Autoridad

Quien ostente autoridad debe ejercerla, precisamente por respeto y amor a quienes debe hacer crecer. Es la lógica del viñador que poda la vid, del grano de trigo que debe morir para germinar, del cirio que se autoconsume para dar luz.

En latín significa acrecentar, aumentar, hacer prosperar: la autoridad es para los demás y excluye toda egolatría. Más que un beneficio es carga, obligación de servicio. Una vez asumida, debe ser ejercida. Lo contrario es grave abandono de deberes. Nuestro Código Civil reconoce como primera autoridad la de los padres de familia, haciéndolos responsables del hecho de sus hijos menores que habitan en la misma casa, y de los delitos o cuasidelitos que éstos cometan como consecuencia de su mala educación o de los hábitos viciosos que les han dejado adquirir. El primer y principal Ministerio de Educación es la familia.

Educar en libertad y para su recto ejercicio es el primer cometido de la autoridad. Los padres, los maestros no pueden ignorar ni minimizar el hecho de que la libertad es un bien precario, muy vulnerable a la tentación de su abuso. La autoridad educa a la libertad encauzando, para que el río no se desborde ni el agua se pierda. La autoridad fija límites, contiene, amonesta y ante la infracción, sanciona, castiga. Enarbola un seco y rotundo «NO» a conductas que son siempre inadmisibles, porque causan injusto daño y dolor a terceros inocentes y al propio infractor. Si el educando no aprende a contenerse en el ejercicio de sus impulsos no será dueño y señor de sí mismo ni podrá darse a los demás: nadie puede dar lo que no tiene. La ineducación de la libertad, fruto de una autocastración de la autoridad, prepara un escenario de injusticia, violencia y caos social.

Quien ostente autoridad debe ejercerla, precisamente por respeto y amor a quienes debe hacer crecer. Es la lógica del viñador que poda la vid, del grano de trigo que debe morir para germinar, del cirio que se autoconsume para dar luz.

Una fracasada y hoy inexistente educación cívica tiene su raíz en el inexcusable abandono del principio de autoridad. El vociferante, el destructor vandálico-compulsivo, el que no quiere estudiar ni que los demás estudien, el incendiario, el injuriador, el que agrede y escupe a las más altas autoridades sabe que tiene garantizada su impunidad y asegurado un minuto de fama en la televisión. Si se ve afectado en el más mínimo de sus derechos exigirá la dimisión y castigo de quien le aplicó la ley. La calle, la consigna clamorosa, el twitter, el galardón autoconcedido de indignado-rebelde han destronado el sereno discernimiento y juicioso ejercicio de la autoridad.

Se echa de menos al Maestro. Hablaba con autoridad. Desposaba misericordia con justicia. Mostraba su libertad obedeciendo a Dios. Podaba, fustigaba: autoridad no ejercida es mercenario que huye y devastación del rebaño. Predecía, garantizaba: hay, aquí y en la eternidad, justo castigo para el que abusó de su libertad, justo premio para el que eligió dar su vida por los demás.

P. Raúl Hasbún

Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl

1 comentario

Alejandro Holzmann
No se entiende que en el peor momento de las manifestaciones violentas de “indignados” y estudiantes en Santiago, y de los actos terroristas en La Araucanía, la Conferencia Episcopal de Chile, en su Carta Pastoral Humanizar y Compartir con Equidad el Desarrollo de Chile, no pronunciara una sola palabra de condena de la violencia utilizada, ni rechazara la parte de reivindicaciones injustas, sino que optara más bien por justificar en su conjunto las manifestaciones con frases como:

“[debemos] escuchar el clamor de nuestro pueblo expresado en los movimientos sociales, contribuyendo así a que se den respuestas adecuadas a sus justas demandas.” (I)

“Por todas partes surgen manifestaciones de ´indignados´ que piden cambios profundos en la organización internacional. En nuestro país, diversas manifestaciones [...] están pidiendo reformas. En el mismo sentido se han venido expresando sectores significativos de algunas regiones, que se sienten postergadas, no escuchadas, e incluso engañadas. Ese malestar se expresa como una protesta contra los criterios orientadores impuestos por la globalización. La Iglesia no puede permanecer ajena a ese clamor.” (III, b, 1)

Por muy real que sea su drama social y moral, y por muy grande que sea el deber de ayudarlos, no imagino a Benedicto XVI justificando las manifestaciones de "indignados" que se produjeron durante su participación en la JMJ de Madrid.
13/07/14 3:26 PM

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