21.02.10

Historias del Postconcilio (VI): El origen del "Credo del Pueblo de Dios" de Pablo VI

UN CREDO PARA LUCHAR CONTRA LOS ERRORES QUE POR TODAS PARTES BROTABAN EN EL SENO DE LA IGLESIA

Pablo VI concluyó solemnemente el 30 de junio de 1968 el “Año de la Fe", inaugurado 12 meses antes con ocasión del 1900º Aniversario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, fijado de modo aproximado por la tradición en el año 68, bajo el mandato del Emperador Nerón. Durante la celebración en la plaza de San Pedro nadie podía predecir que el año 68 daría su nombre a toda una generación que se proponía de romper con el mundo de sus padres.

Pero también la Iglesia católica debía experimentar este año 1968 como uno que marcaría para simepre el pontificado de Pablo VI: El 25 de julio, pocas semanas después que la conclusión del “Año de la Fe", el Santo Padre publicó la encíclica “Humanae vitae” que causó un terremoto en la Iglesia, como ya hemos visto en otro artículo, con reacciones de enteras conferencias episcopales, prelados y teólogos católicos que el Papa nunca se esperó, por no hablar de todo lo que entonces djio la prensa ypersonajes seculares de medio mundo… No olvidemos que a partir de ese momento, Pablo VI no volvió a escribir una encíclica en los diez años restantes de su pontificado.

Para muchos pasó prácticamente desapercibido el que el 30 de junio de 1968 el Papa dio lectura a un documento de grandísima importancia, por la polémica que días después se montó por la “Humanae Vitae” y que duraría meses, si no años. Nos referimos al “Credo del Pueblo de Dios", exposición sencilla y amena de la fe de la Iglesia qua aún todavía muchos no han leído, pero enb el que Pablo Vi puso grandes esperanzas. Porqué el Papa Montini pronunció dicha confesión de fe y luego la hizo publicar como motu propio en las Actas de la Santa Sede, y quién escribió en realidad este credo nos lo informa el volumen VI de la correspondencia entre el teólogo y cardenal suizo Charles Journet y el filósofo francés Jacques Maritain, personajes que, en general, son clave para entender muchos aspectos del pontificado de Pablo VI.

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18.02.10

La mujer a la que el Papa temía

OLIMPIA MAIDALCHINI Y EL PONTIFICADO DE INOCENCIO X

Figura curiosa y enigmática donde las haya en la historia de la Iglesia, fue sin duda una de los grandes protagonistas de la Roma del siglo XVII. Hija de de un constructor de Viterbo, Sforza Maidalchini y de Victoria Gaulterio, noble de Orvieto, Olimpia nació en Viterbo el 26 de mayo de 1595, justo un año antes de la nuerte, el mismo día y mes, del gran San Felipe Neri, que también dejó huella en Roma, pero muy distinta. Su padre tenía la fijación de dejar como único heredero al hijo varón, mientras que decidió que las tres hijas deberían ir al convento, como ocurría con frecuencia en las familias nobles de aquella época, y dicho y hecho, Olimpia, fue confiada a los consejos de un director espiritual que la convenciese a tomar los hábitos. Pero ella, que por nada del mundo quería ser religiosa, no encontró otro modo de librarse del claustro que el siguiente, que sin duda refleja a las claras su carácter: Acusó al confesor de hacerle proposiciones indecentes. Contemplando a la muchacha, el pecado del confesor podía ser incluso comprensible… aunque era mentira.

Celebrado el consiguiente proceso y el sacerdote fue salió absuelto, pero eso no importaba, el escándalo organizado impidió que Olimpia entrara de novicia. Cuenta la leyenda que rodea a esta mujer, que años después, como cuñada del Papa y en lo más alto de su poderío, hizo nombrar obispo al desdichado sacerdote que años antes ella había hecho pasar por libidinoso. De todas maneras, sobre esta historia del episcopado, como dicen en Italia, se non è vero è ben trovato. El caso es que la funesta ocasión obligó al padre a casarla con prisas, que era en el fondo lo que ella quería. Se casó con un hombre rico y anciano de Viterbo, Paolo Pini, que tuvo la discreción de morirse a los tres años de la boda, djendo a la viuda una considerable fortuna.

