Compartir su alegría

Me ha parecido buena idea recoger hoy algunos párrafos de esta homilía del Papa Benedicto XVI en esta fiesta de Todos los Santos hace dos años.

Quizá lo que más me ha gustado es que lo fundamental al celebrar esta fiesta, según Benedicto XVI, no es pensar lo mucho que nos falta para ser santos ni hacer propósitos de ser buenos en todo lo que hagamos. Para el Papa, lo más importante en esta fiesta es compartir la “alegría celestial de los santos", es decir, disfrutar con ellos de Dios, de la Iglesia, de la salvación, de lo que significa ser cristianos, porque “la única verdadera causa de tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de Dios".

Aunque sea un escándalo para el mundo, esa alegría no está reñida con la entrega de la propia vida, sino que, al contrario, la santidad “pasa siempre por el camino de la cruz", que lleva a encontrar la verdadera alegría de Cristo.

Que leer esta homilía y celebrar esta fiesta despierte en nosotros el deseo de ser santos, que es el regalo que Dios nos tiene preparado desde antes de que el mundo existiera.

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Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra celebración eucarística se inició con la exhortación “Alegrémonos todos en el Señor". La liturgia nos invita a compartir el gozo celestial de los santos, a gustar su alegría. Los santos no son una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre innumerable, hacia la que la liturgia nos exhorta hoy a elevar nuestra mirada. En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer, como astros llenos de gloria, en el firmamento de Dios.

Hoy la Iglesia celebra su dignidad de “madre de los santos, imagen de la ciudad celestial” (A. Manzoni), y manifiesta su belleza de esposa inmaculada de Cristo, fuente y modelo de toda santidad. Ciertamente, no le faltan hijos díscolos e incluso rebeldes, pero es en los santos donde reconoce sus rasgos característicos, y precisamente en ellos encuentra su alegría más profunda.

[…]

Pero, “¿de qué sirve nuestra alabanza a los santos, nuestro tributo de gloria y esta solemnidad nuestra?". Con esta pregunta comienza una famosa homilía de san Bernardo para el día de Todos los Santos. Es una pregunta que también se puede plantear hoy. También es actual la respuesta que el Santo da: “Nuestros santos ―dice― no necesitan nuestros honores y no ganan nada con nuestro culto. Por mi parte, confieso que, cuando pienso en los santos, siento arder en mí grandes deseos” (Discurso 2: Opera Omnia Cisterc. 5, 364 ss).

Este es el significado de la solemnidad de hoy: al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, suscitar en nosotros el gran deseo de ser como los santos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir cerca de Dios, vivir en su familia.

Esta es la vocación de todos nosotros, reafirmada con vigor por el concilio Vaticano II, y que hoy se vuelve a proponer de modo solemne a nuestra atención. Pero, ¿cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios? A esta pregunta se puede responder ante todo de forma negativa: para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. Luego viene la respuesta positiva: es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades. “Si alguno me quiere servir ―nos exhorta―, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará” (Jn 12, 26).

Quien se fía de él y lo ama con sinceridad, como el grano de trigo sepultado en la tierra, acepta morir a sí mismo, pues sabe que quien quiere guardar su vida para sí mismo la pierde, y quien se entrega, quien se pierde, encuentra así la vida (cf. Jn 12, 24-25). La experiencia de la Iglesia demuestra que toda forma de santidad, aun siguiendo sendas diferentes, pasa siempre por el camino de la cruz, el camino de la renuncia a sí mismo.

Las biografías de los santos presentan hombres y mujeres que, dóciles a los designios divinos, han afrontado a veces pruebas y sufrimientos indescriptibles, persecuciones y martirio. Han perseverado en su entrega, “han pasado por la gran tribulación ―se lee en el Apocalipsis― y han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero” (Ap 7, 14). Sus nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 20, 12); su morada eterna es el Paraíso. El ejemplo de los santos es para nosotros un estímulo a seguir el mismo camino, a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, porque la única verdadera causa de tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de él.

La santidad exige un esfuerzo constante, pero es posible a todos, porque, más que obra del hombre, es ante todo don de Dios, tres veces santo (cf. Is 6, 3). En la segunda lectura el apóstol san Juan observa: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn 3, 1). Por consiguiente, es Dios quien nos ha amado primero y en Jesús nos ha hecho sus hijos adoptivos. En nuestra vida todo es don de su amor. ¿Cómo quedar indiferentes ante un misterio tan grande? ¿Cómo no responder al amor del Padre celestial con una vida de hijos agradecidos? En Cristo se nos entregó totalmente a sí mismo, y nos llama a una relación personal y profunda con él.

