8.06.23

El placebo ecológico

Hace muchos años, viajando con un amigo por Europa con las mochilas al hombro, por casualidad vimos una iglesia anglicana. Llevábamos varias horas caminando por una ciudad belga u holandesa, ya no me acuerdo cuál, cuando me fijé en que, según el mapa, había una iglesia anglicana en un parque cercano. Decidimos acercarnos a echar un vistazo, intrigados por aquella herencia de Enrique VIII tan fuera de lugar en un parque de Flandes. Además, las iglesias anglicanas suelen ser bonitas.

Aquella iglesia anglicana en particular era fea con ganas y además estaba cerrada, así que el paseo fue en vano, pero allí vi algo que no he olvidado en todos estos años. Junto a la puerta había un panel de corcho informativo y en él lo único que ponía, el único mensaje que aquellos anglicanos se habían asegurado de transmitir incluso cuando el templo estaba cerrado, era una serie de consideraciones sobre lo importante que era reducir la huella de carbono y sobre las medidas que estaban tomando en ese sentido.

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25.05.23

20.05.23

Preguntas sobre el instinto para el error

Hay personas que tienen un instinto certero para acertar casi siempre, como Santo Tomás, y otras que parecen tener el instinto contrario, como Mons. Vinzenzo Paglia. Por supuesto, esto constituiría una simple desgracia personal y no sería tema apropiado para que habláramos de él aquí, si no fuera por el gran daño que pueden hacer los errores habituales de Mons. Paglia al ser difundidos desde sus altos cargos de Presidente de la Pontificia Academia para la Vida y el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia.

El prelado acaba de decir, por ejemplo, “a propósito de los anticonceptivos”, que “el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica. No se puede hacer teología con un ‘no’ delante. Después será el Magisterio el que diga: ‘No, has ido demasiado lejos, vuelve atrás’. Pero el desarrollo teológico debe ser abierto, para eso están los teólogos”.

Si no fuera por la amarga experiencia de años, uno se asombraría al leer afirmaciones como estas en boca de un prelado y más de uno dedicado específicamente a esos temas, porque objetivamente muestran un desconocimiento absoluto de lo que es la teología y la misma fe católica. Por desgracia, hace tiempo que ya no nos sorprendemos.

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17.05.23

¿De cura a papa?

El otro día, comentando la novela Yo fui secretario de León XIV, un lector preguntaba si se había dado alguna vez el caso de que un simple párroco o sacerdote fuera elegido papa, como el protagonista de la novela. No es extraño que se lo preguntase e incluso podría haberse preguntado si un mero obispo podría ser elegido papa, porque lo cierto es que ha pasado medio milenio desde la última vez que se eligió papa a alguien que no fuera cardenal.

En la historia de la Iglesia hay prácticamente de todo, como corresponde a una institución con unos dos mil años de vida y que ha tenido a miles de millones de personas por hijos. Los sacerdotes que han pasado directamente a ser papas, sin embargo, no son un caso extraordinario, sino en cierto modo lo normal. De hecho, esa era la práctica habitual en los primeros siglos, en los que el papa era elegido de entre el clero de Roma.

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15.05.23

Las galletas y el pecado original

Mi hija menor, que es una magnífica repostera, horneó galletas caseras hace unos días. Esas galletas en particular se preparaban en dos fases, así que tuvo que dejarlas reposar varias horas en la encimera de la cocina mientras se enfriaban, antes de poder aplicar el recubrimiento de naranja. Para que nadie se “equivocase” sin querer queriendo y se comiese las galletas inacabadas durante esas horas en que estarían desvalidas y sin protección, mi hija puso junto a ellas un papel que decía “NO TOCAR”.  

Hasta ahí, una escena cotidiana y repetida muchas veces en nuestro hogar y en innumerables otros, pero, al pasar junto a las galletas, me di cuenta de un detalle especial, que hizo que me riera con ganas. En una esquina del papel, había escrito también, escuetamente, “22”. Conocedora por amargas experiencias de lo que suele suceder en estos casos, la repostera se había asegurado de dejar claro que sabía exactamente cuántas galletas había en el plato, de modo que (esto se sobreentendía), su justa ira caería como arcángel vengador sobre cualquier miembro de la familia que pensara que, si se comía solo una o dos, nadie lo iba a notar.

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