(126) Sobre la Gracia y el Libre Albedrío (S.Bernardo de Claraval) - II

BernardusEn su fiesta, ofrecemos la II Parte de este interesante tratado del abad de Claraval, cuya sombra se proyecta sobre todo el siglo XII, impulsor de la Orden Cisterciense en Europa y a quien también se conoce como el citarista de María.

Glorioso San Bernardo, Doctor Melifluo, caballero trovador de las glorias de la Virgen Madre, te rogamos nos asistas y aconsejes como lo hiciste en Claraval con tus primeros hijos, a fin de que, meditando tus enseñanzas e imitando tus virtudes, lleguemos algún día a contemplar contigo la gloria en la eternidad.  Así Sea.

Oración:“Dios nuestro, que hiciste que el abad san Bernardo, encendido en el celo de tu Casa, no sólo ardiera en tu amor, sino que resplandeciera en tu Iglesia para iluminarla en tiempos de confusión, concédenos, por su intercesión, que, animados de ese mismo espíritu, vivamos siempre como auténticos hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo”.  Amén 

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TRATADO DE LA GRACIA Y EL LIBRE ALBEDRÍO (S.Bernardo de Claraval) - II

Capítulo 12

§ 1  Más adelante trataremos la cuestión de si el primer hombre gozó de todo esto. En cambio, sí estamos seguros de poseerlo cuando, por la misericordia de Dios, alcancemos lo que pedimos en la oración: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Esto acaecerá cuando lo que hoy es natural en toda criatura racional, es decir, el albedrío -libre por esencia de toda clase de coacción- se dé también en los elegidos -como ya sucede en los ángeles- y vivan plenamente seguros de no pecar, preservados también de toda miseria.

§ 2   Y con la experiencia de esta triple libertad sabrán lo excelente, agradable y perfecta que es la voluntad de Dios. Mientras llega esto, el hombre sólo posee plena e íntegramente la libertad  de juicio. La libertad de deliberación es siempre limitada, incluso en los hombres espirituales, que han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos, y en cuyo ser mortal no reina ya el pecado. Si no reina se debe a la libertad de deliberación. Y si no ha desaparecido por completo el pecado, está cautivo el libre albedrío.

§ 3  Cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Es decir, cuando la libertad  de deliberación sea total, el libre albedrío no estará cautivo. Esto es lo que pedimos diariamente cuando oramos a Dios: Venga a nosotros tu reino. Este reino no ha llegado todavía plenamente a nosotros. Se acerca cada día, lentamente, y extiende sin cesar su dominio en aquellas almas cuyo interior se renueva  e día en día con la gracia de Dios. A medida que avanza el reino de la gracia se debilita el poder del pecado. Y en la misma medida que disminuye la eficacia de la gracia, deben decir: Todos caemos en falta muchas veces. Y esto nos sucede porque el cuerpo mortal oprime al espíritu y las necesidades de la vida terrena lo distraen con multitud de pensamientos, que incluso parecen perfectos. Por eso también se dice: Si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y, además, no llevamos dentro la verdad. También por eso hay que orar continuamente: Venga a nosotros tu reino. Dicho reino no se establecerá plenamente en los hombres hasta que el reino de pecado desaparezca de su ser mortal, y ni exista ni pueda existir en su ser inmortal.

Capítulo 13

§ 1 ¿Qué podemos decir de la libertad  de complacencia, en esta vida miserable, donde a cada día le bastan sus disgustos y la humanidad entera lanza un gemido universal en los dolores de su parto, porque a despecho suyo se ve sometida al fracaso? Mucho más si tenemos en cuenta que la vida del hombre es una continua tentación, y hasta los mismos espirituales -que poseen las primicias del Espíritu- gimen en su interior y anhelan la redención de su cuerpo. ¿Es posible soñar en semejante libertad  en medio de tanta debilidad? ¿Qué espacio le queda a la libre complacencia si todo está lleno de flaqueza? La misma inocencia y virtud, aunque están libres del pecado, nunca se ven exentas de la fragilidad, como grita el justo: ¡Desgraciado de mi!

¿Quién me librará de este ser mío,, instrumento de muerte? Las lágrimas son mi pan noche y día. Cuando transcurren las noches y los días en la tristeza, no hay tiempo propicio para el gozo. Por otra parte, quien se proponga vivir en Cristo será más perseguido porque el juicio comienza por la casa de Dios. Así lo mandó él mismo: Comenzad por los míos.

Capítulo 14

§ 1 Si la virtud no puede evitar la debilidad, ¿no podrá el vicio experimentar el placer, al menos en algún sentido? En absoluto. Los que se gozan en hacer el mal y se recrean en la perversidad del vicio, se comportan como si estuvieran bajo el paroxismo de una risa de compuesta. No hay miseria más honda que una alegría falsa. Y es tanto más miserable cuanto más colmada parece de felicidad en este mundo. Por eso afirma el sabio: Es mejor ir a una casa de llantos que a una de banquetes.

