El fin último: la gloria objetiva y gloria formal.

 

                                                                                                                                                  

Para iniciar esta breve reflexión sobre el fin último como gloria objetiva y gloria formal, es necesario inicar diciendo que Santo Tomás afirma que, en términos muy generales, la palabra fin significa el término de una cosa. Y con relación a las actividades de un agente cualquiera, el fin es aquello cuya consecución le hace descansar y cesar en su actividad[1].

En efecto, en lo que se refiere a la creación, Dios ha impreso en la naturaleza el apetito natural en todos los entes que  es el finis operis de la creatura.

Pero además, si consideramos el punto de vista de la ordenación a otro, el fin puede ser próximo, intermedio o último. El fin último es el fin por excelencia porque en él radica la razón última y superior del movimiento de las causas eficientes, y de su fuerza de atracción participan los fines intermedios de modo que al alcanzarlo termina la apetencia y la tendencia[2]. De donde se sigue que los fines intermedios, no se mueven por sí mismos sino porque participan de la finalidad del fin último que es verdadero fin en cuanto ya no es bien para otro.

En lo que se refiere a los fines medios, son bienes por el hecho de ser, pero el bien se realiza en ellos como analogados secundarios con analogía de proporción intrínseca o atribución y con analogía de proporcionalidad propia.

Por lo anterior el fin/bien puede ser honesto o inútil, si se ama por sí mismo, por su intrínseca perfección como fin y no como medio; o puede ser fin/bien deleitable, si produce quietud del apetito o goce que es amado por el amor que el amante se tiene a sí mismo; o puede ser bien/fin útil, si se ama por otro[3].

Además, Santo Tomás aclara que el amor del bien deleitable por ser de concupiscencia, en el fondo es un amor disimulado de sí mismo, mientras que el amor del bien honesto, es un amor de benevolencia y por tanto es el verdadero amor de amistad hacia otro[4].

 

1.  El fin de la creación y de la persona.

 

La persona humana, a diferencia de los entes inertes, de los vegetales y de los animales irracionales, que sólo tienden necesariamente en cuanto están determinados a sus fines, es capaz de apetecer el bien como bien, el bien honesto y no sólo en cuanto causa quietud o deleite, porque el bien honesto es el bien más propio y específico de la naturaleza humana. El hombre es capaz de aprehender o de conocer la bondad en sí misma puesto que su facultad cognoscitiva o intelecto, es capaz de captar o abstraer la esencia y de penetrar en el ser de los entes, trascendiendo así sus notas sensibles. Por esta razón, en el mundo corpóreo, sólo el hombre puede alcanzar espiritualmente el Bien, o a Dios como último fin o bien supremo de nuestra naturaleza en cuanto apetecible en sí mismo logrando, además, su quietud o goce perfecto.

Por lo anterior, el bien honesto objetivo y el bien deleitable o subjetivo se encuentran en la beatitud, es decir, al alcanzar el Bien Absoluto. Porque mientras la consecución del bien honesto formalmente constituye la beatitud, el goce o deleite es el efecto formal secundario, consecuencia de la posesión del Bien Absoluto (honesto).

Una vez que el hombre alcanza a Dios racionalmente o por la fe, es capaz de ver la ordenación final que Dios ha impreso al hombre y a todas las creaturas hacia Sí mismo y como su fin último. El hombre es capaz de demostrar y concluir con las solas fuerzas de su razón que Dios crea inteligentemente, con un fin que es Él mismo (finis qui), porque Dios no puede más que querer ordenadamente y por lo mismo, debe buscar el mayor bien en todas sus obras que no puede ser otra cosa, en última instancia, que Él mismo[5].

Por eso, Dios no obra como para adquirir algo por su acción, sino para dar gratuitamente y amorosamente algo por ella, porque no está en potencia para poder adquirir algo, sino que sólo es Acto Puro y perfecto. Por eso las cosas no se ordenan a su fin para darle algo a Dios, sino para obtener algo de Dios según su modo de ser[6].

El hecho de que Dios sea el Fin último de toda la creación es una consecuencia de su Inteligencia y de su Perfección y por lo mismo una exigencia ontológica del ser creado que es una participación del Ser y de la Bondad de Dios. Por eso todo ser creado es una manifestación del ser divino[7].

