Parto educativo

Una cosa es educar y otra bien distinta domesticar. Una cosa es abrir todo el abanico de valores y de virtudes en los que se fundamenta una civilización, y otra es la imposición o la censura de algunos valores y virtudes que alguien decide inyectar o excluir en los niños, jóvenes, en los docentes, en las líneas educativas.

Estamos estrenando un modo nuevo de hacer política ante la fragmentación parlamentaria a la que ha dado lugar las últimas elecciones. No hay ninguna hegemonía que pueda pretender sobresalir imponiendo con el rodillo de sus escaños sus diversas opciones cuando se trata de políticas económicas, laborales, sociales, de comercio y relación exterior, familiares y educativas. Ahora hay que afinar en un consenso que va a introducir el diálogo y la escucha recíproca de unas y otras fuerzas parlamentarias. Entiendo que esto es algo positivo y altamente enriquecedor donde el matiz de unos y otros vendrá como contrapunto del exceso o del defecto del grupo político de al lado o de enfrente, y se deberá ir avanzando en un ejercicio de verdadero trabajo común que busca el bien común en beneficio de la entera sociedad y de cada persona.

La educación no es una cuestión secundaria ni baladí. En definitiva en ella volcamos un modelo de sociedad a corto, medio y largo plazo. Depende qué tipo de educación estemos ofreciendo y promoviendo, o estamos impidiendo y excluyendo así será la sociedad de un mañana más próximo de lo que nos parece. Y es aquí donde se desliza la inevitable pretensión que puede ser acoso desde una ideología para troquelar la sociedad desde una concreta perspectiva. Una cosa es educar y otra bien distinta domesticar. Una cosa es abrir todo el abanico de valores y de virtudes en los que se fundamenta una civilización, y otra es la imposición o la censura de algunos valores y virtudes que alguien decide inyectar o excluir en los niños, jóvenes, en los docentes, en las líneas educativas.

Más que un «pacto» educativo estamos asistiendo a un verdadero «parto» educativo, al nacimiento de algo que tenga el respeto de tomar todos los factores en serio y de contar con todos ellos. Habrá que ponerse de acuerdo para concebir esos valores y virtudes irrenunciables en donde la libertad de opción y la consecución del bien común vaya en beneficio de cada persona. Los padres tienen una palabra esencial en este proceso, aunque no estén sentados en los escaños del parlamento. No se les puede suplir con paternalismo ideológico, ni tampoco ningunear hasta la exclusión más zafia. La experiencia de tantos docentes es una fuente objetiva de perspectivas que puede ayudar a ir eligiendo modelos educativos desde la experiencia larga de cada día en su trabajo escolar.

Hay una educación que el Estado debe propiciar con todos sus medios desde esos criterios consensuados a los que antes me refería, pero también hay una educación que inserta en esos mismos criterios tiene su particular perspectiva desde la iniciativa social. Es el caso de la así llamada Escuela Católica. No es cualquier cosa la ingente labor que tantos colegios regentados por cristianos (diócesis, familias religiosas, movimientos eclesiales) aportan con calidad y con respeto un modelo educativo que tiene como trasfondo la manera de ver al hombre y a la mujer, de ver la historia toda, desde lo que hemos aprendido en esos valores y virtudes que llamamos cosmovisión cristiana, incluso cuando lo hemos aprendido también de nuestros fallos y errores, como desde nuestros aciertos más ricos y positivos.

No sería justo que la Escuela Católica no participe en este «parto» educativo. Se trata de una aportación sincera y creativa a un horizonte plural y democrático en el que también los cristianos tenemos una historia preciosa que contar, una pedagogía respetuosa que proponer para el crecimiento y maduración integral de niños y jóvenes, y una oferta educativa que coincide con el sacrosanto derecho de los padres de poder elegir ese modelo que ellos quieren para sus hijos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

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