La comunión a los divorciados en nueva unión no es posible

El Magisterio es claro y no es modificable

La célula básica de la sociedad, que es la familia, está atravesando un período de evolución extraordinariamente rápido. Ahora parecen obvias las relaciones prematrimoniales y casi normales los divorcios, muy a menudo como resultado de la ruptura de la fidelidad conyugal. Nos alejamos así de la tradicional fisonomía familiar, en los países y civilizaciones signadas por el cristianismo.

En las últimas décadas, entonces, al menos en Occidente, caminamos hacia territorios inexplorados. Han ganado terreno, de hecho, las ideas de «género» y «matrimonio homosexual».

En la raíz de todo esto se halla la primacía y casi la absolutización de la libertad individual y el sentimiento personal. Así, la relación de parentesco debe ser flexible a voluntad y no rígida, hasta desaparecer o a ser prácticamente irrelevante.

En la misma lógica de que esta vinculación debe ser accesible a todo tipo de pareja, basado en la demanda de la plena igualdad que no acepta ninguna diferencia, vemos especialmente las que se relacionan con una voluntad externa, ya sea humana (leyes civiles) o divina (ley natural).

Sin embargo, permanece todavía fuerte y generalizado, el deseo de tener una familia y una familia estable: deseo que se traduce en la realidad de muchas familias «normales» y muchas familias auténticamente cristianas. Estas últimas son una minoría, pero consistente y suficientemente motivada.

La sensación de que la familia así entendida está desapareciendo es en gran parte el resultado de la distancia entre el mundo real y el mundo virtual construido por los medios de comunicación, aunque no debemos olvidar que este mundo virtual de gran alcance influye poderosamente sobre los comportamientos reales.

Pero ante una mirada equilibrada y serena aparecen como poco razonables el pesimismo unilateral y la resignación sobre la familia y su futuro. Esto es válido asimismo para la pastoral de la familia, asumiendo la actitud del Concilio hacia los nuevos tiempos, que se puede resumir en la combinación de hospitalidad y reorientación hacia Cristo el Salvador.

Específicamente, en Gaudium et Spes, n. 47-52, hallamos un nuevo enfoque sobre el matrimonio y la familia, atendiendo aspectos mucho más personales pero sin romper con el concepto tradicional.

También las Catequesis sobre el amor humano de san Juan Pablo II y la exhortación apostólica «Familiaris consortio» constituyeron una gran profundización, que abre nuevas perspectivas y direcciones para muchos de los problemas actuales. Aunque estas catequesis no pudieran ocuparse explícitamente de los temas más recientes y radicales como la teoría de «género» y la unión entre personas del mismo sexo, aportan sin embargo ya, en gran parte, la base para afrontarlos.

Sin duda, la práctica pastoral no siempre ha estado a la altura de estas enseñanzas –y quizá nunca puede estarlo completamente–, pero ha habido movimientos en esa línea con resultados importantes: también son su fruto, de hecho, nuestras jóvenes familias cristianas.

Ahora, con el papa Francisco, tenemos dos sínodos sobre los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la nueva evangelización, y después el consistorio de febrero que ya ha entrado en el tema: un paso más en este camino y reorientación, que toda la Iglesia está llamada a recorrer con confianza.

La óptica de los dos sínodos debe ser claramente universal y ningún área geográfica o cultural puede esperar que se centren sólo en sus problemas.

En esas circunstancias, para Occidente las cuestiones más relevantes parecen ser las más radicales surgidas en las últimas décadas. Ellas nos obligan a repensar y reutilizar, a la luz del Evangelio de la familia, el significado y el valor del matrimonio como alianza de vida entre un hombre y una mujer, orientada hacia el bien de ambos y a la generación y educación de los hijos, lo cual es de decisiva relevancia social y pública.

Aquí la fe cristiana debe mostrar una verdadera creatividad cultural, que no se pueden producir automáticamente pero pueden estimularse en los creyentes y los que advierten que lo que está en juego es una dimensión humana fundamental.