Con su determinación, Olimpia había logrado cambiar el panorama de su vida. Ahora era una viuda joven y rica y sin prisas podía elegir al candidato de las nuevas nupcias. Convenía que fuera algún noble de Roma, para poder dejar la vida de provincia que a ella se le quedaba pequeña, y pronto apareció un buen candidato en los ambientes aristocráticos de la Urbe: Se trataba de Pamphilio Pamphili, 30 años mayor que Olimpia, y el único mérito suyo del que tenemos noticia era ese sonoro nombre. Pertenecía a la noble familia de Umbría instalada en Roma de la cual hoy podemos contempalr varios palacios bellísimos por la ciudad eterna y, desde otro punto de vista, la familia pronto adquirió otro tipo de fama y poder todavía más salientes en la sociedad romana, pues un hijo de la familia, concretamente el hermano de Pamphilio, Giovanni Battista, llegó a la Sede de Pedro y gobernó con el nombre de Inocencio X.

Esto ocurrió más de 30 años después de su boda, ocurrida en el 1612, la cual tuvo conclusión rápida por la muerte temprana del marido. Olimpia quedó otra vez viuda y con una gran fortuna, mayor todavía que en la primera viudedad, (aunque su segundo marido tenía mucha nobleza pero no tanta fortuna) que dedicó no precisamente a las obras de misericordia, sino para promover la carrera eclesiástica de su cuñado, al cual desde el principio de su matrimonio estuvo muy unida por estrecha amistad, provocando las más variadas murmuraciones de la nobleza romana.

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12.02.10

Fundador ilustre y gran reformador, pero nunca llegó a los altares

LA VIDA DEL ABAD ARMAND DE RANCÉ, FUNDADOR DE LOS TRAPENSES

Aunque ahora se llaman “Cistercienses de la Estricta Observancia (OCSO)", y prefieren hacerlo así, durante siglos se han llamado Trapenses. Era la reforma de los Cistercienses llevada a cabo por el Abad del monasterio de La Trapa, en Francia, Jean-Armand de Rancé, que se puede considerar con propiedad fundador de esta rama reformada. Siempre se le ha considerado así, pero hoy se le tiende a dejar un poco en la sombra y destacar más la grandeza de San Bernardo o de los tres Fundadores del Cister. ¿Porqué esto? Quizás una de las razones importantes es que fue un hombre tan radical y penitente que dejó tras de sí un estilo de vida muy difícil de vivir, del que parece que hoy sus hijos parecen quererse distanciar. Por eso quizás no se le ha propuesto nunca como candidato a los altares.

Jean-Armand Le Bouthilier de Rancé nació en París el 9 de Enero de 1626, y llevaba el apellido de su ilustre padrino el cardenal de Richelieu. Su familia está cercana al Poder y busca promoverse y enriquecerse. Destinado en primer lugar a la carrera militar, Armand-Jean se orientó, por autoridad, hacia la clericatura y recibió la tonsura a la edad de nueve años, a petición de sus parientes, que querían hacer recaer sobre su cabeza los beneficios eclesiásticos de su hermano mayor moribundo. De este modo será instituido canónigo de Notre-Dame de París y herederá en 1637 la encomienda de cinco abadías, entre las cuales se halla La Trapa. Su madre muere cuando él cuenta doce años.

Joven inteligente y bien dotado, hace brillantes estudios clásicos y teológicos que le llevan hacia el sacerdocio, por el que no sentía ningún atractivo. Sin embargo, en la perspectiva de llegar a ser coadjutor de su tío Víctor, arzobispo de Tours, cede a las presiones familiares interesadas. Rancé es, pues, ordenado sacerdote el 22 de Enero de 1651, y será doctor por la Sorbona en 1654. Hecho archidiácono por su tío Víctor lleva una vida mundana de abad de la corte, según las costumbres de su tiempo."Por la mañana a predicar como un ángel, y por la tarde a cazar como un demonio". Así describía su vida el mismo Rancé, transformado en un eclesiástico de corte, rico, guapo, inteligente y adulado por todos. Le apasiona la caza y el montar a caballo, y frecuenta asiduamente el hotel de Madame de Montbazon. Todo parece sonreirle, pues en 1655 es delegado en la Asamblea del Clero, y en 1656 es capellán del príncipe Gaston de Orleans, sobrino del rey Luis XIV.

