(106) La pobreza no es una virtud...(II) (Fray M. Petit de Murat)

Publicamos a continuación la última parte del artículo, en que el autor se aboca a considerar la pobreza en el orden sobrenatural, sus dificultades y sus grados como vía de perfección.

——————————————————–

“…la verdad es que esta civilización deshace, hace casi imposible ya la pobreza evangélica, pues una de sus características muy peculiar es el haber ligado al hombre con innumerables necesidades artificialmente creadas…”

 

sfcocruzII. La pobreza en el orden sobrenatural

Lo que hemos dicho en el capítulo anterior se refiere al apetito natural del hombre en cuanto tal. Su acción y la ordenación libre, que la voluntad elícita puede dar hacia el bien mediante las virtudes morales adquiridas, no es otra cosa que una disposición remota con respecto de la bienaventuranza tal como se nos ofrece en Nuestro Señor Jesucristo.

Para que el hombre tenga aptitud con respecto del Reino de los Cielos, es necesario que todo el complejo de su naturaleza, su misma esencia, como así también sus potencias y los hábitos cualificantes de ellas, que llamamos virtudes, estén bañados por la gracia.

La gracia es un don de Dios: su creación más admirable; verdadero influjo físico proveniente de Cristo, comparable con la sangre y los nervios que unen a los diversos miembros de un organismo, pues así ella vivifica y recorre el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Añade un nuevo ser accidental pero esencial al hombre que lo sublima dándole proporcionalmente una cierta igualdad con la naturaleza divina, la cual le permite entrar en una relación íntima y directa de amistad con El.

La gracia santificante da al hombre el ser sobrenatural, así como el alma le da el ser natural. Es decir: su virtualidad se expande por todas las potencias del hombre, sublimándolas con hábitos que las elevan en el orden operativo con virtudes infusas congruentes, ya con respecto de la potencia donde radica como del nuevo objeto con que las relaciona.

Si la mediación de Cristo y su gracia aproxima tan íntimamente al hombre a Dios, es evidente que la aversio a Deo et conversio ad creaturas es necesariamente eliminada en grado eminente. Por lo tanto, el hombre es restaurado en el orden roto por el pecado, convertido en nueva criatura en toda la extensión y consecuencias que esta verdad implica.

Por consiguiente, sus aficiones asimismo, por el amor propio y a las criaturas, por las concupiscencias de la carne y de los ojos, han de ser eliminadas hasta en sus últimas raíces, incluso en aquellas formas que la debilidad universal de la naturaleza humana y costumbres muy arraigadas y extensas han establecido como lícitas.

La pobreza, que es purificación, esto es, acción negativa de las virtudes morales, es eminentemente vigorizada por la acción de las virtudes teologales.

a. Grados de Pobreza

1º- Pobreza común, muy imperfecta: no favorece en nada a la perfección evangélica, sino que deja al religioso en una mediocridad sin progreso. Esta consiste en abandonar voluntariamente lo superfluo.

2º- Pobreza ordinaria: abandonar el usufructo de las propiedades conservando la posesión raíz de ellas. Entra en la categoría del sacrificio, es decir se ofrenda a Dios algo, mas se conserva la propiedad de sí mismo. Esta pobreza es imperfecta pues el hombre no se entrega de lleno a la Providencia divina, sino que se asienta en cautelas de providencia humana.

3º- Segundo grado de pobreza ordinaria: más perfecta. Consiste en renunciar al uso de algunas cosas necesarias, o bien, elegir entre estas las más pobres o viles.

4º- Pobreza perfecta: es aquella por la cual se renuncia no sólo al usufructo sino también a la propiedad de los bienes raíces proveyendo al sustento con lo que se reciba de manos del superior.

5º- Evidentemente dentro de esta pobreza perfecta puede haber mayor o menor perfección según el grado de caridad, es decir de deseo de unión con Dios que se ponga al practicarla.

celdamonjeEl camino recto de un religioso de votos solemnes es avanzar en un mayor despojamiento cada día. El síntoma de esa purificación está en su celda. Un religioso, verdaderamente pobre de corazón, cuida con delicadeza no acumular reliquias de sus diversas actividades y relaciones. De esta manera se despoja continuamente de cartas, fotografías, estampas y otros recuerdos que intentan estabilizar en su vida el encuentro o trato que ha tenido con esta o aquella criatura. La celda de un verdadero religioso ha de ser un desierto abreviado, el cumplimiento visible de la primera bienaventuranza; no encontrando allí el religioso que la habita signos y reliquias de criaturas, puede con mayor facilidad alcanzar la unión con Dios, así mora en El, y ya está en vida en el Reino de los Cielos.

Advertencia

La civilización moderna ha tomado por sorpresa al cristiano, de manera que considerándola buena, se deja llevar por ella sin haberse detenido aún a juzgarla a la luz de los principios revelados y de la razón natural.

