¿Qué podemos hacer y qué vamos a hacer?


Religión en Libertad informó hace unos días del proyecto de ley del gobierno de la Generalitat por el que los jueces tendrán la última palabra en caso de que una menor de edad, mayor de 16 años, decida abortar contra la oposición de sus padres o tutores. Si se da semejante circunstancia, será un juez quien decida si la adolescente está capacitada para llevar a cabo la “operación”. Aunque sabemos que la totalidad de nuestros obispos están en desacuerdo con el aborto y con ese ataque al derecho de los padres a educar a sus hijos, hasta ahora no se conoce ninguna reacción oficial por parte de ningún obispo de las diócesis catalanas. Quizás este fin de semana alguno de nuestros pastores escriba algo. Puede que tengamos que esperar a la próxima semana. Y no es imposible que todos, o la mayor parte de ellos, miren para otro lado. Estaremos atentos quiénes y de qué manera reaccionan públicamente contra este nuevo envite de la cultura de la muerte en nuestra tierra.

De por sí es muy triste el que tengamos dudas razonables sobre la capacidad de reacción de nuestros obispos ante una noticia de este calibre. Llevamos demasiado tiempo sufriendo de una especie de parálisis eclesial que impide que todos, como un solo cuerpo y una sola voz, podamos hacer algo más que salir del paso de manera tibia ante el avance de la cultura de la muerte. El enemigo, y si aquellos que buscan facilitar el aborto no son nuestros enemigos no sé quiénes lo pueden ser, usa todo lo que está en su mano para ganar la batalla por el alma de nuestra sociedad. Usan armas de destrucción masiva sin complejos. Sin embargo, nosotros apenas si respondemos con un tirachinas y con cara de acomplejados, como si enfrentarnos al mal fuera un mal en sí mismo, como si denunciar a voz en grito las estratagemas de Satanás fuera un resabio pre-conciliar del que hemos de librarnos.

Si es verdad que somos sal de la tierra, nuestra presencia debe de ser muy dolorosa allá donde se abren heridas por las que se derrama la sangre y la vida de nuestro pueblo. La tiniebla retrocede siempre ante la luz, a menos que la luz se tape a sí misma por razón de un acomplejamiento estúpido. Sabemos que Cataluña ha dejado de ser cristiana pero es más grave que los que todavía somos católicos nos acomodemos y adoptemos actitudes tibias ante un poder que no cejará hasta convertir este país en una copia exacta de la Sodoma y Gomorra que fueron borradas del mapa por la ira de un Dios santo.

Es hora de que dejemos atrás las sonrisas, el buen rollo, el seny y cualquier otro adjetivo o sustantivo que sirva para justificar nuestra falta de combatividad contra el mal. La pasividad es de cobardes y de traidores, tanto si se es seglar como si se es sacerdote, obispo, arzobispo o cardenal. No hay prudencia alguna que pueda opacar nuestra obligación a levantarnos contra esta nueva bomba contra la vida de seres inocentes y la autoridad paterna.

De poco nos vale celebrar la memoria de aquellos mártires que dieron su vida por Cristo hace muchos siglos si hoy somos incapaces de seguir su ejemplo. Ni siquiera se nos pide que derramemos nuestra sangre, al menos por ahora. Todo lo que se nos exige es que levantemos nuestra voz contra el mal de forma contundente. Que digamos alto y claro un gran ¡BASTA YA! Que seamos la voz profética que anuncie la condenación segura de una sociedad que mata a sus hijos, a la vez que ofrecemos el camino de la salvación. Y que hagamos eso no sólo en nuestros templos y en nuestras casas, sino en la calle, donde se nos ha de ver y de oír.

Patianus

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