§ 2 NI  LOS PLACERES CORPORALES ESTAN EXENTOS  DE MISERIAS. Es verdad que se siente cierto placer en los bienes corporales, como en comer, beber, calentarse y demás cuidados del cuerpo. Pero tampoco falta en ellos la miseria. El pan es una cosa excelente, pero para quien tiene apetito. Y la bebida es agradable si se tiene sed. Mas una vez saciado el apetito, la comida y la bebida, en vez de causar placer, se hacen insoportables. Si no tienes hambre, no te preocupas de la comida. Y si no tienes sed, la fuente más cristalina te parecerá un charco pantanoso. La sombra solo apetece a quien está abrasado de calor, y el sol gusta a quien está helado de frío o envuelto en la oscuridad. Ninguna cosa engendra placer si no existe una necesidad que lo reclame. Y una vez satisfecha ésta, lo que teníamos por placer se torna fastidio y molestia.

§ 3  CONCLUSION.-Confesemos, pues  que la vida presente está llena de flaquezas. El único consuelo está en que, después de unas penas y fatigas agobiantes, acaecen otras más ligeras. Y como se mezclan sin cesar unas y otras, la experiencia de las menos pesadas alivia nuestra pobre vida. Y hacemos consistir la felicidad en pasar de dolores muchos y graves a otros más llevaderos.

Capítulo 15

§ 1 LOS QUE SE ENTREGAN A LA CONTEMPLACION DISFRUTAN DE LA LIBERTAD DE COMPLACENCIA.-Hay quienes a veces son arrebatados por el Espíritu al éxtasis de la contemplación, y gustan ya un poco la dulzura de la eterna felicidad. ¿Estarán libres de la debilidad cuando tienen esta experiencia? Seguro que sí.

Quienes, como María de Betania, han elegido la mejor parte -que  no se les quitara y disfrutan ya en esta vida de la libertad de complacencia, aunque sean raras veces y brevemente. Si tienen lo que nunca se les quitará, experimentan ya lo que ha de venir, es decir, la felicidad. Debilidad y felicidad no pueden estar juntas. Por esto, cuando participan de ésta por el Espíritu no sienten aquélla. Así, pues, solamente los contemplativos pueden gozar en esta vida de la libertad de complacencia, y esto de manera  muy limitada y raras veces.

§ 2 LOS JUSTOS DISFRUTAN DE LA LIBERTAD DE DELIBERACION, Y EN GRAN MEDIDA -Todos los justos disfrutan de la libertad de deliberación, con medida, es cierto pero no despreciable.

§ 3 LA  LIBERTAD DE ALBEDRIO. La  libertad  de  albedrío como anteriormente dijimos, es común a todos los seres racionales. Igual la poseen los malos que los buenos, y es tan plena en esta vida como en la futura.

Capítulo 16

§ 1 Creo que ha quedado suficientemente claro que esta libertad permanece, en cierto modo,cautiva, mientras se sienta privada total o parcialmente de la compañía de las otras dos libertades. De aquí procede esa impotencia de que habla el Apóstol: No podéis hacer lo que quisierais. Querer está a nuestro alcance  por el libre albedrío; no así poder hacer lo que queremos. No hablo de querer el bien o el mal sino solamente de querer. Querer el bien es una perfección. Querer el mal es un defecto. El simple querer puede referirse a una cosa u otra. La existencia de este deseo es obra de la gracia creadora. Su perfección es el fruto de la gracia salvadora.

Para caer, en cambio, se hasta el hombre a sí mismo. Así, pues, el libre albedrío hace que podamos querer. Y la gracia, que podamos querer el bien.

Por el primero se nos  a el querer, por la segunda querer el bien. No es lo mismo temer, simplemente, que temer a Dios. O amar, y amar a Dios. Temer y amar, sin más, son puros sentimientos naturales; pero unidos al complemento se convierten en virtudes. Igual ocurre con querer y querer el bien.

Capítulo 17 

§ 1  Los sentimientos, en sí mismos, son innatos a nuestra naturaleza, y su perfección es obra de la gracia. Esta pone en orden los dones de la creación. Y las virtudes no son sino afectos bien ordenados. La Escritura dice que algunos temblaron de miedo cuando no había por qué temer. Tenían temor, pero no estaba bien orientado. El Señor quería educar a sus discípulos al decir: Os voy a indicar a quién tenéis que temer. Y David dice: Venid, hijos, escuchadme; os instruiré en el temor del Señor.

También censura el amor desordenado cuando dice: La luz vino al mundo pero los hombres refirieron las tinieblas a la luz. Por eso la esposa suplica en e Cantar: Ordena en mí el amor. De modo semejante se reprende la voluntad desordenada de aquellos a quien se dijo: No sabéis lo que pedís. Y a continuación les enseña cómo deben enderezar la voluntad torcida tomando el camino recto: ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?