 

 

2. La gloria objetiva y la gloria formal de Dios como fines de la creación

 

En Santo Tomás, el hecho de que todo lo creado sea una manifestación del Ser divino, nos permite afirmar que la gloria objetiva de Dios es la participación y manifestación de la Bondad divina que todo ser existente creado posee, por el hecho de ser. Dios ha creado y destinado a todas las creaturas para que con su propio ser, participen y manifiesten su Ser divino[8].

La gloria objetiva de Dios son todas las creaturas por el simple hecho de ser.

Pero además de la gloria objetiva de Dios, existe la gloria formal de Dios, la cual sólo es posible en los entes inteligentes. Porque la palabra gloria significa que un bien sea conocido y aprobado por alguien.

La gloria formal de Dios es “el conocimiento y amor que a su Infinita Bondad y Perfección profesa un ser inteligente”[9].

En el pensamiento de Santo Tomás, en la medida en que ordenamos nuestros actos humanos conforme a la ley natural moral, que es la ley divina que descubrimos con nuestra razón, en esa medida damos gloria a Dios implícitamente y si eso lo manifestamos en actos de oración, adoración… hacemos explícita esa gloria reconociendo a Dios como autor y legislador de todo el orden moral. La ley divina no es otra cosa que la ordenación de todas las cosas en la mente de Dios. Y cuando ésta es descubierta por la mente humana, adquiere el nombre de ley natural que puede ser cósmica si se refiere a los entes del mundo físico o bien moral si se refiere a la creatura racional y por tanto libre.

En lo que se refiere a Dios, Santo Tomás sostiene que la gloria objetiva y la gloria formal intrínseca se identifican. De modo que en Dios hay una gloria intrínseca y esencial objetiva que es su mismo ser como tal y una gloria formal intrínseca constituida por el conocimiento que el amor que Dios se tiene a sí mismo y que se identifica con su mismo ser[10].

En lo que respecta a la gloria objetiva y formal extrínsecas de Dios, para Dios no es necesaria la gloria extrínseca objetiva ni formal puesto que la gloria que la creatura puede dar o negar a Dios no aumenta ni disminuye en nada su plenitud esencial. Absolutamente nada que venga de las creaturas puede producir en Dios más perfección, ni más felicidad. Sin embargo, la creación produce más seres que participan de la perfección y de la felicidad de Dios.

 

3.  La gloria formal de las creaturas espirituales

 

Si pasamos a la gloria formal de las creaturas espirituales, es decir, las personas humanas y angélicas, podemos afirmar que la gloria objetiva de Dios es más perfecta en la gloria formal de las creaturas espirituales, entre las que se encuentra el hombre, que partiendo de los vestigios de Dios que encuentra en las creaturas, alcanza el conocimiento de Dios como imagen suya que es, para reconocer su orden, ajustarse a ese orden establecido por Dios y de este modo reconocerle, amarle y adorarle[11]. Por eso dice Santo Tomás: “Como quiera que todas las cosas proceden de Dios en cuanto es bueno […], por eso todas las cosas creadas según la impresión recibida del creador se inclinan a apetecer el bien según su modo, de tal forma, que se encuentra así en las cosas cierta circulación, cuando, saliendo de Dios, tienden al bien. Esta circulación, empero, se acaba en algunas creaturas, mientras que en otras queda imperfecta. Porque aquellas creaturas, que no se ordenan hasta alcanzar aquel primer bien del que procedieron, sino tan sólo para conseguir una semejanza cualquiera, no tienen perfectamente esta circulación, sino solamente aquellas creaturas que pueden llegar de algún modo al mismo primer principio, lo cual es propio de sólo las creaturas racionales, las cuales pueden alcanzar a Dios mismo por el conocimiento y el amor, en la cual consecución consiste la felicidad”[12]. Y en otra parte dice: “Entonces el efecto es perfecto en grado sumo, cuando regresa a su principio […]. Por consiguiente, para que el universo de las creaturas consiga su última perfección, es necesario que las creaturas lleguen a su principio”[13].

Por esta manifiesta superioridad de la persona humana sobre las demás creaturas corpóreas que consiste en que glorifica a Dios conscientemente, libremente y más perfectamente, la persona humana se degrada mucho más cuando el hombre se convierte a las creaturas como a su último fin lo cual es la esencia del pecado.

