InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Archivos para: Abril 2015

26.04.15

El milagro de tu santidad

La liberación que da Dios no tiene parangón con la que se procura falsamente el hombre. Pondré un ejemplo para que se entienda. Un hombre paralítico quizás pueda, con la ayuda de unas muletas, ponerse en pie e incluso avanzar. Pero sigue paralítico y antes o después, caerá o se agotará de manera que no pueda dar un paso más.

Cristo no da muletas. Obra el milagro de la sanación completa. Si eso pasa a nivel físico, también ocurre, incluso más claramente, a nivel espiritual. Estamos postrados por el pecado y Dios quiere restaurarnos para librarnos de él por completo. Por eso Cristo solía acompañar sus milagros con el perdón de los pecados. Para que entendiéramos que Aquél que es capaz de hacer andar a un inválido es capaz de convertir en santo a un pecador.

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25.04.15

Hay que solucionar lo de los funerales de Estado

Cada vez que en España hay una desgracia con muchas víctimas, sea en forma de atentado, de accidente o de catástrofe natural, se produce la misma polémica. No se sabe bien quién decide que se celebre un funeral de estado. Y se encarga del mismo a un obispo o cardenal católico. Como el prelado de turno sabe que para que la Iglesia considere algo como auténtico funeral, tiene que celebrarse una Misa -si no, será otra cosa-, los laicistas y miembros de otras confesiones ponen el grito en el cielo y apelan a la aconfesionalidad del estado.

Todo esto se solucionaría de una forma muy fácil. Si el Estado, o cualquiera de sus instituciones, lo cual incluye las comunidades autónomas, quiere celebrar funerales aconfesionales o pluriconfesionales, que se utilicen para tal fin espacios públicos. Puede valer un pabellón deportivo, un estadio de fútbol, o incluso un parque con explanada suficiente para acoger a mucha gente. A ese funeral “civil” se puede invitar a todas las confesiones religiosas del país, sí así se estima oportuno.

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23.04.15

Mons. Doeme, un obispo de los de verdad

De entre las muchos testimonios impactantes del reciente congreso sobre cristianos perseguidos celebrado en Madrid, hubo uno que dejó boquiabiertos a los participantes. Mons. Oliver Dashe Doeme, obispo de Maiduguri (Nigeria) nos contó una visión que tuvo en un sueño. En la misma, un hombre con una espada se le acercó. El obispo sintió miedo porque pensaba que le iba a atacar, e incluso decapitar, con el arma, pero el hombre se le acercó y le puso la espada en sus manos. En ese momento, la espada se convirtió en un rosario. Y el obispo entendió que era la oración, especialmente la del Rosario, el arma para combatir a Boko Haram y a cualquier demonio que busque aniquilar la fe.

Mons. Doeme, dicho sea de paso, no niega que haya que hacer uso de la fuerza para acabar con el grupo terrorista islámico. Tanto él como el otro obispo nigeriano que participó en el congreso, explicaron que no se puede pretender que el ejército de su país proteja a los cristianos cuando es incapaz de protegerse a sí mismo. Es por eso que pidieron la intervención de la comunidad internacional que, de hecho, se está dando. Pero no por parte de Occidente, sino por parte de Sudáfrica y Rusia, que ya ha conseguido hacer retroceder a los islamistas en algunas zonas del país.

Pero evidentemente los cristianos nigerianos no tienen capacidad militar de oponerse a quienes buscan su aniquilación. “Sólo” cuentan con la oración y con la fidelidad a Cristo. Nos decía Mons. Doeme que exhortaba a sus fieles a no dejarse robar la fe. Escribo de memoria pero dijo algo muy parecido a esto: “Os pueden quitar las casas, os pueden hacer huir a las montañas o a los bosques, pero no os pueden robar la fe. Y si tenéis la fe, lo tenéis todo“.

Precisamente esa fidelidad es una formidable fortaleza contra la que Boko Haram, y el resto de grupos fundamentalista islámicos, no puede hacer absolutamente nada. La sangre de los mártires es semilla de cristianismo auténtico. No hay ejército humano en este mundo que pueda derrotar a la gracia eficaz de Dios obrando en sus elegidos.

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21.04.15

Pastores de mártires

El pasado fin de semana he asistido al Congreso “Todos Somos Nazarenos” organizado -maravillosamente, hay que decirlo- por Más Libres/Hazte Oir, en el que, entre otros, han participado el Patriarca católico de Antioquía, obispos católicos de Oriente Medio y Nigeria, un obispo copto, un pastor protestante, el marido y la hija de Asia Bibi, un sacerdote misionero el IVE, los padres de una joven norteamericana secuestrada por yihadistas y fallecida en un bombardeo de Jordania, etc.

Por allá asomaron Mons. Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y el P. Jose María Gil Tamayo, secretario y portavoz de la CEE. Digo esto para que quede claro que la presencia de Martínez Camino no fue la única de cierta relevancia “institucional” a nivel de la Iglesia en España, tal y como algunos andan malinformando.

Es harto complicado reflejar por escrito lo que he vivido en estos días. Las gracias recibidas han sido tantas y tan intensas, que supongo que tendrá que pasar un tiempo para que reposen en mi alma. 

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16.04.15

¿Nos creemos lo que rezamos en Misa?

En no pocas ocasiones participamos de la Misa, yo el primero, sin poner demasiada atención a lo que dice el sacerdote y a lo que respondemos nosotros. Convertimos la mayor fuente de gracia en un ritual cansino, en el que no ponemos toda el alma. Y sin embargo, es la Santa Misa, la liturgia, el lugar donde todos manifestamos la fe que profesamos, tanto a nivel personal como comunitario.

Vayamos por partes. Tras la antífona de entrada, llega el acto penitencial. Dice el sacerdote:

Hermanos: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.

Paremos un momento. ¿Somos conscientes de que no celebraremos dignamente la Misa si no reconocemos nuestra condición pecadora? Incluso aunque por gracia estemos libres de pecado mortal, y salvo que acabemos de confesarnos, es seguro que acarreamos pecados veniales que dificultan nuestra plena comunión con Dios. Y si en ese momento concreto no es así, lo será en muchas otras ocasiones.

A los fieles nos toca confesar lo siguiente:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.

¿Y bien? ¿eso lo decimos por decir o porque de verdad lo creemos? No decimos “he cometido algún pecadillo sin importancia“, no. Decimos “he pecado MUCHO” de las diferentes formas en que he podido pecar. Sigue:

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

No por la culpa de la esposa, los hijos, la familia, los amigos, las circunstancias sociales, personales o lo que sea. No, pecamos por nuestra culpa. Y no cualquier culpa. Es una GRAN culpa. ¿Por qué es una gran culpa? Porque bien sabemos, o deberíamos saber, que:

No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito.

1ª Cor 10,13

Por tanto, no hay excusa que valga. No hay culpa ajena. Seguimos diciendo:

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor.

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