Los divorciados en nueva unión. La «epikeia» no es aplicable a normas de derecho divino

Sin embargo, estos puntos nos siguen interpelando y parecen agudizarse cada vez más derivando hacia otras cuestiones, ya afrontadas repetidamente por el Magisterio. Entre estos temas recurrentes, tenemos el tema de los divorciados en nueva unión.

La Familiaris consortio, en el nº 84, ya indica la actitud a tomar: no abandonar a quienes están en esta situación, pero tener especial cuidado, comprometiéndose a proporcionarles los medios de salvación que da la Iglesia. Ayudarlos a no considerarse separados absolutamente de ella y asistir de hecho a su vida. Discernir bien, también, ciertas situaciones, particularmente los de cónyuges abandonados injustamente frente a aquellos que han destruido su matrimonio culpablemente.

La misma Familiaris consortio reitera, sin embargo, la práctica de la iglesia, «fundada en las Escrituras», de «no admitir a personas divorciadas en nueva unión a la comunión eucarística». La razón básica es que «su estado y condición de vida contradicen objetivamente la unión de amor que existe entre Cristo y la iglesia, que es significada y efectuada por la Eucaristía».

No se cuestiona aquí su culpa personal, sino el estado objetivo en que se encuentran. Por eso el hombre y la mujer que por graves motivos, tales como crianza de los niños, no puede satisfacer la obligación de separarse, para recibir la absolución sacramental y acercarse a la Eucaristía deben asumir «el compromiso de vivir en continencia completa, es decir, abstenerse de actos conyugales».

Se trata sin duda de una tarea muy difícil, que de hecho es asumida por muy pocas parejas, mientras que hay un número creciente de divorciados en una nueva unión conyugal.

Se buscan sin embargo, hace tiempo, otras soluciones. Una de ellas, aun manteniendo firme la indisolubilidad del matrimonio rato y consumado, cree que puede permitirse a las personas divorciadas en nueva unión recibir la absolución sacramental y la Eucaristía, con precisas condiciones  pero sin tener que abstenerse de los actos conyugales. Se trataría de una segunda tabla de salvación ofrecida según el criterio de «epikeia» para unir la verdad y la misericordia.

Sin embargo este camino no se puede recorrer, principalmente porque se trata de un ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, dada la persistencia del matrimonio anterior, rato y consumado. En otras palabras, los vínculos originarios seguirían existiendo pero en el comportamiento de los fieles y en la vida litúrgica se procedería como si no existieran. Por lo tanto nos enfrentamos a una cuestión de coherencia entre la práctica y la doctrina y no sólo a un problema disciplinar.

En cuanto a la «epikeia» y a la función de «aequitas» (equidad) canónica, son criterios muy importantes en el ámbito de las normas humanas y puramente eclesiales pero no se pueden aplicar a normas de derecho divino, sobre los cuales la Iglesia no tiene ningún poder discrecional.

En apoyo de la hipótesis anterior se pueden proporcionar ciertamente soluciones similares a las propuestas por algunos Padres de la Iglesia que incidan en cierta medida en la práctica, pero jamás se ha obtenido el consenso de los Padres ni han sido de ningún modo doctrina o disciplina común de la Iglesia (Cf. carta de la Congregación para la doctrina de la Fe a los obispos de la iglesia católica sobre la recepción de la Sagrada comunión por los divorciados en nueva unión, del 14 de noviembre de 1994, n.4). En nuestro tiempo, cuando, para la introducción del matrimonio civil y del divorcio, el problema fue planteado en términos actuales, a partir de la encíclica Casti connubii de Pío XI, ha habido una posición clara, constante y coherente del magisterio, que va en la dirección opuesta y no parece modificable.

Se puede objetar que el Concilio Vaticano II, sin violar la tradición dogmática, ha procedido a nuevos desarrollos en temas como el de libertad religiosa, sobre el cual existían encíclicas y decisiones del Santo Oficio que parecían impedirlos.

