InfoCatólica / Germinans germinabit / Categoría: La Misa Romana

18.07.09

Capítulo 33: El Agnus Dei y el Ósculo de la Paz

El Agnus Dei

Conocida es la noticia del “Liber Pontificalis” según la cual fue el Papa Sergio I (687-701), natural de Siria, quien introdujo en Roma el canto del “Agnus Dei”. En efecto, todas las razones, internas y externas, prueban que los clérigos, huídos de Síria a causa de la invasión árabe, trajeron a Roma este canto.

El origen oriental del canto se hace patente en su primera palabra: “Cordero”. Esta expresión, que corresponde a nuestra palabra latina “hostia”: víctima, es el nombre con que designa en la liturgia bizantina la forma destinada a la comunión del celebrante. Califica nuestra ofrenda como víctima, cuyo estado de inmolación se expresa por la fracción, mejor dicho por estar fraccionada. Al contrario de la alegoría occidental que ve a Cristo padecer en todo el desarrollo de la misa, la concepción oriental concentra el recuerdo de la pasión sobre la ceremonia de la fracción. Con ella aplica y hace revivir en la misa la idea expresada en al Apocalipsis, del cordero que está como inmolado en medio del trono.(Apoc. 5,6)

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11.07.09

Capítulo 32: Fracción, conmixtión y “Pax Domini”

Según el rito codificado por San Pío V y presente aún en el Misal Romano hasta la edición de 1962, cuando el celebrante pronuncia el “Per eundem Dominum” toma la forma y la divide encima del cáliz en tres partículas. Dos de ellas las coloca sobre la patena y con la tercera traza tres cruces sobre el cáliz diciendo en voz alta: “Pax Domini sit semper vobiscum”. A continuación la deja caer en el cáliz con las palabras “Haec commixtio” (que esta mezcla y consagración del cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo nos sirva, al recibirla, para la vida eterna. Amén)

Tenemos pues tres acciones distintas: la fracción, la consignatio (tres cruces) y la conmixtión. La fracción y la conmixtión se recitan en silencio. Pero no así la “consignatio” que se recita en voz alta. Siguiendo como sigue muy poco después el ósculo de la paz, se puede imponer la sospecha de que las palabras “Pax Domini” estuvieron relacionadas originariamente con la ceremonia del beso de la paz. Tesis que estaría confirmada por el testimonio de San Agustín que atestigua come respuesta el “Et cum spiritu tuo”. (Serm. 227 PL 38; Enarr. in salm. 124,10 PL 37).

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5.07.09

Capítulo 31: El "Pater Noster"

De unas palabras de Optado de Milevi contra los donatistas podemos sacar que con mucha probabilidad el “Pater noster” se decía como preparación para la comunión al principio del siglo IV. Lo da como costumbre general para toda la Iglesia, San Agustín, y de él hablan como cosa corriente San Jerónimo y San Ambrosio. Parece que este último se refiere a la liturgia romana. En cambio, en España, por documentos de época bastante posterior, se advierten algunas vacilaciones sobre el aceptarlo definitivamente en el culto. Cuando San Agustín admite excepciones, como se ve en la Epístola 149, l6 (PL 33, 637) y en los Sermones 17, 110 y 227, probablemente se está refiriendo a España.

Verdad es que el Leoniano omite el Paternóster; pero como contiene el embolismo, la omisión no quiere decir que no se rezaba, sino que, por lo conocido que era su texto, ni se detenía a mencionarlo en el Sacramentario.

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28.06.09

La Misa Romana. Capítulo 30: Síntesis de la evolución histórica de la comunión

En el periodo histórico en el que la celebración eucarística se separa del banquete y se considera acción de gracias (eucharistia), la comunión se convirtió sencillamente en el término y punto final de la celebración. Esto pudo durar unos doscientos años, hasta que la celebración eucarística fue ampliándose y revistiendo con diversas ceremonias fijas, origen de las liturgias primeras.

Antes de dar un resumen del desarrollo de la comunión en las liturgias romana y norteafricana, conviene trazar el esquema de las liturgias orientales, juntamente con la hispánica, que constituyen una fase de evolución más primitiva.