En aquel momento se lo decía sólo de palabra. Más tarde les enseñó con obras a enderezar la voluntad. En el momento mismo de la pasión pidió que le retiraran el cáliz, aunque añadió inmediatamente: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Así, pues, nuestra naturaleza, en cuanto criatura, ha recibido de Dios la facultad de querer, de temer y de amar. La facultad de querer el bien y de temer o amar a Dios es fruto de la visita de la gracia, que nos transforma en criaturas de Dios.

Capítulo 18 

§ 1  EN QUÉ SE DISTINGUEN LA VOLUNTAD LIBRE, LA MALA Y LA BUENA.   Como criaturas  dotadas  de  voluntad libre somos, en cierto modo, dueños de nosotros mismos. Y por la voluntad buena nos hacemos propiedad de Dios. Dios creó a la voluntad en el bien, buena, libre, como la primicia de sus criaturas. Porque más nos valdría no haber existido que ser totalmente independientes. Pues los que aspiran a ser independientes, semejantes a Dios, conocedores del bien y del mal, en vez de hacerse dueños de sí mismos se convirtieron en esclavos del diablo. Por tanto, la voluntad libre nos hace dueños de nosotros, la mala nos somete al diablo y la buena a Dios. A esto se refiere aquella frase: El Señor conoce a los suyos. Porque de los que no sean su os dice en otro lugar: Os aseguro que no os conozco. Cuando somos propiedad  del diablo -por la mala voluntad- no pertenecemos a Dios. Y cuando nos entregamos a Dios con buena voluntad, dejamos de pertenecer al diablo. Nadie puede estar al servicio de dos amos. Pero seamos de Dios o del diablo, no por eso dejamos de ser de nosotros mismos, porque en ambos casos permanece el libre albedrío y la raíz del mérito. Pues en atención a nuestros méritos, o nos condenamos como depravados -por habernos comportado libremente conforme a nuestra propia voluntad- o somos coronados por el bien.

§ 2   Quien nos hace esclavos del demonio no es el libre albedrío, sino nuestra propia voluntad. Y quien nos somete a Dios es su gracia, no nuestra voluntad. El Dios de la bondad creó nuestra voluntad recta y buena, pero no será perfecta hasta que no se someta plenamente a su Creador.

§ 3   Lejos de mí afirmar que de sí misma le viene a la voluntad la perfección, y de Dios la creación. Supone mucho más el ser perfecta que el ser hecha. Sería una blasfemia decir que lo menor procede de Dios y lo mayor de nosotros. El Apóstol sabía muy bien qué procede de la naturaleza y qué debía esperar de la gracia. Y exclama: El querer lo tengo a mano, pero el realizarlo no. Es decir, el querer era innato en êl, por la liberad de elección; pero para tener un deseo perfecto sentía la necesidad de la gracia. Desear el mal es un defecto de la voluntad, querer el bien es un progreso, y ser capaz de hacer todo el bien posible es su perfección consumada.

Capítulo 19 

§ 1 Por lo tanto, para que el querer de que gozamos por el libre albedrío sea perfecto, necesitamos una doble gracia. Por una parte, saborear la verdad, lo cual supone la conversión de la voluntad hacia el bien; y, por otra, la posibilidad de realizarlo, es decir, la confirmación en el bien.

§ 2 LA PERFECCIÓN DE LA BUENA VOLUNTAD INCLUYE UN TRIPLE BIEN.-Es perfecta la conversión al bien cuando solamente nos complace lo que es conveniente o lícito. Y la confirmación en el bien es perfecta si no carece de nada de lo que desea. La voluntad alcanza la perfección cuando es plenamente buena y llena de bondad. Posee una doble cualidad original: una, por ser criatura -porque el Dios bueno todo lo hace bien- y, además, porque vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno. La otra, por el libre albedrío, según el cual fue creada a imagen del Creador. Si a ello añadimos la conversión al Creador, entonces puede considerarse plenamente buena.

§ 3 Buena como toda criatura en general, superior a ellas por su naturaleza, y óptima cuando se ordena a sí misma. Esta ordenación consiste en la total conversión de la voluntad a Dios y en su sometimiento deliberado y ferviente, Esta justicia tan excelsa merece y lleva siempre consigo la plenitud de la gloria. Ambas están unidas, tan unidas que es imposible una justicia perfecta sin la gloria, y ésta sin aquélla. Y con razón es gloriosa esta justicia, porque no existe gloria verdadera sin ella. Por eso está escrito: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque se saciarán

Capítulo 20

§ 1    Estas dos cosas son las que antes mencionamos: saborear lo verdadero y tener plena capacidad de practicarlo. Lo primero va íntimamente ligado con la justicia, y lo segundo con la gloria.

