InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Papas

20.02.11

Aquel siglo de gran oscuridad para la Iglesia (I)

EL “SAECULUM OBSCURUM", TERRIBLE COMO POCOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

Al llegar al año 900, el gran historiador de la Iglesia, el Venerable Cardenal oratoriano Cesare Baronio, en sus Annales, no sabe cómo designar al siglo X, siglo de barbarie, calamidades, crímenes y miserias en la urbe Romana que antaño había civilizado al mundo, y lo califica de saeculum ferreum, por su aspereza y también obscurum, por lo poco que brilló la Iglesia, y plumbeum por la deformidad de sus males.

Cuando los carolingios, debilitados en su poder y caídos también ellos en la anarquía -muy lejos quedaban los tiempos esplendorosos de Carlomán, Pipino el Breve o Carlomagno- dejaron de intervenir eficazmente en los Estados del Papa, surgieron familias poderosas que por el crimen o la intriga se apoderaron del pontificado, señores feudales y aún obispos que se rebelaron contra el Papa y toda la serie de desórdenes que traía consigo la anarquía feudal mal reprimida. Cuando esta intrusión abusiva de lo político en lo eclesiástico se extendió a los obispados y abadías, la Iglesia, en cierto modo esclavizada, padeció las plagas más infamantes de su historia. Como ha señalado un famoso historiador español, sólo en la libertad la Iglesia debía encontrar su regeneración.

Por ser tarea fácil y tentadora la de describir cuadros sombríos, se explica que los historiadores se hayan deleitado en entretener al lector con los escándalos de aquella edad de hierro; pero sería a todas luces injustos olvidar a los santos que en esta época resplandecieron por sus virtudes heroicas en las celdas monásticas, en las sedes episcopales e incluso en los tronos reales; y el fervor del pueblo de Dios manifestado en su devoción a los santos, sus peregrinaciones a santos lugares y sus obras de misericordia. Pero esto es más difícil que interese a algunos historiadores.

Comienza este periodo durísimo de la historia eclesiástica con un Papa que ya conocemos en esta sede, Formoso, sobre el cual se habó al tratar aquel estrambótico y terrible episodio del concilio cadavérico. Originario de la Urbe, donde había nacido hacia el 816, el obispo de la diócesis suburbicaria de Porto, Formoso, llegó al Sumo Pontificado precedido de una gran fama como diplomático. A1 morir Esteban V, fue elegido Papa el 6 de octubre del 891, y se vio en la tesitura de seguir la política de su predecesor contraria a Guido y Lamberto de Espoleto, pretendientes a la corona imperial de Occidente, vacante desde 887 por la deposición del último carolingio directo.

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3.02.11

Esplendor y martirio de un Pontífice (I)

PÍO VI, UN PONTIFICADO TORMENTOSO CON PROMETEDORES COMIENZOS

Clemente XIV falleció en 1774, con una muerte rodeada de controversia, por el modo misterioso como ocurrió. Las profecías de cierta Bernardina Baruzzi, que anunciaba con palabras apocalípticas la próxima muerte del Papa, le inspiraron un terror que aumentó hasta el desenlace fatal. Languideció desde la primavera hasta el 21 de septiembre de ese año, en que expiró piadosamente y, a1 descomponerse rápidamente el cuerpo, corrió el rumor de que el Papa había sido envenenado por los Jesuitas. La horrible acusación no era más que una innoble calumnia, como demostraron la autopsia y el testimonio del confesor del Padre Santo. El padre Lorenzo Ricci, Prepósito General de la Compañía, que había sufrido, a pesar de su avanzada edad, una rigurosa prisión, siguió al Papa al sepulcro el 24 de noviembre de 1775.

