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8.03.15

De la abundancia del corazón, habla la boca

El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.

Lucas 6,45

Ese principio establecido por Cristo es una realidad fácilmente comprobable en la vida diaria. Es imposible que una persona llena de maldad tenga un discurso bueno. Y a su vez, quienes tienen el alma llena del amor de Dios, hablarán las cosas del Señor para mayor gloria suya. Entre ambos extremos hay un amplio rango de situaciones y comportamientos. 

En la primera lectura de la Misa de hoy se nos dan lo Diez Mandamientos, guía segura para el pueblo de Dios, que Cristo resumió en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El mismo Dios que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto es quien hoy quiere conceder a su pueblo la liberación de la esclavitud del pecado y del sometimiento al espíritu de un mundo que sigue sirviendo a Satanás. 

Si somos liberados del espíritu mundano, necesariamente deberemos hablar el lenguaje de Dios y no el del mundo. Pero tal cosa no la podremos hacer si el Espíritu Santo no empapa nuestras almas de la gracia divina. Solo de esa manera podremos cumplir los mandamientos de Dios -y de paso los de la Iglesia- de corazón, no de forma meramente externa. La diferencia entre el hijo y el esclavo es que aquel sirve al padre por amor y el último lo hace por imposición. Si cumplimos los preceptos divinos por mera inercia, porque nos viene impuesto, no alcanzamos la esencia de aquello que Dios quiere para nosotros. Y aun así, es mejor cumplir los mandamientos y preceptos de la ley de Dios que rebelarse contra ellos. Antes o después, quien por gracia es fiel a la ley por ser ley -poquísimos hoy-, recibirá la gracia de ser fiel a la ley por puro amor al Autor de la ley. Y, por supuesto, se engaña quien dice que ama a Dios y no cumple sus mandamientos.

Para saber cuál es el estado de salud espiritual del pueblo de Dios hay dos termómetros imprescindibles: su forma de rendir culto al Señor y su forma de servir a los más necesitados. Y por ese orden, además. 

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