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31.08.15

Breves reflexiones (VII)

No se trata de que el cumplimiento de los preceptos de Dios nos cambie el corazón. Es más bien Dios quien nos cambia el corazón y, por tanto, nos capacita para cumplir sus preceptos, que pasan a ser nuestro deleite.

Si, como dice san Pablo, Cristo no consideró ser igual a Dios como cosa a la cual aferrarse, no oses apelar a tu presunta santidad como algo de lo cual presumir.

No tiene temor de Dios quienes desprecian el más pequeño de sus mandamientos. No aman a la Iglesia quienes la presentan como madastra por guiar a sus hijos por caminos de santidad.

Para quienes niegan la gravedad de los pecados, la ley divina es un estorbo a evitar, superar, transformar o enterrar. Para quienes viven en la gracia, la ley divina es inscrita a fuego, el del Espíritu Santo, en sus corazones.

La misericordia falsa que deja al alma esclavizada a los deseos de la carne es la música de los nuevos flautistas de Hamelín, que secuestran las almas de los niños y débiles en la fe.

Si ves en tu alma el más mínimo rastro de soberbia, implora a Dios que te la arranque, antes de que te consuma y te haga un despojo de cristiano.

No envidies la santidad del hermano. Da gloria a Dios por ella e implora que se te conceda la gracia suficiente para ser tú mismo santo.

Si Dios te concede ser maestro de otros es porque va a regalarte el don de ser su mejor discípulo, lo cual implica que seas humilde, paciente, sabio y piadoso.

La inmensidad redentora del sacrifico de Cristo en la Cruz da testimonio de la medida del poder de la gracia de Dios para transformar a los pecadores en santos.

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