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2.01.15

Silvano, desde Athos (I)

Empieza una serie de posts cuyo contenido es una selección de textos de la obra de Silvano, un monje del Monte Athos, que es el mayor centro de espiritualidad monástica ortodoxa del mundo. Dicho monje vivió en el siglo XX. 

Mi alma languidece por Ti, mi Dios, y Te busca con lágrimas… 

El primer año de mi vida en el monasterio, mi alma conoció al Señor en el Espíritu Santo. 

El Señor nos ama infinitamente. Él me lo reveló en el Espíritu Santo que me dio, por su sola misericordia. Soy viejo y me preparo a la muerte, y he escrito la verdad; he escrito para el bien de los hombres. El Espíritu de Cristo desea la salvación de todos, desea que todos conozcan a Dios. Él, que ha dado el paraíso al ladrón, lo dará también a todo pecador penitente. 

Yo soy malo frente al Señor, más feo que un perro sarnoso, a causa de mis pecados. Pero he rogado a Dios que me los perdone y he aquí que no solamente me ha dado su perdón, sino además el Espíritu Santo, y en el Espíritu Santo he reconocido al mismo Dios. 

El Señor es misericordioso; mi alma lo sabe, pero no es posible describirlo con palabras… Él es infinitamente dulce y humilde y si el alma lo ve, se transforma en Él, deviene todo amor para el prójimo; deviene dulce y humilde. Pero si el hombre pierde la gracia, llorará como Adán cuando fue expulsado del Paraíso. El desierto se llenó de sus gemidos, y sus lágrimas amargas por la pena… 

Ven, Señor, consume mis pecados que me ocultan tu Rostro como las nubes ocultan el sol. Mi alma no desea nada terrestre sino solamente el Cielo. 

El Señor ha venido a la tierra para conducirnos hasta donde Él mismo y su purísima Madre viven y donde se encuentran también sus discípulos y sus compañeros. Allí nos llama también a nosotros, a pesar de nuestros pecados. Allí veremos a los santos Apóstoles llegados a la gloria por el anuncio de la buena Nueva; veremos a los profetas, los santos obispos, los doctores de la Iglesia, los venerables ascetas que humillaron sus almas con el ayuno; allí son glorificados los locos por Cristo, porque ellos han vencido al mundo y a sí mismos. Ellos rogaron y cargaron con las penas del mundo entero, porque en ellos estaba el Amor de Cristo y el amor sufre cuando una sola alma se pierde… El alma desea llegar a esta patria, pero nada impuro puede acercar a ese lugar, pues él se alcanza solamente llevando con paciencia los sufrimientos y las pruebas, después de muchas lágrimas. Sólo los niños que han guardado la gracia de su bautismo llegan sin aflicción. 

¿Qué cosa más grande podría buscar el alma en la tierra? ¿Qué podría haber allí de grande y admirable? ¡Súbitamente el alma conoce a su Creador y su Amor! Contempla al Señor, ve cuán dulce y humilde es y no desea más que adquirir la humildad de Cristo. En tanto peregrina aquí abajo, ella no puede olvidar esa humildad inconcebible. 

¡Oh Misericordioso, da tu gracia a todos los pueblos de la tierra para que te conozcan, porque sin tu Espíritu Santo el hombre no puede conocerte, ni comprender tu Amor! Derrama en nosotros, Señor, tu Espíritu Santo, porque Tú y todo lo que es tuyo no puede ser conocido si no es por este Espíritu que Tu has dado a Adán y después a los santos profetas y a todos los cristianos. 

Señor, concede a todos los pueblos la virtud de tu gracia para que te conozcan en el Espíritu Santo y te alaben en la alegría, pues incluso a mí, impuro y miserable, Tú has otorgado el gozo de desearte. También mi alma arde de un amor inextinguible hacia Ti, día y noche. 

Quien no ama a sus enemigos no gustará la dulzura del Espíritu Santo. Es el Señor mismo quien nos enseña a amar a nuestros enemigos, a sentir y a compartir con ellos como si fuesen nuestros propios hijos. 

El Espíritu Santo es Amor y este amor llena las almas de los santos ciudadanos del Cielo. En Él, desde el cielo contemplan la tierra, escuchan nuestras oraciones y las llevan hasta Dios. 
El Señor permite que numerosas cosas permanezcan ocultas para nosotros en este mundo, y esto quiere decir que ellas no nos son necesarias. Pero el Creador del cielo y de la tierra nos concede reconocerlo en el Espíritu Santo y, en Él, a los ángeles y a los bienaventurados. Así nuestro corazón arde de amor por Él. 

Ellos se compadecen de los hombres que no conocen a Dios. Estos no ven la Luz eterna y después de la muerte se hundirán en las tinieblas eternas. Pero el cristiano, por la fe, conoce la Luz, porque el Espíritu Santo ha revelado a los santos las cosas del cielo y del infierno. 
Para poder orar puramente, tú debes ser humilde y tierno y confesar tus pecados con un corazón sincero. Debes estar contento de todo, obedece a tus superiores, así tu espíritu será liberado de los vanos pensamientos y la oración te será amada. 

Piensa que el Señor te ve constantemente; no ofendas; no critiques a tu prójimo; no lo aflijas con la expresión de tu rostro; entonces el Santo Espíritu te amará y te socorrerá en todo. 
Hay hombres que desean las penas y los tormentos del fuego eterno para sus enemigos y los enemigos de la Iglesia. Al pensar así, no conocen el Amor de Dios. Quien tiene el Amor y la Humildad de Cristo llora y ruega por todo el mundo. 

¡Señor, de la misma forma que Tú has rogado por tus enemigos, enséñanos por tu Santo Espíritu a amarlos y rogar por ellos con lágrimas. Sin embargo, esto es difícil para nosotros, pecadores, si tu gracia no está con nosotros! 

¡Oh Humildad de Cristo! ¡Tú das un gozo indescriptible al alma! Tengo sed de ti, porque en ti el alma olvida a la tierra y tiende siempre más ardientemente hacia Dios. 

Si el mundo comprendiera el poder de las palabras de Cristo: “Aprendan de mí la ternura y la humildad", dejaría de lado toda ciencia para adquirir este conocimiento celestial. 

Los hombres no conocen la fuerza de la humildad de Cristo y por eso desean las cosas terrestres; pero el hombre no puede llegar al poder de las palabras del Señor sin el Espíritu Santo. Quien ha penetrado en ellas no las abandona más, aunque le fuesen ofrecidos todos los tesoros del mundo. 

Dios ha dado al hombre la libertad, y lo atrae por la humildad hacia su Amor…