Pero la comparación no es convincente porque sobre el derecho a la libertad religiosa se ha producido una verdadera profundización conceptual, llevando este derecho a la persona como tal y a su dignidad intrínseca, y no a la verdad concebida abstractamente, como se hizo anteriormente.

La solución propuesta para los divorciados en nueva unión no se basa en una profundización similar. Los problemas de familia y el matrimonio tienen un impacto también en la vida cotidiana de las personas de una manera incomparablemente mayor y más concreta que el fundamento de la libertad religiosa, cuyo ejercicio, en los países tradicionalmente cristianos, ya antes de Vaticano II en gran medida seguía estando asegurado.

Por lo tanto debemos ser muy cautelosos en relación con el matrimonio y la familia y las posiciones que propone el Magisterio hace ya mucho tiempo y de manera suficientemente autorizada; de lo contrario serían muy graves las consecuencias sobre la credibilidad de la Iglesia.

Eso no quiere decir que se excluya una posibilidad de desarrollo de la búsqueda de soluciones. Un camino que parece viable es el de los procesos de revisión de nulidad matrimonial: se trata de hecho de normas de derecho eclesial, y no de derecho divino.

Pero hay que examinar entonces la posibilidad de sustituir el proceso judicial por un procedimiento administrativo y pastoral, para aclarar la situación de la pareja delante de Dios y la Iglesia. Es muy importante, sin embargo, que cualquier cambio de procedimiento no sea un pretexto para que se introduzca de manera subrepticia lo que en realidad serían divorcios: una hipocresía de este tipo sería un daño muy grave para toda la Iglesia.

La fe de los contrayentes y el Sacramento del matrimonio

Un problema que va más allá de los aspectos de procedimiento es el de la relación entre la fe de los contrayentes y el Sacramento del matrimonio.

La «Familiaris consortio», nº 68, con razón, se centra en las razones que inducen a creer que la persona que busca el matrimonio canónico tiene fe, aunque esté en grado débil y haya que  redescubrirla, reforzarla y llevarla a la madurez. Subraya asimismo que hay razones sociales que pueden lícitamente incidir en la solicitud para esta forma de matrimonio. Es suficiente, por lo tanto, que los novios «por lo menos implícitamente acepten lo que la Iglesia intenta hacer cuando celebra el matrimonio».

Querer establecer criterios adicionales para la admisión a la celebración, que se relacionan con el grado de fe de los contrayentes, comportaría más bien serios riesgos, pudiendo pronunciarse juicios infundados y discriminatorios.

De hecho, sin embargo, hoy por desgracia son muchos los bautizados que nunca han creído o que ya no creen en Dios. Se plantea entonces la cuestión de si ellos pueden válidamente contraer un matrimonio sacramental.

En este punto sigue siendo fundamental la introducción del cardenal Ratzinger al folleto «La pastoral de los divorciados en nueva unión» publicada en 1998 por la Congregación para la doctrina de la fe.  Ratzinger (introducción, III, 4, pp. 27-28) cree que debemos aclarar «si cada matrimonio entre dos bautizados «ipso facto» es un matrimonio sacramental». El código de derecho canónico lo afirma (Canon 1055 § 2), sin embargo, como observa Ratzinger: el propio Código dice que esto se aplica para la validez de un contrato matrimonial y en este caso es precisamente la validez al ser en cuestión. Ratzinger ha añadido: «a la esencia del Sacramento pertenece la fe; queda por aclarar la cuestión jurídica acerca de qué evidencia existirá de “ausencia de fe”, con la consecuencia que no se realice un Sacramento». Por lo tanto se establece que si realmente no hay fe, no habría tampoco Sacramento del matrimonio.

Con respecto a la fe implícita, la tradición escolástica referente a Hebreos 11, 6 («quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a los que le buscan»), requiere por lo menos la fe en un Dios remunerador y Salvador.