Debemos fijarnos en lo de verdadero y en lo de plena capacidad. Lo primero para excluir la sabiduría de la carne, que es muerte, y el saber del mundo, que es necedad a los ojos de Dios -aunque los hombres se tengan por sabios-. Pero sabios sólo para el mal. Y lo segundo, para diferenciarlo del poder que tienen aquellos  de quienes se dice: A los poderosos les aguarda un riguroso tormento. Es imposible saborear la verdad y tener capacidad  plena de practicarla si al libre albedrío no le acompañan las dos cosas arriba mencionadas, es decir, libertad de deliberación y libertad de complacencia.

§ 2  Yo sólo considero verdaderamente sabio y poderoso al que, además de desear una cosa por su libre albedrío, llega a realizarla mediante las otras dos libertades. De tal modo que sea incapaz de desear el mal, y capaz siempre de realizar lo que quiere. Lo primero -conocer la verdad- le viene de la libertad de deliberación; y lo segundo -ser capaz de practicar la de la libertad de complacencia. Pero ¿Quién hay entre los mortales tan perfecto que pueda gloriarse de ello? ¿Dónde y cuándo podremos conseguirlo? ¿Acaso en esta vida? Esa persona sería mayor que Pablo, que confiesa humildemente: Hacer el bien no está en mis mano. ¿Y  Adán en el paraíso? Si hubiese sido capaz de ello jamás habría sido desterrado del Edén.

Capítulo 21

§ 1   ¿GOZÓ ADÁN EN EL PARAÍSO DE ESTA TRIPLE LIBERTAD?-Ha llegado el momento de tratar la cuestión que antes diferimos: si el hombre y la mujer poseyeron en el paraíso las tres libertades: de elección, de deliberación y de complacencia. O hablando en otros términos: sobre el pecado, sobre la debilidad y sobre la coacción.

Si tuvieron solamente dos de ellas, o una. Sobre la primera no hay lugar a duda, basta recordar lo anteriormente dicho. Existe por igual en los justos y pecadores. Pero debemos también preguntarnos si Adán tuvo las otras dos, o solamente una de ellas. Si no tuvo ninguna de las dos, ¿Que perdió? La libertad de elección la poseyó siempre íntegra, antes y después de pecar: Y si no perdió ninguna, ¿Que desgracia le sobrevino al ser expulsado de paraíso? Si tuvo una de las dos, ¿Cómo la perdió? Porque es cierto que desde que pecó no estuvo ya libre  el pecado ni de la debilidad en toda su vida. Por otra parte, si poseyó realmente alguna de estas tres libertades, jamás pudo perderlas. Porque, en ese caso, su sabiduría o su poder no habrían sido perfectos, como antes explicamos. Pudo querer lo que no era lícito y consentir en lo que no quería. ¿Diremos acaso que no las poseyó plenamente, sino en cierto grado, y por eso pudo perderlas?

§ 2 CADA UNA DE ESTAS DOS LIBERTADES TIENE DOS GRADOS -Ambas libertades tienen dos grados. Uno superior y otro inferior. El grado superior de la libertad de deliberación consiste en no poder pecar. Y el inferior, en poder evitar el pecado. Igualmente el grado superior de la libertad de complacencia consiste en la imposibilidad de turbarse. Y el inferior, en poder evitar la turbación. El hombre recibió en su creación el grado inferior de estas dos libertades, junto con la perfecta libertad de elección. Al pecar se privó de ambas. Pasó de la posibilidad de evitar el pecado al de la necesidad de pecar, al perder totalmente la libertad de deliberación. Y de la posibilidad de evitar la turbación  asó al de una turbación inevitable, al perder totalmente la libertad de complacencia.

Sólo le quedó, para su propia desgracia, la libertad de elección, por la cual perdió las otras dos. Esta, en cambio, no pudo perderla. Convertido en esclavo del pecado por su propia voluntad se privó justamente de la libertad de deliberación. Y el que era reo de muerte por su pecado, ¿cómo podía conservar la libertad de complacencia?

aMaríaCapítulo 22 

§ 1  Recibió, pues, tres clases de libertad; pero como hizo mal uso de la libertad que llamamos de elección, se privó de las otras dos. El abuso consistió en que la utilizó para su propia gloria y la puso al servicio de su propia humillación, como nos dice la Escritura: El hombre nacido en honor no comprendió su dignidad; se puso al nivel  de las bestias y se hizo semejante a ellas. Entre todos los animales solamente el hombre tenía la posibilidad de pecar, por el privilegio de su libre albedrío. Pero no se le concedió para que pecase, sino para tener la gloria de no pecar pudiendo pecar. Qué mayor gloria para él que poderle aplicar lo que dice la Escritura: ¿Quién es? Vamos a felicitarlo. ¿Y  por qué merece esta alabanza? Hizo maravillas en su vida. ¿Cuáles? Pudo desviarse y no se desvió; pudo hacer el mal y no lo hizo. Este honor lo conservó mientras se abstuvo del pecado. Y lo perdió al pecar. Pecó porque era libre. Y era libre por su libertad de elección, la cual le otorga la posibilidad de pecar. La culpa de esto no está en el que se la dio, sino en el que abusó de ella.