En cuanto a los ángeles, ellos también pueden elegir libremente a Dios -en un sólo acto- y de este modo alcanzar su fin, es decir, su felicidad y realización plena de manera intelectual y libre. Por esto mismo, el ángel también es capaz de degradarse por un amor desordenado de sí mismo. En el hombre el Fin último subjetivo es la felicidad, que sólo es posible objetivamente cuando el hombre alcanza a Dios. La felicidad del hombre es la posesión perfecta e interminable del único Bien Absoluto que es Dios. Los seres irracionales se ordenan a los racionales y por eso ofrecen al hombre muchas cosas para vivir y desarrollarse; pero estos seres irracionales que son la gloria objetiva de Dios, son los que manifiestan a Dios por ser vestigios[14] del Creador y porque sirven al hombre como medios para la gloria formal. Por eso manifiestan la Bondad de Dios y por todo eso la gloria objetiva se subordina a la gloria formal puesto que el hombre las conoce como imagen de su Creador y las utiliza como dones de Dios llegando por medio del conocimiento de las creaturas al conocimiento y amor de Dios.

Todas las personas están destinadas a la glorificación formal de Dios. En el caso de la humanidad, la sociedad tiene como fin el bien común terreno, que es un medio natural para alcanzar el fin último del hombre, tanto individualmente como grupalmente, que es el bien común trascendente y que es el verdadero bien según la especie o naturaleza de todos y cada uno de los miembros que conforman un grupo social. Esta ordenación natural y este bien es tal, que cuando a un individuo se le intenta obligar al mal, o a desviarse de su último fin, debe oponerse a eso porque eso no puede provenir de una autoridad legítima, sino de un abuso de autoridad que aleja del bien común de los individuos.

La gloria formal es mucho más perfecta que la gloria objetiva, debido a que lo espiritual (personas humanas y angélicas) es más perfecto que lo material, y de aquí que la gloria objetiva se subordine esencialmente a la gloria formal. Todo el fin del universo y de la gracia no es sino la gloria de Dios, que culmina en y por la gloria formal del conocimiento y amor de Dios por parte de la persona creada[15].

Es evidente que los entes son jerárquicos. Y los seres irracionales son la gloria objetiva de Dios, puesto que se ordenan a él aunque inconscientemente. Los seres irracionales son la participación y manifestación de la infinita Bondad de Dios dirigida y subordinada a la gloria formal de las criaturas espirituales. Los animales se ordenan al hombre y el hombre a Dios. Cuando el hombre utiliza adecuadamente y racionalmente a los seres irracionales, estos logran su fin, pero el hombre no logra el suyo si lo hace contra su naturaleza humana racional, o contra la naturaleza de los entes creados.

Por su parte, de que Dios sea el Fin último y supremo de todas las criaturas, se deduce la gran dignidad y excelencia de todas y cada una de ellas, que tienen como fin a Dios, fuente y origen de toda bondad y perfección. Por eso es muy importante conocer el fin de cada cosa y el fin último intrínseco o subjetivo del hombre y el fin último extrínseco u objetivo de la persona humana.

El hombre es capaz de descubrir que la glorificación de Dios en el cumplimiento de la ley divina, -con todas las renuncias y sacrificios que ella impone-, no se opone a su felicidad, sino que la va realizando. El hombre es capaz de descubrir este fundamento tan importante del orden moral.

A  todo lo anterior Santo Tomás añade, que cuando Dios intenta su propia gloria en sus criaturas, no sólo no realiza un acto de egoísmo, sino que es un acto de suprema generosidad, desinterés y largueza. Porque Dios no busca en eso su propia utilidad, sino comunicar a las creaturas su bondad. Dios ha sabido organizar de tal manera el universo, que las creaturas encuentren su plena felicidad precisamente glorificando a su Dios[16]. Por eso Santo Tomás dice que sólo Dios es infinitamente liberal y generoso: no obra por indigencia, como buscando algo que necesita, sino únicamente por bondad, para comunicarla a sus creaturas[17].

 

4, El fin último subjetivo, secundario del hombre.

