El pobre
Parece que a algunos alcaldes italianos los pobres que piden limosnas les molestan estéticamente. Y han decidido prohibirles tal actividad. El primer edil de Roma quiere incluso prohibirles que rebusquen entre los contenedores de basura porque, mira tú por dónde, ensucian. Por supuesto, la Iglesia Católica ha puesto el grito en el cielo. Creo que no hace falta dar muchos argumentos para oponerse a semejantes medidas. Cualquier persona con cierta sensibilidad no puede verlas con buenos ojos. Por supuesto que dentro del mundo del “limosneo” hay de todo, pero no creo que haya nadie que se dedique a pedir por mero placer. Y las circunstancias personales que llevan a la gente a tener que pedir limosna no van a cambiar por mucho que se les prohíba hacer tal cosa.
Hace unos años que escribí “El pobre”, uno de los textos de los que me siento más satisfecho. Aquí lo tenéis de nuevo:
Tengo hambre, frío y dolor en mis huesos. Veo pasar a la gente a toda prisa. Vienen de lugares ignotos y se dirigen a un destino incierto, pero sus miradas reflejan la ansiedad de quienes nunca se conforman con lo que tienen. Siempre quieren más. ¿Y yo? aquí tirado en la acera, sin más calor humano que la sonrisa que de vez en cuando me dirige un niño. Benditos los ojos de esas criaturas que reflejan la mirada de mis ángeles. Muy de vez en cuando, alguno de mis hermanos se convierte en niño y me dirige algunas palabras de consuelo. No sólo eso. Incluso me echa algunas monedas en el cesto para que ese día pueda comer algo caliente. No sabe que esas monedas las guardaré en un arca de oro que tengo en mi casa celestial. El día en que les reciba en los atrios de mi Templo en el cielo, reconocerán en mí a ese pobre al que entregaron parte de sus ganancias, y yo les devolveré esas monedas convertidas en bendiciones eternas.