§ 2 La facultad que recibió para tener la gloria de no pecar, él la utilizó para pecar. Es verdad que pecó porque recibió la posibilidad de hacerlo. Pero no lo hizo porque pudo, sino porque quiso. Lo mismo sucedió con el diablo y los ángeles rebeldes. No se rebelaron porque pudieron, sino porque quisieron.

Capítulo 23 

§ 1 Por eso la caída del pecador no se debe atribuir a la facultad de poder hacerlo, sino al vicio de la voluntad. Pero quien ha caído por su propia voluntad no es libre para levantarse gracias a esa voluntad. La voluntad tenía la posibilidad de no caer, mas no la de levantarse si caía. No es tan fácil salir de un precipicio como caer en él. El hombre cayó por su propia voluntad en el abismo del pecado. Pero no le basta la voluntad para poder salir de él, porque, aunque quiera, no puede evitar ya el pecado.

Capítulo 24 

§ 1 ¿En qué quedamos? ¿Perdió la libertad de elección al no poder evitar el pecado? En absoluto. Lo que perdió fue la libertad de deliberación, que le otorgaba la posibilidad de no pecar. Y fue también sometido a la turbación porque perdió la libertad de complacencia, que le daba la posibilidad de no turbarse. 

§ 2  El hombre, aunque no puede evitar el pecado, no ha pedido el libre albedrío. Por lo tanto, incluso después del pecado, subsiste el libre albedrío; pobre, pero íntegro. Y el hecho de que el hombre, por sí mismo, no sea capaz de liberarse del pecado y de sus miserias no significa que carezca de la libertad de elección, sino de las otras dos libertades. Del libre albedrío no depende ni ha dependido nunca el poder o el saber, sino solamente el querer. Ni hace al hombre sabio o poderoso, sino únicamente  capaz de querer. Por eso, el libre albedrío no lo pierde cuando deja de ser sabio o poderoso, sino cuando deja de querer. Si falta la voluntad, tampoco hay libertad. No digo si cesa de querer el bien, sino si deja de querer. 

§ 3 En ese caso, sin lugar  dudas, no sólo le falta la bondad a la voluntad, sino que la voluntad misma ya no existe, y, por lo tanto, ha desaparecido el libre  albedrío. 

§ 4  Pero cuando solamente se siente incapaz de hacer el bien, es señal de que le falta la libertad de deliberación, no la de elección. De igual manera, si es capaz de querer y no puede hacer el bien que quiere, es porque le falta la libertad de complacencia; pero mantiene intacta la libertad de elección. Por tanto el libre albedrío va siempre unido a la voluntad. Y sólo deja de existir cuando ha desaparecido la voluntad. Esta existe igualmente en los buenos en los malos. El libre albedrío permanece tan íntegro en unos como en otros. Y así como la voluntad no deja de ser ella misma, aunque se hunda en la miseria, sino que la llamamos y es una voluntad pobre, o en el caso contrario, una voluntad dichosa. Tampoco al libre albedrío lo puede anular o disminuir alguna clase de adversidad o coacción.

Capítulo 25 

§ 1  Aunque no sufre menoscabo alguno, es incapaz de pasar por sí misma del mal al bien. Mientras que fue capaz de caer del bien en el mal. Y nada tiene de extraño que no pueda levantarse después de su caída, pues cuando se mantenía erguida era incapaz de subir a otro grado mejor. Además, cuando poseía de algún modo aquella dos libertades, tampoco podía elevarse del grado inferior al superior, esto es, de la posibilidad de no pecar o de no turbarse a la imposibilidad de pecar y turbarse. Y si, ayudado de aquellas dos libertades, no pudo pasar de lo bueno a lo mejor, mucho menos podrá apartarse del mal para volver al bien cuando está privado totalmente de ellas.

Capítulo 26 

§ 1 El hombre, pues, necesita a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios. Como sabiduría, le comunica un nuevo conocimiento de la verdad, devolviéndole la libre deliberación. Y como fuerza, le restituye la capacidad plena de ponerla en práctica por la liberad de complacencia.

Con lo primero se hace perfectamente bueno y exento de pecado; y con lo segundo, completamente feliz y libre de toda contrariedad. Esta perfección la esperamos en la otra vida cuando al libre albedrío se le restituya en plenitud la libertad perdida. No como la poseen los justos en la tierra, ni como disfrutaron de ella los primeros padres en el paraíso, sino como gozan de ella los ángeles en el cielo. 

§ 2 Ahora, mientras vivimos en este cuerpo mortal y en este mundo perverso, hemos de contentarnos con dominar la concupiscencia con la libertad de deliberación y no desmayar en la lucha por la justicia, mediante la libertad  de complacencia. Mientras vivimos envueltos en el pecado y en la malicia de la vida, mucho conseguiremos si no consentimos en el pecado, ya que no podemos librarnos eternamente de él. Y es también una señal de gran fortaleza superar valientemente las adversidades por amor a la verdad, aunque no seamos totalmente insensibles a ellas.

