Rafaela: huelga de escobas caídas
No había visto D. Jesús en los días de su vida de cura una iglesita más limpia y organizada que la de su pequeño pueblo. Rafaela, Joaquina, María y las demás serían a veces un tanto incordiantes, pero la verdad es que el templo parroquial era una envidia de aseo y ornato. Ya saben cómo son estas mujeres cuando se lo proponen: manteles impecables, ni una mota de polvo, las flores justas y perfectas…
Por eso le extrañó a D. Jesús encontrarse un día con unas flores medio chuchurrías en un florero. Bah, pensó, algún despiste. Más le hizo empezar a cavilar cuando vio que se amontonaban los purificadores sin lavar y planchar, los manteles no se cambiaban a pesar de alguna marcha de cera y las vinajeras se quedaban pegadas en el platillo.