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26.01.15

Silvano, desde Athos (VI)

Sexta parte de la serie de posts con textos escogidos del monje ortodoxo Silvano de Athos. En plena semana por la unidad de los cristianos, pidamos a los santos místicos católicos y ortodoxos que están ya en la presencia del Padre que intercedan por la unión de todos los cristianos en la barca de Pedro, a quien Cristo encomendó cuidar de su rebaño.

Distinguimos diversos grados de amor. El primero, es el temor de ofender a Dios. Quien mantiene su alma libre de todo mal pensamiento ha alcanzado el segundo. El tercero es el del alma que lleva sensiblemente la gracia en sí; el cuarto es el amor perfecto de Dios y aquel que lo posee tiene en el cuerpo y en el alma la gracia del Espíritu Santo. Su cuerpo es santificado y sus huesos serán incorruptibles. Aquel que vive en una tal santidad está libre de toda envidia y de toda pasión; la caridad lo envuelve completamente, y las cosas de la tierra no tocan más al alma. Y si bien este hombre vive en el mundo junto con los otros, sin embargo olvida las cosas de este mundo en su amor por Dios. 

Hay hombres que no temen la muerte y que dicen con san Simeón: “¡Deja ir ahora, Señor, a tu servidor!" 

Conozco un hombre a quien el Señor visitó por su gracia. Si el Señor le hubiese preguntado: “¿Quieres que te de todavía más?", él le hubiese respondido en su impotencia carnal: “Señor, Tú me ves, si me dieras más, yo moriría". Porque la potencia del hombre es limitada y no puede contener la plenitud de la gracia. El Señor ha subido al cielo y nos espera; pero estar con Dios quiere decir serle semejante. También nosotros debemos ser humildes y simples como los niños y servir al Señor. Entonces, un día, estaremos con Él en el Reino de los cielos, porque ha dicho: “Allí donde Yo estoy, allí estará mi servidor". Ahora mi alma está desalentada y abatida; mi espíritu no es puro, mis pecados me abruman y yo no tengo más lágrimas. He perdido la alegría y la paz; mi alma es impenitente y está fatigada por las tinieblas de la vida. 

San Poimén el Grande dice: “Nuestra voluntad se eleva como una muralla de hierro entre nosotros y Dios e impide que podamos unirnos a Él y ver su gracia". 

¿Qué me ha sucedido? ¿Cómo puedo recobrar lo que he perdido? ¿Quién me cantará el canto que yo amaba desde mi infancia, el cántico de la Ascensión del Señor? Escucharé este cántico con lágrimas porque mi alma está triste. ¡Laméntense conmigo, pájaros y animales salvajes; lloren conmigo, bosques y desierto! ¡Consuélenme, oh criaturas de Dios! 

Aquel que ha experimentado la dulzura del amor de Dios sabe que el reino de Dios está en nosotros. ¡Bienaventurado aquel que ha amado la humildad y las lágrimas y ha tenido horror a los malos pensamientos! Bienaventurado quien ama a su hermano, porque nuestro hermano es nuestra vida. Quien ama a un hermano tiene dentro de su alma de una manera sensible al Espíritu de Dios que le da paz y alegría, le da sus lágrimas por el mundo entero. Yo no puedo callarme con respecto a los hombres, por ellos sufre mi alma; los amo en el llanto, ruego por ellos con lágrimas. No puedo callar, hermanos míos, no puedo ocultar la bondad de Dios y no advertirles acerca de las astucias del Maligno. 

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