Catequesis del miércoles sobre San Roberto Bellarmino

Benedicto XVI: «No puede haber una verdadera reforma de la Iglesia sin conversión de nuestro corazón»

Benedicto XVI ha dedicado la catequesis de la Audiencia General del miércoles a san Roberto Belarmino, cardenal jesuita que jugó un papel muy importante en una época marcada por una grave crisis política y religiosa, ya que tras el Concilio de Trento, para la Iglesia católica era necesario reforzar y confirmar su identidad frente a la Reforma protestante.

(Agencias/InfoCatólica) «Belarmino enseña con gran claridad y con el ejemplo de su propia vida que no puede haber una verdadera reforma de la Iglesia si primero no se da nuestra reforma personal y la conversión de nuestro corazón», subrayó el Papa.

Este eminente jesuita, explicó el Santo Padre, fue primeramente profesor en el Colegio romano donde elaboró su obra titulada “Las Controversias” célebre por la claridad y la riqueza de su contenido. Después publicó su Catecismo, que se convirtió en su obra más célebre. Fue creado cardenal y arzobispo de Capua, donde se distinguió por su talento de predicador y por sus visitas a las parroquias. 

San Roberto Belarmino, dijo Benedicto XVI, “nos ofrece un modelo de oración que debe ser escuchado en contemplación con la palabra de Dios”. Este santo de la Compañía de Jesús “tuvo una percepción muy viva de la inmensa bondad de Dios en la que él se sentía un hijo amado. A pesar de su brillantez como teólogo, prosiguió el Papa, su legado “se encuentra en la forma en la que concibió su trabajo. Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron, de hecho, caminar hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su propio estado de religioso, sacerdote y obispo”.

“Siendo, como sacerdote y obispo, antes que nada un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente”, explicó. “Su predicación y sus catequesis tienen este mismo carácter de sencillez que obtuvo de la educación jesuita, toda dirigida concentrar las fuerzas del alma en Jesús, profundamente conocido, amado e imitado”. San Belarmino ofrece “un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración que escucha la Palabra del Señor, que se colma con la contemplación de la grandeza, que no se encierra en sí misma, que se alegra de abandonarse a Dios”.

El santo, “que vivió en la fastuosa y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo XVI y la primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con animosa inspiración pastoral”. Sus enseñanzas, concluyó el Papa, “nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor, el Dios que se ha revelado en Jesucristo, en el cual Él continua llamándonos y prometiéndonos la comunión con Él”.

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