(57) La inquietud y las armas

“Revestíos de las armas de Dios,

para poder resistir las insidias del enemigo”

(San Pablo a los Efesios 6, 11)

En estos tiempos en que vemos que más de la mitad del mundo parecería haber decidido empezar a caminar con la cabeza, es difícil mantener la calma y hacer como si no pasara nada. Y sin embargo, lo difícil nunca debe amilanarnos, sabiendo que nunca nos faltará la gracia de Dios para enfrentarlo.

Por eso, para consuelo y edificación de algunos de nuestros lectores, comparto este aire suave que son las líneas siempre oportunas de San Francisco de Sales:

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SFcode Salesvitral“La  inquietud no es una simple tentación, sino una fuente  de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones: diremos,  pues, algo acerca de ella.

La tristeza no es otra cosa que  el dolor del espíritu a causa del mal que se  encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea  exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior,  como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación.  Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se  disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y,  enseguida desea verse libre de él y poseer los medios  para echarlo de sí. Hasta este momento tiene  razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y  huimos de lo que creemos que es un mal.

 Si  el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse  del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad  y tranquilidad, y esperará su liberación  más de la bondad y providencia de Dios que de su  industria y diligencia; si busca su liberación por  amor propio, se inquietará y acalorará en pos  de los medios, como si este bien dependiese más de  ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que  se afanará como si así lo pensase.

 Y,  si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en  inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla  del mal presente, lo empeorarán, y el alma  quedará sumida en una angustia y una tristeza, y en  una falta de aliento y de fuerzas tal, que le  parecerá que su mal no tiene ya remedio. He  aquí, pues, cómo la tristeza, que al principio  es justa, engendra la inquietud, y ésta le produce un  aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.

 La  inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma,  fuera del pecado; porque, así como las sediciones y  revueltas intestinas de una nación la arruinan  enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de  la misma manera nuestro corazón, cuando está  interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para  conservar las virtudes que había adquirido, y  también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para  pescar a río revuelto, como suele decirse.

 La  inquietud proviene del deseo desordenado de librarse del mal  que se siente o de adquirir el bien que se espera, y, sin  embargo, nada hay que empeore más el mal y que aleje  tanto el bien como la inquietud y el ansia. Los  pájaros quedan prisioneros en las redes y en las  trampas porque, al verse cogidos en ellas, comienzan a  agitarse y revolverse convulsivamente para poder salir, lo  cual es causa de que, a cada momento, se enreden más.  Luego, cuando te apremie el deseo de verte libre de  algún mal o de poseer algún bien, ante todo es  menester procurar el reposo y la tranquilidad del  espíritu y el sosiego del entendimiento y de la  Voluntad, y después, suave y dulcemente, perseguir el  logro de los deseos, empleando, con orden, los medios  convenientes; y cuando digo suavemente, no quiero decir con  negligencia, sino sin precipitación, turbación  e inquietud; de lo contrario, en lugar de conseguir el  objeto de tus deseos, lo echarás todo a perder y te  enredarás cada vez más.

 «Mi  alma-decía David siempre está puesta, ¡oh  Señor!, en mis manos, y no puedo olvidar tu santa  ley.» Examina, pues, una vez al día a lo menos, o por la noche y por la mañana, si tienes tu alma en  tus manos, o si alguna pasión o inquietud te la ha  robado: considera si tienes tu corazón bajo tu  dominio, o bien si ha huído de tus manos, para  enredarse en alguna pasión des ordenada de amor, de  aborrecimiento, de envidia, de deseo, de temor, de enojo, de  alegría. Y si se ha extraviado, procura, ante todo,  buscarlo y conducirlo a la presencia de Dios, poniendo todos tus afectos y deseos bajo la obediencia y la  dirección de su divina voluntad. Porque, así  como los que temen perder alguna cosa que les agrada mucho,  la tienen bien cogida de la mano, así también,  a imitación de aquel gran rey, hemos de decir  siempre: «¡Oh Dios mío!, mi alma  está en peligro; por esto la tengo siempre en mis  manos, y, de esta manera, no he olvidado tu santa ley».

 No  permitas que tus deseos te inquieten, por pequeños y  por poco importantes que sean; porque, después de los  pequeños, los grandes y los más importantes  encontrarán tu corazón más dispuesto a  la turbación y al desorden. Cuando sientas que llega  la inquietud, encomiéndate a Dios y resuelve no hacer  nada de lo que tu deseo reclama hasta que aquélla  haya totalmente pasado, a no ser que se trate de alguna cosa  que no se pueda diferir; en este caso, es menester refrenar  la corriente del deseo, con un suave y tranquilo esfuerzo,  templándola y moderándola en la medida de lo  posible, y hecho esto, poner manos a la obra, no  según los deseos, sino según razón.