Me parece sin embargo que esta tradición debe actualizarse a la luz de la enseñanza del Vaticano II, en base a la cual pueden alcanzar la salvación que requiere la fe también «todos los hombres de buena voluntad en cuyos corazones la gracia trabaja invisiblemente», incluyendo aquellos que se consideran ateos o no poseen un conocimiento explícito de Dios (cf. Gaudium et spes, 22; Lumen gentium, 16).

De todos modos esta enseñanza del Concilio de ninguna manera implica una salvación automática y una disminución de la necesidad de la fe: pone el énfasis no en un reconocimiento intelectual abstracto de Dios, sino en una adhesión a Él, aunque sea implícita, como una opción fundamental de nuestra vida.

A la luz de este criterio, en la situación actual son quizás aún más numerosos los bautizados que realmente no tienen fe y por lo tanto, no puede contraer válidamente el matrimonio sacramental. 

Parece entonces realmente oportuno y urgente empeñarse en esclarecer la cuestión jurídica  de «la evidencia de ausencia de fe» que haría inválido el matrimonio sacramental y que impediría a los bautizados no creyentes a contraer tal matrimonio en el futuro.

No debemos ocultar, por otra parte,  que se abre así el camino a cambios muy profundos y a un montón de dificultades, no sólo para la pastoral de la iglesia sino también para la situación de los bautizados no creyentes.

Está claro que, como cada persona, ellos tienen derecho al matrimonio, que contraerían de forma civil. La mayor dificultad no radica en el peligro de comprometer la relación entre el orden civil y el derecho canónico: su sinergia se ha vuelto ya muy débil y problemática, por el progresivo abandono de la unión civil, de aquellos requisitos esenciales del propio matrimonio natural.

 

El compromiso de los cristianos y de cuantos son conscientes de la importancia humana y social de la familia basada en el matrimonio, más bien debe dirigirse a ayudar a los hombres y mujeres de hoy a descubrir el significado de aquellos requisitos. Ellos se basan en el orden de la creación y precisamente por eso son válidos para siempre y pueden concretizarse de formas diferentes, adaptadas a los tiempos más diversos.

Me gustaría terminar invocando la intención común que anima a quienes intervienen en la discusión sinodal: mantener juntos, en la pastoral de la familia, la verdad de Dios y del hombre con el amor misericordioso de Dios por nosotros, que es el corazón del Evangelio.

 

Cardenal Camilo Ruini

Traducción de M. Virginia O. de Gristelli

21 comentarios

Sancho
Ni la comunión ni ningún otro sacramento, ¡faltaría más! ¡Que se vayan al infierno! ¡Y si no que se divorcien! ¡Al menos que no puedan cumplir con el débito conyugal! ¡Que se fastidien! Y si se divorcian, mejor. Pero no me sean ruines, no cierren la puerta a millones de católicos divorciados y vueltos a casar con esas exigencias hipócritas y draconianas. Que se arrepientan de su pecado, que tengan el propósito de no volver a pecar y que se confiesen; porque como pecarían es divorciándose y volviendo con su anterior cónyuge (cf. Deut 24,1-4). ¡No seamos peores que los fariseos!
19/02/17 7:52 PM
mtbrsg
Me ha llamado la atención que NI UNA sola vez ha citado a "Amoris Laeticia".... quizás sea por algo.
19/02/17 8:36 PM
claudio
Una pregunta, textualmente el Cardenal dice que "Me gustaría terminar invocando la intención común que anima a quienes intervienen en la discusión sinodal", esa forma del verbo "intervienen" pareciera que el artículo se escribió durante el Sínodo y antes de AL, eso es así ?
19/02/17 9:41 PM
Juanlu - Sevilla
Efectivamente está escrito antes del Sínodo y lo que refleja el artículo es el deseo del Cardenal Ruini
Obviamente tras AL y aplicado el magisterio pontificio que genera doctrina de la Iglesia, el titular (deseo del cardenal) es incorrecto. Existe un camino penitencial que bajo determinadas condiciones y un proceso compartido con el sacerdote de discernimiento puede conducir de nuevo al sacramento.
19/02/17 11:23 PM
Ricardo de Argentina
El artículo no refleja ningún deseo personal del Cardenal Ruini, sino la verdad de la cuestión: "La comunión a los divorciados en nueva unión no es posible. El Magisterio es claro y no es modificable."

