La Iglesia Católica en el cisma de facto: ¿Qué hay que hacer?

Sabiendo que el episcopado está dividido sobre las doctrinas sobre la fe y la moral, el Papa Francisco debe llevar a sus hermanos obispos a enfrentar con franqueza esta crisis en la Iglesia y decidirse firmemente para superarla. Mientras tanto, los laicos católicos no deben permitir que la angustia sobre la situación actual sacuda su fe en la promesa de Jesús de preservar a la Iglesia del error.

* ¿Por qué hay confusión en la Iglesia Católica sobre Amoris Laetitia, y qué consecuencias tiene para la unidad de la Iglesia? Argumentamos aquí que la confusión es, en última instancia, sobre dos dogmas de la fe cristiana y que una consecuencia de la confusión es el cisma de hecho que ya existe dentro de la Iglesia Católica.

Cuando de fide («de fe») se usa en la teología católica para designar una doctrina, significa que es una verdad que pertenece al depósito de la Divina Revelación. El término «Revelación Divina» se refiere a las verdades por medio de las cuales Dios escogió revelarse a sí mismo y a su voluntad a la humanidad para reconciliar consigo al mundo, para que los hombres y las mujeres puedan vivir unidos con él, primero imperfectamente en este mundo, y después de la muerte y el juicio de manera perfecta a su lado en el Reino de Dios. Así, la Iglesia considera las doctrinas definidas como de fe, como necesarias para la salvación. Su estatus en la enseñanza católica es irreformable. Y su modo de proclamación es infalible.

Este ensayo tiene tres objetivos. En primer lugar, introduce y explica el concepto teológico de «objetos secundarios de infalibilidad» y muestra cómo casi todas las verdades referentes a materias sexuales enseñadas por la Iglesia Católica pertenecen a la categoría de objetos secundarios de infalibilidad, por lo que son justamente identificadas como doctrinas de fe.

En segundo lugar, sostiene que a partir de la disidencia intra-eclesial de la encíclica papal Humanae Vitae, en la Iglesia Católica ha existido en un grave estado de desunión sobre las doctrinas de fe, y que esta desunión se ha profundizado por los problemas causados ​​por Amoris Laetitia. Por último, ofrece consejos prácticos a la jerarquía y a los laicos para responder a la crisis.

Objetos secundarios de la infalibilidad

Los documentos del Concilio Vaticano II enseñan que Jesús confió a la Iglesia Católica la autoridad infalible de defender y enseñar las verdades reveladas (también conocida como el «Depósito de la fe») para extenderse no solo a las verdades formalmente reveladas sino también a las verdades necesariamente conectadas a las verdades de la Revelación Divina, aunque nunca hayan sido propuestas como formalmente reveladas. Estas pueden enseñarse infaliblemente porque son necesarias para salvaguardar y exponer fiel y religiosamente las verdades de la Revelación Divina (Lumen gentium, 25). A veces se les llama «objetos secundarios» de infalibilidad, en contraste con aquellas llamadas «objetos primarios», que se refiere a verdades formalmente reveladas.

El papa Juan Pablo II señala en una Carta Apostólica de 1998 que la Iglesia no solo posee las primeras verdades de la Revelación Divina por inspiración del Espíritu Santo, sino que también posee estos objetos secundarios de infalibilidad por «la inspiración particular del Espíritu Santo». En su comentario, Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), escribe que, comparado con las doctrinas establecidas como formalmente reveladas, «no hay diferencia sobre el carácter pleno e irrevocable del asentimiento debido a sus respectivas enseñanzas». Ratzinger designa el asentimiento que se les debe a que «se funda sobre la fe en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio y sobre la doctrina católica de la infalibilidad del Magisterio». Así, como verdades formalmente reveladas, a estas verdades también se les debe un asentimiento de fe, aunque también pudieran entenderse sin la ayuda de la Revelación Divina.

Si bien es verdad que las doctrnas de fe han sido (aunque no siempre) reservadas para las enseñanzas establecidas por la Iglesia como formalmente reveladas, no es menos cierto que las enseñanzas católicas que especifican objetos secundarios de infalibilidad son también doctrinas de fide –como Ratzinger las llama, «Doctrinas de fide tenenda». El derecho canónico dice que «deben ser firmemente aceptadas y mantenidas» y que quien las rechaza «se opone a la enseñanza de la Iglesia Católica» (Canon 750, § 2).