Capítulo 27

§ 1  Mientras tanto, aprendemos en esta vida de la libertad de deliberación a no abusar de la libertad de complacencia. De este modo restauramos en nosotros la imagen de Dios y nos preparamos por la gracia a recobrar aquella primera dignidad que perdimos por el pecado. Dichoso quien merezca oír de sí mismo. ¿Quién es ése? Vamos a felicitarlo. Hizo maravillas en su vida. Pudo desviarse y no se desvió; pudo hacer el mal y no lo hizo.

Capítulo 28 

§ 1 EN ESTAS LIBERTADES CONSISTE LA IMAGEN Y SEMEJANZA DEL CREADOR  Creo que la imagen y semejanza del Creador con las que fuimos creados se encierran en estas tres clases de libertad: la imagen en la libertad de elección, y en las otras dos, cada uno de  los aspectos de la semejanza. Si el libre albedrío es incapaz  de sufrir el menor defecto o disminución es porque ha recibido  más particularmente el sello de la imagen indeleble y sustancial de la divinidad. 

§ 2  EL LIBRE ALBEDRIO ES SEMEJANTE A LA ETERNIDAD: Aunque ha tenido principio, no conoce el ocaso. No crece con la justicia y la gloria ni disminuye con el pecado o la debilidad. ¿Hay algo más semejante a la eternidad sin ser la eternidad? Las otras dos libertades, como pueden disminuir y hasta perderse del todo, constituyen más bien una especie de semejanza accidental con la sabiduría y con el poder divinos añadidos a la imagen. Estas las perdemos con la culpa y las recuperamos con la gracia. Y de hecho cada día, unos más y otros menos, avanzamos o retrocedemos en ellas. También pueden perderse sin esperanza de recuperarlas. Y pueden poseerse con tal seguridad que es imposible se pierdan o disminuyan.

Capítulo 29 

§ 1   El hombre fue creado en el paraíso con esta doble semejanza de la sabiduría y del poder de Dios. No en el grado sumo, sino en otro muy próximo. ¿Hay algo más cercano a la imposibilidad de pecar o turbarse -de que sin duda alguna disfrutan los santos ángel y él mismo Dios- que la posibilidad de evitar el pecado y toda clase de turbación en que fue creado el hombre? De ese estado cayó por el pecado, y nosotros con él: Mas por la gracia recibimos nuevamente no ese mismo grado, sino otro inferior. Ahora no podemos evitar totalmente el pecado y las miserias, pero con la ayuda de la gracia podemos no deJarnos vencer ni por el pecado ni por la debilidad. Dice la Escritura: quien ha nacido de Dios no comete  pecado. Pero esto sólo se refiere a los predestinados a la vida. Y no quiere decir que no pequen nunca, sino que no se les imputa el pecado; porque lo expían con una saludable penitencia o lo cubren con la caridad. La caridad sepulta un sinfin de pecados. Y: Dichoso el que está absuelto de sus culpas y a quien le han sepultado sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. 

§ 2 DISTINGUE BELLAMENTE LOS DIVERSOS GRADOS DE LAS CRIATURAS RACIONALES. Los ángeles tienen el grado más alto de esta semejanza divina, nosotros el más bajo. Adán tuvo un grado intermedio, y los demonios no tienen ninguno. A los espíritus celestes se les concedió permanecer libres de pecado y de toda clase de miseria. A Adán se le concedió estar libre de ambas cosas, mas no la perseverancia en este estado. Nosotros no podemos estar libres del pecado y de la miseria, pero sí podemos luchar y no sucumbir ante ellos. El diablo y sus secuaces, como no quieren resistir nunca al pecado, tampoco pueden escapar a su pena.

Capítulo 30 

§ 1 LA LIBERTAD DE DELIBERACION Y DE COMPLACENCIA LA ATRIBUYE A LA SEMEJANZA, Y LA LIBERTAD DE ELECCIÓN A LA IMAGEN.-Estas dos libertades, de deliberación y complacencia, por las cuales Dios comunica a las criaturas racionales la verdadera sabiduría y la fuerza, varían según las causas, lugares y tiempos. En la  tierra se goza poco de ellas. En el cielo, plenamente. En el paraíso terrenal, en un grado medio. Y absolutamente nada en él infierno.

La libertad de elección permanece siempre invariable desde el primer estado de su creación, y es idéntica en el cielo, en la tierra y en el infierno. Por eso atribuimos las dos primeras a la semejanza. Consta por el testimonio de las Escrituras que en el infierno no existen las libertades que expresan la semejanza con Dios. Allí es imposible apreciar la verdad propia de la libertad de deliberación como lo indica aquel texto: Todo lo que está a tu alcance hazlo con empeño, pues no se trabaja ni se planea, ni hay conocer ni saber en el abismo adonde te encaminas. Sobre la posibilidad de hacer el bien, que procede de la libertad  de complacencia dice el Evangelio: Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera a las tinieblas. Este encadenamiento de pies y manos no es otra cosa que la privación absotuta de toda clase de poder.

