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17.02.15

El Fiat de Cristo espera tu Fiat

Se puede decir que el camino al Calvario comenzó en Getsemaní. Si el Fiat de la Virgen María al arcángel Gabriel abrió las puertas a la Encarnación, el Fiat de Cristo al Padre en aquel huerto abrió las de nuestra redención.

María, llena de la gracia de Dios, pudo imaginar las dificultades por las que pasaría al aparecer embarazada a pesar de no estar todavía casada con San José. Fue necesario que un ángel advirtiera a aquel hombre santo y justo que el hijo de su desposada era del Espíritu Santo. Aun así, ella dijo sí a Dios.

Sin embargo, Cristo no necesitaba imaginar nada. Sabía que, siendo el Verbo de Dios, iba a verse abofeteado, escupido, vejado, insultado, azotado, coronado con una cruz de espinas, crucificado…

Y siendo tan humano como divino, su sufrimiento alcanzó un momento culmen. Así nos lo cuentan los evangelios. Cito dos:

Entonces vino Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y les dijo: “Sentaos aquí mientras yo voy allá a orar". Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: “Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo".

Y adelantándose un poco, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.”

Y viniendo a los discípulos, los encontró dormidos, y dijo a Pedro: “¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca".

De nuevo, por segunda vez, fue a orar, diciendo: Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.  

Y volviendo otra vez, los encontró dormidos; tenían los ojos cargados. Dejándolos, de nuevo se fue a orar por tercera vez, diciendo aún las mismas palabras.

Mat 26,36-44

Y:

Se apartó de ellos como un tiro de piedra, y, puesto de rodillas, oraba, diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Se le apareció un ángel del cielo, que le confortaba. 

Lleno de angustia, oraba con más instancia; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra.

Luc 22,41-42

Las gotas de sangre del huerto de Getsemaní fueron redentoras. Nunca el hágase tu voluntad del Padrenuestro costó tanto. Nunca antes el amor había triunfado de tal manera sobre el pecado. Un triunfo coronado en el sacrificio de la Cruz.

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