Providencia, destino y libertad en los buenos libros (II)

El triunfo de la divina Providencia, fresco del Palazzo Barberini en Roma, de Pietro da Cortona (1596-1669). 

    

 

«No creáis que el destino sea otra cosa que la plenitud de la infancia».

Rainer María Rilke


«La vida, con sus reglas, sus obligaciones y sus libertades, es como un soneto. Te da la forma, pero tienes que ser tú misma quien lo componga».

Madelaine L´Angle

    

 

En la anterior entrada les anuncié que traería hasta aquí algunos ejemplos de buenos y grandes libros, propicios para que nuestros hijos conociesen, o al menos tuviesen un primer contacto ––aunque sea poético––, con la idea del destino, la Providencia divina y la libertad humana. 

Y a ello voy, comenzando con los antiguos griegos y su aciago hado. No hay mejor muestra y expresión de su fatalismo doliente que acudir a Homero y su La Ilíada, con sus moiras y su fatum, con sus parcas deimons.

 

La muerte de Aquiles, dibujo basado en un ánfora griega datada entre 540-530 a.C.

 

Es verdad que la obra se eleva imponente frente a los jóvenes adolescentes. Es un bocado indigesto para ellos y probablemente prematuro. No obstante, existen adaptaciones que recogen los aspectos de la trama que se ocupan de lo aquí tratado, aunque no es lo mismo, claro, como ya comenté en otra ocasión (Adaptaciones, resúmenes y otras lindezas. Acercándonos a los clásicos). Sin perjuicio de ello, las versiones de la talentosa escritora británica Rosemary Sutcliff, Naves Negras Ante Troya (1993), sobre La Ilíada Las aventuras de Ulises (1995), sobre La Odisea, adornadas con las magníficas ilustraciones de Alan Lee y editadas por Vicens Vives, son una buena opción, aunque se pierdan cosas como esta, cuando Agamenón se lamenta y dice: 

«Yo no soy culpable; fueron Zeus, el Destino, Erinias, la que camina en la bruma, quienes, en asamblea, inspirándome en el alma un súbito y loco error, el día en que, por propia iniciativa, despojé a Aquiles de su honor. ¿Qué iba a hacer yo? Todo es obra del Cielo». 

La Ilíada, Canto XIX, 86-90.

La misma idea del fatalismo del destino ilustra el pequeño relato tradicional recogido Jean Cocteau, y que fue incluido por Bioy Casares, Silvina Ocampo y Borges en su bárbara Antología de la literatura fantástica (1940): 

«Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:”—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan».   

Y alejándonos de los helenos y su fatalidad, encontramos en Shakespeare otra opción. El bardo inglés es siempre un saco sin fondo en el que buscar y, en este caso, algunas de sus obras son lugar donde el destino y la providencia se entremezclan. 

Y así, dejando a un lado la prototípica Macbeth (1606), en la menos violenta pero no menos trágica, Romeo y Julieta (1595), vemos también cómo el hado de nuevo juega un papel determinante para inducir la tragedia, actuando como una fuerza fortuita y ciega que trabaja para obstruir las mejores intenciones de los seres humanos, que cuanto más se esfuerzan en escapar de su influencia más contribuyen a su culminación. 

 

                    Abrazo a la luz de la tarde, obra de Gaston Bussière (1862-1929).

 

Al final del drama, tras descubrir Julieta a su amado muerto, su acompañante, Fray Lorenzo, se dirige a ella con esta palabras:

«Huyamos, querida Julieta. Un poder superior, al que no podemos resistir, ha desconcertado nuestros designios. Ven, huyamos».

No obstante Shakespeare, como católico que era, no sentencia el resultado de la tragedia como obra del pagano y ciego destino, sino de la providencial voluntad de Dios, y por boca del Príncipe nos dice:

«¡Capuletos, Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios».

Acercándonos un poco más a lo católico, un lugar donde entrever el juego misterioso entre la libertad humana y la voluntad divina es la obra de nuestro querido Tolkien. Y su Señor de los Anillos (1954-55) es un buen sitio para comenzar. En este libro presenciamos la postura heroica de Frodo, su abnegación y su sufrimiento; vemos en él personificados el sacrificio personal, la renuncia en favor del prójimo y la entrega de la propia voluntad para cederla a la voluntad de Otro y así obtener un bien mayor. Esta abnegada decisión de Frodo es la que le lleva a destruir el Anillo y a transitar para hacerlo por un camino de sufrimiento y dolor que lo convierte en héroe: 

«Intenté salvar la Comarca, y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven».

Paul Pfotenhauer en su artículo sobre Temas cristianos en Tolkien (Christian Themes in TolkienThe Cresset 32, enero 1969)no solo destaca el tema señalado del Siervo doliente que se sacrifica voluntariamente, incluso hasta la muerte, para que otros puedan vivir, sino que también hace hincapié en la presencia constante y oculta del dios creador, Eru, el Único, que en última instancia determina el resultado de los acontecimientos, y en la que sin mucho esfuerzo, podemos llegar a reconocer a la Divina ProvidenciaEsto podemos verlo cuando el mismo Galdalf le dice a Frodo que hay otra fuerza, aparte de la voluntad del Mal, ejerce su influencia sobre lo que ocurrió, esta ocurriendo y ocurrirá después:

«El Anillo abandonó a Gollum para caer en manos de la persona más inverosímil: Bilbo de la Comarca.Detrás de todo esto había algo más en juego, y que escapaba a los propósitos del hacedor del Anillo. No puedo explicarlo más claramente sino diciendo que Bilbo estaba destinado a encontrar el Anillo, y no por voluntad del hacedor. En tal caso, tú también estarías destinado a tenerlo».

