InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de esperanza

6.07.20

Nostalgia del cielo 3

Solo es una foto antigua de una mujer arrodillada que reza el rosario por sus difuntos, pero, a poco que uno tenga algo de fe y sensibilidad, podrá vislumbrar en ella la fe católica hecha carne y la nostalgia de un cielo real, necesario y en ocasiones casi tangible, en el que Dios destruirá la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos los rostros. El rosario de esta mujer, ofrecido por los muertos, es un ancla en medio de las tempestades de la vida, a menudo el único ancla que permanece firme cuando el mundo parece no tener sentido, las preguntas quedan sin respuesta y el dolor no se puede soportar.

Hasta hace muy poco tiempo, casi todo el mundo tenía esa ancla o, al menos, sabía que el ancla existía y que se podía acudir a ella. Si uno lee casi cualquier devocionario o texto espiritual católico de, digamos, los mil años anteriores a la mitad del siglo XX, una de las primeras cosas que saltan a la vista es el empeño universal en rezar por los difuntos, la presencia constante de las almas del purgatorio en la mente de los fieles y la conciencia de que rezar por los que habían muerto era una obra de misericordia y uno de los principales deberes del católico.

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24.05.20

7.05.20

Lo demás carece de importancia

El otro día, rezando el rosario en familia al caer la tarde, mientras la dorada luz vespertina se iba apagando y escuchaba a mis hijos dirigir los misterios, vislumbré cómo será el cielo y me di cuenta de lo bien que hace Dios las cosas. ¿También la epidemia y la cuarentena y el Papa que ha dicho no sé qué o el obispo que ha dicho no sé cuántos? También.

Todo sucede para bien de los que aman a Dios. Y ese todo incluye también los desastres naturales, las epidemias, el desempleo, las crisis económicas, las torpezas de unos y de otros e incluso los pecados que se sufren. A pesar de la histeria de los periodistas, hambrientos de basura y sensacionalismo, y de los aires de importancia de los políticos, las riendas de la historia sigue llevándolas Jesucristo. Se rebelan los reyes de la tierra, y, unidos, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías. El que habita en el cielo sonríe; el Señor se burla de ellos.

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8.04.20

Vive peligrosamente

Para celebrar la absolución del Cardenal Pell de los cargos que pesaban contra él y su liberación, vuelvo a traer al blog un artículo que escribí hace más de diez años y que, visto lo visto, no dejaba de tener un cierto tono profético:

Me ha encantado leer que el Cardenal Pell, de Sydney, va a participar en el Primer Festival de Ideas Peligrosas en Australia. Me ha parecido extrañamente apropiado, porque no hay nada más peligroso que el cristianismo. La fe católica puede ser odiada, despreciada, rechazada, amada o admirada, pero quien la considere algo aburrido, intrascendente o rutinario no tiene ni la más mínima idea de lo que es el cristianismo o sólo se ha encontrado con cristianos de pega. Será como el que dice que una víbora es muy mona o que un león es hogareño: o habla por hablar o lo que él llama víbora y león son, en realidad, muñecos de peluche.

No hay idea más peligrosa que la Encarnación, porque coloca al mundo cabeza abajo. En lugar de un Dios o, más bien, una Fuerza absoluta e impersonal en lo alto, que lo fundamenta todo pero a la que no le importa nada, y unos insignificantes seres humanos en la tierra, que hoy están vivos y mañana vuelven al polvo, en lugar de un universo que evoluciona sin saber muy bien hacia dónde o de un eterno retorno por el que todo es siempre lo mismo, los cristianos nos encontramos con un universo trastocado. Dios se hace pequeño, lo inmortal se hace mortal, lo Abstracto resulta ser Alguien. Y, de la misma forma, los insignificantes seres humanos están llamados a ser hijos de Dios, los mortales reciben la inmortalidad, los hombres falibles se atreven a decir que conocen la Verdad y el sinsentido de la vida se desvela como parte del Plan de Dios. Hasta el más mínimo aspecto de la vida queda transformado.

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23.03.20

Como si la muerte no existiera

Desde el deísmo de los viejos enciclopedistas de la Ilustración, se puso de moda vivir etsi Deus non daretur, como si Dios no existiera o no fuera evidente. Cualquier niño que hubiera estudiado el catecismo podría haber predicho que las consecuencias no serían buenas. Dejando a un lado guillotinas y revoluciones, uno de los efectos más curiosos fue que, una vez que la gente se acostumbró a vivir como si Dios no existiera, sin darse cuenta terminó viviendo también etsi mors non daretur, como si la muerte no existiera.

En las sociedades antiguas, la muerte siempre estaba presente. El arte, el pensamiento, la religión y la vida cotidiana ofrecían un constante memento mori, a veces sombrío, en ocasiones macabro y, en el mejor de los casos, esperanzado, pero siempre presente. Desde hace algo menos de un siglo, sin embargo, la muerte prácticamente ha desaparecido de la vida social y del pensamiento. Al desaparecer Dios de la escena, dejó de haber respuesta para el gran enigma de la muerte y no hay nada que resulte más incómodo y embarazoso que un enigma sin respuesta.

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