Eta: justicia, perdón y paz

En marzo de este año estuve participando en Atrio, usando uno de los nicks que suelo utilizar cuando prefiero mantener cierta privacidad. Xabier Pikaza había escrito uno de sus interesantes artículos tratando el asunto de Eta y el perdón de las víctimas. Para el post de hoy quiero hacer un amplio extracto de mis comentarios a aquel artículo.

Como cristiano el perdón no es una opción para mí. Es una obligación. Con más o menos ganas, según las circunstancias, debo de ofrecer el perdón de corazón a todo aquel que me haya hecho mal. Incluídos los asesinos de mi padre. Ay de mí si todavía guardara odio contra ellos, pues el odio sólo sirve para empozoñar el alma e impedir una buena relación con Dios. Pero ay de mí también si no pidiera justicia, pues entonces estaría traicionando la memoria de mi padre y también la de mi madre, que fue la persona que más sufrió la pérdida de su amado esposo. Yo honro a mi padre y a mi padre exigiendo justicia para ellos.

Una justicia que no consiste en el ojo por ojo y diente por diente, que no consiste en pedir la pena de muerte para los asesinos de mi padre, pero que sí pide que no sean puestos en libertad si antes no muestran un arrepentimiento de sus crímenes y una clara intención de no volver a usar jamás la violencia para lograr objetivos políticos o de cualquier otra índole.

Desde el punto de vista de la actitud personal de aquellos que hemos sufrido cualquier tipo de violencia (la terrorista no es "per se" peor que las demás) y somos cristianos, el perdón es fruto de la propia realidad de nuestra fe y nuestra comunión con Dios. Quien experimenta el perdón del Señor puede a su vez perdonar. Pero no está de más recordar que aun así, no es fácil hacerlo. A veces parece que existe una obligación absoluta por parte de la víctima de conceder el perdón y si no lo das eres poco menos que un mal cristiano. Yo más bien creo que llegar hasta el punto de perdonar a los que no sólo no te piden perdón, sino que sabes que a la más mínima te van a volver a hacer daño, sólo es posible desde un alto grado de madurez cristiana, no pocas veces cercano a la santidad que a veces llega a los altares. Y así vemos que muchos mártires, San Esteban el primero, han dado su vida no sólo perdonando a sus ejecutores sino incluso pidiendo a Dios el perdón para los mismos. El caso de San Esteban es peculiar porque pidió a Dios que les perdonara ESE pecado que cometían al matarle pero antes les había puesto a caer de un burro al acusarles de resistir al mismísimo Espíritu Santo.

Si algo tengo claro en esta vida es que aunque fallare la justicia humana, la divina nunca falla. Y con esto no digo que desee la condenación eterna de los asesinos de mi padre. Para mí amarles como enemigos implica que nada deseo más que su conversión auténtica, para que vengan de las tinieblas a la luz admirable de Cristo y así poder un día darles la mano como hermanos en el Señor y compartir una Eucaristía juntos. Pero a la vez sé que si ellos no se arrepienten, Dios no acortará su mano para condenarles. Más muertos están ellos que mi padre, del que confío que haya sido recibido en la gloria porque era un creyente sincero. Ojalá lleguen a vivir, aunque sólo sea en el último momento de sus vidas, como le ocurrió a aquel ladrón que acudió a Jesús mientras compartía una cruz que él sí se merecía.

Quiero insistir en que debe quedar bien clara una cosa. Si he llegado a ese estado en el que puedo perdonar y amar hasta el extremo de desear la conversión de los asesinos, no es porque yo sea un gran tipo, que no lo soy. Es por pura gracia de Dios, que es la que nos capacita para poder amar en medio del dolor. Es Él quien produce en nostros tanto el querer como el hacer.

