una fuerte tempestad. La nave se debatía entre las olas apunto de naufragar, hasta que Santa Helena -después de atarlo con una cuerda para echarlo por la borda- hizo que tocara las aguas el Santo Clavo que llevaba consigo, y el mar se calmó al instante.

Ese Clavo, los tres fragmentos de la Cruz y el INRI fueron piadosamente custodiados por Santa Helena en su residencia imperial: el ya mencionado palacio Sessoriano. Al cabo de algunos años, posiblemente después de la muerte de su madre, Constantino quiso que se construyera allí una basílica que tomó el nombre del palacio, Basílica Sessoriana, aunque también era llamada Sancta Hierusalem. Como cimiento simbólico de esta construcción se puso la tierra del Gólgota que la Emperatriz había traído desde Palestina, y los preciosos fragmentos de la Santa Cruz se ofrecían a la vista de los fíeles en un relicario de oro adornado con gemas.

De la primitiva basílica constantiniana sólo se conservan algunos restos pertenecientes a los muros exteriores. A esa edificación siguió otra del siglo XII, a su vez sustituida por el templo de estilo barroco tardío, terminado en 1744, que puede contemplarse actualmente. A pesar de estos cambios arquitectónicos y de otras vicisitudes históricas, como las invasiones padecidas por Roma, toda una colección de documentos atestigua que las reliquias que se veneran en esta basílica son las mismas que trajo Santa Helena desde Tierra Santa. Es del todo natural que este lugar se convirtiese enseguida en meta de la piedad del pueblo cristiano. Muy pronto se empezó a celebrar allí la liturgia del Viernes Santo. Hasta el siglo XIV, el Papa en persona, con los pies descalzos, encabezaba la procesión que iba desde la Basílica del Laterano hasta la Basílica de la Santa Cruz, para adorar la vexilla crucis, la bandera de la Cruz, el estandarte de la salvación.

12.09.09

¿Cómo surgió la imagen negativa de Pío XII?

¿CÓMO SURGIÓ LA IMAGEN NEGATIVA DE PÍO XII?

J. D. VELASQUEZ

Cuando Pio XII murió, el mundo entero lloró su tránsito a la casa del Padre, los católicos nos enorgullecíamos de este papa grande y las comunidades hebreas manifestaban abiertamente su aprecio y reconocimiento por haber salvado a muchos judíos de la deportación y de la muerte. El presidente estadounidense Eisenhower –de confesión presbiteriana– declaró: “El mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad”. Golda Meir, ministra israelí de Asuntos Exteriores, dijo: “Lloramos a un gran servidor de la paz que levantó su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo”. El político de izquierda y ex primer ministro francés Mendès-France –de origen judío- afirmó: “Quienquiera que se ha acercado al Papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado”. El rabino jefe de Londres, doctor Brodie, en un mensaje enviado al arzobispo de Westminster, escribió: “Nosotros miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos de la persecución”. El mariscal Bernard Law Montgomery –protestante convencido- declaró al diario Sunday Times: “Siento un inmenso respeto y admiración por Pio XII. Era un hombre sencillo y amigable que irradiaba amor y caridad.” Incluso el liberal gobernador del Estado de Nueva York, Haverell Harriman, afirmó: “Como ningún otro hombre de nuestro tiempo y como pocos hombres en la historia, ha sabido asumir en la santidad los principios de la humanidad”.

¿Qué pasó para que tan solo unos pocos años después comenzara a circular la leyenda negra de su supuesta pusilanimidad y colaboración con el régimen nazi? Y es que no deja de sorprender que solo cinco años después de su muerte una pieza teatral estrenada en Berlín el 20 de febrero de 1963 haya conseguido trocar la opinión, y así, el que hasta entonces había sido considerado un gran hombre y un gran Papa, se convertía de repente en un personaje oscuro y mezquino al que se acusaba de cinismo, oportunismo y filonazismo, culpable de un silencio y una pasividad cómplices de la Shoah.

