Reconoce que la gracia es el principio de tus pobres méritos

Del oficio de lecturas del jueves de la novena semana del Tiempo Ordinario, fiesta litúrgica de Jesucristo, Sumo Sacerdote:

Dice el Apóstol: Sed como yo, que, siendo judío de nacimiento, mi criterio espiritual me hace tener en nada las prescripciones materiales de la ley. Ya que yo soy como vosotros, es decir, un hombre. A continuación, de un modo discreto y delicado, les recuerda su afecto, para que no lo tengan por enemigo. Les dice, en efecto: En nada me habéis ofendido, como si dijera: «No penséis que mi intención sea ofenderos.»

En este sentido les dice también: ¡Hijos míos!, para que lo imiten como a padre. Por quienes sufro de nuevo dolores de parto -continúa-, hasta ver a Cristo formado en vosotros. Esto lo dice más bien en persona de la madre Iglesia, ya que en otro lugar afirma: Nos mostramos amables con vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos.

Cristo es formado, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus obras, que es nulo, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus pobres méritos; a éste puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo, ya que dice: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Cristo es formado en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de Cristo el que vive unido a él con un amor espiritual.

El resultado de este amor es la imitación perfecta de Cristo, en la medida en que esto es posible. Quien dice que está siempre en Cristo -dice san Juan- debe andar de continuo como él anduvo.

Mas como sea que los hombres son concebidos por la madre para ser formados, y luego, una vez ya formados, se les da a luz y nacen, puede sorprendernos la afirmación precedente: Por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros. A no ser que entendamos este sufrir de nuevo dolores de parto en el sentido de las angustias que le causó al Apóstol su solicitud en darlos a luz para que nacieran en Cristo; y ahora de nuevo los da a luz dolorosamente por los peligros de engaño en que los ve envueltos. Esta preocupación que le producen tales cuidados, acerca de ellos, y que él compara a los dolores de parto, se prolongará hasta que lleguen a la medida de Cristo en su plenitud, para que ya no sean llevados por todo viento de doctrina.

Por consiguiente, cuando dice: Por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros, no se refiere al inicio de su fe, por el cual ya habían nacido, sino al robustecimiento y perfeccionamiento de la misma. En este mismo sentido habla en otro lugar, con palabras distintas, de este parto doloroso, cuando dice: La responsabilidad que pesa sobre mí diariamente, mi preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién sufre angustias sin que yo las comparta? ¿Quién es impugnado por el enemigo sin que esté yo en ascuas?
Del Comentario de san Agustín, obispo, sobre la carta a los Gálatas.
(Núms. 37. 38: PL 35, 2131-2132)

Gran verdad dice el santo obispo de Hipona cuando afirma que el creyente debe reconocer que la gracia es el principio de sus méritos, ante lo cual no cabe jactarse de ellos.

En ese mismo sentido, enseña el concilio de Orange que “los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren” (canon 23).

Todo ello emana de la enseñanza de san Pablo que inspirado por el Espíritu Santo escribe que “Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito” (Fil 2,13). Tan es así, que regaña a los que presumen de ser algo por sí mismos:

Porque ¿quién te enaltece? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido? 
1ª Cor 4,7

San Agustín explica igualmente el papel de padre espiritual del apóstol. Papel que le corresponde como obispo. En realidad, es la Iglesia quien como madre tiene el deber no solo de alumbrar en la fe a sus hijos sino de cuidar que no se pierdan por el engaño. No hay misericordia alguna en dejar a los fieles en el error, en la herejía, en la autocomplacencia con el pecado. ¿Se puede ser buen pastor mientras se contempla impasible a los lobos de las tinieblas devorando a los hijos de la luz? Quienes teniendo el deber de impedir que los vientos de doctrina sean huracanes que arrasen el cuerpo de Cristo, no lo cumplen, tendrán que rendir cuentas a Dios por ello.

Señor, reforma tu Iglesia para que sea fiel maestra en los caminos de la santidad, proclamando tu verdad y combatiendo el error.

Luis Fernando

3 comentarios

  
Palas Atenea
Yo lo reconozco, nada hay en mi de bueno que no sea don de Dios. Es algo de lo que hace mucho tiempo me di cuenta y desde entonces mi vida cambió porque antes me atribuía méritos y ahora, cada vez que lo pienso, me avergüenzo.
08/06/17 10:12 PM
  
Pedro L. Llera
Todo lo que somos, todo lo que tenemos, lo somos y lo tenemos por pura gracia de Dios. En Dios vivimos, nos movemos y existimos.
08/06/17 10:25 PM
  
Feri del Carpio Marek
Gracias por compartir esta lectura de San Agustín. La que tocaba por ser fiesta de Jesucristo Sumo Sacerdote era esta:

De la carta encíclica Mediator Dei del papa Pío XII (AAS 39 [1947], 552-553) CRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA


Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano, presenta al Padre eterno las aspiraciones y sentimientos religiosos de los hombres. Es también víctima, pero lo es igualmente para nosotros, ya que se pone en lugar del hombre pecador. Por esto, aquella frase del Apóstol: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús, exige de todos los cristianos que, en la medida de las posibilidades humanas, reproduzcan en su interior las mismas disposiciones que tenía el divino Redentor cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo: disposiciones de una humilde sumisión, de adoración a la suprema majestad divina, de honor, alabanza y acción de gracias.
Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando los pecados.
Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la cruz, de modo que podamos hacernos nuestra aquella sentencia de san Pablo: Estoy crucificado con Cristo.
09/06/17 12:00 AM

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