A la anáfora, sigue generalmente una conmemoración de los santos, sobre todo de la Virgen, y oraciones intercesoras que terminan en una letanía. El que en la liturgia bizantina se rece a continuación el padrenuestro, parece fruto de una evolución posterior. Generalmente se procede ahora a la fracción, precedida del aviso “Lo Santo para los santos”. En algunas liturgias sin embargo, se da antes, como conclusión de las súplicas y preparación para la comunión, la bendición al pueblo. Después de la fracción y la disposición de las partículas encima del diskos (gran patena) en forma de cruz u otro símbolo sagrado, se reza, menos en la bizantina, el padrenuestro como última preparación de la comunión. Sigue la conmixtión, a la que en la liturgia bizantina se añade la mezcla de agua caliente en el sanguis, y la comunión del clero. Luego se da la bendición, menos en aquellas liturgias que la habían anticipado. Entre ellas hay que contar la bizantina, que la hace seguir, con menos solemnidad, al rezo del padrenuestro. Después de la comunión del pueblo, si es que la hay, termina el acto de oraciones con acción de gracia y de súplica en forma de letanía.

Siglos IV al VI: “Pater noster” y ósculo de la paz.

Las primeras noticias que tenemos sobre las ceremonias y oraciones de la comunión se refieren al Padrenuestro como oración preparatoria y datan del siglo IV. Algo más tarde se empieza además a cantar un salmo durante la comunión de los fieles.

Hacia el año 416 leemos en la famosa carta del Papa Inocencio I al obispo de Gubbio que el ósculo de la paz no se debía dar al final de la oración común de los fieles, sino al final del canon. Fue pues este Papa quien introdujo esta innovación. Su finalidad lejos de cambiar quedó mejor respetada: la de conclusión de la oración que precedía. En absoluto pertenecía todavía a la comunión, pero atendiendo al desarrollo histórico posterior, la podemos incluir en el cuadro que presenta la comunión en el siglo V: ósculo de paz al acabar el canon, retirada del altar de los panes consagrados, fracción, Padrenuestro y comunión.

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19.06.09

La Misa Romana. Capítulo 29: Las Doxologías Finales El "Per quem haec omnia" y el "Per ipsum et cum ipso"

Las dos fórmulas que siguen como conclusión del canon no son oraciones propiamente dichas, son doxologías finales. Algo soterrado va este carácter en la primera fórmula “Per quem haec omnia” por ser ella una a modo de bendición particular de productos de la naturaleza que tenía lugar aquí.

Ya en San Hipólito, después de la anáfora, encontramos una referencia sobre las bendiciones de productos de la naturaleza: “Cuando alguien trae aceite, queso o aceitunas, récese sobre estas cosas una acción de gracias semejante (al canon)”. En estas palabras se refleja con toda claridad la idea primitiva de que todas las bendiciones son copia de la bendición por antonomasia que es la oración eucarística: todas ellas participan en algún grado de aquella consagradora.

Todas las antiguas fórmulas de bendición de frutos terminaban con el actual “Per quem haec omnia” (…Por quien sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros.) que es lo único que de ellas ha pasado al canon romano.

En el primitivo canon romano, tal como la reforma litúrgica de 1969 ha querido resaltar, esta doxología empezaba con el nombre de Cristo (Per Christum Dominum nostrum, per quem haec omnia…). En el Misal de San Pío V y hasta la edición del Misal Romano de 1962 es continuación del “Per Christum Dominum nostrum. Amen” de la oración anterior, con la cual enlaza.

Las palabras “haec omnia” se refieren únicamente a los dones eucarísticos. En ellos están representados los dones de la naturaleza, pero como ya no se bendicen aquí, la frase se ha convertido en doxología de Cristo, extensiva a las Tres Personas trinitarias. Y porque todas las cosas han sido hechas en Cristo, por Cristo y para Cristo, Dios las ha hecho buenas. Esta es otra afirmación antimaniquea de las que registra el canon, pero que no pierde actualidad y puede despertar en nuestro diario vivir el sano optimismo cristiano. Por Cristo, Dios ha creado y santificado todas las cosas. Con la Encarnación de Cristo el mundo quedó ungido y santificado; unción y santificación que ahora continúa a través de los sacramentos y sacramentales, empapados todos ellos más o menos directamente en la eficacia santificadora del sacramento por excelencia, el cuerpo de Cristo.

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