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10.02.10

A los 12 años ya era párroco, a los 25 años era hereje

CALVINO, SIN DUDA, EL MÁS GRANDE DE LOS PRIMEROS TEÓLOGOS PROTESTANTES

Una generación lo separa de Lutero, al que nunca llegó a conocer, pues nació en Noyon en Picardía, Francia, el 10 de julio de 1509, y murió en Ginebra, el 27 de mayo de 1564. Estos dos protagonistas de los movimientos reformistas mostraban entre sí fuertes contrastes de nacimiento, educación y carácter. Lutero era un campesino sajón, su padre un minero; Calvino procedía de la clase media francesa, y su padre, un abogado, había comprado la licencia de la ciudad de Noyon, donde ejercía la práctica del derecho civil y canónico. Lutero entró en la Orden de los Agustinos, hizo los votos de vida monástica, fue ordenado sacerdote y concitó mucho odio al casarse con una monja. Calvino nunca fue ordenado sacerdote de la Iglesia Católica: su formación giró fundamentalmente en torno al Derecho y las humanidades; no hizo ningún voto. La elocuencia de Lutero le proporcionó popularidad gracias a la fuerza, sentido del humor, grosería y a la vulgaridad de su estilo. Calvino se dirigía a la gente culta en todo momento, incluso cuando predicaba a las multitudes. Su estilo es clásico; razona sobre los sistemas y tiene un escaso sentido del humor; En vez de fustigar con una vara él utiliza el arma de la lógica aplastante y persuade con la autoridad del maestro, no con los insultos de un demagogo. Escribe en francés con la misma corrección con que Lutero escribe en alemán, y como él, ha sido reconocido como uno de los pioneros en el desarrollo como lengua moderna de su idioma materno. Por último, si consideramos al doctor de Wittenberg un místico, se puede considerar a Calvino como un escolástico; que proporciona una expresión articulada a los principios que Lutero ha arrojado de manera tormentosa sobre el mundo en sus vehementes mítines; y los “Institutos” tal como fueron dejados por su creador han permanecido desde entonces como la norma del Protestantismo ortodoxo de todas las Iglesias denominadas “Reformadas". Sus discípulos franceses llamaron a su secta “la religión"; así ha acabado por ser fuera del mundo romano.

El apellido, escrito de muchas formas, era Cauvin latinizado de acuerdo con la costumbre de la época como Calvinus. Por alguna razón desconocida el Reformador es comúnmente conocido como Maestro Jean C. Su madre, Jeanne Le Franc, nacida en la diócesis de Cambray es mencionada como “bella y devota"; llevó a su hijito a varios santuarios y le educó como un buen católico. Por parte paterna, sus ancestros eran marineros. Su abuelo se estableció en Pont l´Evêque cerca de París, y tuvo dos hijos que se convirtieron en cerrajeros.; el tercero, Gerardo, se convirtió en procurador en Noyon y allí nacieron sus cuatro hijos y dos hijas. Residía en el Place au Blé (mercado de maíz). Noyon, una sede episcopal, había sido desde hacía mucho tiempo un feudo de los Hangest, una poderosa y antigua familia que lo manejaba como si fuera de su propiedad personal. Mas una disputa que venía de antiguo, en la que la ciudad tomó parte, se prolongó entre el obispo y el cabildo. Carlos de Hangest, sobrino del sobradamente conocido Jorge d´Amboise, arzobispo de Rouen, rindió su obispado en 1525 a su propio sobrino, Juan, convirtiéndose en su vicario general. Juan continuó la batalla con sus canónigos hasta que el parlamento de París intervino, debido a lo cual él marchó a Roma y murió finalmente en París en 1577. Este prelado tenía parientes protestantes; se le responsabiliza de haber fomentado la herejía que en aquellos años comenzaba a aparecer entre los franceses. De cualquier modo, las disputas entre el clero proporcionaron a las nuevas doctrinas un campo abonado; y los calvinistas estaban más o menos contagiados por ellas antes de 1530.

