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18.01.15

Silvano, desde Athos (V)

Quinta parte de la serie de posts con textos escogidos del monje ortodoxo Silvano de Athos. Es el último monje asceta de Athos canonizado por la Iglesia Ortodoxa. Concretamente por el Patriarca de Moscú.

Los poderosos no harían la guerra si conocieran el Amor de Dios. La guerra es el fruto del pecado, no del amor. Dios nos ha creado por el amor y nos ha encomendado la caridad fraterna. Son el poder y la codicia de los orgullosos quienes arrastran al mundo a la guerra. 

La tierra estaría llena de paz si los hombres guardaran el temor de Dios. Pero han abandonado sus mandamientos, viven según su propia voluntad, como si Dios no existiera, buscando únicamente gozar del mundo y pensando que los gozos de aquí abajo son los únicos verdaderos.

Yo también he creído encontrar, alguna vez, la felicidad en la tierra. Era saludable, fuerte, alegre; la gente me deseaba el bien y yo me jactaba de ello; pero cuando conocí al Señor en el Espíritu Santo, toda la felicidad de este mundo me pareció como el humo. El verdadero gozo está solamente en el Señor; nuestra alma es verdaderamente feliz solamente en Él. Así como el sol da vida a las flores del campo y el viento las hace ondular, así el Espíritu Santo da calor y vivifica el alma. 

El silencio espiritual nace del deseo de cumplir el mandamiento de Cristo. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. El silencio es suscitado por la búsqueda del Dios viviente en el hombre que desea liberarse de las tentaciones del mundo, para encontrar así, en la plenitud del amor, al Señor; para vivir en su presencia en la oración pura. 

¿Cómo podría no buscarte? ¡Te has revelado a mi alma de una forma tan increíble! La has hecho prisionera de tu amor, y ella no puede olvidarte. 

¡Súbitamente el alma desea al Señor y lo reconoce! ¿Quién puede describir esta alegría y este consuelo? El Señor es reconocido en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo obra en el hombre entero, en la inteligencia, en el alma y en el cuerpo. Así Dios es reconocido en el cielo y en la tierra. En su infinita bondad, el Señor me ha dado esta gracia, a mí pecador, para que los hombres lo conozcan y se vuelvan a Él. 

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