Aquella votación que cambió el rumbo de la historia de la Iglesia

El aspecto más persuasivo de la candidatura de Wojtyla, sin embargo, residía en sus antecedentes como obispo diocesano. Una vez que la ruptura psicológica con la supuesta inevitabilidad de un papado italiano había tenido lugar, ese historial debió de constituir un factor crucial

Según se acerca la fecha del aniversario de la muerte de Juan Pablo II, los medios de comunicación recuerdan aspectos de la vida de este Papa extraordinario, del que todavía nos cuesta hablar como alguien del pasado, pues hemos estado muchos años acostumbrados a tenerle con nosotros. Se habla de los records que batió en su pontificado (viajes que hizo, kilómetros que recorrió, millones de personas que recibió, santos que canonizó, etc.) y se recuerda que en muchas cosas su pontificado cambió el rumbo de la historia de la Iglesia y en cierto sentido de la humanidad.

Cambio en el rumbo de la humanidad por su insustituible contribución a la caída del comunismo del este de Europa y cambio en el rumbo de la historia de la Iglesia porque potenció un estilo de pontificado que difícilmente puede volver atrás. Y digo potenció porque ya Pablo VI había intentado cambiar la cara del pontificado, pero no llegó a lograrlo por los tiempos duros que le tocó pasar, además de sus propias enfermedades. Juan Pablo II acercó la figura del Papa a los jóvenes, a los habitantes de países remotos, a los intelectuales, a los creyentes de otras religiones, etc. En este sentido creo que el pontificado no podrá volver atrás fácilmente.

Pues bien, el Señor se sirvió de circunstancias accidentales para provocar este cambio en el rumbo de la historia. Cuenta George Weigel en “Testigo de esperanza”, su biografía del 2000 sobre el Papa Juan Pablo II -que no tengo palabra suficientes para recomendar, aunque obviamente no llega hasta el final de su vida- algunos detalles de gran interés sobre el cónclave que condujo a la elección del primer papa Polaco de la historia, el primero que visitó una iglesia protestante, el primero en visitar una sinagoga en los tiempos modernos, el primero en visitar la mayoría de los países del planeta, etc.

Se sabe que el Cardenal Wojtyla ocupó la celda 91 del Palacio Apostólico durante el cónclave que llevó a su elección, y él mismo reveló después un pequeño detalle acerca de dicho cónclave. En cierto punto durante los procedimientos, su antiguo rector en el Colegio Belga, el cardenal Maximilian De Fürstenberg, se acercó a él para preguntarle, con palabras que recordaban la liturgia de la ordenación de un sacerdote, “Deus adest et vocat te?” Siempre según Weigel, la pregunta de De Fürstenberg sería plausible porque, en el primer día de votación, el 15 de octubre, se produjo un empate entre los dos principales candidatos italianos, el cardenal Giuseppe Siri de Génova y el gran elector del Cónclave de agosto, el cardenal Giovanni Benelli.

 Incapaz de encontrar una alternativa italiana, el cónclave se desvió entonces con presteza para elegir a Karol Wojtyla, quien, según el cardenal Carlo Confalonieri, ya recibiera algunos votos en el Cónclave anterior, y que resultó elegido en la octava votación, a la conclusión de la segunda jornada del Cónclave II, el 16 de octubre. No se ha propuesto ninguna otra explicación política plausible de la elección del papa Juan Pablo II. Mediante ese procedimiento de tamizar los rumores y las pistas relativas a la política del cónclave no se llega, sin embargo, a la cuestión más interesante, y de hecho previa: ¿Por qué estarían los cardenales deseosos de romper con siglos de tradición, y de una forma tan dramática?