Los cuatro hijos de Gerardo se convirtieron en sacerdotes y se les asignó a una parroquia a una edad muy temprana. Al Reformador se le asignó una a la edad de doce años, en la que se convirtió en párroco de San Martín de Marteville en Vermandois en 1527, y en 1529 de Pont l´Evêque. Tres de los hijos asistieron al Colegio de los Capetos de la localidad, donde Juan demostró ser un alumno aventajado. Pero su familia tenía amistad con gente de alcurnia, los Montmor, una rama de la familia Hangest, lo que ocasionó que acompañara a algunos de sus hijos a París en 1523, cuando su madre probablemente ya estaba muerta y su padre se había vuelto a casar. Este último murió en 1531, bajo excomunión por el cabildo por no haber enviado sus cuentas. La causa de esto fue, según se cree, la enfermedad del anciano y no su falta de honradez. Sin embargo, su hijo Carlos, irritado por esta censura, se acercó a la doctrina protestante. En 1534 fue acusado de negar el dogma católico de la Eucaristía, y murió fuera de la Iglesia en 1536; su cuerpo fue expuesto públicamente en la horca como el de un renegado.

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4.02.10

Una superviviente de la persecución religiosa en España cuenta lo que pasó

TESTIMONIO FASCINANTE DE PERSECUCIÓN, MARTIRIO Y PERDÓN

“Conocí a M. Victoria Valverde en el año 1924, fecha en la cual ingresé en el Noviciado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde M. Victoria era la Superiora. Más tarde, siendo profesa, fui destinada a la Comunidad de Martos (Jaén) estando en este tiempo M. Victoria como Superiora de esta Comunidad. Aquí conviví con ella desde el año 1931 hasta el 12 de enero de 1937. M. Victoria era muy querida por todos los miembros de la Comunidad, alumnas y personas allegadas al Colegio, por su trato amable y delicado, virtud y capacidad, don de gentes pero sobre todo destacaba en ella profundamente la prudencia, la caridad y la humildad; afirmo que era humildísima. Se dedicaba en este tiempo a las clases de labores y bordados, con las señoritas mayores. Si bien no poseía preparación intelectual destacada, dada la ascendencia moral que tenía su persona en la Congregación, se rumoreaba entre las Religiosas que podía ser la futura Superiora General.

Hago constar, que durante los años que convivimos juntas inmediatos al desenlace de la guerra civil española, nunca le oí referencia alguna a cuestiones políticas, pues estábamos absolutamente ignorantes de ellas, ni siquiera leíamos periódicos. Era una mujer de vida sencilla, muy delicada de salud, cuya preocupación constante era servir a sus hermanas con diligencia y caridad; quería mucho a las niñas. Me consta que tampoco tenía enemigos, fácil de comprender dada su suavidad de trato, su dulzura y caridad con todos; su vida era sencilla y sin ruidos. Formábamos la Comunidad en este tiempo doce Religiosas.

En el año 1936, la situación se ponía cada día más peligrosa. Ya hacía tiempo que M. Consolación del Blanco y la que declara vestíamos de seglar, para poder dictar clases en el nivel secundario, pasando desapercibidas como religiosas. Se fue complicando cada día más la situación, se suspendieron las clases y ya se oían amenazas telefónicas y verbales. A1 ver el cariz que esto tomaba, M. Victoria, Superiora de la casa, permitió a las Religiosas, sobre todo a las más temerosas, que se fueran con sus familias, otras a las casas de las personas más adictas al Colegio. En un corto lapso de tiempo salieron todas, menos M. Victoria, M. Amparo Rodríguez y yo, que permanecimos hasta el 20 de julio de 1936; después de haber tenido varios registros y a la fuerza, ya que el Colegio estaba lleno de milicianos, nos obligaron a abandonarlo. M. Amparo Rodríguez, de avanzada edad, le hizo tal impacto el obligarla a quitarse el hábito que se trastornó, perdiendo sus facultades mentales: no había medio ni fuerza humana para sacarla de casa, ni por las amenazas de los milicianos, ni de los fusiles que la apuntaban. El vestido de seglar que se le puso lo rasgó entero, y gracias a la fuerza hercúlea que el Señor me dio en ese momento, la cogí debajo del brazo y sosteniéndome de la baranda de la escalera, la pude sacar a la calle.

