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29.05.15

Espiritual e intelectualmente débiles

La tan cacareada primavera “peri-conciliar” (antes, durante y después) tuvo un componente glaciar tan evidente, que solo un necio puede negarlo. Aquel optimismo pelagiano que se adueñó de muchos no podía acabar bien. Y no acabó bien. De la magnífica carta pastoral del cardenal Donald Wuerl, me ha llamado mucho la atención el reconocimiento explícito de lo que ocurrió allá por los años 60 y 70 del siglo pasado:

El cardenal recuerda sus primeros años como sacerdote:

«Cuando yo era un joven sacerdote en las décadas de 1960 y 1970, hubo mucha experimentación y confusión en la Iglesia. Los maestros y el clero fueron alentados por algunos a comunicar una experiencia del amor de Dios, pero hacerlo sin referencia al Credo, los sacramentos, o la tradición de la Iglesia. No funcionó muy bien. Los católicos crecimos con la impresión de que nuestro patrimonio era poco más que sentimientos cálidos, vagamente positivos acerca de Dios».

Y añade:

«Esos años de experimentación dejaron a muchos católicos espiritual e intelectualmente débiles e incapaces de resistir el tsunami del secularismo que se produjo en las últimas décadas. Perdimos mucha gente porque no hemos podido enseñarles sobre lo correcto y lo incorrecto, el bien común, la naturaleza de la persona humana. Esto dejó a muchos sin capacidad de admitir que somos pecadores que necesitan a Jesús porque muchos ya no saben lo que es el pecado».

Sin la menor duda, seguimos sufriendo las consecuencias de aquello. Incluso se ha agravado la situación, porque buena parte de la formación doctrina y moral de una gran porción del pueblo de Dios ha estado en manos de aquellos que quedaron “espiritual e intelectualmente débiles". Y uno no puede dar lo que no tiene. Por supuesto, toda generalización es injusta, pero no se puede tapar el sol con un dedo. En todo caso, allá donde hubo grandes formadores -p.e, seminario de Toledo-, salieron buenos sacerdotes que, casi siempre contracorriente, pudieron seguir dando al pueblo de Dios que se les encomendó la buena savia de la fe católica, y no ese suproducto progre y modernista que tantos otros consumieron, y consumen, para desgracia de sus almas.

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