Sigue explicando el biógrafo norteamericano que, en términos humanos, la elección de un Papa no italiano y polaco fue posible porque muchos miembros del Colegio Cardenalicio se hallaban en un estado de shock espiritual tras la muerte de Juan Pablo I. Que hubieran considerado, como muchos evidentemente hicieron, que el cardenal Luciani era «el candidato de Dios» (según expresión del cardenal Basil Hume tras el primer cónclave), para ser de súbito apartado de la escena, no hacía sino plantear la cuestión: “¿Qué trata de decirnos Dios con ello?” Según recordaba el cardenal Joseph Ratzinger, la muerte de Juan Pablo I condujo al Colegio Cardenalicio a un análisis de conciencia: “¿Cuál es la voluntad de Dios con respecto a nosotros en este momento? Estábamos convencidos de que la elección [de Luciani] se había hecho en correspondencia con la voluntad de Dios, no simplemente de una forma humana… y si había muerto después de un mes de resultar elegido de acuerdo con la voluntad de Dios, era que Dios tenía algo que decirnos.” El cardenal William Baum recordaba la muerte de Juan Pablo I como «un mensaje del Señor para enseñarnos algo». Aquella sensación de shock daría lugar a la experiencia de un cónclave que Baum definió como «intensamente devoto» e incluso «más profundamente espiritual» que el primer cónclave de agosto, en el que tanto se hablara de captar la voluntad de Dios en la rápida y fácil elección de Albino Luciani. La impresión causada por el «papado de septiembre», que finalizara de forma tan abrupta e inesperada, crearía las condiciones humanas para «la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo», opinaría el cardenal Ratzinger.

El empate entre los candidatos italianos sería la ocasión inmediata de hacer lo que hasta entonces parecía impensable. El hecho crucial que contribuye a explicar el resultado final fue que el segundo cónclave de 1978 se llevó a cabo en la estela de lo que el Colegio Cardenalicio debió de considerar una señal ambigua de que algo más se requería de ellos, algo diferente y osado. Así pues, la siguiente cuestión que cabe plantearse es: ¿por qué Karol Wojtyla?

El cardenal Franz Kónig llegaría al segundo cónclave más determinado que nunca a hacer presión para la elección de un Papa no italiano. El día anterior al inicio del cónclave le diría a su viejo amigo, el cardenal Wyszynski: “El cónclave se abre mañana; ¿cuál es tu candidato?” El primado respondió que él no tenía un candidato, a lo que König replicó: “Bueno, quizá Polonia podría presentar un candidato, ¿no?” Wyszynski le dijo: “Dios santo, ¿te parece que yo debería acabar en Roma? Desde luego supondría un triunfo sobre los comunistas.” Konig respondió entonces: “No, no me refiero a ti, pero hay un segundo hombre…” A lo que el primado replicó: “No, es demasiado joven, y desconocido; nunca podría ser Papa…”

König no quedaría convencido. Era evidente que Wyszynski no había juzgado bien hasta qué punto Wojtyla se había convertido en una importante figura católica internacional. König creía que un Papa de detrás del Telón de Acero contribuiría a acabar con la «mentalidad de división» que imperaba desde la Segunda Guerra Mundial, de modo que se dispuso a convencer a otros. La respuesta inicial que obtuvo fue bastante fría, pero la propuesta empezó a parecer menos amenazadora tras el punto muerto a1 que llegaron los italianos. Pese a la reacción inicial del primado, Wojtyla estaba lejos de ser desconocido. Varios cardenales habían leído sus meditaciones del retiro papal de 1976, “Signo de contradicción”, y habían quedado impresionados. Los africanos, preocupados por la claridad doctrinal, sabían que era un hombre profundamente evangélico y un hombre del Concilio. No era un cardenal curial, lo cual resultaba atractivo a aquellos que consideraban esencial romper con las pautas tradiciones en el gobierno de la Iglesia. Wojtyla tenía una poderosa personalidad pública, lo cual era importante bajo el prisma de una respuesta pública positiva al breve pontificado de Juan Pablo I. Y luego estaba la ostpolitik de Pablo VI. Sus logros diplomáticos eran escasos, y el arzobispo de Cracovia abrigaba dudas con respecto a la estrategia que expresaba. Pero al desligar a la Santa Sede del alineamiento de posguerra con Occidente, la ostpolitik había hecho posible la elección de un Papa de detrás del Telón de Acero.

