InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Liturgia

5.09.19

Para no aburrirse en Misa

A veces la gente se queja de que se aburre en Misa, de que lo que se hace y se dice en ella todos los domingos es siempre lo mismo, de que asistir no les sirve de nada y sería mejor dedicarse a otra cosa. Es comprensible, porque nuestros ojos están tan envejecidos por el pecado que a veces necesitamos telescopios para ver las maravillas que tenemos delante de nuestras narices. Siempre me ha parecido especialmente apropiado que uno de los milagros de Jesús fuera devolver la vista a los ciegos: quizá no haya nada que necesitemos más que eso.

Por si a alguien le sirve, voy a sugerir algo muy sencillo como remedio contra ese aburrimiento, que a mí me ha hecho mucho bien y que consiste simplemente en aprovechar una norma de la Iglesia. En la Instrucción General del Misal Romano, se establece que, para la celebración de la Misa, “sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado”. Esta norma no está ahí por casualidad, sino para tu bien. La Iglesia es muy sabia y busca en todo tu salvación, hasta en los más pequeños detalles.

Pues bien, yo te aconsejo que pases una Misa entera contemplando ese crucifijo que la Iglesia ha puesto ahí precisamente para eso. Haciéndolo, hasta los más torpes, cortos de vista e inconscientes de los hombres (es decir, tú y yo) podemos experimentar, con asombro y estupor, una realidad milagrosa que quizás hayamos olvidado: en la Misa se hace presente el Calvario. O, más bien, nosotros somos trasladados sacramentalmente al Calvario para presenciar el único sacrificio de Cristo en la cruz. Por eso San Pío de Pietrelcina decía que había que vivir la Misa como quien está en la Pasión, porque realmente estás en ella.

Leer más... »

20.08.19

Un toque de gloria

El sábado por la mañana fui a una parroquia cercana a confesarme.  Mientras esperaba, vi a un grupo que rezaba el rosario, claramente con la costumbre de hacerlo a aquella hora, en la que normalmente no hay nadie en la iglesia.

Más que un grupo se trataba de un grupito. Apenas eran media docena de viejecillas y un anciano tan encorvado que parecía estar en continua adoración. Sentados en los últimos bancos de la Iglesia, repetían palabras que debían de haber dicho innumerables veces, gastadas suavemente como el brocal de un pozo por el roce persistente de la cuerda. En el templo vacío y silencioso, daba la impresión de que estaban solos en el mundo, sin necesidad ni deseo alguno de tener espectadores a los que dar buen ejemplo, sin fines prácticos, sin preocupaciones ecológicas, políticas o filantrópicas. Un acto de pura adoración, solo para Dios, de la mano de nuestra Señora.

Leer más... »

19.04.19

18.04.19

Notre Dame y la Semana Santa

Un lector me ha invitado a escribir un poema sobre el incendio de Notre Dame de París, cuyas imágenes tanto han conmovido al mundo. En concreto, me ha sugerido el tema de la fotografía en que se ve la cruz brillando entre las ruinas de la maravillosa catedral gótica.

Como me ha parecido un tema apropiado para estos días de Semana Santa y como no suele hacer falta que me animen mucho para escribir versos, me he puesto gustoso a la tarea. Aquí tienen, estimados lectores, el soneto resultante. Y, si no son muy aficionados a la poesía en general o a mis pedestres versos en particular, mediten la imagen, que es una catequesis por sí misma.

Leer más... »

18.02.19

Pequeñas medallas y grandes milagros

—Me habría gustado poder despedirme de Tony —dijo el Sr. Crouchback—. No sabía que se iría tan pronto. El otro día busqué una cosa para él y quería dársela. Sé que le habría gustado tenerla: la medalla de Nuestra Señora de Lourdes que llevaba Gervase. La compró estando de vacaciones en Francia el año que estalló la guerra y siempre la llevaba. Me la enviaron después de que muriera [en la guerra], con su reloj y otras cosas. Tony debería tenerla ahora.

—No creo que haya tiempo ya para hacérsela llegar.

—Me gustaría haber podido dársela en persona. Enviarla por correo no es lo mismo. Es más difícil explicar.

—Bueno, a Gervase no le protegió mucho, ¿no?

—Claro que sí —respondió el Sr. Crouchback—, mucho más de lo que podría parecer. Me lo contó al venir a despedirse, antes de marchar otra vez al frente. El ejército está lleno de tentaciones para un muchacho. Una vez, en Londres, en la época en la que todavía estaba haciendo la instrucción, se emborrachó con algunos compañeros de su regimiento y, al final, terminó solo con una chica que habían encontrado en algún sitio. Ella empezó a tontear, le quitó la corbata y entonces encontró la medalla. En un instante, los dos se serenaron y ella empezó a hablar del convento donde había ido al colegio y después se marcharon cada uno por su lado, como amigos y sin que pasara nada. Yo diría que eso es estar protegido. He llevado una medalla toda mi vida. ¿Y tú?

—A veces. En este momento no tengo ninguna.

—Pues deberías, ahora que están cayendo bombas y todas esas cosas. Si te hieren y te llevan a un hospital, sabrán que eres católico y llamarán a un sacerdote. Me lo dijo una enfermera. ¿Te gustaría llevar la medalla de Gervase si Tony no puede hacerlo?

Evelyn Waugh, Hombres en armas, 1952

Leer más... »