Ahí no hay ninguna expresión de deseos, sino sólo afirmaciones categóricas.
Que valen tanto antes de AL, como después.
Que valen tanto antes de Francisco, como durante y después.
20/02/17 12:41 AM
Santiago de Uruguay
Buen articulo.
Me genera una duda, de buena fe: si por el camino propuesto la iglesia se enfocara en un matrimonio mas restrictivo ("solo para los bautizados que tengan fe verdadera y operante"), eso sería bueno porque habria menos católicos sacramental mente casados que se divorcien. Ahora bien, los bautizados que no se pudieran casar por falta de fe, no dejan de ser personas: para ellos el matrimonio civil va a ser matrimonio natural, verdadero, con las mismas consecuencias y obligaciones que el sacramental (por lo menos en el orden natural, en el orden de la gracia no lo sabremos). Entonces, es esto la solución? Si esos, bautizados "sin fe", se divorcian, y luego "pasan el examen de la fe", pueden re-casarse y formar nuevas "familias", de igual modo que los adulteros ?
20/02/17 4:39 AM
rojobilbao
"En cuanto a la «epikeia» y a la función de «aequitas» (equidad) canónica, son criterios muy importantes en el ámbito de las normas humanas y puramente eclesiales pero no se pueden aplicar a normas de derecho divino, sobre los cuales la Iglesia no tiene ningún poder discrecional."

Este párrafo contiene lo esencial del debate. Y pone fin al mismo.
20/02/17 10:08 AM
DylanBob
JUANLU por favor deje de decir pavadas. Comprensión de Textos y lectura en y de los 10 Mandamientos y el CIC. Por favor hay que soportar a cada uno.
20/02/17 11:47 AM
Néstor
La solución es la que hay desde siempre: arrepentimiento. propósito de enmienda, cambio de vida, confesión, comunión. Lo demás es rizar el rizo sin posibilidad alguna de encontrar una salida que sea católica. Tampoco vamos a inventar el medidor de la fe, y menos todavía si rebajamos la fe despreciando los aspectos "intelectuales", porque en ese caso, además, pregunto ¿de quién vamos a poder decir que "no tiene fe"? ¿Tenemos el medidor de opciones fundamentales?

Separar la fe y el bautismo, de modo que el bautizado pueda casarse válidamente sin casarse sacramentalmente, es protestante, no católico.

Saludos cordiales.
20/02/17 12:08 PM
Jesus Pereira
Santiago de Uruguay, eso (de que hablas como posible solución) sería como si la Iglesia empujase los fieles de fe débil a la fornicación. Lo que necesitamos es oración, penitencia y predicación (catequesis) con verdad y claridad, por supuesto todo apoyado en el amor a Dios, queriendo lo que Él quiere, y en el amor a los hombres, queriendo su bien, eso es, la salvación eterna de sus almas.
20/02/17 12:22 PM
Jesus Pereira
Sancho, no pongas palabras y intenciones en las bocas y corazones ajenos. Y, si eres católico, no debes interpretar las Escrituras como un protestante. ¿Te das cuenta que, con Cristo, ya no hay divorcio, rotura del matrimonio? Luego no existe retorno al su "anterior" cónyuge porque no hay cónyuge anterior pero solamente su verdadero cónyuge. Tampoco la Iglesia (aún que desee que se pudiera restablecer la plenitud de la vida matrimonial) exige que vuelvan a cohabitar.
20/02/17 12:41 PM
Pepito
El que ama a sus hijos, hijas, padres,hermanos, etc., más que a Cristo, no puede ser discípulo de Cristo. El amor a Cristo se demuestra cumpliendo sus mandamientos, entre los cuales está el de no cometer adulterio.