Las doctrinas morales sobre el sexo y el matrimonio

Las normas morales sobre el sexo y el matrimonio enseñadas por la Iglesia Católica caen en las categorías de objetos primarios y secundarios de infalibilidad. Los objetos primarios incluyen verdades explícitamente enseñadas en la Revelación Divina, tales como la prohibición del adulterio y la indisolubilidad del matrimonio; los objetos secundarios incluyen enseñanzas sobre el sexo y el matrimonio enseñadas por la Iglesia desde tiempos apostólicos para ser mantenidas de forma definitiva.

Estas últimas, en virtud de la forma en que han sido propuestas, deben ser sostenidas como enseñadas infaliblemente por el Magisterio Ordinario y Universal de la Iglesia, que enseña infaliblemente cuando los obispos «aunque dispersos en todo el mundo, pero conservando el vínculo de comunión entre ellos y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente sobre una cuestión de fe y moral (res fidei et morum), concuerdan en un solo juicio (sobre esa materia) y enseñan ese juicio como definitivo (definitive tendendam)».

No puede haber duda razonable de que las enseñanzas de la Iglesia sobre el contexto singular del matrimonio para la expresión sana de las relaciones sexuales, y la ilicitud de toda forma de comportamiento sexual no matrimonial libremente elegido (por ejemplo, la masturbación, relaciones extramatrimoniales, actos homosexuales, actos anticonceptivos, etc.) han sido enseñadas por los obispos en comunión universal, siempre y en todas partes, como claramente perteneciente al bienestar temporal y eterno de los fieles, y para ser mantenidas de forma definitiva.

El hecho de que los católicos en los últimos tiempos hayan negado algunas o todas esas enseñanzas no compromete de ninguna manera el hecho de que las condiciones para un ejercicio infalible del Magisterio Ordinario y Universal se han cumplido durante la mayor parte de la larga historia de la Iglesia.

De ello se desprende que las verdades básicas de la ética sexual enseñadas y defendidas por la Iglesia Católica pertenecen directamente (como objetos primarios) o indirectamente (como objetos secundarios) al depósito de la fe y por lo tanto pueden ser llamadas –y de hecho lo son– doctrinas de fe.

Cisma eclesial no reconocido

Comenzando con la disensión de la Iglesia Católica en la reafirmación de su enseñanza permanente sobre la ilicitud de la relación anticonceptiva en Humanae Vitae (1968), y con la aceptación generalizada del razonamiento utilitarista –proporcionalista– en la teología moral católica en la década de 1970, los católicos comenzaron a negar la existencia de acciones intrínsecamente pecaminosas (es decir, acciones que nunca son moralmente legítimas de escoger porque su elección siempre contradice radicalmente el bien de la persona humana). Esto condujo lógicamente al rechazo de las enseñanzas de la Iglesia sobre la ilicitud de todo tipo de actividad sexual tradicionalmente designada como intrínsecamente malvada. Este rechazo ha existido en todos los niveles de la Iglesia Católica, desde el laicado hasta la jerarquía, y ha sido firme y obstinado.

La Iglesia Católica ha permanecido durante décadas en una condición de desunión objetiva y grave sobre asuntos de doctrina de fe. Otra manera de decir esto es que la Iglesia Católica ha permanecido en un estado de cisma de facto.

Confusión, Desunión y Amoris Laetitia

Hay confusión en la Iglesia Católica sobre Amoris Laetitia porque algunos obispos están diciendo –y prescribiendo como política en sus diócesis– que los divorciados vueltos a casar, bajo ciertas circunstancias, pueden recibir la Sagrada Comunión sin decidirse a vivir en perfecta continencia con sus parejas. Otros obispos, en continuidad con la tradición católica, sostienen que esto no es y no puede ser legitimado.

Las cuestiones afectadas relacionadas con la doctrina sobre la fe por estas interpretaciones contradictorias incluyen la ilicitud intrínseca del adulterio y la indisolubilidad absoluta del matrimonio cristiano, ambas infaliblemente afirmadas por la Escritura y la Tradición. Si las doctrinas son verdaderas, entonces el divorciado que es sexualmente activo con alguien que no sea su primer cónyuge válido, mientras que su primer cónyuge todavía vive, está cometiendo adulterio.