En este intervalo, los milicianos estaban invadiendo la casa entera y profanando los objetos religiosos que encontraban a su paso: a mis pies arrojaron un hermoso crucifijo que hicieron pedazos en mi presencia. Ante esta profanación me estremecí de tal forma que lancé un grito: ¡Virgen Santísima!, a lo que los milicianos replicaron: “Piense usted lo que dice, que le puede costar la vida". Oí decir también: “Lástima de mujer metida en el convento". Les pedimos que nos permitieran recoger una muda de ropas, lo cual lo hicimos vigiladas constantemente. Antes de esto, viendo la situación cómo estaba, se habían consumido las especies sacramentales.

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2.02.10

La supresión de la Compañía de Jesús (1750.1773)- y 2ª parte

LA SUPRESIÓN EN ESPAÑA Y SUS COLONIAS

La Supresión en España, y sus cuasi-dependencias Nápoles y Parma, y en las colonias españolas fue llevada a cabo por medio de reyes y ministros autocráticos. Sus deliberaciones fueron llevadas en secreto, y ciñeron a sí mismos sus deliberaciones a propósito. Sólo hace pocos años que una pista ha conducido hasta Bernardo Tanucci, el anticlerical ministro de Nápoles, quien adquirió una gran influencia sobre Carlos III antes de que el rey pasase del trono de Nápoles al de España. En la correspondencia de este ministro se hallan todas las ideas que guiaron de vez en cuando la política española. Carlos, hombre de buen carácter moral, confió su gobierno al Conde de Aranda y a otros seguidores de Voltaire; y trajo de Italia a un ministro de finanzas, cuya nacionalidad hizo al gobierno impopular, mientras que sus exacciones dieron lugar en 1766 a disturbios y a la publicación de varios pasquines, sátiras y ataques a la administración.

Se convocó un consejo extraordinario para investigar la cuestión, y se declaró que gente tan sencilla como los amotinados nunca podría haber producido panfletos políticos. Procedieron a obtener información secreta, cuyo propósito no se conoce; pero los registros conservados muestran que en septiembre el consejo resolvió incriminar a la Compañía, y que el 29 de enero de 1767 se ejecutó su expulsión. Se enviaron a los magistrados de cada localidad en las que residían los Jesuitas órdenes secretas, que serían ejecutadas entre el 1 y el 2 de abril de 1767. El plan marchaba silenciosamente. Esa mañana, 6000 jesuitas fueron expulsados como convictos a la costa, donde fueron deportados, primero a los Estados Pontificios y finalmente a Córcega.

Tanucci llevó a cabo una política similar en Nápoles. El 3 de noviembre los religiosos, otra vez sin un juicio, y ahora incluso sin acusación, fueron expulsados a la frontera con los Estados Pontificios, y se les amenazó con la muerte si regresaban. Ha de indicarse que en estas expulsiones, cuanto más pequeño es el estado más grande es el desprecio de los ministros hacia cualquier clase de ley. El Ducado de Parma era la más pequeña de las llamadas cortes borbónicas, y tan agresiva en su anticlericalismo que Clemente XIII le dirigió (el 30 de enero de 1768) un monitorium, o advertencia, según el cual los excesos serían penalizables con censuras eclesiásticas. Llegado este momento, todos los partidarios de la “Familia Compacta” Borbón se enfurecieron con la Santa Sede, y solicitaron la destrucción completa de la Compañía. Como preámbulo, Parma expulsó a los Jesuitas de sus territorios confiscando sus posesiones, como era habitual.

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31.01.10

La medalla milagrosa. El día en que la Virgen se apareció a la última del convento

“¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA,ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!

En la Rue du Bac, número 140, en pleno centro de París, en la casa madre de la Compañía de las Hijas de la Caridad, que fundaran san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, habitaba en 1830 una novicia llamada sor Catalina Labouré, a quien la Santísima Virgen confió un mensaje salvador para todos los que con confianza y fervor lo aceptaran y practicaran. El 27 de noviembre de 1830 sor Catalina escuchó una voz en su interior que decía: «Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza». Entonces se creó una forma ovalada en torno a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: «María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que acudimos a vos».