Luego ni siquiera por un pretendido bien de los hijos habidos en la nueva unión, se puede justificar el cometer adulterio. Ya dijo Santo Tomás de Aquino que ni tan siquiera por salvar a la sociedad habría que cometer adulterio. Tampoco por hacer un supuesto bien a los hijos hay que adulterar, pues antes que el bien de los hijos está el amor a Cristo y el amor a Cristo implica cumplir el mandamiento de no adulterar.

En el fondo de toda esta novedosa pastoral kasperiana modernista, lo que a mi juicio subyace es una subversión del primer mandamiento de "amarás a Dios sobre todas las cosas", de tal manera que se antepone al amor a Dios o a Cristo el amor a los hijos, a los padres, a la sociedad, a la patria, etc.

Hemos centrado tanto la moral en el hombre, en sus derechos y conveniencias, nos hemos vuelto tan antropocéntricos, que hemos olvidado que lo primero de todo en la moral es el amor a Dios. Tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas, y jamás debemos de incumplir un mandamiento divino por hacer un pretendido bien a las creaturas.
20/02/17 1:50 PM
Además, aunque cometiendo adulterio se lograse que los hijos habidos en la nueva unión tuviesen la presencia del otro consorte adulterino, se les estaría dando a los hijos una mala educación moral, enseñándoles que el cometer adulterio, y por tanto el no amar a Dios sobre todas las cosas, está permitido en algunos casos. Nunca, nunca jamás, puede permitirse que al amor a Dios quede por debajo del amor a las creaturas, y si hacemos eso subvertimos de plano todo el orden moral.

Aquellos pastores que admiten que por el bien de los hijos se puede adulterar, van en contra de la Revelación que nos enseña que el amor a Dios y el cumplimiento de sus mandatos debe ser lo primero, antes que el amor a los hijos y a las demás creaturas, y por tanto incurren en herejía al menos material, además de cooperar a que las personas continúen en pecado de adulterio y, si además, las permiten comulgar en ese estado son corresponsables de sacrilegio eucararístico. Toda una lindeza de moral que subvierte el primer mandamiento y que pospone el amor debido a Dios al amor por las creaturas.
20/02/17 2:21 PM
Fuenteovejuna
La sesuda reflexión del Cardenal Ruini es excelente: de acuerdo a la doctrina de la Iglesia y al Magisterio de los Papas los divorciados vueltos a casar no pueden recibir la Eucaristía.
Ya antes del Cardenal Ruini otros Obispos y Cardenales opinaron en igual sentido y seguramente en el futuro se sumarán nuevas voces diciendo lo mismo.
Pero hete aquí que desde la vereda de enfrente también se hacen oir otros Cardenales y Obispos que tocan una campana distinta afirmando que esos divorciados vueltos a casar pueden recibir la Eucaristía. Y sus artículos hasta son publicados por la Civiltá Cattolica y L'Osservatore Romano, con lo cual parecen contar con la bendición del Papa Francisco.
Al parecer, lejos de clarificar lo único que vemos es que cada día la confusión y el desconcierto aumentan sin cesar y no son pocos los que claman una definición del Papa que ponga fin a la cuestión. Pero esa definición no llega y todo indica que nunca llegará.
¿Entonces qué? Entonces habrá que ponerse el casco y ajustarse los cinturones de seguridad porque el volcán está a punto de entrar en erupción y esto puede acabar como Pompeya y Erculano...
20/02/17 2:37 PM
Gabriela de Argentina
Yo tenia entendido que segun JPII la falta de fe no es en modo alguno causa de nulidad del sacramento. De hecho, bajo dispensa se puede casar un bautizado con un pagano, y el sacramento sigue siendo válido e indisoluble. Aca pareceria que el Card. Ruini está proponiendo otra cosa.
20/02/17 4:06 PM
claudio
Preguntaba por la temporalidad para ubicar en el tiempo las palabras sabias de Ruini. Por lo que veo estaba "pidiendo" al sínodo prudencia en lo dogmático, con una mente clarísima advertía el peligro que se cernía sobre el sínodo. en un predecesor de la dubia, no se sumó a la misma. Puso las vallas insaltables y con elegancia Florentina pidió que no se juegue con los sacramentos.
20/02/17 4:57 PM
Jorge
Uno lee este tipo de articulos y se lleva la impresion de que la ignorancia es el camino más seguro a la salvación.
20/02/17 8:08 PM
María
Arriba hay una cosa que ha dicho creo Pepito, y es toda la razón aunque los nuevos cónyuges fueran creyentes y acudieran a la iglesia, es verdad que a los hijos de ellos y los nuevos que tengan, se les está dando una mala educación moral, es como decirles hacer lo que yo digo, pero no lo que yo hago.
21/02/17 9:08 AM
Pepito
Cristo condenó sin paliativos el adulterio: "El que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio." Y no añadió la coletilla::" Pero si en esa nueva unión los adúlteros tienen hijos, entonces por el bien de esos hijos, para que puedan tener un ambiente familiar propio, buena educación, bienestar económico, etc., pueden los adúlteros seguir conviviendo more uxorio y además comulgar."

