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8.12.16

¡Nos vemos mañana!

Madre Inmaculada,

A estas horas en los que toda mi familia duerme es cuando más me gusta hablar contigo.

A solas, tu y yo, con tranquilidad, con la intimidad que ayuda el silencio de un hogar de familia numerosa. Ya te imaginas que hay pocos ratos en esta casa en los que podemos hablar, tu y yo, con un poco de sosiego, de recogimiento ¿verdad?

 Y más el día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción de María

Sé que cada mañana me esperas para que te cuente mis preocupaciones, mis alegrías, mis pequeños-grandes anhelos de mi marido, mis hijos, mis amistades… Y también, para que te pida ayuda, consejo, para hacer las cosas del día a día un poco mejor como esposa, madre trabajadora y mujer cristiana.

Soy consciente de cuantísimo me quieres, que te adelantas, como la mejor de las madres, a mis necesidades, a mis suplicas, porque eres madre, mi Madre, la Madre de Dios. ¡Tú lo puedes todo! Y El, Tu Hijo, no sabe negarte nada.

Es más, a lo largo del día- no todo lo que debería, es cierto-, me gustaría recordar estas palabras  de San Josemaría Escrivá de Balaguer: “¡Madre! —Llámala fuerte, fuerte. —Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha”.

Porque sé que no dejas de pensar en mí, en las ganas de ayudarme a transformar todo lo humano en divino, en protegerme,… Es más, soy consciente de que muchas veces me ayudas y  yo, como una hija tonta y desagradecida, ni me entero. Y me olvido de contarte, y me excuso en una simple mirada a tu imagen del escritorio, o en una sencilla jaculatoria, o peor aún, en una petición que requiere una solución rauda y veloz.

Es más, cuando algo no sale como espero, me “enfado” contigo, te reclamo más y más rápida tu intercesión, la solución que creo que necesito hoy y ahora mismo. ¡No lo  pillo, ¿verdad?!

Me falta confianza y abandono, estoy segura, para comprender que Dios tiene sus planes, su tiempo, y que esta espera es lo que más me conviene para mi felicidad y la de los míos. Y por esta actitud mía, Madre mía, te pido perdón. Un perdón sincero y humilde…de corazón. Y te prometo intentar ser más dócil a la Voluntad de tu Hijo, pues aunque muchas veces no soy capaz de verlo o entenderlo, todo lo que me sucede, es para nuestro bien.

Y a pesar de mi comportamiento, Tu, mi madre, me sigues queriendo, te alegras de que acuda a Ti como una niñata atontada, me miras con ojos de cariño, con comprensión, con dulzura, y me dices: Tranquila, ten paz y no te agobies, “no temas. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en el cruce de mis brazos?”

Ya sabes que siempre le hablo bien de ti a mi Hijo, y alcanzaré de Él todas las cosas buenas que necesites.

Madre, tú me has enseñado que las pequeñas cosas son las que hacen puntales grandes y firmes. Como madres que somos las dos lo sabemos muy bien. Esos pequeños detalles de servicio, de buen humor, de paciencia, de comprensión, de escucha, de trabajo bien hecho,…si esta hecho por amor, que es lo que tu Hijo nos pide cada día, se convierten en cosas grandes, en oración, en la clave de la felicidad, en el camino de nuestra vocación cristiana. ¡Qué grande, privilegiada y esencial es la vida de una madre!

Por eso, hoy te pido tu ayuda con más intensidad, si cabe. ¡Quiero parecerme cada día más a Ti!, ¡Quiero tener un corazón como el tuyo!  “Ayúdame a pensar como pensarías tú en mi lugar, a trabajar como trabajarías tú, a servir a los demás como tu servirías”. Y todo ello, con la alegría, la paz y la serenidad que me da saber que estas a mi lado.

Gracias Madre.

¡Nos vemos mañana!