Las tinieblas del pecado cubren a tu amada Esposa

Del Oficio de lectura del decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario

Mi Señor dulcísimo, vuelve benignamente tus ojos misericordiosos a este pueblo y al cuerpo místico que es tu Iglesia; porque mayor gloria se seguirá para tu santo nombre al perdonar tan gran muchedumbre de tus creaturas que si tan sólo me perdonas a mí, miserable pecadora, que tan gravemente he ofendido a tu majestad. ¿Qué consuelo podría hallar yo en poseer la vida, viendo que tu pueblo está privado de ella, y viendo cómo las tinieblas del pecado cubren a tu amada Esposa, por mis pecados y los de las demás creaturas tuyas?

Deseo, pues, y te pido como una gracia especial este perdón, por aquel amor incomparable que te movió a crear al hombre a tu imagen y semejanza. ¿Cuál, me pregunto, fue la causa de que colocaras al hombre en tan alta dignidad? Ciertamente, sólo el amor incomparable con el cual miraste en ti mismo a tu creatura y te enamoraste de ella. Mas veo con claridad que por culpa de su pecado perdió merecidamente la dignidad en que lo habías colocado.

Pero tú, movido por aquel mismo amor, queriendo reconciliarte gratuitamente al género humano, nos diste la Palabra que es tu Hijo unigénito, el cual fue verdaderamente reconciliador y mediador entre tú y nosotros. Él fue nuestra justicia, ya que cargó sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades y sufrió el castigo que por ellas merecíamos, por obediencia al mandato que tú, Padre eterno, le impusiste, cuando decretaste que había de asumir nuestra humanidad. ¡Oh incomparable abismo de caridad! ¿Qué corazón habrá tan duro que no se parta al considerar cómo la sublimidad divina ha descendido tan abajo, hasta nuestra propia humanidad?

Nosotros somos tu imagen y tú imagen nuestra, por la unión verificada en el hombre, velando la divinidad eterna con esta nube que es la masa infecta de la carne de Adán. ¿Cuál es la causa de todo esto? Solamente tu amor inefable. Por éste tu amor incomparable imploro, pues, a tu majestad, con todas las fuerzas de mi alma, para que otorgues benignamente tu misericordia a tus miserables creaturas.

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia
(Cap. 4, 13)

Permítanme una breve reflexión personal. Cuando leo que alguien de la santidad de Santa Catalina de Siena se define a sí misma como miserable pecadora, ¿cómo no habré de definirme a mí mismo? Dan ganas como de salir corriendo a una cueva, tal cual hizo el profeta Elías -primera lectura de hoy- y quedase ahí quietecito, sin asomar la cabeza. Mas donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5,20). Solo que no usemos la gracia como ocasión para pecar (Rom 6,15). 

Tiempos recios le tocó vivir a Santa Catalina. Las tinieblas del pecado cubrían la Iglesia. Pero, que sepamos, nadie llamaba bien al mal, como sí ocurre ahora. Nadie pretendía que lo que era pecado, no solo no lo fuese, sino que incluso tenía algún tipo de virtud. Y si al pecado no se le reconoce como tal o es justificado de mil y una formas, ¿de dónde vendrá el arrepentimiento?

Como dice la santa, Cristo sufrió el castigo que merecíamos. ¿En dónde quedan aquellos que disminuyen la gravedad de pecados como el adulterio, la fornicación, la sodomía o la profanación eucarístíca? ¿en dónde? ¿qué castigo no merecerán quienes pretenden robar al pueblo de Dios la oportunidad de alcanzar el perdón? 

Con Santa Catalina debemos pedir, suplicar, implorar de Dios que conceda a su Iglesia la misercordia de liberarla de los falsos profetas y maestros que están profanando la fe entregada de una vez para siempre a los santos. 

Sálvanos Señor, que perecemos.

Luis Fernando

4 comentarios

  
Jordi
Creo que estamos en la época de San Atanasio, quien fue excomulgado, y se enfrentó a diversos obispos.

Hay muchas otras épocas parecidas a la actual, como Irlanda en tiempos de San Patricio, la Revolución francesa, la Revolución rusa, la Revolución española, el luteranismo, el calvinismo...

Pero quizás la diferencia es que hoy hay más de siete mil millones de personas, como nunca hubo; con los sistemas de comunicación, que ha convertido en un poblado el mundo; y sobre todo, la cantidad de conocimiento que tiene la Iglesia, que como nunca hubo en la Iglesia.

14/08/17 2:06 AM
  
rastri
Jordi

La diferencia; la inexorable diferencia de entre los que ya pasaron y los que aún somos; consiste es que nosotros estamos más cerca del fin del tiempo que los que ya pasaron.. Y que si los que ya pasaron, por cuestión de tiempo, pudieron tener una segunda oportunidad. No está garantizado que nosotros, por cuestión de falta de tiempo, podamos tener esa segunda oportunidad.

Así que eso de que: Hay muchas otras épocas parecidas a la actual, como Irlanda en tiempos de San Patricio, la Revolución francesa, la Revolución rusa, la Revolución española, el luteranismo, el calvinismo... Olvídate y no te fíes que cada día y cada tiempo tiene su incógnita
14/08/17 10:18 AM
  
Palas Atenea
Esa jaculatoria se la oí por primera vez a mi abuela, que enferma y vacilante clamaba al Cielo: "¡Sálvamos, Señor, que perecemos!
14/08/17 1:19 PM
  
hornero (Argentina)
"¡Sálvamos, Señor, que perecemos!", oración humilde, confiada y esperanzada, que clama la ayuda del Señor, sabiendo que puede salvarnos y que lo hará. Esto no significa que no lleguemos a ver toda clase de derrumbes estrepitosos, comenzando por la Iglesia y siguiendo por el mundo. Porque, no es posible que el mal perdure cuando ya está comenzando a clarear el Día del Señor. El mal no es compatible con el Reino de Dios, debe ser arrasado antes, en necesario que deje libre la Tierra para que se instaure la justicia, el amor y la paz.
15/08/17 1:06 AM

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