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20.08.16

(126) Sobre la Gracia y el Libre Albedrío (S.Bernardo de Claraval) - II

BernardusEn su fiesta, ofrecemos la II Parte de este interesante tratado del abad de Claraval, cuya sombra se proyecta sobre todo el siglo XII, impulsor de la Orden Cisterciense en Europa y a quien también se conoce como el citarista de María.

Glorioso San Bernardo, Doctor Melifluo, caballero trovador de las glorias de la Virgen Madre, te rogamos nos asistas y aconsejes como lo hiciste en Claraval con tus primeros hijos, a fin de que, meditando tus enseñanzas e imitando tus virtudes, lleguemos algún día a contemplar contigo la gloria en la eternidad.  Así Sea.

Oración:“Dios nuestro, que hiciste que el abad san Bernardo, encendido en el celo de tu Casa, no sólo ardiera en tu amor, sino que resplandeciera en tu Iglesia para iluminarla en tiempos de confusión, concédenos, por su intercesión, que, animados de ese mismo espíritu, vivamos siempre como auténticos hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo”.  Amén 

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TRATADO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO (S.Bernardo de Claraval) - II

Capítulo 12

§ 1  Más adelante trataremos la cuestión de si el primer hombre gozó de todo esto. En cambio, sí estamos seguros de poseerlo cuando, por la misericordia de Dios, alcancemos lo que pedimos en la oración: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Esto acaecerá cuando lo que hoy es natural en toda criatura racional, es decir, el albedrío -libre por esencia de toda clase de coacción- se dé también en los elegidos -como ya sucede en los ángeles- y vivan plenamente seguros de no pecar, preservados también de toda miseria.

§ 2   Y con la experiencia de esta triple libertad sabrán lo excelente, agradable y perfecta que es la voluntad de Dios. Mientras llega esto, el hombre sólo posee plena e íntegramente la libertad  de juicio. La libertad de deliberación es siempre limitada, incluso en los hombres espirituales, que han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos, y en cuyo ser mortal no reina ya el pecado. Si no reina se debe a la libertad de deliberación. Y si no ha desaparecido por completo el pecado, está cautivo el libre albedrío.

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