Alguno me dirá: ¿y cómo es que por una parte estás dispuesto a perdonar cristianamente y por la otra exiges justicia para los asesinos de tu padre? Pues por la misma razón que una mujer violada que sea cristiana puede perdonar a su violador pero no está dispuesta a que le pongan en la calle si no hay garantías de que se haya rehabilitado. Porque esa justicia que exijo es paz auténtica para mi país. Porque sé muy bien lo que puede ocurrir si son puestos en la calle aquellos que han asesinado o apoyado a asesinos sin que se les exija arrepentimiento. Porque sé que mientras el mal anide en sus corazones, hay que proteger a toda la sociedad de su maldad. Porque sé que muchos de los que han sufrido lo mismo que yo, no dudarán en tomarse la justicia por su mano si se sienten traicionados por los gobernantes. Algunos ya lo están advirtiendo. Nadie piense que habrá paz por la vía que se ha emprendido. Ceder ante Eta y su entorno es para muchos de nosotros reabrir heridas que en no pocos casos siguen supurando. Algo no se está haciendo bien cuando buena parte de las víctimas estamos con miedo a que se nos niegue la justicia "secular" a la que tenemos derecho.

Pido justicia porque sé que mi padre habría hecho lo mismo si el muerto hubiera sido yo. Pido justicia y dignidad porque creo que honro su memoria exigiendo que sus asesinos no salgan libres y no obtengan aquello que querían lograr asesinándole. De lo contrario su muerte habría sido inútil pues él no se ofreció como víctima propiciatoria de los pecados de nadie. Y pido justicia porque sé que la gracia que pueda conceder el hombre a quien no está dispuesto a cambiar, no será sino la excusa perfecta para volver a causar daño y terror. Zapatero no es el Dios que cambia los corazones de los etarras concediéndoles el perdón sin condiciones previas. El César no puede hacer de Dios misericordioso. No es ese su papel. La justicia humana, a pesar de todas sus imperfecciones, ha de ser respetada si queremos vivir en un país justo.

Por eso me sorprende que los que, desde sectores próximos a la Teología de la Liberación, habéis hablado tantas veces de que sin justicia social no puede haber verdadera paz, lo cual creo que es conforme a la Doctrina Social de la Iglesia, hoy no exigís exactamente lo mismo para las víctimas de la injusticia violenta a la que los etarras nos han abocado desde hace décadas. Porque yo no padezco hambre, no soy un desheredado de la tierra, tengo techo bajo el que cobijarme y no me oprime ningún terrateniente sin escrúpulos, pero sí he sido uno de esos huérfanos y viudas a los que hay que visitar en sus tribulaciones para cumplir con la religión pura y sin mancha delante de Dios (Stg 1,27).

Siento mucho deciros que tanto de parte de la Iglesia vasca, algún prelado incluído, como del sector de la Iglesia que vosotros representáis no he encontrado ni consuelo, ni apoyo, ni comprensión real y sí una especie de exigencia de que mire para otro lado cuando a los asesinos sin arrepentir de mi padre los pongan en la calle, aunque eso suponga que algún día me los encuentre cara a cara y se mofen de mi dolor reabriendo heridas que ya el Señor cicatrizó, como ya le ha ocurrido recientemente a alguna viuda en el País Vasco. Y alguno me venís a decir que si me comporto así, no hago sino seguir el ejemplo de Cristo en la cruz. Pues oíd, no me parece a mí que Cristo subiera a la cruz para que los asesinos se paseen impunemente por las calles ni para que los inocentes nos arrodillemos ante ellos agradeciéndoles el detalle de que no nos maten más. Que Cristo ofrece el perdón a todo hombre es innegable. Que no todo hombre se arrepiente y recibe ese perdón es también algo que no se puede discutir si queremos ser fieles al evangelio y al magisterio de la Iglesia.

¿Queréis acabar con la lacra del terrorismo y sus insanas consecuencias en este país? Poneos al frente a la hora de pedir a los asesinos que se arrepientan, que se comprometan a vivir en paz y que acepten pagar lo que la sociedad les pida como reparación por sus crímenes. Yo seré el primero en pedir a esta sociedad una generosidad sin límites con los que abandonan el camino del mal. Pero creedme, sin arrepentimento no habrá paz. Sin justicia no habrá paz. Y sin el consiguiente perdón, tampoco habrá paz.