Pero la verdad es que esta civilización deshace, hace casi imposible ya la pobreza evangélica, pues una de sus características muy peculiar es el haber ligado al hombre con innumerables necesidades artificialmente creadas; no sólo ofrece sino que, por su sistemático desenvolvimiento, impone al religioso multitud de instrumentos bajo la especiosa razón de que facilitan el trabajo y las relaciones mutuas entre los hombres; mas el resultado es el diametralmente opuesto: cada uno de estos instrumentos impone atención y cuidados y da ocasión al apetito de un mayor apego. Hasta tal punto esto es verdad, que si nos preguntamos -sin ideas preconcebidas o frases hechas- cuál es el amor del hombre moderno, descubrimos con sorpresa que su gran amor, su fin último, el cual lo apasiona y por el cual es capaz de hacer verdaderos sacrificios, es el mundo mecánico.

Sabemos, por otra parte, que la conversión a la vida religiosa, para ser normal, exige una completa purificación de la mente, es decir, expurgarla de toda convicción consciente e inconsciente que el mundo haya sedimentado en ella. Esto es difícil, y raro el religioso que apetezca y alcance purificación tan radical. Los residuos de primeros principios, propios del siglo en que han nacido, son verdaderas rías por donde estos se infiltran en el claustro.

Así tenemos que la idolatría por la máquina ha logrado penetrarlo y establecerse allí en una aparente concordia con la vida religiosa.

Los serios problemas que esta novedad plantea apenas si son enunciados, y cuando se los hace, se los soluciona precipitadamente con lugares comunes, con frases artificiales nunca extraídas de una sincera experiencia y aplicación de los principios que mueven hacia la perfección evangélica. Se ha conciliado aparentemente esta afición a las novedades mecánicas, las cuales ceban tanto a las concupiscencias, sobre todo de los ojos, diciendo que la pobreza necesaria es la del espíritu, no la pobreza de hecho.

El que busque de verdad la perfección de la caridad, descubre en esta solución una falacia, una ligereza, o una inconsciente hipocresía, pues de inmediato salta la refutación: ¿cómo se puede saber si se posee la pobreza del espíritu, si nunca se ha pasado por la experiencia práctica de la pobreza? ¿Cómo se puede saber que se está desprendido realmente de las cosas, si nunca nos hemos apartado de ellas? Y si la voluntad está desprendida de ellas, ¿por qué argüimos con tanto ahínco para no dejarlas?

La gravedad de tal actitud está manifestada por los efectos. En realidad ha quedado eliminada la verdadera purificación recomendada con tanta insistencia en el Sermón de la Montaña y a lo largo de los cuatro Evangelios, los escritos de los Apóstoles y de los Santos Padres, y que es la condición indispensable para que se realice en la criatura el misterio central del cristianismo: la comunicación de Dios y su vida Trinitaria, beati pauperes Spiritu quoniam ipsorum est regnum caelorum.

b. La verdadera pobreza y su realización en el cristiano

La pobreza evangélica y la exigencia real del voto de pobreza consiste en el empobrecimiento del apetito, no en una convencional posesión o desprendimiento de las cosas según lo permita o no el Superior. Aclaramos: el tener o dejar las cosas según las leyes y mentalidad del Superior, supone ante todo, en el súbdito, una firme y constante voluntad de desprenderse de toda criatura para que en él se pueda realizar el misterio de la Donación Divina de su propio espíritu.

En cambio, el sujetarse de manera externa a poseer lo que el Superior permita, según unas veces su celo y otras su inercia de dejar hacer, es una pobreza farisaica que se conforma con una realización puramente externa de la pobreza.

La voluntad decidida de desprenderse de toda criatura para poseer a Dios, ayudada por un real despojamiento exterior, entra en un camino de purificación de las aficiones y los afectos, que se ahonda paulatinamente desde la periferia de las potencias humanas hasta aquellas que tienen una relación inmediata con la esencia del alma. Tal purificación opera el Espíritu Santo en el interior del religioso, en la medida que éste abra campo a dicha acción con sus actos de desprendimiento voluntario.

Cordero1º- El acto radical que va a influir luego en un constante deseo de desasimiento es la verdadera conversión de la voluntad.

2º- Como el neófito está generalmente en una gran ignorancia práctica para llevar a cabo dicha conversión, ella se manifiesta ante todo en fervorosas oraciones con las cuales se pide auxilio a Dios para llevarla a cabo. La fuerza de esa misma conversión también se expresa en una afición a profunda lecturas, en un deseo de sujetarse a auténticos maestros y una intención generosa de mortificarse.

3º- El fruto de estos esfuerzos es generalmente una iluminación del entendimiento por gracias actuales oportunas que muestran aquí y allá los apegos que desagradan al Señor.

4º- Si se persevera en la fidelidad, la tercera liberación consiste en la purificación de la memoria, precisamente de ese almacenaje de criaturas que por las vías de los afectos desordenados han invadido al alma.

5º- El último y más difícil empobrecimiento es el de la imaginación, la cual es la facultad más herida por el pecado.

6º- Cuando se ha logrado la perfecta pobreza, ésta se identifica con la pureza total del corazón, con el perfecto silencio interior, con la virginidad nueva de un alma realmente restaurada y transfigurada por la gracia, donde se realiza el prodigio de una consumada redención.

Sin dejar de ser ella empapada por la gracia, está por completo embebida en una ardiente y constante participación actual de la Vida Divina.

 ——————————————————

Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo.

Todavía no hay comentarios

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.