No obstante, el cardenal Kasper y otros defensores episcopales que están a favor de conceder permiso para recibir la Sagrada Eucaristía a los divorciados que viven en adulterio​​, afirman la ilicitud del adulterio y la indisolubilidad del matrimonio, por lo que sus afirmaciones parecerían incompatibles precisamente con la concesión que defienden. Pues a nadie que no esté manifiestamente arrepentido puede permitírsele libremente recibir la Sagrada Eucaristía, ni por un sacerdote, por ni un obispo, ni por nadie, ya que «su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía» (Familiaris Consortio). Por lo tanto, ellos no estarían haciendo algo objetivamente incorrecto pero sólo si el adulterio es a veces lícito o el matrimonio no es indisoluble.

Muchos obispos que admiten esta contradicción se oponen a conceder el permiso. Pero otros creen que no hay conflicto y dan el permiso.

De esta manera, en la jerarquía existe un estado de grave desunión en los asuntos relativos al depósito de la fe. En otras palabras, como he dicho, la Iglesia Católica está en un cisma de hecho. El conflicto sobre Amoris Laetitia no es la causa de la desunión, que ha existido durante décadas, pero perpetúa la división y la profundiza de manera muy significativa. Se profundiza porque el Papa parece defender la posición que es contraria a la enseñanza perenne de la Iglesia. Es, por lo tanto, difícil exagerar la gravedad de esta situación.

Deberes de la Santa Sede

¿Qué sería necesario que hiciese el Santo Padre? Sería necesario que empezara por ordenar al cardenal Müller, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que respondiera a las cinco dubia presentadas por los cardenales Brandmüller, Burke, Caffara y Meisner. Esto ayudaría a aclarar algunas de las confusiones dañinas planteadas por el capítulo ocho de Amoris Laetitia. Luego habría de enseñar con claridad y autoridad la Verdad sobre asuntos de moral sexual que han sido puestos en duda y creado confusión desde el comienzo de su pontificado: que cada matrimonio cristiano consumado es absolutamente indisoluble; que toda forma de comportamiento sexual no matrimonial libremente elegido siempre es incorrecta, especialmente el adulterio, pero también los actos homosexuales, los actos anticonceptivos, la masturbación y la fornicación; que la relación sexual con alguien que no sea el cónyuge válido siempre es adúltera; que quien está vinculado por un vínculo matrimonial válido pero vive con una persona diferente more uxorio (de una manera marital), se encuentra en una situación objetiva de adulterio; y que tal persona debe abstenerse de la Sagrada Comunión a menos que se confiese y se arrepienta de sus acciones injustas y resuelva vivir castamente.

Por último, sabiendo que el episcopado está dividido sobre las doctrinas de la moralidad, debiera conducir a sus hermanos obispos a enfrentar con franqueza esta crisis en la Iglesia y resolver firmemente superarla. Habría de convocar un Sínodo a puerta cerrada exclusivamente de los obispos del todo el mundo en Asís, en Castel Gandolfo o en algún otro lugar fuera del centro de atención –sin medios, peritos, observadores ecuménicos, etc.– sobre el tema de la unidad episcopal en cuestiones de moralidad. La duración del sínodo es preciso que no sea especificada, porque sería necesario que se prolongue tanto tiempo como sea necesario. Sería necesario que se dirigiera a sus hermanos en caridad, sin quejas ni insinuaciones indirectas, por lo muy dañino –en efecto, catastróficamente perjudicial– para la salvación de las almas que es que los sucesores de los apóstoles no estén unidos en cuestiones de fe.

Como padre de sus hijos y como hermano entre hermanos, el papa Francisco debe exhortar a todos a que dejen de lado cualquier posición mezquina y no cristiana, todo vicio e ignorancia orgullosa, y toda expresión de espíritu partidista, para arrepentirse de las divisiones que han cometido, y comprometerse con el objetivo común de la unidad episcopal. Debe permitir –y no simplemente decir que permite– a sus hermanos obispos hablar libremente sobre puntos de desacuerdo sin temor a represalias. Debe usar su excepcional calidez argentina para persuadir a sus hermanos a que busquen la unidad en el episcopado; para instarlos a hablar entre sí libre y francamente; y para facilitar el consenso sobre cualquier acuerdo que sea necesario alcanzar. La unidad hacia la que se esfuerza y ​​en la que insiste no debe extenderse más allá de las cuestiones relativas al depósito de la fe, insistiendo en que la Iglesia tolera la diversidad en todo lo demás y es la primera en inculcar esto en todos sus hermanos.