Capítulo 31

§ 1 LA VOLUNTAD PERVERSA SUBSISTE TAMBIÉN EN LOS TORMENTOS Y RECHAZA SER CASTIGADA COMO MERECE: Pero alguno me dirá: ¿Es posible que desaparezca toda sensatez cuando las penas que se sufren inducen al arrepentimiento de los pecados cometidos?  Podrá alguien no sentir este pesar en me  o de tales tormento? ¿No es sensatez este dolerse del mal? Sería válida esta objeción si solamente se castigara allí la acción mala. Pero también se castiga la mala voluntad. Está fuera de duda que ningún condenado se deleita en repetir la acción pecaminosa; mas si la voluntad persiste en su maldad aun en medio de los tormentos, de nada le vale renunciar al acto malo. Y no da muestras de cordura, ya que, abrasada por el fuego, no siente el atractivo de la lujuria. Además: En el alma maliciosa no entrará la sensatez. ¿Y  quién nos dice que la voluntad sigue siendo mala en medio de los tormentos? Prescindiendo de otros argumentos, el hecho de que no quiere ser castigada. La justicia exige que se castigue a quienes obran el mal. Ellos no aceptan lo que es justo. Y el que rechaza lo que es justo, manifiesta que su voluntad no es justa. Es injusta porque no se conforma con la justicia. Y así es una voluntad  mala. Hay dos cosas que demuestran que la voluntad no es justa, el deseo de pecar y el de no ser castigado después de haber pecado. Quien se ha complacido en pecar cuando ha podido  o quiere quedar impune cuando ya no puede pecar, carece de sensatez y de buena voluntad. 

§ 2   Supongamos que se arrepienten de su pecado. Si tuvieran ocasión, ¿no preferirían volver a pecar antes que sufrir la pena del pecado? Y, sin embargo, lo primero es injusto; lo segundo justo. Una voluntad buena no prefiere nunca lo injusto a lo justo. Por lo demás, los que no se duelen de haber vivido a su antojo, sino de que ya no pueden hacerlo, no están verdaderamente arrepentidos. Además, las manifestaciones exteriores revelan el interior. Si el cuerpo está envuelto en llamas es porque la voluntad está llena de maldad. Por eso en el infierno no existe ni puede existir la semejanza, que consiste en la libertad de deliberación y de complacencia. La imagen, en cambio, permanece inmutable por la libertad  de elección.

Capítulo 32 

§ 1 Ni siquiera en este mundo podríamos encontrar la semejanza, sino una imagen fea y deforme, a no ser que la mujer del Evangelio no hubiera encendido la lámpara. Me refiero a la Sabiduría encarnada, que limitó la casa de toda clase de vicios para buscar la moneda que había perdido, es decir, su imagen. Esta ya no tenía su belleza natural, pues estaba cubierta del fango del pecado y medio enterrada en el polvo. Cuando la encontró, la limpió y la sacó de la región de la desemejanza. La volvió a su prístina belleza, le dio la gloria de los santos y la hizo semejante en todo a ella misma, para que se cumpliera lo que dice la Escritura: sabemos que cuando se manifieste seremos como El, porque le veremos tal cual es. Nadie mejor que el Hijo de Dios para realizar esta obra. El es el reflejo de la gloria del Padre y la impronta de su ser; sostiene el universo con su palabra y posee en abundancia las dos cosas necesarias para restaurar lo que está deforme y robustecer lo débil. Con el resplandor de su rostro disipa las tinieblas del pecado y devuelve la sabiduría. Y con la fuerza de su palabra da poder para resistir la tiranía del demonio.

Capítulo 33 

liber§ 1 Vino, pues, la forma a la cual se debía conformar el libre albedrío; porque para recuperar la forma primera sólo podía reformarla quien la había formado. Esta forma es la Sabiduría. Y la conformación consiste en que la imagen realiza en el cuerpo lo que la forma hace en el universo. Esta alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna suavemente el universo. Alcanza de extremo a extremo, esto es, desde lo alto del cielo hasta lo profundo de la tierra, desde el ángel más glorioso hasta el gusano más insignificante. Y lo alcanza con vigor. No por movimientos sucesivos, cambios de lugar, o por medio de otras criaturas, sino por una fuerza sustancial y siempre presente con la cual mueve, ordena y gobierna poderosamente el universo. Y todo esto lo hace sin ninguna coacción interior.

