7.10.17

La libertad cristiana frente al helenismo y el protestantismo

La idea de libertad es tan antigua como el hombre mismo porque es un hecho que Dios ha dotado al hombre de voluntad con capacidad de elegir. Esto significa que el hombre no está totalmente sujeto a las leyes divinas.[1] Dios ha creado al hombre libre haciéndolo responsable de su destino. Y es la libertad humana la que le permite elegir el camino de la felicidad o de la frustración eterna, de modo que con la libertad el hombre colabora o coopera con Dios en la consecución de su destino.

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28.09.17

El amor cristiano frente al amor del helenismo.

Los griegos se percataron de que la vida humana tiene muchas exigencias que derivan de su corporeidad. Se dieron cuenta de que para luchar por ellas, el hombre tenía que colocarse él mismo como objeto de su deseo.[1] Quererse a sí mismo y luego querer todo lo demás en función del amor que se tiene de sí. El pensamiento griego fue consciente de que cada hombre busca ser feliz, pero la felicidad no es fácil de alcanzarse. Los griegos expresaron la conciencia de que el hombre busca una y otra cosa y siempre se queda con ganas de algo más. Porque todo lo que el hombre encuentra nunca es suficiente y por eso, en esta vida, el hombre no tiene paz, porque siempre hay deseo de algo más.

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11.09.17

El conocimiento humano en el cristianismo frente al helenismo y al modernismo.

Todo pensador cristiano es realista porque el realismo es una exigencia del objeto de su conocimiento. De hecho, frente al mundo de las Ideas platónico en el cual la naturaleza de las cosas materiales no podía ser objeto de ciencia sino sólo de opinión, el cristianismo se enfrenta a la realidad de que el sensualismo es insostenible, porque si lo real se reduce a la apariencia sensible, como la apariencia es contradictoria respecto a sí misma, no podría haber certeza.

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9.09.17

Dios y el objeto de la inteligencia humana en el cristianismo frente al helenismo.

Uno de los asuntos que ha ocupado al pensamiento humano, es el del objeto del conocimiento. Es decir, el tipo de seres que el intelecto es capaz de conocer. El hombre ha se ha planteado de distintas formas, si ese objeto basta para saciar todas las capacidades y expectativas de conocimiento humano. Y dentro de todas las propuestas que se han dado en la historia en el cristianismo, ese problema ha tenido como prioridad considerar a Dios como objeto natural del intelecto humano. Para resolverlo, algunos cristianos durante la Patrística y la Edad Media acudieron a Platón.  Sin embargo, es Santo Tomás de Aquino el que acude al pensamiento de Aristóteles, afirmando que no hay conocimiento humano que no haya pasado por el conocimiento sensible. Al considerar la propuesta aristotélica, el Aquinate señala que no hay conocimiento de lo singular, sin recurrir a la imagen o fantasma. Santo Tomás reconoce una relación de proporción entre el intelecto humano y la naturaleza de las cosas materiales. Por eso, a diferencia de los platónicos, para Santo Tomás las ideas que no están relacionadas con el mundo sensible no pueden ser objeto natural de la inteligencia humana.

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1.09.17

El hombre imagen de Dios frente a la concepción del hombre del helenismo.

El hombre ejerce un gobierno sobre las cosas del mundo, análogo al de Dios. Esto significa que el hombre reina sobre las cosas del mundo ejerciendo una soberanía análoga a la de Dios. Y esto se puede comprobar porque el hombre es inteligente y libre y gracias a esa inteligencia y libertad está dispuesto a la virtud y a la gracia divina. Pero más importante que todo eso, es que el hombre es consciente de su semejanza con Dios y de la semejanza del todo el universo a Dios, y eso le hace moverse para alcanzar a Dios. Por eso dice Santo Tomás que la imagen de Dios se encuentra en el alma humana en cuanto se dirige hacia Dios o en cuanto su naturaleza le permite dirigirse a Dios.[1] De aquí que para el cristiano sea tan importante el conocimiento que el hombre pueda alcanzar de sí mismo, incluso por encima del conocimiento del mundo exterior.[2] Porque el autoconocimiento del hombre le permite regir su conducta y alcanzar a Dios como su último fin.

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