Por último, él debe estar dispuesto a hacer lo que sea necesario, incluyendo la entrega de su propia vida, para facilitar entre los obispos de la Iglesia Católica el cumplimiento de la petición de Jesús a su Padre, de que «todos sean uno».

Deberes de los fieles laicos

¿Qué deben hacer los católicos? Deben formar sus conciencias de acuerdo con las verdades morales definitivas enseñadas por la Iglesia Católica, especialmente las normas de la ética sexual y las enseñanzas sobre el matrimonio. Deben aprender que toda norma negativa que la Iglesia defiende está necesariamente relacionada con algún bien positivo que esa norma protege y promueve (por ejemplo, no debemos matar a los inocentes porque la vida es un gran bien). Necesitan comprender ahora más que nunca que las enseñanzas sobre la indisolubilidad absoluta del matrimonio y la prohibición del adulterio no son reglas humanas, sino verdades morales derivadas de la gran bondad del matrimonio cristiano.

Jesús quería que el matrimonio fuera un sacramento (un signo o símbolo divinamente instituido) de su amor absolutamente indisoluble a su Iglesia: por eso el matrimonio cristiano consumado es absolutamente indisoluble y el divorcio no solo es incorrecto, es imposible: así como Jesús no puede divorciarse de su Iglesia, el hombre no puede divorciarse de su esposa válida. De ello se deduce que si tiene relaciones sexuales con cualquier otra persona, por cualquier razón, aunque sea socialmente aceptable, mientras su esposa válida aún vive, comete adulterio. El adulterio puede ser perdonado, como todo pecado, pero para ser perdonado, requiere de contrición y un firme propósito de enmienda. Estas son las verdades morales cristianas, y son doctrinas de fe de la Iglesia Católica.

Los católicos no deben permitir que la angustia sobre la situación presente sacuda su fe en la promesa de Jesús de preservar a la Iglesia del error y de ser una barca de confianza para la salvación de almas. No deben sucumbir a Wycliffe, a Lutero o a la tentación de Zwinglio de pagar sus frustraciones con los clérigos, por justificadas que sean, contra la Iglesia de Cristo misma. Deben darse cuenta de que la Iglesia ha sufrido desde fuera y en muchas ocasiones a lo largo de los siglos severas crisis, por lo que la actual, comparada con otros períodos de la historia, como la herejía arriana del siglo IV, el Gran Cisma del siglo XIV, el Reino francés del terror, el Kulturkampf alemán, hoy podría parecer suave.

Además, todo católico bautizado debe decidirse a vivir como un santo. Solo una cantidad ínfimamente pequeña de santos llega a los altares. El resto nunca obtiene gran atención ni se hace famoso como para reunir una «causa» en Roma. Pero hacen todo lo posible para discernir y seguir la voluntad de Jesús cada día, arrepintiéndose del amor propio injustificado, despreciando la ambición, aceptando serenamente las humillaciones, arrepintiéndose de cada pecado que se dan cuenta que cometen, diciendo que no a toda inclinación o pensamiento de actuar en contra de los deseos sexuales ordenados, la ira inmoderada y la negación de la noción sociológica que deja a Dios fuera y promueve las desviaciones respecto al sexo con la ideología de género promovida por la mente secular moderna.

Todo católico necesita estar convencido de que la renovación social y eclesial comienza con él o con ella. En la historia, la renovación casi nunca ha venido de arriba hacia abajo, desde el Papado y Roma hacia los fieles, sino más bien de abajo hacia arriba. Ha venido de cristianos decididos a vivir por fe en Cristo que se esfuerzan por conocer el poder de su Resurrección, compartiendo pacientemente sus sufrimientos para alcanzar la resurrección de entre los muertos que Él ha prometido.

Por último, deben orar por la unidad del episcopado.

 

Artículo publicado originalmente en The Public Discourse 

Christian Brugger, profesor y decano de la Facultad de Filosofía y Teología de la Universidad de Notre Dame de Australia, Sydney.

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