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11.05.10

Muertes papales (IV): Los que murieron por declinación senil o vejez

ESTE MODO PACIFICO DE MORIR HA CARACTERIZADO SOBRE TODO A LOS PAPAS DE LOS ÚLTIMOS SIGLOS

RODOLFO VARGAS RUBIO

Dice la Sagrada Escritura: «Summa annorum nostrorum sunt septuaginta anni et si validi sumus octoginta» (la cima de nuestra edad son setenta años y, si gozamos de salud robusta, ochenta) (Salmo LXXXIX, 10, versión del cardenal Bea). Estos son los limites que se asignan tradicionalmente a la duración de la vida humana. Dante comparte esta convicción, puesto que empieza su Commedia diciendo que, hallándose «a metá del cammin di nostra vita» (a mitad del camino de la vida), se vio extraviado en aquella selva oscura de donde le sacó el espectro de Virgilio para emprender su viaje sobrenatural. Ahora bien, como el poeta (n. 1265) supone la acción en el año jubilar de 1300, tenía entonces 35 años, lo cual quiere decir que, según el, el hombre llega normalmente al fin de su existencia a los 70. En los últimos tiempos, la esperanza de vida se ha elevado de manera considerable y no es raro llegar a los 80 años y superarlos, a veces ampliamente, sobre todo si se han tenido costumbres saludables.

En los últimos siglos, dada la edad mas bien provecta y la morigeración de las costumbres de los hombres que se han sentado en la silla de Pedro, esta forma de morir ha sido más habitual que en otros tiempos. De hecho, la estadística muestra que en los últimos dos siglos el promedio de edad alcanzada por los quince Pa­pas que han ocupado el solio pontificio en ese lapso es de 78 años, habiendo nueve de ellos superado los 80. La du­ración media de sus reinados es de catorce años, mayor a la de periodos similares precedentes. Ocho de estos pontificados superaron los quince años y entre ellos hay que contar el de Pío IX (1846-1878), el más largo de la historia con sus casi treinta y dos. Hay que advertir, no obstante, que no siempre una edad avanzada es serial de muerte por declinación senil. Clemente X, por ejemplo, tenía 86 años cuando murió de fiebre violenta; Clemen­te XII era un anciano valetudinario de mas de 87 años a cuya vida puso fin una trabajosa agonía, y Juan XXIII falleció a consecuencia de un cáncer habiendo ya supe­rado los 81; el mismo Juan Pablo II, octogenario, murió sin embargo de las consecuencias respiratorias del mal de Parkinson.

Papas que murieron, como suele decirse, «de viejos» fueron:
- San Agatón (678-681). Elegido en la mas extrema ancianidad, moría tranquilamente a la increíble edad de 107 años, después de haber aprobado el Concilio III de Constantinopla (VI de los ecuménicos), que venció definitivamente la herejía monoteleta.
- Celestino III (1191-1198). En la Navidad de 1197, sintiendo aproximarse su fin (pues contaba a la sazón 92 años), intentó abdicar con la condición de que el Sacro Colegio le eligiese sucesor en la persona del cardenal Juan de Santa Prisca, lo que fue naturalmente rechazado, expirando el Papa el 8 de enero siguiente.
- Gregorio IX (1227-1241). A punto de cumplir los 100 años, no resistió las apreturas de un verano particularmente caliginoso no solo por el clima sino por el enfrentamiento con Federico II de Suabia, que ya daba mucho hilo a torcer al Papado.

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13.04.10

Un esperpento como pocos se han visto: El "concilio cadavérico"

LAS PERIPECIAS DEL PAPA FORMOSO VIVO Y DESPUÉS DE MUERTO

Esperpentos en la historia de la Iglesia ha habido muchos, como es sabido, pero pocos tan grandes e injustos como el llamado Concilio cadavérico, con el que no se dejó descansar al Papa Formoso en su tumba. La cuestión se enmarca, como se puede imaginar en una de las muchas luchas de poder en la que La sede romana se vió envuelta, en esta ocasión especialmente violenta, entre italianos y germánicos, en pleno siglo de hierro del papado, periodo terrible como pocos -y por ello tristemente famoso- de nuestra historia sobre el cual tendremos que volver muchas veces en este blog, pues es de gran interés y muy desconocido para la mayoría.