 

                   Bilbo llega a las cabañas de los Elfos, acuarela de J. R. R. Tolkien.

 

Otra muestra de la acción providencial es la supervivencia de un ser degenerado y miserable como Gollum. Aunque Frodo no podía saberlo, su propia naturaleza no le iba a permitir destruir el anillo sin la ayuda de otro. Por esta razón, Gollum no fue muerto por Bilbo, ni por Sam, ni por el mismo Frodo; e incluso escapó de las garras del Señor Oscuro, Sauron. Se le reservaba un papel crucial en el auxilio que Frodo iba a necesitar para completar su misión.

También en El Hobbit (1937) vemos muestras de este designio providencial. Por ejemplo, cuando Gandalf contesta a Bilbo: 

«¿Y por qué no tendrían que cumplirse? ¿No dejarás de creer en las profecías solo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu beneficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!»

En estas dos obras de Tolkien podemos ver claros ejemplos de esa misteriosa coexistencia entre la Providencia y la libertad humana, asistiendo a cómo los protagonistas se aperciben de una lógica interna en los acontecimientos en que se ven envueltos, que no es fortuita y que les predestina misteriosamente, por designio de un ente trascendente, a participar de un plan superior de bondad, belleza y verdad. Pero a pesar de ese designio, los héroes no se ven privados del ejercicio de su libertad, que transita en el relato guiada por un propósito sobrenatural que ilumina a la razón y a la voluntad orientándolas hacia el bien y la verdad sin derogar aquella.

Como ven, los ejemplos son numerosos y el tiempo escaso, por lo que permitirán que me guarde algunos para mejor ocasión. 

Por ello termino con una hermosa frase de Haldir, dicha cuando este conduce al resto de la Compañía del Anillo hasta Celeborn y Galadriel, en la que Tolkien nos deja entrever aquella otra del Prólogo de San Juan, de que “la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”, y lo hago con la esperanza de que libros como los aquí comentados ayuden a los chicos a “descubrir el secreto de la luz”, o al menos a no extraviarse en las tinieblas.  

«Pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto. Todavía no.»

J. R. R. Tolkien. El Señor de los Anillos. La comunidad del anillo

4 comentarios

  
Cos
Muy buen artículo: Lo que va del aciago hado de los griegos al luminoso plan divino cristiano.

A mi una de las cosaas que mas me impresionan de La Odisea es cuando Ulises desciende hasta el Hades y se encuentra con Aquiles. Éste, el mayor heroe que haya puesto nunca su pie sobre la tierra, lamenta su fatalidad diciendo algo así como "hubiese preferido ser el siervo del mas humilde de entre los campesinos que rey en el Hades".
07/04/19 8:50 AM
  
Palas Atenea
¿No es un poco arriesgado afirmar con tal rotundidad que Shakespeare era católico? Efectivamente pudo ser criptocatólico, pero no lo sabemos con seguridad.
07/04/19 9:26 PM
  
Miguel Sanmartín Fenollera
Palas Atenea:

Es una cuestión muy interesante. Y sé que existe una polémica, por supuesto.

Pero, si, yo soy de los que creen que Shakespeare era católico. No solo “espiritualmente católico”, como creía Chesterton (en la biografía de George Bernard Shaw –1909–), sino plena y conscientemente católico, como sostiene, entre otros, Joseph Pearce (“Shakespeare, una investigación” –2008– y “Por los ojos de Shakespeare” –2010–. En todo caso, en los estudios sobre Shakespeare, el "Shakespeare católico", al parecer, es una opinión cada vez más extendida, tal y como sostienen E.A.J. Honigmann, Richard Wilson, Stephen Greenblatt, Peter Millward o David N. Beauregard).

Sin perjuicio de lo anterior, y por otro lado, no es esta la única polémica que acompaña a su nombre. Por ejemplo, también se discute si fue el quien escribió todas o algunas de las obras que se le atribuyen. A mi me gusta pensar que si. Y como en esto, en el caso del catolicismo, también me gusta pensar que Shakespeare era católico. Me aproxima más a él y a las ideas católicas que pululan por sus obras (y en esto no hay discusión). Es también una manera de ayudarme a acercarme a su arte (indiscutible) y a que aquellos a quienes enseño, como a mis hijas, se puedan acercar también con mayor facilidad y confianza.

En suma, la razón y el corazón me hacen pensar que Shakespeare era católico y por eso lo digo.
08/04/19 8:58 AM
  
Miguel Sanmartín Fenollera
Gracias Cos:

Cierto que esa cuestión de la fatalidad griega es desesperanzadora, pero, en cierto modo, debe hacernos valorar lo que fueron estos hombre sufrientes. Lo que cuenta de Aquiles y el Hades es muy ilustrativo.
08/04/19 9:09 AM

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