Die Stellvertreter (El Vicario), del joven y hasta ese momento desconocido autor protestante alemán Rolf Hochhuth, era una anodina y sencilla obra de ficción que puede ser resumida así: un jesuita, el P. Ricardo Fontana se entera por un S.S, el teniente Kurt Gerstein, que Hitler se dispone a exterminar a los judíos. El religioso recorre Roma con el fin de suplicar al Papa que haga una declaración pública. Pio XII se niega. El P. Fontana se coloca entonces una estrella amarilla en la sotana y se va a morir a un campo de concentración nazi. En la obra también se afirma con desparpajo que muchos Jesuitas eran miembros de las S.S y que Himmler era admirador de la orden. También se afirma que solamente la Iglesia católica sabía lo de los campos de exterminio y a pesar de esto calla y guarda silencio. Se cuenta que los católicos consideraban a Hitler como un salvador, además que Pio XII era abiertamente admirador del Fuhrer. Todo esto en abierta contradicción a lo que podemos comprobar históricamente.

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10.09.09

Pío VII, un Papa débil, prisionero de Napoleón Bonaparte (y II)

EPISODIO DOLOROSO COMO POCOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

RODOLFO VARGAS RUBIO

El vuelo del águila siguió ganando altura: el 25 de marzo de 1802, aprovechando la caída de William Pitt, Francia había firmado la paz con la Gran Bretaña en Amiens (consecuencia natural del Tratado de Lunéville). Momentáneamente libre de cuidados respecto a las potencias europeas, y reconciliado con la Iglesia, Bonaparte aprovechó su popularidad para preparar su gran apoteosis. El 19 de mayo del mismo año, creaba la Legión de Honor, condecoración que vino a substituir las antiguas Órdenes del Rey (la del Espíritu Santo y la de San Miguel) y a la Orden Real y Militar de San Luis, suprimidas por la Revolución. El 5 de agosto siguiente, un plebiscito transformaba su consulado decenal en vitalicio. De allí a convertirse en monarca no había más que un paso, pero no lo daría hasta no haber temblar a todas las testas coronadas de Europa abatiendo el principio de legitimidad. En el mejor estilo jacobino, hizo, en efecto, capturar, someter a un simulacro de juicio y ejecutar sumariamente a un príncipe de la sangre: Luis de Borbón, duque de Enghien, hijo del príncipe de Condé, que fue fusilado en las tapias del castillo de Vincennes el 21 de marzo de 1804. Fue el primero de sus grandes errores, pero el hecho es que tres días después, el 28 de marzo, el Senado proclamaba emperador a Bonaparte.

Éste, sin embargo, quería consagrar de alguna manera su monarquía de nuevo cuño y decidió que fuera el Papa quien le ciñese la corona imperial en París. De este modo, Europa no tendría más remedio que reconocer su régimen. En cuanto se conoció el deseo de Napoleón, los miembros del Consejo de Estado –entre los cuales figuraban antiguos jacobinos– le manifestaron sus reservas: temían que el acto de coronación constituyese un triunfo para el Papado; por eso, le querían disuadir de llevarlo a cabo y que se contentara con una ceremonia civil. Pero el Corso conocía muy bien el valor de los símbolos y su poder de fascinación sobre el pueblo y arguyó que una coronación privada de elementos religiosos sería un acto vacío y sin significación. Por otra parte, no había que temer nada del Pontificado Romano: hacía mucho que no eran ya los tiempos de un Gregorio VII, que obligó a todo un Enrique IV a ir a Canossa, o de un Inocencio III, que puso en entredicho a todo el reino de Francia para castigar a Felipe II Augusto.