De esta aparición primera y otra posterior, surgió años después un movimiento mariano que hoy conocemos como la asociación de la Medalla Milagrosa, y que este año está de jubileo. Aprobada por San Pío X en 1909, la asociación cuenta con más de seis millones de miembros en todo el mundo. Su fin es fomentar la devoción a la Virgen María, Madre de Dios, concebida sin pecado original y modelo de la Iglesia Peregrina, conscientes de que el culto a la Madre redunda en gloria y alabanza de su Hijo, el Salvador, por medio de la Medalla Milagrosa y el apostolado que se ejerce mediante la Visita Domiciliaria.

Todo comenzó comenzó aquel 27 de noviembre de 1930. A Catalina Labouré se le apareció la Virgen para enseñarle y recomendarle que propagara la Medalla Milagrosa. Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Virgen que le hiciera de madre, y la Madre de Dios aceptó su petición. Como su hermana mayor profesó en la filas de San Vicente de Paúl, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.

A los 14 años pidió a su padre que le permitiera irse a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía al Señor que le concediera lo que tanto deseaba: consagrarse a él. Una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". Al salir de visitar a una enferma vio otra vez a aquel sacerdote que le dijo: Hija mía, tu ahora huyes de mí, pero un día será feliz de venir a mí. Dios tiene designios sobre ti, no lo olvides imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre.

A los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a su hermana en Chatillón - Sur -Seine, y al llegar a la sala del convento vio el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Después de un año de prueba la destinan al hospital de Enghen a servir a los ancianos durante 36 años. 5 años ayudante de cocina, 4 en la ropería, 15 años cuidando de las vacas que proporcionan la leche parar los ancianos del asilo. Lleva las cuentas de la compra de las vacas y cuando pierde más que gana suprimen las vacas y sustituyen las vacas por cerdos. Las hermanas ancianas la buscan para rezar el rosario con ella, pues lo reza con singular fervor. El día de la Inmaculada cae enferma y comenta que es el ramillete de flores que cada año le ofrece la Virgen. Obediente hasta los más pequeños pormenores, observante del silencio, amante de los oficios más humildes, que declara son las perlas de las Hijas de la Caridad. Le pregunta una sobrina por qué siempre es una simple cuidadora de animales y nunca la hacen superiora: “Las superioras son elegidas inteligentes. Ella no ha podido ir a la escuela.”

Era aún una joven novicia, cuando tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.

Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, vio a la Virgen resplandeciente. De sus manos salían hermosos rayos de luz hacia la tierra. La Virgen le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue al Arzobispo a consultarle el caso. El Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros. Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. Su hija consiguió que aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico. Catalina preguntó a la Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".

Después de las apariciones de la Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.

En 1842 el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen y le sonreía. Se convirtió al catolicismo y se dedicó todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora.

Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, en que murió, Catalina estuvo en el convento sin que nadie conociera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años consiguió que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen". Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó en sus funerales, el que se humilla será ensalzado. Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado. En 1947 el Papa Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen era Verdad. Su cuerpo se venera en la Iglesia de las Hijas de la Caridad donde está también San Vicente de Paúl, en la Rue du Bac, en París.

29.01.10

La supresión de la Compañía de Jesús (1750-1773) - 1ª parte

LAS INTRIGAS POLÍTICAS Y EL ANTICATOLICISMO LLEVARON A LA SUPRESIÓN DE ESTA INSTITUCIÓN BENEMÉRITA DE LA IGLESIA

La Supresión es probablemente la parte más dura de la historia de la Compañía fundada por San Ignacio de Loyola y aprobada en 1540 por el Papa Pablo III. Después de haber disfrutado durante dos siglos y medio de una muy alta estima entre el pueblo católico, reyes, prelados y papas de repente pasó a ser objeto de una frenética hostilidad, fue cubierta de injurias, y eliminada con una dramática rapidez. Cada obra de los Jesuitas -sus vastas misiones, sus nobles colegios, sus iglesias- les fue arrebatada o fue destruida. Fueron desterrados y la orden fue suprimida con discursos severos y denunciatorios, incluso por parte del Papa. Lo que contrasta de la forma más sorprendente es que en esos momentos sus protectores eran antiguos enemigos: los rusos y Federico de Prusia.