El aspecto más persuasivo de la candidatura de Wojtyla, sin embargo, residía en sus antecedentes como obispo diocesano. Una vez que la ruptura psicológica con la supuesta inevitabilidad de un papado italiano había tenido lugar, ese historial debió de constituir un factor crucial (quizá el único tan importante), en el rápido surgimiento de Karol Wojtyla como candidato del segundo cónclave. Había mostrado que aún era posible el liderazgo en medio de la tensión y la confusión posconciliares y en contra de presiones externas. Según el cardenal Kónig, que Wojtyla hubierab«tenido experiencias pastorales reales», que hubiera mostrado cómo ser obispo en la Iglesia posterior al Concilio Vaticano II, era lo que le había hecho papable.

Una vez llevada a cabo la «ruptura» a causa del empate italiano, todo sucedió muy deprisa. El primado Wyszynski, ahora plenamente convencido, le recordó a su colega más joven el desafío de Cristo a Pedro en su huida de Roma en la obra “Quo vadis” de Sienkiewicz, y le dijo simplemente a Wojtyla: “Acéptalo.” La candidatura de Wojtyla se volvió irresistible en la cuarta y última votación del 16 de octubre.

Aproximadamente a las 17.15 se les dijo formalmente a los cardenales, que habían llevado su propia cuenta, lo que ya sabían: que el cardenal Wojtyla había reunido los votos necesarios para ser elegido Papa. En cierto punto del recuento, Wojtyla se llevó las manos a la cabeza. El cardenal Hume recuerda haber sentido “una desesperada tristeza por aquel hombre”. Jerzy Turowicz escribiría más tarde que, en el momento de la elección, Karol Wojtyla estaba tan solo como pueda estarlo un hombre. Pues ser elegido Papa significaba una clara ruptura con la vida anterior de uno, sin posibilidad de retorno. El cardenal König, máximo responsable de promover la candidatura de Wojtyla, se sintió muy ansioso por saber si aceptaría o no.

Cuando el cardenal jean Villot, quien en su sermón pro elegendo pontifice había dicho a los cardenales que “debían elegir un novio para la Iglesia”, se plantó ante el estrado de Wojtyla para preguntarle “Acceptasne electionem?”, éste no titubeó: “En la obediencia de la fe ante Cristo mi Señor, abandonándome a la Madre de Cristo y a la Iglesia, y consciente de las grandes dificultades, accepto”. Entonces, a la segunda pregunta ritual de por qué nombre se le conocería, respondió que, debido a su devoción a Pablo VI y su afecto por Juan Pablo I, se le conocería como Juan Pablo II.

Hasta aquí lo que nos cuenta George Weigel sobre la elección de Juan Pablo II, después de haberse informado bien de los hechos. A partir de aquí, lo que casi todos sabemos sobre el pontificado de este gran hombre, desde que salió al balcón y, saltándose el protocolo saludó a la muchedumbre en un italiano aceptable, que con el tiempo se convertiría en prácticamente perfecto, hasta el momento en que dejó este mundo despidiéndose con las pocas fuerzas que le quedaban de los miles de jóvenes que acompañaban su agonía en la plaza de San Pedro.

Alberto Royo Mejía, sacerdote

3 comentarios

Anabel
Recomiendo un video de Youtube llamado "El Papa de los records", que es impresionante. No se trata de batir records, pero ayuda a ver lo mucho que hizo Juan Pablo II por la Iglesia, sin reservarse nada para él.
1/04/10 12:06 PM
Joel
Lo del rumbo de la Iglesia imagino que se refiere al que ésta llevaba después del Concilio: Secularizaciones en masa, abusos litúrgicos, religiosos dejando los hábitos, teología de la liberación, Catecismo Holandés, etc. En todo ese "rumbo", realmente Juan Pablo II supuso un cambio considerable, que ahora Benedicto XVI está continuando
1/04/10 1:45 PM
Jorge
¿Alguien sabe si por fin beatifican a Juan Pablo II este año? Parecía que sí, pero luego no se ha vuelto a decir nada.
2/04/10 11:11 PM

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