 

Hasta este momento hemos visto que, en el pensamiento de Santo Tomás, junto con el fin último primario, objetivo y absoluto del hombre que es el Bien Absoluto (bienaventuranza objetiva), existe un fin último secundario y relativo, que es su propia felicidad y que en Teología se conoce con el nombre de bienaventuranza eterna o bienaventuranza formal o subjetiva. Este fin es relativo y siempre está subordinado al Fin último absoluto del hombre que es Dios, como objeto que constituye la bienaventuranza objetiva. El hombre se siente atraído a alcanzar su propia felicidad naturalmente e irresistiblemente. Pero el hombre no tiene sólo un fin último natural, sino que también tiene un fin último trascendente o sobrenatural, y por eso necesita de la gracia divina y de otros medios sobrenaturales como las virtudes sobrenaturales, los dones y los sacramentos que junto con la oración le permiten alcanzar incluso el conocimiento místico, para poder llegar a su fin último relativo, que es su felicidad subjetiva sobrenatural.

La esencia metafísica de la bienaventuranza que es el acto primero y principal, que nos pone en posesión de Dios, se logra con la sola visión beatífica que unirá a nuestro intelecto directamente e indirectamente con la esencia divina sin intermedio de alguna criatura, ni siquiera de una especie inteligible. Pero para la esencia física e integral de la bienaventuranza, se requieren también, necesariamente, el amor beatífico que unirá entrañablemente nuestra voluntad a la divina esencia, quedando totalmente impregnada de divinidad, y el goce beatífico, que redundará, con  la plenitud del gozo perfectísimo, de la visión y del amor beatíficos. El hombre habrá llegado a su última perfección y a su fin sobrenatural en el que verá satisfechas para siempre las inmensas aspiraciones de su corazón y su sed inextinguible de felicidad. A esta suprema beatitud del alma, que constituye la gloria esencial del cielo, hay que añadir, después de la resurrección de la carne, la gloria del cuerpo, que será un complemento con relación a la bienaventuranza del alma, pero que se requiere indispensablemente para la plena y total felicidad del hombre, que es una unidad substancial de cuerpo y alma[18].

Por eso Santo Tomás define la beatitud, como “la última perfección de la naturaleza racional o intelectual”[19]. De modo que el goce es una consecuencia de la perfección de la facultad espiritual. Dice Santo Tomás que “el bien perfecto excluye todo mal y llena todos los deseos”[20].

De donde se deduce que la felicidad humana exige:

a) La consecución de todos los bienes que colman las exigencias de la naturaleza racional. Desde luego esto sólo es posible en el Supremo Bien.

b) La ausencia de todo mal, ausencia incluida implícitamente en el inciso a, porque el mal es ausencia de perfección.

c) Que la plenitud de perfección sea con seguridad para siempre, infinita a futuro o lo que se dice inamisible. Porque si existiera la posibilidad de perderla dejaría de ser felicidad, porque dejaría de ser, plenitud de bien.

Estos elementos sólo son posibles en la posesión perfecta (según la naturaleza humana y la gracia sobrenatural) e interminable del Bien Absoluto en la plenitud perfecta de todos los bienes de la naturaleza humana. Sin estas condiciones, el hombre no puede ser plena y absolutamente feliz.[21] La felicidad suprema del hombre no puede encontrarse en ninguno de los bienes creados externos o internos ni en la suma de todos estos considerados aisladamente.

De todo esto se desprende que la felicidad perfecta no es posible en esta vida, de modo que a lo más que podemos aspirar es a una felicidad relativa fundada en la práctica de las virtudes, sobretodo conociendo y amando a Dios por la fe y la caridad, gobernando adecuadamente nuestras pasiones y conservando la paz y la tranquilidad de nuestra conciencia.

Es un hecho que no es posible una felicidad plena de orden puramente natural y esto es porque el hombre ha sido elevado a un orden sobrenatural y por lo mismo sólo en este orden sobrenatural puede alcanzar su plena felicidad. La felicidad plena del hombre coincide con el fin último absoluto del hombre y de toda la creación que además, en esta vida, se inicia glorificando a Dios por la práctica de las virtudes y en la vida eterna por la visión beatífica y el amor beatífico.

Todo esto nos conduce a comprender que la gloria de Dios y la felicidad humana tienen el mismo objeto y el mismo acto, porque Dios ha puesto su gloria en que las creaturas espirituales le conozcan y le amen en nombre propio y en el de todas las demás creaturas, por eso cuando el hombre alcanza su felicidad en Dios, glorifica a Dios y glorificándole encuentra su propia felicidad. Son dos fines que se confunden realmente porque entre ellos existe sólo distinción de razón. La glorificación suprema de Dios coincide con la suprema felicidad de la persona humana.