 Si  puedes manifestar la inquietud al director de tu alma, o, a  lo menos, a algún confidente y devoto amigo, no dudes  de que enseguida te sentirás sosegada; porque la  comunicación de los dolores del corazón hace  en el alma el mismo efecto que la sangría en el  cuerpo que siempre está calenturiento: es el remedio  de los remedios. Por este motivo, dio San Luis este aviso a  su hijo: «Si sientes en tu corazón algún  malestar, dilo enseguida a tu confesor o a alguna buena  persona, y así podrás sobrellevar suavemente  tu mal, por el consuelo que sentirás.» ”

(Introducción a la Vida Devota, parte Cuarta, cap. XI).

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Y si alguien quisiera replicar que estamos llamando a la impasibilidad o a la indolencia, respondemos con Sta. Teresa del Niño Jesús, una de las mejores discípulas del Obispo ginebrino y Doctora de la Iglesia.   Ella, quien evocaba a Sta. Juana como predilecta,  nos habla aquí precisamente del combate inclaudicable en su poesía “Mis Armas", con cuyo texto se ha armado este video, tomando escenas de la película -única recomendable para católicos- “Jean D’Arc” (bajo el video está la traducción):

“La esposa del rey es terrible, como un ejército en orden de batalla.
Se parece a un coro de música en medio de un campamento”

(Cantar de los Cantares)

Vestí las armas del Omnipotente,
y su mano divina me adornó.
Nada me hará temer en adelante,
¿quién podrá separarme de su amor?
A su lado, lanzándome al combate,
ya ni al fuego ni al hierro temeré.
Sabrán mis enemigos que soy reina,
que esposa soy de un Dios.
Guardaré la armadura que me ciño,
Jesús, ante tus ojos adorados,
y hasta la última tarde del destierro
serán mis votos mi mejor adorno.

Eres tú, ¡oh Pobreza!,
mi primer sacrificio,
te llevará conmigo hasta la muerte.
Sé que el atleta, puesto en el estadio,
para correr de todo se despoja.
Gustad, mundanos, vuestra angustia y pena,
de vuestra vanidad amargos frutos;
yo, jubilosa, alcanzaré en la arena
de la pobreza las triunfales palmas.
Jesús dijo que “por la violencia
el reino de los cielos se conquista".
Me servirá de lanza la pobreza,
y de glorioso casco.

Hermana de los ángeles
victoriosos y puros
la Castidad me hace.
Formar espero un día en sus falanges;
mas debo en el destierro
como lucharon ellos luchar yo.
Luchar continuamente,
sin descanso ni tregua,
por mi Esposo adorado,
el Señor de los señores.
Porque es la castidad celeste espada
que puede conquistarle corazones.
La castidad será mi arma invencible,
con ella venceré a mis enemigos.
Por ella llego a ser,
¡oh inefable ventura!,
la esposa de Jesús.

TeresitaJuana

En medio de la luz gritó, orgulloso,
el ángel:  “¡Nunca obedeceré…!”
En medio de la noche de la tierra
yo grito: “¡Siempre obedeceré!”
Siento nacer en mí
una divina audacia,
al furor del infierno desafío.
Y es mi fuerte coraza
y de mi corazón escudo fuerte,
la Obediencia.


¡Oh mi Dios vencedor!,
no ambiciono otra gloria
que la de someter
mi voluntad en todo,
pues será el obediente
quien cantará victoria
en el descanso de la eternidad.

Si tengo del guerrero
las poderosas armas
y le imito luchando bravamente,
quiero también como graciosa virgen
cantar mientras combato.
Tú haces vibrar las cuerdas de tu lira,
¡y es tu lira, Jesús, mi corazón!
Por eso, cantar puedo
la fuerza y la dulzura
de tus misericordias.
Sonriendo, yo afronto la metralla,
y en tus brazos, cantando,
¡oh –divino Esposo–, mi divino Esposo!,
moriré sobre el campo de batalla,
¡las armas en la mano!

 (25 de Marzo de 1897)

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Que estos santos, pues, nos alcancen la gracia de no dar paso a la inquietud; de no cejar en el buen combate, y de conservar siempre la alegría como signo de fe inquebrantable.

Infocatólica agradecerá vuestra generosa colaboración; le sugerimos cómo hacerlo..

1 comentario

  
Ricardo de Argentina
El combate interior es más fiero que el exterior, por eso las enseñanzas de SF de Sales están en las antípodas del quietismo y el conformismo.
Hay que volver a la enseñanza paulina: "He librado el Buen Combate, he conservado la Fe". Causa: el Buen Combate. Consecuencia: conservar la Fe.
Un cristianismo sano y fructífero es por lo tanto y necesariamente, un cristianismo épico, combativo.
15/11/14 4:13 PM

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