Por qué soy católico: La cuestión histórica
En las entradas anteriores de esta serie, esperamos haber mostrado que no se requiere un salto de fe para afirmar la existencia de Dios, porque existen pruebas o indicios filosóficos que apuntan hacia esa conclusión, con mayor fuerza que a la opción contraria. Lo que corresponde a continuación es bajar de la nube, por así decirlo, y observar si las conclusiones a las que apunta la razón han hallado eco a lo largo de la historia de la humanidad.
Al hacer esto, nos encontramos con una situación mixta: por una parte todas las culturas han creído en alguna forma de realidad espiritual, pero ninguna ha centrado su práctica religiosa en base a este Dios único y trascendente al que apuntan las razones de la filosofía. No existe ninguna comunidad que, por precarios que sean sus recursos, no haya creído indispensable elevar el espíritu a realidades superiores a las meras necesidades de supervivencia, y reservar tiempo para los actos de la religión. Si la existencia de Dios puede aparecer contenciosa, la de una realidad espiritual, en cambio, es una constante universal, parte de la experiencia de todo ser humano capaz de decir “tú y yo".
Así nos encontramos con las más diversas manifestaciones de religiosidad, desde el animismo propio de las culturas más primitivas, hasta el colorido politeísmo de los grandes imperios, pasando por el culto a los antepasados propio de las sociedades más austeras.
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