Si Cristo hubiese querido justificar por el bien de los hijos la convivencia more uxorio de los adúlteros, así lo hubiese dicho expresamente, pues siempre que existe alguna excepción que no supone quebranto de los mandamientos así lo declara Cristo expresamente.

Así, por ejemplo, declara que el curar a un hombre en día de sábado o el cojer granos de trigo por el camino para saciar el hambre o incluso sacar a un animal de un pozo no quebranta el sábado.

Por tanto, los pastores que justifican el convivir more uxorio a los DVC por un supuesto bien de los hijos, van en contra de lo querido por Cristo y deben ser corregidos. Y si insisten en su error, deben ser declarados herejes pertinaces y aplicarles lo dispuesto en el Canon 1.364 y 194, epígrafe 1, del Códex vigente.
21/02/17 1:17 PM
Pepito
Marisa: Pues sí, pienso que sólo por el mal ejemplo moral que darían los llamados DVC que conviven more uxorio a los hijos habidos en el matrimonio, ya sería razón más que suficiente para no aprobar en ningún caso dichas relaciones adúlteras y menos aún admitirles a la comunión eucarística sacrílega.

Esos padres adulterinos causarían escándalo para sus hijos y en vez de hacerles un bien les harían un mal moral grave, pues ya dijo Cristo :"!Ay de aquel por el que venga el escándalo¡ El que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en Mí más le valiera que le colgasen una rueda de molino al cuello y lo tirasen al mar¡"

No me explico como hay pastores en la Iglesia que sabiendo eso se atreven a aprobar las relaciones adúlteras de los DVC que viven more uxorio. Y si además les autorizan a comulgar, el escándalo sube de punto, pues los hijos pensarán que no debe ser tan malo el adulterio cuando a sus mismos padres la mas Alta Jerarquía católica les permite comulgar.

Creo que el modernismo kasperiano y el afán de agradar al mundo ha hecho perder los papeles a una parte de la Alta Jerarquía eclesiástica que ya ni se conmueve ante el terrible castigo anunciado por Cristo para el pecado de escándalo.
21/02/17 8:18 PM
Fernandolobo
Divorciados, vueltos a casar, Jesucristo les llamó adúlteros, que pasa que la palabra no gusta y utilizamos el lenguaje para no herir sensibilidades mundanas. También dentro de la Iglesia vamos a utilizar el idioma para no llamar la atención. Al pan, pan y al vino, vino.
27/02/17 8:08 PM

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