Sufrir por amor

Cuando los cristianos rezamos ante la cruz no adoramos un cuerpo sufriente, pero tampoco un espíritu, que por la muerte, se libera del mal de este mundo. Adoramos a una persona divina que ama, que ama de un modo especial, porque ama hasta sufrir por nosotros.

Quién más, quién menos, sabemos lo que es sufrir: una enfermedad, la perdida de un ser querido, etc. Quién más, quién menos, sabemos lo que es sufrir de amor: la traición de un amigo, un romance roto (noviazgo o matrimonio), etc. Pero no todos sabemos, de verdad, lo que es sufrir por amor. Éste es un sufrimiento muy especial, porque no duele como los otros. El sufrimiento por amor, paradójicamente, provoca una serena alegría. Benedicto XVI, lo expresa así:

“Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo?” (Spe Salvi 39).

Muchas personas de nuestro entorno encarnan estas palabras, les ponen rostro, nombre y apellidos. ¿Quién no conoce personas que dedican su vida entera a cuidar a sus hijos enfermos a los que quieren como verdaderos tesoros? (haz clic aquí).¿Quién no conoce a alguien para quien su vida cotidiana es un constante acto de amor, educando a la familia, cuidando a sus mayores o realizando su trabajo? (haz clic aquí) ¿Quién no conoce personas que sacan tiempo de donde no lo hay para involucrarse en la ayuda a los más necesitados en cualquier organización caritativa u ONG? (haz clic aquí).

Este amor por el otro tiene una estructura interna y una dinámica que lo hacen especial, alegre y gozoso. El amor siempre nos hace salir de nosotros mismos hacia el otro. El amor al necesitado, al pobre, al enfermo, o a aquel que no nos va a devolver nada, -en definitiva, ese tipo de amor que compromete nuestra vida entera, que te agarra en lo más profundo de tu ser–, sólo puede provenir de Dios, ya que es una capacidad que Él ha puesto en nuestra vida. Este tipo de amor nos mueve a tal extremo que nos lleva a vaciarnos de nosotros mismos, a entregarnos del todo y eso duele, eso hace sufrir. Sin embargo, y esto es lo paradójico, al vaciarnos de nosotros mismos –sin que se anule la persona– experimentamos un gozo inefable, una alegría serena, …no sé como decirlo, me faltan las palabras para poder expresarlo.

¿Será qué esto es lo que significa ser creados a imagen y semejanza de Dios? ¿Será qué en esto consiste ser persona? ¿No será esta forma de amar y de sufrir por amor, eso que llamamos ser santo? En el fondo se trata de la misma situación de Cristo en la Cruz. En la imagen del crucificado, amor y sufrimiento no son dos caras de una misma moneda (se ama o se sufre), sino la misma cara de la misma moneda: se sufre porque se ama.

Esta es la experiencia que se desprende de la cruz de Jesús. Cuando los cristianos rezamos ante la cruz no adoramos un cuerpo sufriente, pero tampoco un espíritu, que por la muerte, se libera del mal de este mundo. Adoramos a una persona divina que ama, que ama de un modo especial, porque ama hasta sufrir por nosotros.

[Recomiendo perder un poco de tiempo en ver los enlaces que he puesto en cada pregunta. A lo mejor a muchos lectores las palabras o las imágenes que he referido nos les dicen nada, e incluso les pueden parecer una estupidez… Tal vez a muchos les parezca una cosa sensiblera, pastelera, …Para gustos los colores, y supongo que no a todos gustarán, incluso circularán por Internet otros enlaces mejores. Creo que en éstos se recoge perfectamente lo que quiero decir].

Rafael Amo Usanos, sacerdote

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