El premio McBrien

Lejos de interpretar a Jeremías contra el Gran Satán Bush, Benedicto XVI va a dar al mundo una lección sobre la razón moral como la “gramática” mediante la cual el mundo puede sostener una conversación sobre el futuro del mundo.

Combinando en cantidades igualmente impresionantes fuentes de bajo nivel, un tono falsamente autorizado y un sesgo político izquierdista, Michael Sean Winters y los editores del la sección “Outlook” del Washington Post han ganado el primer puesto en la carrera de este año por el codiciado premio Padre Richard McBrien a la Vaticanología Realmente Inepta (llamado así por el teólogo de Notre Dame que anunció memorablemente que Joseph Ratzinger no sería elegido papa, menos de 24 horas antes de que Ratzinger fuera elegido).

En “En desacuerdo. Puntos de vista completamente diferentes sobre el mundo”, un artículo de portada de “Outlook” el pasado 30 de marzo, Winters decía que, durante la próxima visita a EEUU, el papa Benedicto XVI debería “mostrar cuánto difiere su visión del mundo de la del presidente Bush, cuando denuncie la ininterrumpida ocupación de Iraq ante la Asamblea General de la ONU; una denuncia que se espera especialmente dura tras el reciente martirio de un arzobispo católico caldeo asesinado por los insurgentes en Mosul”. Sólo en esta frase, Winters se las arregló para cometer varios de los pecados capitales de la vaticanología: confundió los puntos de vista de burócratas de bajo nivel con el pensamiento de los altos funcionarios del Vaticano, el propio pensamiento del papa, y la posición oficial de la Santa Sede; asumió que el papa acude a foros internacionales como la ONU como un postulador político, más que como una voz de la razón moral; y, quizá peor todavía, de algún modo imaginó que Benedicto XVI podría abaratar el sacrificio del asesinado arzobispo Paulos Faraj Rahho, utilizando la muerte del prelado caldeo como un modo de marcarse un tanto político.

En mis conversaciones con altos funcionarios del Vaticano durante los últimos 18 meses, me ha impresionado el hecho de que los debates de 2002-2003 se han terminado. Que había un serio desacuerdo entre la administración de EEUU y la Santa Sede antes de la invasión de Iraq es, y era, obvio. Hoy, sin embargo, se ha pasado página, y a pesar de lo que los filtradores vaticanos de Winters puedan decirle, la gente que toma las decisiones me dice, como ha dicho al gobierno Bush, que una retirada precipitada de Iraq por parte de EEUU sería un desastre tanto para Iraq como para todo Oriente Medio.

Probablemente, el papa Benedicto exhortará al presidente Bush a pedir que el gobierno iraquí sea más firme en la defensa de la minoría cristiana de Iraq; pero eso significa una mayor y más fuerte participación estadounidense en las futuras políticas de Iraq, no el fin de una “ocupación”. En cuanto a una “denuncia” papal en la ONU, es probable que Winters y sus amigos católicos demócratas se decepcionen; Benedicto XVI es demasiado astuto como para dar a Barack Obama o Hillary Clinton carnaza para su campaña de otoño (la victoria de cualquiera de ellos en noviembre provocaría pesadillas a la Santa Sede en la ONU y otras agencias internacionales).

Además, el papa no viene a la ONU a dar una visita pontificalmente guiada a la escena mundial, alabando esto y lamentando aquello. En este 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es más probable que desafíe al órgano mundial a tomarse más en serio las verdades morales que fundamentan la dignidad humana, para cuya defensa se fundó la ONU; verdades morales que pueden ser conocidas mediante la razón.

Winters también afirma que el aparato de “política exterior” del Vaticano piensa más bien como los eurócratas de Bruselas. Hay aquí algo de verdad, pero Winters se la pierde. Sí, las posiciones por defecto de la Sección Segunda de la Secretaría de Estado de la Santa Sede (habitualmente conocida como “el ministerio vaticano de asuntos exteriores”), tienden a reflejar las posiciones por defecto de las cancillerías y ministerios de asuntos exteriores de Europa occidental. Pero concluir de esto que estas posiciones son compartidas por Benedicto XVI y sus asesores más experimentados en política mundial es incurrir en un gravísimo error. Si la burocracia permanente en la Secretaría de Estado vaticana hubiera tenido algo que decir en ello, Benedicto XVI jamás habría dado su histórica Lección de Ratisbona sobre la fe y la razón en septiembre de 2006, lección que provocó una tormenta de protestas en parte del mundo islámico.