Originario de la Urbe romana, donde había nacido hacia el 816 (aunque no conocemos la fecha exacta), el polémico obispo de la diócesis suburbicaria de Porto, Formoso, llegó al Sumo Pontificado precedido de una gran fama como diplomático. En efecto, enviado por Nicolás I a Bulgaria, logró la conversión del rey Boris y de sus súbditos. Bajo Adriano II, se desempeñó brillantemente en la Curia Romana, lo que le granjeó la envidia de los mediocres de siempre y por ello, aun siendo papable, no llegó a ser elegido en el siguiente cónclave, en el que por el contrario fue elegido Juan VIII, su rival político.

En 877, al apoyar coronar rey de Italia a Arnulfo, se enfrentó a dicho pontífice, que por su parte apoyaba a Carlos II el Calvo, lo que le valió a Formoso el ser expulsado de su diócesis y la excomunión. Excomunión que sería levantada, en 883, al acceder al papado Marino I, siendo restituido en su sede, dignidad que ocupaba al ser elegido Papa. Contra Formoso se multiplicaron las acusaciones, pero no falta historiador que ve en éste proceso político muchos puntos oscuros y procura la defensa de Formoso. Años más tardes, al morir Esteban V, el obispo de Porto fue elegido Papa el 6 de octubre del 891, y se vio en la tesitura de seguir la política de su predecesor contraria a Guido y Lamberto de Espoleto, pretendientes a la corona imperial de Occidente, vacante desde 887 por la deposición del último carolingio directo.

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29.03.10

Muertes papales (III): Los que murieron por enfermedad

“EL PAPA NO ENFERMA, SOLO SE METE EN LA CAMA PARA MORIR”

RODOLFO VARGAS RUBIO

Un antiguo dicho acuñado por los funcionarios de la curia vaticana reza: «El Papa no enferma, solo se mete en cama para morir». Durante mucho tiempo, las enfermedades de los Sumos Pontífices han sido mantenidas en el más estricto de los secretos, hasta tal punto que en el convencimiento popular arraigó la creencia expresada en la frase apenas mencionada. Ello provoca que la indisposición mas ligera desencadene toda suerte de rumores y la alarma de los reporteros, ávidos de la primicia de un «fallecimiento apostólico», valor mas que seguro en el mercado de la comunicación. El hermetismo vaticano se ha aflojado un poco en los ultimos tiempos debido a la imposibilidad de ocultar los malestares experimentados por Juan Pablo II en público y su evidente declinación física. Pero la política sigue siendo la de la reserva.

Durante los últimos años del pontificado de Pablo VI, la central telefónica vaticana quedaba literalmente copada cada vez que se creía que el Santo Padre se hallaba mal. Una de las señales mas significativas e inequívocas del penoso estado de salud del papa Montini fue la recuperación de la silla gestatoria -que él mismo había suprimido- para entrar en San Pedro y salir, dado que no podía ya hacer el recorrido a pie. En realidad fue Pio XII quien dio ocasión de considerar al Vicario de Cristo como alguien sometido también a los padecimientos humanos. La noticia de su grave enfermedad de 1954 corrió como reguero de pólvora, y el convencimiento de que moriría era tal que se prepararon ediciones extraordinarias de los periódicos con reseñas de su pontificado y encabezamientos de duelo. Pero Pio XII se recuperó sorprendentemente y la prensa ofreció una noticia mas sensacional que la de la temida muerte del Papa: la de la visión que tuvo de Jesucristo mientras recitaba el Anima Christi, visión en la que le fue dicho que saldría del trance. Alguno en los pasillos de la curia había filtrado lo que fue una confidencia, pero lo publicado no fue desmentido oficialmente.

He aquí los Papas que sucumbieron a enfermedades (cuyo espectro, como se vera, es de lo mas variopinto):
- Vigilio (540-555). Murió en Siracusa, donde había repostado en la ruta que le llevaba a Roma desde el exilio, a consecuencia de una recrudescencia de su mal de cálculos biliares, que ya se le había manifestado en Calcedonia en 551, en medio de sus correrías por causa de la cuestion de los Tres Capitulos.
- Pelagio II (578-590). Cayó victima de la peste que se declaró en Roma debido a una inundación del Tiber de grandes proporciones.
- San Gregorio I Magno (590-604). La gota lo consumió durante años, como lo atestigua el mismo Papa en una carta del ano 599 dirigida al noble siciliano Venancio: «Hace ya once meses que, salvo raras ocasiones, no me levanto de la cama; a tal punto soy presa de dolor y malestar y tanto me hace padecer la podagra que la vida se me ha convertido en la mayor penitencia por mis pecados.» El 12 de marzo de 604, los rigores del invierno acabaron con sus últimas fuerzas.