En lo que se refiere al término beatitud, este puede ser tomado en cuanto es el bien que colma las exigencias naturales de la persona humana o sus exigencias sobrenaturales en el orden de la gracia. Lo que hay que considerar es el carácter analógico de esta diferencia. Y para aquellos que opten por quedarse en el plano filosófico, que no involucra la fe, queda perfectamente demostrado que sólo la posesión perfecta del Bien Absoluto puede colmar todas sus aspiraciones y que este Bien Absoluto es, por lo mismo, el fin último objetivo del hombre. Lo que queda fuera del ámbito de la sola razón es la elevación de la naturaleza humana a un orden sobrenatural por la gracia en un conocimiento sapiencial que involucra la fe como es el de la Teología, la contemplación mística de algunos misterios de Dios y la visión beatífica. Lo cual no es contradictorio ni se opone a las conclusiones filosóficamente alcanzadas.

 

5. La ordenación terrenal del hombre al último fin.

 

Dado que el fin de la persona humana es la felicidad alcanzada en su plenitud ontológica por la posesión perfecta e interminable de Dios como Verdad y Bien Absoluto, la felicidad humana es incompatible con el mal. Sin embargo, el mal se encuentra a lo largo de toda la vida humana bajo la forma de ignorancia, dudas, errores y un conocimiento cierto de Dios, pero oscuro respecto a su esencia, además de una voluntad que es débil y que nos aparta continuamente del camino hacia el verdadero Bien, dejándose llevar por las tendencias de los apetitos inferiores que desordenan todo aunado a un cuerpo expuesto a toda clase de sufrimientos, enfermedades, necesidades y, finalmente, destinado a la muerte.

Por otra parte, la capacidad y el apetito humano del Ser Infinito como Verdad y como Bien, no puede satisfacerse con el conocimiento y amor imperfectos que podemos tener en esta vida, y mucho menos con la posesión de conocimientos y bienes creados y limitados, mezclados de imperfecciones y males, conocimientos además llenos de sombras causadas por la ignorancia y los errores así como la posesión incierta e insegura de esos bienes, incluido el de la propia vida.

Por todo lo anterior, hemos dicho que el fin último del hombre, que es la felicidad plena, con la actualización ontológica de todas sus facultades, no es posible en esta vida terrena y sólo es posible en la vida futura. De donde se sigue que el fin de esta vida consista en prepararnos para alcanzar el fin último de la vida eterna, mediante una ordenación recta y constante de todos nuestros actos hacia ese fin. En efecto, la vida terrena no puede tener un fin inmediato independiente del fin último, y eso significa que nada hay más importante en esta vida que crecer en el conocimiento y en el amor de Dios en la medida en que podamos lograrlo[22].

Ambos aspectos de la beatitud, el objeto que la causa y el sujeto que la recibe, es el bien perfecto que aquieta totalmente el apetito[23]. Y de la unión de ambos resulta la felicidad formalmente tal, que no es otra cosa que la perfección suprema ontológica conforme a la naturaleza racional del ser humano. Al respecto dice Santo Tomás[24] que el fin se toma de dos modos:

Un primer modo es la misma cosa que deseamos obtener, como el dinero es el fin para el avaro.

Y de un segundo modo es la misma consecución o posesión o uso y goce de la cosa que se desea, como la posesión del dinero es el fin del avaro, y el gozar de lo voluptuoso es el fin del intemperado.

En el primer sentido, el fin último del hombre es el bien increado, a saber: Dios, el cual solamente con su infinita bondad, puede saciar perfectamente la voluntad del hombre.

En el segundo sentido, el fin último del hombre es algo creado que existe en él mismo, lo cual no es sino la misma consecución o goce del último fin. Pero el último fin se llama felicidad. Si, pues, la felicidad del hombre se considera en cuanto a su misma esencia de beatitud, entonces es algo creado.

Sin embargo, como lo hemos sostenido a lo largo de todo este trabajo, el término felicidad, formalmente y en sentido estricto, es la perfección ontológica plena del hombre en el orden natural y determinada por la posesión perfecta e interminable del Fin último o Bien supremo específico[25].