Sin embargo, dieciocho meses después Benedicto ha sido plenamente ratificado en su desafío al islam a pensar seriamente sobre la libertad religiosa y la separación de las autoridad política y religiosa en el estado. La Lección de Ratisbona, como se pretendía, reconfiguró de manera espectacular la conversación islamo-católica, centrándola en los asuntos en que la agresión islámica dificulta el pluralismo y la paz, más que en el intercambio de banalidades que demasiado a menudo caracteriza el diálogo interreligioso. El nuevo Foro Católico-Musulmán que se fundó el año pasado siguiendo la “Carta de los 138” líderes musulmanes (ella misma una respuesta a Ratisbona) es un ejemplo; las negociaciones con el gobierno de Arabia Saudita para la construcción de una iglesia católica en el reino son uno más; la llamada a un nuevo diálogo entre las religiones monoteístas realizada por el rey Abdalá de Arabia Saudita es otro ejemplo. Nada de esto habría sucedido si Benedicto XVI hubiera tenido deferencias con esos de sus diplomáticos que “piensan como Bruselas”.

Tampoco un papa que pensara en términos eurócratas sobre la política mundial habría nombrado su “ministro de exteriores” al arzobispo Dominique Mamberti, un hombre que combina una extensa experiencia en agresión islámica (fue nuncio papal en Jartum) con el cariño hacia EEUU y una clara visión sobre las debilidades y corrupciones de la ONU actual (donde trabajó durante 3 años). Además, Benedicto XVI y el arzobispo Mamberti son plenamente conscientes que la “dictadura del relativismo”, de la cual alertó el entonces cardenal Ratzinger justo antes de su elección como papa, no sólo se está imponiendo en Europa mediante gobiernos radicalmente secularistas como el régimen de Zapatero en España, sino que está siendo impuesto por la burocracia de la UE, el Parlamento Europeo, la Comisión Europea y los tribunales europeos de derechos humanos. En vez de que el papa y Mamberti sean conducidos por el “pensamiento-Bruselas” de la burocracia permanente vaticana, es mucho más probable que este pontificado continúe desafiando estas posiciones por defecto; incluso es posible que empiece el proceso que las cambie decididamente.

El esfuerzo de Winter por enfrentar a Benedicto XVI con el actual gobierno de EEUU fracasa en otro punto: la gratitud de la Santa Sede al gobierno Bush por su defensa de la libertad religiosa, su compromiso con la curación del sida en África (incluyendo el tácito rechazo del gobierno a la postura de salvación-mediante-el-látex para prevenir el sida, característica de las agencias de ayuda multilateral), y su incondicional posición pro-vida tanto en el ámbito doméstico como internacional. Como me dijo recientemente un funcionario vaticano de muy alto nivel, la gente que hoy toma las decisiones en Roma sabe que es poco probable que en el futuro haya un gobierno tan afín a las preocupaciones básicas de la Santa Sede en la arena internacional, como lo ha sido el gobierno Bush. Desgraciadamente, en al menos parte de la curia romana hay en este momento una especie de seducción por Obama; pero una vez que las posiciones del senador de Illinois sobre la vida y la naturaleza del matrimonio se vean más claramente en el Tiber, la luna de miel será rápidamente suspendida.

Los estadounidenses interesados en escuchar lo que el papa tiene que decir realmente sobre los EEUU y su papel en el mundo, así como sobre los asuntos más profundos de la política mundial, deben prestar particular atención a las observaciones de Benedicto en la ceremonia de bienvenida en la Casa Blanca el 16 de abril, y a su discurso ante la Asamblea General de la ONU el 18 de abril. Lejos de interpretar a Jeremías contra el Gran Satán Bush, Benedicto XVI va a dar al mundo una lección sobre la razón moral como la “gramática” mediante la cual el mundo puede sostener una conversación sobre el futuro del mundo. Hay verdades intrínsecas al mundo y a nosotros mismos, recordará a los estadounidenses en la ONU; pensar juntos sobre estas verdades es una vía para transformar el ruido en conversación, y la incomprensión en diálogo. Espero que el sr. Winters, sus fuentes y los editores de “Outlook” estén escuchando.

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