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8.01.15

Silvano, desde Athos (III)

Tercer post de la selección de textos de la obra de Silvano (s. XX), monje del Monte Athos, centro de espiritualidad monástica ortodoxa más importante del mundo:

El Señor nos ama, pero nos envía sufrimientos para que reconozcamos nuestra impotencia y lleguemos a ser humildes. Ciertamente, si alguien sufre por pobreza o enfermedad, pero no soporta su mal con humildad, sufre inútilmente. El humilde, al contrario, está siempre contento, porque Dios es su riqueza y su gozo. 

¿Puede el Espíritu de Cristo desear el mal a alguien? ¿Somos llamados por Dios para esto? El Espíritu Santo es como una madre que ama a su hijo y comulga con sus sentimientos. Se hace conocer en la oración humilde, sufre con nosotros y perdona, cura e instruye. Quien por el contrario, no ama a sus enemigos y no reza por ellos, se atormenta a sí mismo y atormenta a los otros, y no conocerá jamás a Dios. 

Quien ama verdaderamente a Dios ora sin interrupción; ha experimentado la gracia en la oración. Por supuesto tenemos las iglesias para rezar y los libros litúrgicos, pero que tu oración interior esté constantemente contigo. 

En las iglesias se celebra el culto, y allí habita el Espíritu Santo. Pero que tu alma también sea la iglesia de Dios; para el que ora sin cesar, el mundo entero es una iglesia… Pero no es así con todos. Muchos hombres oran con los labios y prefieren orar con la ayuda de libros; por supuesto que el Señor acepta su oración. Él ha tenido piedad de todos aquellos que oran. Pero aquel que, orando, piensa en otra cosa no será escuchado por el Señor. 

Quien pierde la humildad perderá igualmente la gracia y el amor de Dios; la oración se apaga en él. Pero quien ha sobrellevado las pasiones y abraza la humildad obtiene de Dios su gracia; ora por sus enemigos como por sí mismo, ora por el mundo entero con lágrimas de fuego. 

Cuando recibí la gracia del Espíritu Santo, supe que Dios había perdonado mis pecados. Su gracia me dio un testimonio de ello, y pensé no tener necesidad de nada más. Pero no se debe pensar así; aunque nuestros pecados hayan sido ya perdonados, nos será necesario recordarlos toda la vida, en la compunción y el arrepentimiento.

Un alma humilde y experimentada agradecerá constantemente al Señor su gracia y si Dios la transporta todos los días al Cielo y le hace ver su gloria, dirá: “Señor, me muestras tu gloria, pero dame también las lágrimas y la fuerza para agradecerte; a Ti la alabanza en el Cielo y sobre la tierra; a mí, al contrario, las lágrimas por mis pecados". El Señor me ha hecho comprender, en su amor y misericordia, que debemos llorar nuestros pecados durante toda nuestra vida. Nada es más grande que alcanzar la humildad de Cristo. El humilde vive ciego y contento, todo es bueno en su corazón. Sólo los humildes ven al Señor en su Espíritu. La humildad es la luz en la cual vemos a Dios que es la Luz. “En tu luz veremos la Luz", dice el salmo. 

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