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9.07.15

Silvano, desde Athos (y IX)

Última entrega de la selección de textos escogidos de Silvano de Athos, monje ortodoxos canonizado por la Iglesia Ortodoxa.

El Señor tiene compasión de todos. Y quiere que amemos de la misma forma a nuestros hermanos. Por eso: ama a los hombres hasta el punto de cargar sobre ti el peso de sus pecados. 

Yo entré al monasterio poco después del servicio militar. Pero pronto me asaltaron las dudas y quise volver al mundo y casarme. Sin embargo me dije enérgicamente: es aquí que quiero morir a causa de mis pecados. Durante algún tiempo viví en la desesperación. Me parecía que Dios me había repudiado y que no había más salvación para mí. Me parecía que Dios no tenía piedad. Y estos pensamientos eran tan atormentadores que, aún hoy, no puedo recordar ese tiempo sin sentir espanto. El alma no tiene fuerza para soportarlo. 

Adán, padre de la humanidad, había conocido la felicidad del amor de Dios en el Paraíso, y por eso sufrió amargamente cuando el pecado lo expulsó del Edén y le hizo perder el amor y la paz de Dios. Llenó el desierto con sus lamentos y el recuerdo de lo que había perdido atormentó su alma: ¡He ofendido al Señor amado! 

Deseó de tal forma el Paraíso y su belleza, que sufrió por haber perdido el amor que atrae continuamente al alma hacia Dios… Toda alma que, después de haber conocido a Dios en el Espíritu Santo, ha perdido la gracia, vuelve a sentir el sufrimiento de Adán. Ella está enferma y triste por haber afligido al Señor amado. 

Adán lloró amargamente. La tierra no le dio más ninguna alegría y su grito recorrió el desierto: “Mi alma desea al Señor y lo busca con lágrimas. ¿Cómo no buscar al Señor? Mi alma estaba feliz en El y en paz, y el enemigo no estaba dentro mío. Ahora el espíritu de malicia ha adquirido poder sobre mí, mi alma está en la incertidumbre y bajo sus golpes. También ella languidece por el Señor y lo desea a muerte. Mi espíritu tiende hacia Él, nada sobre la tierra me regocija más, ¡nada puede consolar mi alma!

Yo quiero ver al Señor y en Él ser saciado. No puedo olvidarlo y grito en la plenitud de mi pena: “¡Dios, mi Dios, ten piedad de mí, ten piedad de tu criatura caída!” Así se lamentaba Adán. Las lágrimas caían sobre sus mejillas, bañaban la tierra a sus pies; el desierto escuchó sus gemidos, los pájaros se callaron de dolor. Y así toda paz abandonó la tierra. Cuando vio a Abel muerto por su hermano Caín, no contuvo más su dolor y llorando gritó: “de mí saldrán los pueblos que se multiplicarán, pero ¡vivirán en la enemistad y se matarán!" 

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