§ 2 Tampoco encuentra dificultad alguna en gobernar suavemente el universo, pues lo hace con su apacible voluntad. Alcanza también de extremo a extremo, esto es, desde que nace la criatura hasta que alcanza la meta que le está destinada por su Creador; ya sea por el impulso de la naturaleza, por causas segundas, o por el don de la gracia. Lo alcanza con rigor, porque nada de todo esto sucede sin su voluntad y sin la disposición de su providencia omnipotente.

Capítulo 34

§ 1  El libre albedrío debe, pues, esforzarse en tener el mando sobre el cuerpo, así como la sabiduría preside el universo alcanzándolo con vigor de extremo a extremo. Es decir, gobernando con tal firmeza los sentidos y articulaciones, que no permita al pecado dominar su cuerpo mortal, ni que sus miembros sean instrumentos de la maldad, sino servidores de la justicia.

De este modo, el hombre ya no es esclavo del pecado, porque no cometerá pecado. Libre de él comienza a recuperar la libertad de deliberación y a disfrutar de su propia dignidad. Porque se reviste de la imagen divina que lleva en sí mismo, con la semejanza que le conviene, y vuelve a recobrar su hermosura original. Procure hacer todo esto con mucha suavidad y fortaleza, es decir, no a dispusto ni por compromiso; esto sería el comienzo y no la plenitud de la sabiduría. Hágalo con una voluntad pronta y gozosa, que hace agradable el sacrifico. Porque Dios ama al que da con alegría. E imitara perfectamente a a Sabiduría si resiste con firmeza los vicios y reposa dulcemente en su conciencia.

Capítulo 35 

§ 1  Mas para alcanzar esto necesitamos la ayuda del que nos estimula con su ejemplo. A fin de hacernos conformes a su imagen es preciso que nos vayamos transformando en su imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor. Por lo tanto, si es por el Espíritu del Señor no es por el libre albedrío. Y nadie piense que el libre albedrío tiene ese nombre porque tiene idéntico poder y facultad para hacer el bien o el mal. Puede caer en el mal y no puede salir del mismo si no es por el Espíritu del Señor. En ese caso deberíamos afirmar que Dios y sus ángeles no tienen libertad de elección, va que son buenos e incapaces de ser malos. Ni los ángeles rebeldes, que son malos e incapaces de ser buenos. Lo mismo que nosotros después de la resurrección, cuando nos unamos definitivamente con los buenos o con los malos. 

§ 2 NI DIOS NI EL DIABLO CARECEN DE LIBRE ALBEDRÍO.- Es cierto que ni Dios ni el diablo están privados del libre albedrío. Si Dios no puede ser malo no se debe a una debilidad natural, sino a una voluntad firme en el bien y a una firmeza voluntaria. Y si el demonio no puede dirigirse hacia el bien, no se debe a una opresión violenta y ajena, sino a su propia voluntad obstinada y a su voluntaria obstinación. Por consiguiente, el libre albedrío tiene ese nombre porque deja siempre libre a la voluntad, sea para el bien o para el mal. Nadie, sino el que quiere, puede parecer bueno o malo, según sus obras. Por esta razón es lícito afirmar que se dirige igualmente hacia el bien que hacia el mal. En ambos casos tiene, si no idéntica facilidad de elección, sí la misma libertad de la voluntad.

Capítulo 36

§ 1  El Creador ha honrado a la criatura racional con esta maravillosa participación de la divinidad, o dignidad divina; lo mismo que El es dueño de sí y es bueno por su propia voluntad y no por necesidad, también ella es dueña de sí misma en este aspecto. Si hace el mal, por propia voluntad lo hace. Y si se condena, también es por propia voluntad. O permanece en el bien y merece la salvación. Esto no quiere decir que para salvarse baste querer, sino que la salvación es imposible un el concurso de  la voluntad. Nadie se salva contra su querer. 

§ 2 DIOS SÓLO JUZGA DIGNO DE LA SALVACIÓN AL QUE LA DESEA VOLUNTARIAMENTE.  Leemos en el Evangelio: Nadie puede venir a mí si mi Padre no le atrae. Y en otro lugar: Oblígales a entrar. Aunque el Padre misericordioso parece que atrae y fuerza a todos a la salvación, porque quiere que todos se salven, sin embargo, sólo juzga digno de la salvación al que la recibe voluntariamente. Esto es lo que El pretende cuando infunde temor o castigo. Trata de estimular nuestra voluntad en vez de salvarnos en contra de nuestra voluntad. Cambiar la voluntad del mal al bien, no anulando, sino transformando la libertad. Cuando nos dejamos atraer, no siempre es contra nuestro deseo. El ciego y el cansado se dejan llevar gustosamente. Pablo se dejó conducir de la mano a Damasco, sin repugnancia alguna. Y también deseaba ser arrebatada espiritualmente la que suspiraba a gritos en el Cantar: ¡Arrástrame en pos de ti; corramos al olor de tus perfumes!

(última parte en el siguiente post) 

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También de San Bernardo:  Consejos y clamores a los Obispos

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