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7.03.10

Muertes papales (I): Los que murieron asesinados

RODOLFO VARGAS RUBIO


Hace unos años don Rodolfo Vargas Rubio publicó los siguientes artículos en un libro en el que colaboró. Hace menos tiempo se publicaron en el primer blog “Temas de historia de la Iglesia” que hubo en la web y el director de la Enciclopedia Católica en español pidió poderlos publicar en dicha obra monumental. Ahora don Rodolfo los reproduce aquí para poderlos hacer asequibles a los lectores de Infocatólica.

LOS QUE MURIERON ASESINADOS (NO MÁRTIRES, A ELLOS SE DEDICA OTRO ARTÍCULO)

Afortunadamente, la silla de Pedro superó hace ya siglos etapas turbulentas que ensombrecieron la divina misión de sus titulares, quienes no pocas veces perecieron en el remolino de la violencia. Si hay un periodo particularmente tenebroso -que justifica ampliamente la denominación de «edad oscura» aplicada indiscriminadamente a todo el medioevo por la Ilustración- es sin duda el que arranca con la abominación del concilio cadavérico en 897 y culmina con la escandalosa venta del Papado por Benedicto IX, depuesto por los legados del emperador Enrique III en 1048, después de tres periodos de reinado, a cual más escandaloso. El cardenal Cesare Baronio, en sus famosos Anales, escritos a la manera de Tácito, llamó a esta época «saeculum ferreum» (el Siglo de Hierro), sin duda por la dureza y ferocidad de las costumbres y por la esterilidad del espíritu. También habla el gran historiador del Papado de «saeculum plumbeum» (siglo de plomo), en evidente alusión al mito griego de las tres edades de la humanidad, representando el vulgar metal lo más vil y bajo a que ésta puede llegar. Y es que estos ciento cincuenta años, que encajan entre el fin del renacimiento carolingio y los principios de la reforma pregregoriana, son una sucesión tal de crímenes y de oprobios que constituyen un argumento apologético a favor del pontificado romano, pues es impensable que institución alguna hubiera podido sobrevivir a tanta ignominia si no tuviera la asistencia divina.

La mayor parte de asesinatos de Papas corresponde precisamente al Siglo de Hierro, marcado por los manejos políticos de dos poderosas familias, emparentadas entre í y procedentes de Teofilacto, vestatario romano: los Albericos o Tusculanos (de quienes descienden los principes Colonna) y los Crescencios. Las mujeres de la casa de Teofilacto, Teodora y su hija la domna senatrix Marozia, se erigieron en árbitros de Roma y de sus Pontífices, y a este hecho se debe quizás el que cobrara vuelos la historia de la papisa Juana, a la que nos referiremos en otro lugar. No ha habido, gracias a Dios, parangón a esta lamentable era en la historia de los Papas. Algunos -especialmente en los ambientes protestantes- ven en la Roma del Humanismo y el Renacimiento un nuevo Siglo de Hierro. Es cierto que los Papas de ese tiempo se comportaron más como príncipes que como pastores y que la mundanidad triunfó en su corte, pero no es menos cierto que hubo la contrapartida de la santidad, de la creación artística y del avance de las ciencias, contrapartida que no tuvo el siglo X, como Ludwig von Pastor muy acertadamente señala en su monumental Historia de los Papas. Por lo demás, episodios aislados de singular violencia que acabaron con la vida de algún vicario de Cristo los ha habido en otras épocas, como se verá a continuación.

He aquí la lista de Papas asesinados:
-Sabiniano (604-606). Había provocado las iras del pueblo -ya crispado por la carestía que se había declarado- con ataques a la memoria de su predecesor Gregorio I, a quien aquel ya veneraba como santo y algunos de cuyos escritos mandó destruir el nuevo Papa. Sabiniano no perdonaba al gran Gregorio haberle reconvenido por su poco airosa intervención como legado ante el patriarca de Constantinopla, que había asumido el titulo de «ecumenico» en abierto desafió al Pontífice de Roma. Perdió la vida en medio de una insurrección general y sus funerales dieron lugar a toda clase de desórdenes. El cortejo que llevaba su cadáver desde San Juan de Letrán a San Pedro tuvo que ser desviado por callejuelas escondidas, hasta el punto de que hubo de cruzar el Tiber por el puente Milvio, muy alejado del Vaticano.