Por eso el fin supremo de la vida terrena no es otra cosa más que alcanzar la vida eterna y la felicidad eterna. De modo que nuestra vida eterna depende, en gran medida, de la vida terrena. En el pensamiento de Santo Tomás no hay otra cosa más importante que poner todos los medios posibles en esta vida para alcanzar la felicidad eterna. La felicidad terrena es efímera y muy imperfecta, por eso el ser humano  ha de centrar todas sus fuerzas para alcanzar la felicidad eterna.



[1]  Cfr. Royo Marín, Antonio. Teología Moral Para Seglares. Tomo I Moral fundamental y especial. Ed. B.A.C. España. Séptima edición, segunda impresión, febrero de 2007, p. 18.

[2] Cfr. Derisi, Octavio Nicolás. Fundamentos metafísicos del orden moral. Editorial El derecho Universitas SRL Buenos Aires, Argentina, 1980, p.62.

[3] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.5 a.6.

[4] Cfr. Aquino Tomás de. S.Th., I-II, q.24, a.4.

[5] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G. III,  C.17 y 18.

[6] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q.65, a.2.

[7] Cfr. Aquino, Tomás de. C.G. III, c.18.

[8] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I, q. 44.

[9] Cfr. Aquino, Tomás de., S.Th., II-II, q.25, a.1. c.

[10] Cfr. Aquino, Tomás de., In De div. nom., c.4, lect.11.

[11] Cfr. Aquino, Tomás de., S.Th., I-II, q.26, a.3 y 4; y S.Th., II-II, q.23, a.1. In III Sent., d.29, a.3,c. (1 Co 10,31).

[12] Aquino, Tomás de. En IV Sententias. Dis. 49, q.1, a.3 ad.1.

[13] Aquino, Tomás de. C.G., L. II, c.46. Apud. Derisi, op.cit. p. 74.

[14] Vestigio es una confusa e imperfecta semejanza de alguna cosa, mientras que imagen representa la cosa más determinadamente, es decir, según la especie o al menos algún rasgo propio de la especie.  Cfr. S. Th., I. q.3, a.2.

[15] Cfr. Derisi, Octavio Nicolás. Op.cit. p.76.

[16] Cfr. Royo Marín, Antonio. Teología Moral para Seglares., op. cit. p.28.

[17] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., q.44, a.4 ad.1.

[18] Cfr. Royo Marín, Antonio., op. cit. 38.

[19] Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.2.

[20] Cfr. Idem. q.5, a.3.

[21] Cfr. Aquino, Tomás de. S. Th. I-II, q.2.

[22] Cfr. Derisi, Octavio Nicolás., op.cit. p.133.

[23][23] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.2.

[24] Cfr. Idem. a.1.

[25] Cfr. Aquino, Tomás de. S.Th., I-II, q.3, a.4.

3 comentarios

  
Néstor
Excelente artículo.

Saludos cordiales.
10/11/15 1:04 PM
  
Horacio Castro
Excelente es una síntesis perfecta. La lectura me recuerda que Dios también es su plan. Que no significa lo mismo que pretenden panteístas y materialistas ateos diciendo que ‘Dios’ es su creación. Que el plan de Dios acto puro, tiene un fin último, es un principio tan importante como para- por ejemplo-, quitar trascendencia a cualquier disenso acerca de si primero es el pecado o la negación de la gracia. Pienso que es un designio de benevolencia de la razón eterna de Dios que procuremos encontrar una coherencia lógica, aunque ya intuimos que para él no aplican ‘problemas’ del tipo el huevo o la gallina. Lo saludo.
13/11/15 1:09 AM
  
El Indalecio
LOs catedráticos de filosofía, los profesores, los llamados filósofos, ¿ no se pueden enterar, o es que no quieren, que es Santo Tomás de Aquino quien ha ofrecido de una vez y para siempre, aunque hay que revestir su esqueleto filosófico con el correr de los tiempos, la visión armoniosa, coherente, de todo el mundo creado ?..Pero... como es católico... ahí está la causa de su desprecio. El error desprecia la verdad. Eso es todo y así de simple. Y como consecuencia cada quisqui filósofo se estruja el seso para ver cómo puede llegar a enseñar otra cosa rara e inútil que nadie ha podido decir hasta él.
19/11/15 9:08 PM

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