Cuando Pío VII supo de las intenciones de Napoleón, fue presa de una gran turbación hasta el punto de enfermar seriamente. Convocado el Sacro Colegio, la mayoría de los veinte cardenales consultados por el Papa se mostraron contrarios a que éste accediera. Sería como consagrar aquella misma Revolución que había hecho tanto sufrir a Pío VI. Constituiría un atentado al principio de legitimidad y un insulto a los Borbones. Además, existía ya un emperador: Francisco II, cabeza del Sacro Imperio Romano-Germánico, heredero de los Césares, de Carlomagno, de los Otones, de los Hohensatufen y de los Habsburgo. Y se suponía que el Imperio era uno solo para toda la Cristiandad. Pero, ¿había todavía Cristiandad? Otros purpurados, aun concediendo la posibilidad de la coronación imperial, consideraban que era Napoléon quien tenía que ir a Roma o, al menos, a algún otro lugar del Estado Pontificio, a menos que se considerara a Pío VII como un mero capellán de aquél. El cardenal Consalvi, sin embargo, convenció a todos de que era más sabio condescender y no provocar las iras del hombre que había acumulado tal poder que podía hacer pagar muy caro a la Iglesia una negativa del Romano Pontífice. Pero puso ciertas condiciones para salvar el decoro y sacar algún provecho a favor de la religión.

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8.09.09

Sacerdotes que han dejado huella (II): El P. Salvaire, gran promotor de la devoción a la Virgen de Luján

UNA PROMESA A LA VIRGEN DEL P. JORGE MARÍA SALVAIRE, ORIGEN DE LA BASÍLICA DE LUJÁN

Continuamos con la serie sobre los acerdotes que han dejado huella en la historia de la Iglesia, con casión del año santo sacerdotal. Hoy hablamos de un sacerdote argentino de adopción, muy conocido en aquella tierra, que fue el promotor de la construcción de la Basílica de Luján. En 1875 el P. Jorge María Salvaire, sacerdote lazarista de origen francés, predicaba el Evangelio a las tribus del desierto cuando fue reducido a prisión por los indios. Su invocación a la Virgen de Luján le salvó milagrosamente la vida y en prueba de su agradecimiento hoy se yergue la gran Basílica en plena llanura pampeana.

El P. Jorge María Salvaire nació el 6 de enero de 1847 en Castres, sur de Francia, en el seno de una acomodada y prestigiosa familia. Su padre había ocupado varios cargos públicos y entre ellos fue rector de renombrado Liceo Real de Francia. Su madre, María Vázquez, española de nacimiento, descendía también de familia ilustre.

Ingresó en la Congregación de la Misión y, concluidos los estudios teológicos, se ordenó sacerdote en París en 1871. Poco después, sus superiores lo enviaron a la lejana tierra argentina. Aquel había sido un año difícil para dicho país, especialmente para su capital, azotada por la epidemia de fiebre amarilla, razón por la cual, una vez superada, se organizó el 3 de diciembre, la primera peregrinación general al santuario de Luján, en señal de agradecimiento, peregrinación a la que el joven sacerdote se incorporó, entusiasmado por conocer uno de los lugares marianos más importantes de América. El 3 de diciembre de 1871, visitaba el Santuario de Luján, unido a dicha primera gran peregrinación de los católicos argentinos, motivada por la horrible epidemia de fiebre amarilla. Al año siguiente, el Arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, entregó a los Padres Lazaristas (congregación misionera a la que pertenecía nuestro personaje), la custodia del santuario y parroquia de Luján y hacia allí partió Salvaire, como vicario del P. Eusebio Fréret, su párroco.

Es conocida la tradición que da origen a la devoción a la Virgen de Luján: Por encargo de un hacendado portugués de nombre Antonio Farías Sáa, radicado en Sumampa, Santiago del Estero, un amigo suyo residente en Brasil le envió no sólo la que solicitaba, sino también otra imagen de la Virgen con el Niño en brazos que sería la que habría de permanecer, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa, en suelo santiagueño. Iban por la pampa ambas imágenes, encerradas en cajones de madera y a bordo de una de las carretas tiradas por bueyes, cuando después de haber descansado los carreteros y sus animales a orillas del río Luján, en un paraje conocido como La Estancia de Rosendo, la carreta que conducía las imágenes no pudo adelantar un palmo; “estaba como clavada a la tierra".

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