Creo en la castidad

Para realizarse sexualmente es indispensable que la persona confíe en sí misma y en su corporeidad. Quien se acepta a sí mismo está en las mejores condiciones para concebir su sexualidad como don y tarea.

La castidad es una palabra que expresa una realidad en la que muchos no creen e incluso dirán que es algo imposible. Por ello me parece que hay que empezar por explicar en qué consiste.

Dado que la vocación del ser humano es el amor y la vida solo tiene sentido si aprendo a amar y a entregarme a los demás, para entender de modo correcto la castidad hay que aprender “a distinguir entre el bien y el mal” (Heb 5,14), contando el católico para ello con la ayuda inestimable de la doctrina de la Iglesia y siendo moralmente bueno lo que permite y posibilita una vida de verdad humana. El ser humano tiene que cuidarse de vivir su sexualidad como corresponde a las distintas fases de su existencia. Es indudable que tiene que hacerlo de modo distinto según las diversas épocas. En los adolescentes y jóvenes supone abstención como preparación para lograr la madurez y castidad propia de la persona verdaderamente adulta, es decir la posibilidad de vivir un amor generoso y fiel, sea viviendo la vocación de persona consagrada e incluso en un celibato involuntario, sea, como sucede con mucha más frecuencia, en la vida matrimonial, debiendo ser en ésta el acto sexual expresión de entrega mutua y amor, siendo el amor personal el que mantiene durante toda la vida el atractivo de la comunicación sexual e incluso podemos afirmar que, cuando es así, la cumbre más alta del amor conyugal es el encuentro sexual. Para realizarse sexualmente es indispensable que la persona confíe en sí misma y en su corporeidad. Quien se acepta a sí mismo está en las mejores condiciones para concebir su sexualidad como don y tarea. En la fe en Dios concebimos la sexualidad humana como regalo y don del amor de Dios. Pero también es tarea, siendo la castidad el trabajo que hacemos para encauzar nuestra sexualidad, para que ésta sea para nosotros una fuente de valores que nos enriquecen humanamente y no un desastre.

Lo que la persona busca en su relación con los demás es el amor. La castidad tiene por objeto la tutela y promoción del amor, por lo que, lejos de recortar nuestras posibilidades, lo que hace es integrar en la libertad los instintos y las emociones capacitando para un amor auténtico. La castidad es una virtud moral eminentemente social y supone una libertad interior con respecto a la sexualidad que lleva a vivir ésta de modo responsable, encontrando así el sexo su grandeza al ser uno de los lugares privilegiados de encuentro con el otro.

Nos dice un documento del Consejo Pontificio para la Familia de 1995: "La persona casta no está centrada en sí misma, ni en relaciones egoístas con otras personas. La castidad torna armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. La pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas".

La castidad supone integrar la sexualidad en la persona y es humana porque nos dignifica. Supone el aprendizaje del dominio de sí, que es la clave para ser persona libre, porque es libre quien es capaz de mandar en sí mismo y sabe poner esta capacidad al servicio de nuestra realización integral. Por ello es la virtud que hace que nuestra sexualidad sea una fuerza creadora e integradora al servicio del amor, consiguiéndose de este modo la auténtica madurez sexual, que no es algo puramente biológico, sino que tiene en cuenta nuestra dimensión espiritual, que nos ayuda a descubrir nuestro mejor yo, lo que debo llegar a ser y a ver al otro como persona. La castidad supone el vivir la propia sexualidad y el amor de modo adecuado a las condiciones de vida de cada uno, tratando de aprovechar al máximo nuestras fuerzas afectivas y sexuales a fin de conseguir así nuestro desarrollo y equilibrio personal. No es en consecuencia algo contra el placer sexual, que no nos olvidemos ha sido creado por Dios, y por ello es en sí moralmente bueno. En pocas palabras la castidad protege y desarrolla el amor y supone el dominio de la sexualidad por la recta razón.

Evitando el exceso, la castidad se opone a la lujuria, que nos incapacita para los bienes espirituales y debilita nuestra fuerza de voluntad. Lo contrario a la castidad por defecto es la represión o rechazo irracional del valor positivo de la vida sexual. La castidad no es sinónimo de continencia, cuando ésta es fruto de la represión al pretender eliminar la pasión o el impulso sexual, sino de lo que verdaderamente se trata es canalizar el deseo sexual para vivirlo de manera madura, adulta e integrada. La afectividad es una riqueza humana demasiado grande para poder renunciar a ella sin consecuencias negativas, siendo los grandes santos personas con una gran capacidad de amar. En consecuencia el sexo y cuanto a él se refiere no ha de ser objeto de represión incontrolada. La represión no sólo ocasiona estragos en nuestro interior, sino que impide el desarrollo del amor y de la comprensión hacia el prójimo, que es lo que nos hace pacíficos y tolerantes. Hay en consecuencia una íntima relación entre represión y agresividad. Como dice Pascal: "el hombre no es ni ángel ni bestia. Pero por desgracia, quien ansía convertirse en ángel se hace bestia". Dicho de otro modo: la gracia no destruye la naturaleza, sino la perfecciona.

Y ahora una pregunta: ¿es posible vivir la castidad? Adelanto la respuesta: con la ayuda de Dios, sí. La experiencia diaria nos enseña que millones de personas así lo hacen.

Pedro Trevijano.

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