Al igual que muchos intrincados problemas, su solución puede hallarse empezando por aquello que es de fácil comprensión. Si retrocedemos una generación vemos que cada uno de los tronos que intervinieron de forma activa en la Supresión, incluido el Papa, estaba desbordado. Francia, España, Portugal e Italia fueron, y todavía son, víctimas de las extravagancias del movimiento revolucionario. La Supresión de la Compañía se debió a las mismas causas que en una posterior evolución dieron lugar a la Revolución Francesa. Estas causas variaron ligeramente según el país. En Francia se combinaron muchas influencias, como veremos: desde el jansenismo al librepensamiento, hasta la por entonces acuciante impaciencia por el antiguo orden de cosas.

Algunos han creído que la Supresión se debió en principio a estas corrientes de pensamiento. Otros la atribuyen principalmente al absolutismo de los borbones. Pero, aunque en Francia el rey era reacio a la Supresión, las fuerzas destructoras adquirieron su poder debido a su indolencia al ejercer el control que solamente él poseía en esa época. Fuera de Francia, es evidente que la autocracia, que actuaba por medio de arrogantes ministros, fue la causa determinante.

Portugal: En 1750 José I de Portugal nombró a Sebastián José Carvalho, posteriormente Marqués de Pombal (en el grabado, a derecha), como su primer ministro. Las disputas de Pombal con los Jesuitas empezaron con un desencuentro por un intercambio de territorio con España. San Sacramento fue intercambiado por las Siete Reducciones de Paraguay, que pertenecían a España. Allí, las maravillosas misiones de la Compañía eran codiciadas por los portugueses, que creían que los Jesuitas eran mineros de oro. Así, los indios fueron obligados a salir de su país; y los Jesuitas procuraron conducirlos pacíficamente a las lejanas tierras que les fue asignada. Pero, debido a las severas condiciones impuestas, se levantaron en armas en contra del traslado, y se originó la llamada guerra de Paraguay la cual, por supuesto, fue desastrosa para los indios. Luego, paso a paso, la disputa con los Jesuitas fue llevada hasta sus extremos. El débil rey fue persuadido para eliminarlos de la corte; empezó una guerra de panfletos en su contra; en primer lugar, se prohibió a los padres que asumieran la administración temporal de las misiones y posteriormente fueron deportados de América.

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25.01.10

La última y más terrible de las antiguas persecuciones

LA SUPERSTICIÓN RELIGIOSA LLEVÓ A LA MÁS GRANDE PERSECUCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD

LORENZO CAPPELLETTI

La madrugada del 23 de febrero del 303 –día de los Terminalia, la festividad de “Júpiter de los confines” (Iupiter Terminalis), que podía haber sido el momento simbólico para terminar definitivamente con la fe cristiana–, los pretorianos arrasan la basílica cristiana de Nicomedia, la ciudad donde residían entonces los emperadores Diocleciano y Galerio. Aquel mismo día, o el día después, fue emanado un edicto que, por lo que respecta a los cristianos, decretaba la destrucción de sus lugares de culto y sus libros sagrados; la expulsión de los cargos públicos y la privación del derecho a defenderse frente a cualquier tipo de acusación; la degradación de los cristianos más ilustres, que podían por ello ser sometidos a tortura; y, por lo que se refiere a los esclavos cristianos, la imposibilidad de ser liberados.

Es el principio de la sanguinaria persecución que durante un decenio será no sólo semilla de cristianos, sino también causa de traiciones y laceraciones dentro de la Iglesia (cfr. Eusebio, Historia Eclesiástica VIII, 2-3), empezando por la de Roma, cuyo papa Marcelino, como se lee lapidariamente en su biografía oficial, acabó alabando a los dioses paganos: «ad sacrificium ductus est ut turificaret, quod et fecit» (Liber pontificalis I, 162). No por nada todos los fieles piden cada día en la oración del Señor «et ne nos inducas in tentationem».