Tras un largo conclave que duró cuatro meses y medio, el Cardenal Giovanni Angelo Braschi fue elegido el 15 de febrero de 1775 y tomó, por devoción a Pío V, el nombre de Pío VI. Los Cardenales que le eligieron eran, en gran parte, los mismos electores del Papa difunto y el electo logró reunir en su persona la unanimidad de los sufragios. Los partidarios de la política de Clemente XIV, como los independientes, que deseaban que la Iglesia se liberase de la influencia de las cortes, todos le habían concedido sus votos.

De buena estatura, de porte majestuoso, e1 nuevo Papa, de menos de cincuenta y ocho años, pertenecía a una vieja familia noble, originaria de Cesena. Al nuevo Papa se le acogió con universal simpatía a su advenimiento: Tanto é bello quanto é santo, se decía de él. Piadoso y bienhechor, no por ello dejaba de amar el fasto y esplendor de las fiestas y ceremonias y, desgraciadamente, practicó el nepotismo, tantas veces condenado por la Iglesia. Para uno sus sobrinos, Onesti, a quien entregó el nombre y armas de los Braschi, construyó el magnífico palacio Braschi en Plaza Navona, uno de los más célebres de Roma. Al menos asociaba los favores con que colmaba a los suyos con el mecenazgo típico de los Papas de dos siglos antes, y a su capital se debe la creación del museo Pío-Clementino en el Vaticano, destinado a recibir las obras maestras de la escultura y estatuaria. A él debe también la ciudad de Roma una gran obra, de una utilidad social más inmediata, que retuvo su atención durante más diez años: La desecación de los pantanos pontinos, que hizo más salubre región marítima.

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13.01.11

El final del Papa Rey

PÍO IX Y EL FINAL DEL ESTADO PONTIFICIO

El año 1792 vio la luz en la ciudad italiana de Senigallia el Conde Giovanni Maria Mastai Ferretti, que con el paso de los años llegaría a Papa y tomaría el nombre de Pío IX. Eran años difíciles para la Iglesia, especialmente en Francia, pero por influjo de la revolución francesa, también en el resto de Europa. Fue concretamente en verano de dicho año cuando las leyes del país galo obligaron a cerrar los últimos conventos que habían sobrevivido a los años anteriores y se declararon ilegales las procesiones y el uso del hábito talar.

Objeto de otro artículo podrían ser las consecuencias de la revolución francesa en la Iglesia gala, pero conviene aquí recordar que dicho fenómeno político y social hizo, bajo el conocido lema de “libertad, igualdad, fraternidad” que en un solo año muriesen más cristianos de los que habían muerto en los siglos anteriores a manos de la terrible Inquisición. No fue en 1789, año en que una buena parte del clero acogió positivamente los ideales de la revolución y al constituirse en Versalles la Asamblea Nacional, en ella participaron cuatro obispos y 149 sacerdotes. En la noche del 4 al 5 de agosto de dicho año el clero renunció a sus privilegios y la supresión de las diferencias sociales fue celebrado con un Te Deum.

Pero esta connivencia no podía durar por el cariz anticlerical que la revolución mostró enseguida, con la enajenación de los bienes eclesiásticos -aunque se prometió el mantenimiento del culto y del clero- que privaba a la Iglesia de su libertad de acción. En protesta el clero abandonó la Asamblea Nacional y la reacción de los presentes recordó la famosa expresión del difunto Voltaire, enemigo jurado de la Iglesia: “écrasez l’infame”. El culmen vino con la nueva constitución de 1790, que abolía el catolicismo como religión de estado y hablaba solamente de un “ser supremo” genérico. El estado pidió a los ciudadanos que quisieran ejercer una actividad pública (como el clero) jurar dicha constitución, cosa que Pío VI (1775-1799), después de titubear mucho, rechazó, pidiendo a los sacerdotes que no jurasen o que lo renegasen si ya habían jurado. Entre 1792 y 1793, año en que en Francia fue abolido oficialmente el cristianismo, fueron asesinados la friolera de 22.938 sacerdotes, por no hablar de religiosos y religiosas.