No soy optimista. Demasiado bien conozco la naturaleza del mundo etarra como para pensar que van a cambiar así porque sí, si no obtienen aquello por lo que llevan matando desde hace décadas. De vez en cuando alguno escapa de esa maraña de odio y muerte de la que llevan mamando toda su vida. Pero es la excepción. También conozco el mundo de las víctimas. Las que son verdaderamente cristianas no se volverán nunca en contra de sus verdugos aunque se los encuentren cara a cara. Pero me temo que como que es cierto que mañana saldrá el sol, habrá otros no se comportarán tan civilizadamente. Aquellos que se sientan traicionados por sus gobernantes y por la justicia española y que no están sujetos a las exigencias morales del evangelio, no se quedarán quietos. Y entonces la violencia se disparará y no habrá nada ni nadie en este país que consiga detener el desastre.

Por eso, si en verdad deseáis la paz, exigid la justicia.

Dios nos ayude a todos,

Luis Fernando Pérez Bustamante.

5 comentarios

  
Wilburg
La desaparición de la "nación" como instituto de derecho político es la clave para que desaparezcan los fanáticos de la nacion independiente.

No es difícil, pues al igual que Dios tiene probado que uno puede andar con Él perfectamente sin Iglesias, que son las que causan la violencia "espiritual" y el aborrecimiento de unas contra otras, también la nación ha quedado sin su sustancia cuando la Ley, que es la base de la "soberanía", no se puede dar por ninguna de ellas, sino por las directivas comunitarias, y fuera de sus parlamentos, en Bruselas.

Así, que constatando que el 60% de todas las leyes que se dan en Francia, Alemania, España ya no son "nacionales", España ha desaparecido y no lo sabe.

Los vascos podrán -ya nunca- alcanzar la dorada "soberanía", aunque hubieran alcanzado la "independencia". Porque serán "regidos" por las leyes transnacionales.
19/11/06 9:14 AM
  
Cristiano
Magnífico alegato de la fe cristiana, esa que nos obliga a perdonar, incluso a nuestros enemigos -y los asesinos terroristas, de ETA, o de cualquier otra banda, lo son- y al mismo tiempo exigir la justicia. Y como en este mundo terrenal, la justicia humana, con sus imperfecciones, es lo más cercano que tenemos -por la incapacidad humana de comprender en su amplitud a Dios- a la Justicia Divina, no es sino la aplicación de lo que Mateo el evangelista proclama: "Buscad Primero el Reino de Dios y Su Justicia, que todo lo demás se os dará por añadidura".

Reciba un cordial saludo.
Su hermano en Cristo.
19/11/06 11:34 AM
  
JLLM
Totalmente de acuerdo con lo que dice, sin que el victimario no pida perdon a la victima desde un pleno convencimiento no habrá nada que hacer, por mucho que algunos se empeñen en negociar no se que cosas. Lo que jamas se habrá de olvidar son las victimas por que son las únicas que han perdido algo irreparable, sin ellas no se puede ir a ningún sitio.
19/11/06 4:17 PM
  
nachet
Magnífico artículo, Luis fernando, y un fuerte abrazo. Sabía que eras víctima del terrorismo, pero no sabía en que grado ni circunstancia.

Creo que lo que propones es lo verdaderamente cristiano. También creo que poder realizarlo sabiendo que aquellos que te han hecho mal ni se arrepienten ni hacen propósito de enmienda, sino más bien se enorgullecen satánicamente de sus crímenes, se acerca mucho a la santidad. No sé si a todos los cristianos se les puede exigir tanto.

No estoy de acuerdo en que des explicaciones a ciertos "liberacionistas". Algunos de ellos se limitan a repetir eslóganes, y luchan contra la injusticia que está a miles de kilómetros desde su sillón, pero no hacen nada ante el asesinato de 90.000 niños en nuestro país cada año ni se atreven a plantarse delante de un batasuno y decirle que se va a condenar al fuego eterno por criminal de satánico orgullo.
20/11/06 12:09 PM
  
sofia
Muy de acuerdo, LF.
20/11/06 9:29 PM

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