Cuando se cumplieron los mil setecientos años de esta persecución, conocida como la gran persecución o la persecución de Diocleciano, no tuvo ningún eco en las páginas culturales de la prensa. Y, sin embargo, no se trata de un hecho menor y carente de sugerencias para los modernos, «los primeros», decía Péguy, «después de Jesús sin Jesús», que no comprendiendo ya el eco de la lucha radical y misteriosa a la que alude el Apocalipsis de san Juan, no entendemos por qué la fe en Jesucristo ha de ser odiada y consideramos su persecución simplemente como resultado de costumbres primitivas y bárbaras, o como mucho como instrumento para otros intereses. Como también consideramos bárbara y/o instrumental, pese a los hechos, la conversión de Constantino.

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22.01.10

Historia de la Reforma Litúrgica (VII): Ottaviani tenía razón

PABLO VI LE DIO LA RAZÓN AL CARDENAL OTTAVIANI EN SUS CRÍTICAS A LA PRIMERA EDICIÓN DEL “NOVUS ORDO”

No vale la pena recoger las piedras que se lanzaron contra el cardenal Ottaviani cuando se le ocurrió dirigirse por escrito al Papa en 1969, a raíz de la promulgación del Nuevo Misal, para pedirle con amor filial una reconsideración del mismo, sobre todo de algunos números concernientes a la “Ordenación general del Misal romano". Los medios de comunicación y no pocos eclesiásticos trataron a dicho cardenal como si se tratara del más encarnizado enemigo de la Santa Iglesia católica. Pero en realidad todo se explica sabiendo la ojeriza que le guardaban los que estaban siempre prontos a acoger cualquier novedad y a darla por buena, o mejor, por la sola razón de ser nueva.

Es un acto de justicia recordar los titulares de protesta y de rechifla contra el gran cardenal, aparecidos en uno de los rotativos de Madrid, a cuenta de uno de estos clérigos “progresistas” que acusaba a Ottaviani de haber dado al Papa el mayor disgusto de su vida. Y hasta revista tan oficiosa como nuestra Ecclesia dio cabida en sus páginas a una crónica de Roma que rezumaba ira y casi desprecio para el cardenal. Su toma de posición acerca del Nuevo Misal se presentaba como exponente máximo de la corriente mas “ultra” del grupo tradicionalista, en un intento de bloquear, “aunque con ninguna posibilidad de éxito, el lento y gradual impulso de reforma en la Iglesia", patrocinado por Pablo VI. Y se recogían juicios y apreciaciones acerca de la postura del cardenal que no miraban a otra cosa sino a dejarle en mal lugar frente al Papa, tachándole, cuando menos, de indiscreto y reaccionario.

No faltaron otros que a cara descubierta le dijeron “soberbio y desobediente". Tampoco faltaron los que señalaron su distinto comportamiento cuando se trató de intervenciones pontificias en otra línea más tradicional, v. gr., la de la Mysterium fidei, Sacerdotalis coelibatus, Catecismo Holandés y Humanae vitae, como si no pudiera estar justificada la distinta toma de posición de una misma persona sobre problemas diversos y hasta sobre distintas decisiones de una misma autoridad, cuando lo que se discute no es la autoridad, sino la oportunidad o el acierto de lo que se ordena, que por lo demás se esta dispuesto a acatar.

Sin embargo, Ottaviani no estaba solo: Aparte que su carta al Pontífice iba apoyada también por el cardenal Bacci, y un escrito adjunto de gran numero de teólogos de valía, otras muchas personalidades, de una forma u otra, expresaron también reservas o reparos. Sin ir más lejos, el mismo arzobispo de Madrid-Alcalá hizo, en una entrevista periodística, algunas puntualizaciones en este sentido. Y monseñor Guerra Campos, secretario del Episcopado español, en unas declaraciones concedidas al diario Ya, de Madrid, a raíz de la publicación en L’Osservatore Romano del comunicado de la Comisión de la Santa Sede, en que se apuntaba la posibilidad o conveniencia de corregir algunas redacciones del Nuevo Misal, vistos los reparos puestos por algunos, dijo entre otras cosas: La Ordenación o “Institución del Misal", no debe confundirse con el texto del Misal. Aquella son la instrucción y norma reguladora del uso de este. Generalmente no es doctrinal. De hecho, el mismo secretario de la Congregación, Bugnini, reafirmo que tal Ordenación no es un texto dogmático, sino mera y simple exposición de normas o ritos.

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