Pero volvamos a Italia, donde la familia Mastai Ferretti era conocida por sus gustos liberales, lo cual se vio a las claras cuando el joven eclesiástico, con 35 años de edad, el 21 de mayo de 1827 fue nombrado arzobispo de Spoleto y consagrado por el cardenal Francesco Saverio Castiglioni, después papa Pío VIII. De esta etapa destaca la amnistía que logró para los que participaron en una fallida revolución que, en 1831, se había extendido a aquella ciudad. Este hecho y sus simpatías por la causa italiana le hicieron ganar la fama de liberal. Al año siguiente de ese suceso, fue trasladado al prestigioso obispado de Imola manteniendo el cargo de arzobispo ad personam. Fue nombrado Cardenal in pectore el 23 de diciembre de 1839 y hecho público el 14 de diciembre del año siguiente.

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7.01.11

El angustioso grito de Pío XII en favor de la paz

EL RADIOMENSAJE DEL 24 DE AGOSTO DE 1939

RODOLFO VARGAS RUBIO

Pío XII había sido testigo del sufrimiento de su predecesor san Pío X al ver cernirse el fantasma bélico sobre la Europa de 1914, sufrimiento que le llevó a la tumba. También había colaborado con Benedicto XV en sus incansables esfuerzos –maliciosamente tergiversados por las potencias– para detener la maquinaria de muerte y de destrucción ya desencadenada, lo que él llamó con palabras elocuentes e inequívocas l’inutile strage (“la inútil carnicería”). Ante los oídos sordos que si hicieron a sus admoniciones, al menos intentó paliar los indecibles sufrimientos de las víctimas y en esto también le fue de valiosa ayuda el entonces nuncio Pacelli. Éste no pudo por menos de dolerse más tarde con el papa Della Chiesa no sólo de que se hiciese oídos sordos a sus palabras, sino que se excluyera a la Santa Sede de las negociaciones de paz en Versalles, donde, haciendo caso omiso de los consejos de moderación de Roma, se sembraron, en cambio, las semillas de discordia, cuyos amargos frutos estaban a punto de cosecharse en el verano salvaje de 1939. Sí, Pío XII sabía por experiencia que Europa y el mundo entero se hallaban sobre un polvorín presto a estallar si no prevalecía una última luz de razón. Queremos enmarcar el llamado que hizo el Papa aquel 24 de agosto de hace setenta años en su contexto histórico, para lo cual nos servimos de los datos proporcionados por el R.P. Pierre Blet, S.I., en su libro Pie XII et la Seconde Guerre Mondiale d’après les Archives du Vatican (Perrin, 1997).

Eugenio Pacelli había sido elegido el 2 de marzo en medio de una situación internacional muy enrarecida. El año anterior había debutado con la anexión a Austria a la Gran Alemania (el Anschlüss), pero Hitler no se había detenido en su política expansionista y ambicionaba los Sudetes (región de la entonces Checoeslovaquia con mayoría de población alemana) y el corredor de Danzig para poner en contacto la Prusia Oriental con el resto de Alemania, separados por Polonia. El canciller empleó la táctica de gritar alto en tono amenazante para lograr sus propósitos. Neville Chamberlain, primer ministro de la Gran Bretaña, partidario de la política de apaciguamiento, propició la Conferencia de Múnich, en la que los jefes de los gobiernos británico, francés, italiano y alemán aceptaron la anexión de los Sudetes a cambio de las garantías de Hitler de mantener el equilibrio europeo absteniéndose de ulteriores reclamaciones. Pero ya se sabe lo que pensaba éste de los pactos y compromisos. Así, el 15 de marzo de 1939, tres días después de la coronación de Pío XII, Alemania invadía Checoeslovaquia ocupando Bohemia y Moravia y sometiéndolas bajo régimen de Protectorado y creando con Eslovaquia un Estado títere. Esta violación de los Acuerdos de Múnich hizo cambiar la política británica y Chamberlain declaró que su país intervendría en caso de “cualquier acción que pusiera en peligro la independencia de Polonia”.