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25.02.10

La buhardilla de Jerónimo nos sugiere este interesante tema

Cuando ayer La Buhardilla de Jerónimo proponía en su Blog que hablase yo algo sobre Benedicto XIII con ocasión del reanudarse su proceso de Canonización, me pillaba terminando el artículo conclusivo sobre la vida de Calvino, que se había quedado a la mitad, y le dije a Francesco que por favor esperara un poco. Pero ayer mismo me llamó Don Rodolfo Vargas Rubio, el experto en historia eclesiástica que colabora con frecuencia en este blog y se ofreció a escribirlo él. Probablemente lo publique también en alguno de sus blogs (que tiene varios), que nadie se sorprenda por ello. Aquí está el resultado.

BENEDICTO XIII (ORSINI), UN PAPA SIN TACHA NI DOLO


RODOLFO VARGAS RUBIO

El nombre de Benedicto XIII se presta a alguna confusión, ya que lo llevaron dos papas: el aragonés don Pedro de Luna, famoso por su resistencia a toda prueba, contra todo y contra todos, en su castillo de Peñíscola, y el italiano Pietro Francesco Orsini, en religión fra Vincenzo Maria. Trescientos años separaban al primero del segundo, pero cuando éste fue elegido, aún ardían los últimos rescoldos del Gran Cisma en el ánimo de muchos a pesar del tiempo transcurrido. El cardenal Orsini quiso tomar el nombre de Benedicto XIV por respeto al aragonés, pero fue disuadido de ello por los cardenales italianos, fieles a la vieja tradición de reconocimiento de la obediencia urbaniana de la Curia Romana (que, por consiguiente considera antipapas a los pontífices de la aviñonesa). Fue así como hubo un segundo Benedicto XIII en la Historia del Papado y es de éste de quien nos vamos a ocupar en estas líneas.

El primogénito de Fernando III, duque de Gravina en el Reino de Nápoles, nació el 2 de febrero de 1649. Su familia era una rama segundogénita de los Orsini de Bracciano, que constituían a su vez una de las líneas descendientes de Matteo Rosso el Grande (1178-1246), primero en llevar el apellido Orsini (de domo filiorum Ursi) junto con su hermano Napoleone, ambos hijos de Giangaetano Bobone, primo del papa Celestino III, el primer pontífice en seguir una política nepotista planificada (lo cual era hasta cierto punto natural en los tiempos que corrían, en los que los Papas necesitaban rodearse de gente de su confianza). Matteo Rosso, senador de Roma, fue amigo de San Francisco de Asís (se hizo terciario) y padre del segundo pontífice de la dinastía: Nicolás III, que reinó de 1277 a 1280 y siguió el ejemplo de su tío y predecesor Celestino III, favoreciendo grandemente a sus parientes, para los que quiso crear un feudo con la Toscana y la Romaña (en lo que fue precursor de Alejandro VI, que quiso algo parecido para su hijo César Borgia).

Los Bobone eran de antiguo origen romano y, ya conocidos como Orsini, se distinguieron por su apoyo al Papado, abrazando el partido güelfo en la lucha de aquél contra el Imperio, lo que los opuso a los Colonna (descendientes de los Teofilactos y Crescencios, señores de Roma en la época de la pornocracia), los cuales eran gibelinos, es decir partidarios del Emperador. Orsini y Colonna se enfrentaron durante mucho tiempo por el control de la Ciudad Eterna, llegando al enfrentamiento armado. De esta rivalidad quedó un vestigio testimonial hasta época reciente: el desempeño por turno anual del cargo honorífico de Príncipe Asistente al Solio, vinculado de modo hereditario a ambas dinastías, como representantes del patriciado romano (esta medida sería adoptada precisamente por Benedicto XIII para evitar disputas de precedencia). La supresión de la Corte Pontificia por Pablo VI sepultó para siempre el recuerdo de una histórica enemistad.

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