Por tanto, cuanto más imitamos a Jesús y permanecemos unidos a él, tanto más entramos en el misterio de la santidad divina. Descubrimos que somos amados por él de modo infinito, y esto nos impulsa a amar también nosotros a nuestros hermanos. Amar implica siempre un acto de renuncia a sí mismo, “perderse a sí mismos", y precisamente así nos hace felices.

[…]

En el Prefacio proclamaremos que los santos son para nosotros amigos y modelos de vida. Invoquémoslos para que nos ayuden a imitarlos y esforcémonos por responder con generosidad, como hicieron ellos, a la llamada divina.

Invoquemos en especial a María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. Que ella, la toda santa, nos haga fieles discípulos de su hijo Jesucristo. Amén.

4 comentarios

  
Unitas
¡Gracias, Bruno! Todos los santos es una Solemnidad muy alegre. Así la he celebrado. Tenemos que continuar alegrándonos asombrados de cuánto nos ama Dios, de cuánta santidad tiene nuestra Iglesia, de con cuánta felicidad nos miran esa muchedumbre de hermanos nuestros desde el Cielo cada vez que nos acercamos a ellos a trompicones. Me permito recomendar la Gaudete in Domino de Pablo VI, es una Exhortación apostólica de 75 que ilumina grandemente las "razones" de nuestra alegría. Dejo unos parrafitos para animar a leerla

"La alegría es el resultado de una comunión humano-divina y tiende a una comunión cada vez más universal. De ninguna manera podría incitar a quien la gusta a una actitud de repliegue sobre sí mismo Procura al corazón una apertura católica hacia el mundo de los hombres, al mismo tiempo que los fustiga con la nostalgia de los bienes eternos. En los que la adoptan ahonda la conciencia de su condición de destierro, pero los preserva de la tentación de abandonar su puesto de combate por el advenimiento del Reino. Los hace encaminarse con premura hacia la consumación celestial de las Bodas del Cordero.

Está serenamente tensa entre el tiempo de las fatigas terrestres y la paz de la Morada eterna, conforme a la ley de gravitación del Espíritu: "Si pues, por haber recibido estas arras (del Espíritu filial), gritamos ya desde ahora: "abba, Padre", ¿qué será cuando, resucitados, los veamos cara a cara, cuando todos los miembros en desbordante marea prorrumpirán en un himno de júbilo, glorificando a Aquel que los ha resucitado de ente los muertos y premiado con la vida eterna? Porque si ahora las simples arras, envolviendo completamente en ellas al hombre, le hacen gritar: "Abba, Pater", ¿qué no hará la gracia plena del Espíritu, cuando Dios la haya dado a los hombres? Ella nos hará semejantes a él y dará cumplimiento a la voluntad del Padre, porque ella hará al hombre a imagen y semejanza de Dios". Ya desde ahora, los santos nos ofrecen una pregustación de esta semejanza".
02/11/08 1:03 AM
  
juvenal
Es maravilloso como el Papa resalta lo importante, la alegría no solo de quiénes ya están en la gloria sino de nostros que viendo a los santos, vemos que la tenemos a nuestro alcance, si queremos. Lewis aludía a que ante cualquier dificultad o tentación podíamos pensar en el espectáculo grandioso de los santos, temible para el demonio como un ejército incontable y victorioso con las banderas desplegadas al viento.

Recuerdo haber leído que el Papa insiste que al proclamar el Credo digamos no la resurrección de los muertos, sino la resurrección de la carne.
02/11/08 1:34 PM
  
Bruno
Unitas:

Me ha gustado mucho lo de la "ley de gravitación del Espíritu" de Pablo VI. Lo voy a apuntar para usarlo alguna vez.
02/11/08 6:34 PM
  
Bruno
Juvenal:

Lo que decía Lewis me ha recordado a la "Meditación de dos banderas", de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio:

El quarto día, Meditación de dos banderas, la una de Christo, summo capitán y Señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura.

[...] será aquí cómo Christo llama y quiere a todos debaxo de su bandera, y Lucifer, al contrario, debaxo de la suya.

[...] será aquí ver un gran campo de toda aquella región de Hierusalén, adonde el summo capitán general de los buenos es Christo nuestro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer.


Es una imagen impresionante.
02/11/08 7:36 PM

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