Efectivamente, la presa ambicionada por el Reich era ahora su molesto vecino del Este, al que le oponía su reivindicación de Danzig, ciudad libre bajo control polaco, con población alemana. Pero las potencias occidentales no estaban dispuestas a que se repitiera el caso de Checoeslovaquia. Italia, por su parte, que no quería ser menos que Alemania, se apoderó de Albania el Viernes Santo (7 de abril), entregando Mussolini al rey Víctor Manuel III la corona del depuesto Zog I (como había hecho en 1936, haciéndolo emperador de Etiopía). Este hecho no ayudaba ciertamente a la distensión. El presidente Roosevelt creyó su deber intervenir en la situación europea, enviando un mensaje a Hitler y Mussolini el 14 de abril. Había pedido al Papa que apoyase su iniciativa, pero Pío XII le hizo responder que, aunque seguía de cerca sus esfuerzos, la Santa Sede no se hacía ilusiones y no podía actuar ante Hitler en el sentido deseado. Los temores de aquélla resultaron tener fundamento, ya que el canciller no sólo no contestó al presidente estadounidense, sino que puso en ridículo su mensaje en un discurso al Reichstag del 28 de abril.

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27.12.10

Federico II, de protector a enemigo de la Iglesia

MONARCA MÁS MODERNO QUE MEDIEVAL, PROVOCÓ CONTINUOS ENFRENTAMIENTOS CON EL PAPADO

Es un lugar común entre los historiadores que con el Papa Inocencio III la Iglesia alcanzó el cenit de su poder en el mundo medieval. De hecho, el Pontífice ostentó el papel de árbitro de la política europea por sus intervenciones en acontecimientos fundamentales de la época, como la elección de Otón IV como emperador y su sucesor Federico II, el convencer a Felipe II Augusto de Francia para que tomara de nuevo a su legítima esposa Ingeborg de Dinamarca, su mediación en Inglaterra ante Juan sin Tierra que consiguió la provisión de la sede arzobispal de Canterbury con Esteban Langton, etc.

Pero las apariencias engañaban y los problemas en la Iglesia eran más de los que parecían: La amplia difusión de los albigenses y los valdenses ponía de manifiesto una amplia insatisfacción entre buena parte de los fieles con la Iglesia del poder y del Imperio. Por otra parte, la desdichada cuarta cruzada (1202-1204), que en lugar de a Tierra Santa condujo a Constantinopla por la astucia del centenario Dandalo, dux de Venecia, donde se estableció un patriarcado y un imperio latinos, significó una causa de distanciamiento entre la Iglesia de Oriente y Occidente que perdura hasta nuestros días.

No desconocía Inocencio III estos peligros, y trató de salvar la situación mediante un concilio universal, el IV de Letrán (1215), en el que 1200 prelados y los enviados de casi todos los príncipes estuvieron presentes. La recuperación de Tierra Santa y la reforma de la Iglesia estaban en el programa, pero por más brillante que fuera el curso del concilio, sus resultados fueron modestos, si prescindimos del cuarto precepto de la Iglesia, que obligaba a la comunión pascual y a la confesión anual. Es también importante dicho concilio por contener la primera mención magisterial de la transubstanciación en la forma de participio (“transsubstantiatis pane in corpus et vino in sanguine”).

El pontificado del Papa que será siempre recordado también por su encuentro con san Francisco de Asís, concluyó con su fallecimiento en Perugia el 16 de julio de 1216, a los 54 años. Una de las consecuencias de su papado fue, como se dijo la eleción del el emperador Federico II Hohenstaufen, en el que tuvieron Inocencio y sus sucesores a un hombre de peligrosidad extraordinaria. Nacido en Jesi el 26 de diciembre de 1194, bautizado en la catedral de san Rufino de Asís, como san Francisco y santa Clara, se crió en Sicilia y desde joven se caracterizó por un espíritu mundano y por el don de un profundo conocimiento de los hombres.

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