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5.04.16

Los nuevos leprosos, los nuevos apestados

¿A quién no le gusta quedar bien con todo el mundo? ¿quién desea ser considerado como un fundamentalista sin corazón, rigorista, fariseo?

Para cualquier cristiano, hay un método seguro para lograr lo primero y evitar lo segundo: decir lo que que el mundo quiere oir. Y hay un método aún más “eficaz” para que no parezca que estás traicionando aquello que se supone que debes defender: usar términos propios de la fe, vaciándoles de su verdadero contenido y escondiendo aquello que no puede ser “adaptado".

Por ejemplo, cuando se trata de defender el derecho a la vida, lo primero que conviene es no criminalizar a la madre y presentarla como una víctima a la altura del hijo que ha decidido matar. Luego hay que hacer todo lo posible por entender que “no tenía más remedio” que hacer lo que ha hecho. Como quiera que, efectivamente, muchas veces las mujeres sufren presiones para aniquilar la vida que llevan en su seno, se da por hecho que eso ocurre siempre, de manera que la responsabilidad pasa a otros. A los que presionan, a la sociedad, a la crisis económica, a… pongan ustedes el culpable que quieran. 

Cuando se trata de defender la familia de la plaga del divorcio, conviene empezar dejando en el baúl de los recuerdos la palabra que el mismísimo Cristo usó para definir a los que se divorcian y vuelven a casar: adúlteros. Queda muy mal llamar adúltero a nadie hoy en día. Es mejor decir que están en una “situación irregular". Luego hay que hacer todo lo que esté en nuestra mano por “comprender” esa situación: “No le quedaba más remedio que separarse", “tiene derecho a rehacer su vida", “es absurdo pretender que la gente sea heróica y viva sin mantener relaciones sexuales estables", etc. 

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